Traducido para Rebelión por Susana Merino
El agravamiento de la crisis económica, monetaria, política y democrática que se ha producido partir del 2008, (el año de la quiebra del Banco Lehman Brothers y de la adopción europea del tratado de Lisboa) en la Unión europea (UE) y en sus países miembros ha llevado a las fuerzas de transformación social de la izquierda y a los movimientos sociales europeos ha intensificar y a profundizar sus debates políticos y estratégicos sobre el porvenir de la UE.
La construcción de este debate comenzó en el seno de la asociación Attac inmediatamente después de la exitosa campaña contra el tratado constitucional europeo (TCE) del 2005. Su «Comisión Europa» reunía entonces, entre 2004 y 2010 el conjunto de actores y de sensibilidades que continúan a través de diferentes organizaciones del movimiento social y altermundialista, de las fuerzas sindicales, de las ONG y de los partidos políticos franceses – especialmente los que conforman el Frente de Izquierda – animando hasta la actualidad la batalla de la hegemonía sobre los problemas europeos en el seno de este espacio social y políticamente plural.
En el 2009, Attac publicó un libro titulado «L’Europe à quitte ou double» [1] en el que se identificaban los acuerdos y los desacuerdos en el seno de la izquierda y del movimiento altermundista. Para algunos era necesario «reorientar radicalmente a la UE» dentro de una perspectiva más federalista, social y ecológica sobre la base de «un nuevo texto fundante europeo» Dentro de ese esquema se precisaba que «los principios que debemos inscribir en un texto refundacional de la Unión dependerán (…) de las relaciones de fuerzas que seamos capaces de construir a escala europea». Y concluía. «Si para la Unión, por ser insuficientes los movimientos sociales, le fuese imposible salir del cepo liberal en un lapso razonable convendría anudar cooperaciones reforzadas entre sectores de algunos países en lugar de pretender dar un portazo» Otros, entre ellos el autor de estas líneas, señalaban que «en nombre de la solidaridad y de la amistad entre los pueblos, muchos deseaban ver a la UE evolucionando hacia un mayor federalismo hasta llegar a considerar a los Estados-nación como una supervivencia del pasado» Se enrolaban a favor «de una crisis saludable» basada en la aplicación de la estrategia de «la política de la silla vacía» y a favor de rupturas parciales unilaterales con los tratados europeos que no descartan «como último recurso», la posibilidad de retirarse de la UE «con la perspectiva de crear una nueva organización europea sobre bases decididamente diferentes».
Hoy en día las premisas esenciales de este debate se mantienen relativamente idénticas pero han cristalizado, en función de la crisis de la moneda europea, alrededor de un tema nuevo: «¿Salir o no del euro?» construir un «euro bueno», ¿un «euro del pueblo»? A lo largo de este nuevo período 2010-2014, la izquierda y los movimientos sociales han integrado, a los parámetros de sus reflexiones [2] , la evolución de la situación general. Esta situación se ve reflejada en el plano social en el deterioro general producido por los golpes violentos producidos por las políticas de austeridad y del mal llamado Pacto de estabilidad y de crecimiento. En el plano político. Nuestras sociedades se han visto golpeadas por el aumento inquietante y constante de las nuevas agrupaciones de extrema derecha [3] en un contexto de creciente abstención en las elecciones nacionales europeas. Además ven crecer en su seno un sentimiento de rechazo a la hegemonía alemana mientras se fortalece el peso de una seria contradicción inherente al proyecto europeo – y a la UE en su forma actual – que no encuentra solución dialéctica. En efecto, ese proyecto inicialmente construido, en parte, para neutralizar a la Alemania de la post segunda guerra mundial y el desarrollo económico interdependiente de las demás potencias europeas – especialmente Francia – y ese país originó un marco normativo que permitió construir una relación basada en reglas pacíficas. Perder ese marco generaría el innegable riesgo de dejar sola a Alemania en una relación económica y financiera hegemónica y sin reglas con relación al resto de las potencias europeas. Pero al mismo tiempo, conservar ese marco – esa «máquina de castigar» [4] vuelve a someter a todos los países europeos al más fuerte de todos.
Por su parte, las fuerzas transformadoras no han pesado sobre las políticas de los gobiernos y de la UE, ni hacen temblar a las oligarquías financieras a pesar de sus actos – coronados a veces por victorias sectoriales – ni el crecimiento, a partir de 2011, de nuevos y significativos movimientos ciudadanos en varios países europeos de la periferia continental sur y en los Balcanes. Poco a poco, el principio de la realidad se ha manifestado a todos los actores políticos y sociales. Actualmente no se percibe ya que la opción por un federalismo democrático y solidario para el porvenir europeo sea considerada realista y abordable. La «desobediencia» a los tratados europeos «para refundar Europa» se impone a la izquierda transformadora como el nuevo consenso. Actualmente, la idea de que se produzcan rupturas nacionales unilaterales por principio ya no resulta tabú – hasta es plebiscitada – visto que según el punto de vista mayoritario, actualmente en vigor en el seno de la izquierda transformadora, se realiza desde una perspectiva cooperativa «en el sentido (de que dichas medidas unilaterales) no (estén) dirigidas contra ningún país, opuestas a las devaluaciones competitivas, pero contra una lógica económica y política y que cuanto mayor cantidad de países las adopten mayor será su eficacia» [5]
Pero este planteo deja intactos todos los interrogantes iniciales y en especial el primero de ellos: ¿sería posible reformar radicalmente, en sentido progresista a la Unión europea? Y si fuera posible ¿con qué medios y con cuales fuerzas sociales y políticas imponer esas transformaciones a los estados y a las instituciones europeas? En el seno de la izquierda transformadora y en los movimientos sociales, algunos sugieren salir de la moneda común lo que permitiría reintegrar poder a las soberanías nacionales dentro de la arquitectura de los poderes europeos, pero no existen razones para creer que no mantendrán el mismo interés de los gobiernos de tendencias hacia la austeridad (ya sean social demócratas, conservadores o ambos) que actualmente asfixian a las sociedades europeas. Otros consideran imposible toda revisión. Según ellos, conviene encarar escenarios de «salida seca» del euro, incluso de la UE, en la que una llevaría lógica y rápidamente a la otra. Otros preconizan una estrategia de desobediencia cooperativa a los tratados europeos que fundamentan a la UE y al euro, con el objeto precisamente de refundar a Europa. De hecho no podría tal proyecto basarse en rupturas superficiales y selectivas que pudieran mantener la arquitectura… de la UE. Sostenida por una fracción de la izquierda transformadora deseosa de evitar los riesgos políticos inmediatos que produciría una «salida seca» y conservar la unidad del proyecto europeo, esta estrategia exigiría por parte de sus conductores destruir, como lo indican sus propuestas políticas y económicas, todo el aparataje europeo (tratados, directivas, instituciones fundamentales, etc.) ¿Lo lograrían en condiciones más favorables?
En realidad todas estas opciones adolecen de la misma fragilidad. Todos esos proyectos podrían conformar las múltiples caras de un mismo objeto: la impotencia de la izquierda. Si para tener éxito es necesario reducir a hilachas todo lo que constituye la UE, hasta que no quede casi nada, de cada uno de esos programas y de las medidas económicas complementarias tendientes a domesticar a las fuerzas financieras, resulta imprescindible la resuelta intervención de un gobierno de izquierda o de múltiples coordenadas e interacciones a escala europea, impulsados por poderosos movimientos populares cívicamente insurrectos en el marco de una estrategia basada en principios de un revivido «foquismo». Cada una de estas estrategias requiere en realidad, el mismo presupuesto. Ya sea que intervengan en un marco nacional o en el europeo, su materialización solo puede darse a partir de la existencia de potentes y disponibles fuerzas sociales movilizadas en función de una lucha social y de una voluntad política que tenga por objetivo la conquista del poder del Estado. Este último punto implica además, en el seno de los movimientos sociales, la superación de un enfoque apolítico – tipo «niño bueno» según la expresión del historiador británico Perry Anderson – de la oposición al capitalismo.
Estas condiciones no son imposibles de lograr. Y hasta aparecen a veces. Pero históricamente son siempre fruto de situaciones extraordinarias en las que una violencia inaudita a menudo exterior por hechos bélicos o interior por la explosión de situaciones insurreccionales o de avanzadas revolucionarias, se abate sobre las sociedades y produce un derrumbe brutal de los sistemas políticos y sociales. No hubiera habido Revolución bolchevique sin el primer conflicto mundial, tampoco Vietnam sin la intervención militar de los EEUU, ni Hugo Chávez sin el «Caracazo» de 1989, ni Rafael Correa en Ecuador o Evo Morales en Bolivia sin la implosión interior de un sistema político e institucional en avanzado estado de descomposición y sin un paralelo maltrato exterior (estrangulamientos producidos por la deuda y los Planes de ajuste estructural del FMI y del Banco Mundial).
Forzoso es comprobar que la situación actual no es la misma. La crisis europea y aún más el sistema mundial, son mucho más abiertos y producen gran cantidad y cada vez más dramáticas violencias sociales y democráticas. Reviste, por lo tanto, una forma diferente de la de las crisis precedentes en el sentido de no inducir un derrumbe generalizado en toda Europa. Se va extendiendo lentamente royendo las estructuras de los Estados sociales con ritmos diversos y de diferente intensidad según los países y sus historias sociales y políticas. Los países periféricos del Sur y de Europa oriental han sido duramente atacados, los del centro del sistema de poder europeo también, pero en menor medida. Y desde que las turbulencias financieras se agudizaron para el conjunto de las estructuras, las clases dominantes no han dudado en usar todo tipo de medidas – aún las «no convencionales» – para evitar lo peor. También ellas han aprendido algunas lecciones de la historia…de su propia lucha contra la clase obrera.
Frente a esta situación, la izquierda y los movimientos sociales no cuentan con capital (fuerzas sociales poderosas y disponibles para encarnar sus ideas, la oferta de un discurso alternativo capaz de movilizar a la sociedad), ni de un marco – ya sea nacional o europeo – en los cuales apoyarse para introducir una cuña en el sistema. Además, deben luchar cada vez más contra una extrema derecha que coopta un parte significativa de la oposición popular al sistema que acepta aún expresarse a través de las elecciones.
En tales condiciones, las estrategias de salida del euro o de desobediencia progresista cooperativa, deben ser evaluadas a la luz de lo que realmente representan. Es cierto que constituyen palancas de movilización política interna de la izquierda transformadora, pero no conforman perspectivas políticas movilizadoras – desde un punto de vista progresista – con posibilidades de ordenar los problemas concretos de las poblaciones europeas. En realidad es necesario considerar la siguiente hipótesis: la izquierda y los movimientos sociales no están en condiciones de resolver la histórica situación que conforma la crisis de Europa. Podrán contribuir a las luchas defensivas, o caso por caso, y crear alianzas sectoriales y temporarias con otros movimientos y organizaciones de uno u otro país, cuando uno y otro (o unos y otros) sean afectados en un momento dado por el mismo tipo de ataque neoliberal. La inscripción de estas solidaridades se insertará en el largo plazo ante la falta de un neto derrumbe de las estructuras del sistema mismo, si se produce. Porque una de las particularidades de la actual crisis, podría ser que se instalara en una secuencia más larga, provocando deterioros y convulsiones permanentes sin llegar a crear sin embargo, para el sistema, contradictorias e inmanejables situaciones. De modo que le impondría a la izquierda transformadora y a los movimientos sociales un estancamiento que acentuaría gradualmente la profundidad de los problemas democráticos y sociales nacionales y que plantearía condiciones para una guerra de posición en lugar de una guerra de movimiento que sería más favorable sin embargo para ellos ante la inexistencia de un movimiento social europeo presente y unificado en todos los países.
El período se caracteriza por el hecho de que la izquierda transformadora no tiene el destino en sus manos. Una parte de ese destino estará en juego sin embargo en las elecciones del Parlamento europeo que tendrán lugar entre el 22 y el 25 de mayo en toda Europa. Estará entonces sometido a votación su proyecto de «refundación de Europa» y su credibilidad se jugará a todo o nada.
Notas:
[1] Attac (bajo la dirección de Jean Tosti) L’Europe à quitte ou double, Editions Syllepse, Paris, 2009.
[2] Por su parte, el autor ha contribuido en este contexto a la concepción del documento estratégico del Partido de izquierda sobre el euro, «Resolución del Partido de izquierda sobre el euro» (http://www.jean-luc-melenchon.fr/arguments/resolution-du-parti-de-gauche-sur-l%E2%80%99euro/).
[3] Leer sobre este tema a Ignacio Ramonet en «Pourquoi l’extrème droite monte-t-elle en Europe» Mémoire des luttes, mayo 2014 (http://www.medelu.org/Pourquoi-l-extreme-droite-monte-t).
[4] Serge Halimi, «La machine à punir», Le Monde diplomatique, mayo 2014.
[5] Attac, La Fondation Copernic, Que faire de l’Europe ? Désobéir pour reconstruire, Editions Les liens qui libèrent, Paris, 2014
Christophe Ventura es periodista.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.