Desde que hace dos décadas ese personajillo inmundo que metió a España en una guerra que repudió la inmensa mayoría de este país ya empezó a hacer ostentación de su sombría, ridícula y peligrosa catadura, yo nunca he analizado sus desmanes y expolios, ni los desmanes y expolios de los sucesivos gobernantes de su laya […]
Desde que hace dos décadas ese personajillo inmundo que metió a España en una guerra que repudió la inmensa mayoría de este país ya empezó a hacer ostentación de su sombría, ridícula y peligrosa catadura, yo nunca he analizado sus desmanes y expolios, ni los desmanes y expolios de los sucesivos gobernantes de su laya como decisiones dignas de debatir. Me niego a verlas y a interpretarlas a la luz de los cánones de la crónica. Lo mismo que me resulta imposible glosar las andanzas del maniobrero, del tramposo o del delincuente empedernido, a no ser que lo haga a través del psicoanálisis o de la psiquiatría. Estas gentes en el fondo son enfermos. La ambición tiene su tope en el delirio. Y la codicia, el ego y el egoísmo de estos especímenes alcanzan en ellos tales niveles de desmesura que donde se debe hablar de ellos no es en los periódicos o en los libros sino, para estudio, en la criminología o en la medicina forense…
Otra cosa son las políticas y omisiones del otro partido mayoritario al que he acusado y acuso de no haber hecho nada de lo que se esperaba de él. Pues sólo ese partido podía derogar y reformar la ley electoral, la hipotecaria, la del indulto, denunciar el Concordato con la Santa Sede para ajustar el Estado laico a lo que proclama la Constitución, o proponer un referéndum monarquía-república. Y sin embargo nada de todo eso ni ha hecho ni ha propuesto.
Porque lo que han hecho siempre los de la otra casta que ha regido a lo largo de toda la historia de este país, con feudalismo o con reyes absolutos, con dictadura o con simulacros de democracia, han sido añagazas de mafias, de facinerosos y de monipodios que no merecían otra atención y análisis que la que merecen el caciquismo, la prepotencia, el cinismo, el saqueo englobados en la sola idea de una incontenida voluntad de dominio sobre la mayoría, en el ámbito patológico a que antes hago referencia.
En esa línea inmoral, aniquiladora de grandes mayorías y numerosas minorías, ¿qué se supone se han propuesto estos gobernantes, estos banqueros, estos miembros de lobbys y multinacionales que provocan o permiten desahucios masivos que, además de arramplar con el dinero público en multitud de casos no dan solución a los desahuciados, niegan la asistencia médica a quien no puede pagarla, dejan morir a la gente y la inducen al suicidio, persiguen y encarcelan a quienes se quejan, mienten compulsivamente con todo cinismo, falsean una situación provocada deliberadamente para el enriquecimiento de unas cuantas familias de España, de Europa y del mundo? ¿Qué se proponen? ¿Diezmar metódicamente a la población, país por país? ¿suprimir rápidamente a los «sobrantes»?
Cada día que pasa más parece que eso es así. Por eso en Japón, su ministro de Economía no hace mucho llamó a rebato a los mayores para que hicieran espacio a los jóvenes, se dejaran morir o se quitaran la vida. Todo forma parte de un plan siniestro y diabólico urdido por la Thatcher y los ensayistas mediáticos estadounidenses, con los hermanos Kaplan en cabeza.
Esto no es distorsionar la realidad ni es paranoia; esto son hechos. El manoseado «austericidio» (por cierto incorrecto y detestable neologismo empleado por políticos y periodistas que pasan por cultos pues no se «mata» la austeridad sino el básico bienestar) no es más que la argucia a gran escala para eliminar demografía. A otros continentes llevan la ruina con invasiones directas y guerras intestinas provocadas o inducidas para mejor saquear sus riquezas. Ya no les es preciso gasear ni fusilar en Occidente. En Europa bastan políticas miserables que van excluyendo a enormes sectores de población. Y todo, para el enriquecimiento subitáneo y salvaje de unos cuantos miles de familias en España, unas cuantas decenas de miles en la Europa Vieja y la otra, y unos cuantos millones en el mundo, frente a los más de siete mil millones de seres humanos que habitan el planeta.
Y luego hay otra refleión: ¿acaso existe algún fundamento de la lógica formal o de la lógica moral, algún nóumeno que puedan explicar y justificar la diferencia sideral entre el esfuerzo y los méritos aducidos por esos detentadores de poder y de riqueza masivos, y el esfuerzo y los méritos de otro ser humano cualquiera? ¿Verdaderamente son la inteligencia creativa (la única que a efectos de los agravios comparativos debe considerarse) y la habilidad del homo faber lo que explican y justifican las medianas, grandes e inmensas fortunas, y el blindaje de tantas vidas desahogadas que formaron o forman parte del poder? ¿Acaso quienes acumulan más títulos, están oficialmente mejor preparados, tienen más méritos académicos y además son honestos son los que más nadan en la abundancia? ¿No son los mejor dotados para la trampa, para el chanchullo, para el golpe bajo, para la mentira y para burlar la fiscalidad, con una nula conciencia social y una ausencia absoluta de escrúpulos los que legislan, medran, roban, deciden el destino de los demás y se enriquecen de manera vergonzosa?
El pueblo debe encontrar urgentemente la fórmula para desalojarles del poder, tanto institucional como de hecho; una fórmula que acabe con la voluntad de dominio de lo que al fin y al cabo son minorías sobre grandes mayorías.
Oscar Spengler vaticina en 1921, en su magna obra «La decadencia de Occidente», la dictadura universal hacia el año 2040. Anticipémonos la mayoría para evitarlo. Hagamos frente a esa chusma para situar a cada país y a la humanidad donde la Razón y la conciencia superior deben estar en el milenio que vivimos, y expúlsemoles a todos. Confiemos en que las formaciones emergentes populares de España que acaban de irrumpir por las urnas en Europa lo consigan…
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