Traducción del portugués para Rebelión por Luis Carlos Muñoz Sarmiento
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En La interpretación de los sueños (1900), Freud, entre otros, analizó un sueño que una paciente suya habría oído en una conferencia que la impresionó mucho, habiéndolo narrado así: «Un padre había estado despierto a la cabecera del lecho de su hijo enfermo por días y noches interminables. Tras la muerte del niño, fue al cuarto contiguo a descansar, pero dejó la puerta abierta, de manera que pudiera ver desde el suyo el aposento en el que yacía el cuerpo del hijo, con altas velas a su alrededor. Un viejo fue el encargado de velarlo y se sentó al lado del cuerpo, murmurando rezos. Después de algunas horas el padre soñó que su hijo estaba de pie junto a su cama, que lo tomó del brazo y le susurró en tono de censura: ‘Padre, ¿no ves que estoy ardiendo?’ Se despertó, notó un intenso resplandor en el cuarto contiguo, corrió hasta allí y constató que el viejo guardia se había quedado dormido y que el sudario y uno de los brazos del cadáver de su amado hijo habían ardido por una vela encendida que cayó sobre ellos».
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Respecto al fragmento arriba mostrado de La interpretación de los sueños de Freud, argumentó Lacan en el Seminario XI: «No es otra cosa que el mundo del más allá y no sé que secreto compartido entre el padre y el hijo que viene a decirle –¿Padre, no ves que estoy ardiendo? ¿De qué es que él arde? – pero del que vemos formarse en otro lugar designado como topología freudiana – del peso de los pecados del padre, que carga el fantasma del mito de Hamlet con el que Freud duplicó el mito de Edipo. El padre, el Nombre-del-Padre, soporta la estructura del deseo con la de la ley – pero la herencia del padre es aquello que nos designa Kierkegaard, es su pecado».
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Si traducimos «topologia freudiana» por imperialismo yanqui-occidental, ¿cuál es el peso de los fantasmas del padre? ¿Quiénes somos los hijos que recibimos la herencia del pecado del padre y que sustentamos la estructura del deseo con la ley? ¿Cuál es la estructura del deseo?
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El argumento de este ensayo es: la estructura del deseo constituye lo que es posible llamar american way of life o estilo gringo de vida, topologia capitalista planetaria que soporta el peso de los pecados del padre, cuyos muchos nombres se traducen en oligarquías, transnacionales [ya no multinacionales: Nota del Trad.], opresión de clase, de género, étnica, epistemológica, lingüística, simbólica e infinidad de otras más.
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¿Qué está en juego en la estructura del deseo del imperialismo yanqui-occidental? ¿Cómo se constituyó esta estructura? Considerando la segunda pregunta, en lo profundo y superficial y que debería venir primero, la constitución de la topologia capitalista del presente histórico se dio a partir de la afirmación del deseo de los hijos, los cuales pueden ser designados, porque son legión, como: esclavos, súbditos, obreros, desempleados, desnudos, lumpen, en una escala en la que es tanto más hijo cuanto más es alteridad, cuanto más es abandonado, rechazado, humillado, explotado, torturado, vuelto invisible, asesinado.
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En cuanto a la segunda pregunta, a su vez, es posible afirmar que la estructura del deseo del imperialismo yanqui-occidental fue meticulosamente planeada y efectivamente llevada a cabo a escala planetaria teniendo en cuenta el deseo de los hijos de producir un mundo sin la pesada herencia de los padres -herencia designada por Walter Benjamin, en Sobre un concepto de historia, como tradición del oprimido. Un mundo, por lo tanto, absolutamente seglar, sin oligarquías, sin opresión, sin dioses ni engaños. Un mundo de los iguales, hecho por los iguales, de los hijos, en fin, huérfanos que decretan democráticamente que nuestra orfandad común sería nuestra marca de Caín universal, la que nos haría ciudadanos planetarios, porque vivimos en un mundo también sin padre, razón suficiente para cuidar de nosotros mismos, amarnos, festejarnos como seres terrícolas que tenemos el cosmos como desafio sin tregua para inspirar nuestra ininterrumpida auto-invención, como iguales, como huérfanos, como hijos.
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Esta es pues la estructura del deseo que el imperialismo yanqui-occidental, como una fábrica o un parque de diversiones, montó para los hijos, los abandonados de la tierra: un mundo sin padre, todo nuestro porque no es de nadie.
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Si, con Michel Foucault, el biopoder se define por el eje individual, al que él llamó anatómico-político; y un segundo eje colectivo, por él llamado biopolítica de la población, consideremos que la estructura del deseo del imperialismo yanqui-occidental sea o se inscriba en el horizonte de la biopolítica de la población mundial y que, por lo mismo, tenga relación con el perfil de la especie humana. Esta, la especie humana, bajo el punto de vista de la biopolítica de la población, debe vivir creyendo que está en un mundo sin padre, en el cual debemos luchar para producir una humanidad libre de todas las opresiones.
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La estructura del deseo del imperialismo yanqui-occidental se constituye como una biopolítica de la población mundial desafiada a montar un perfil para la especie humana en que esta se asumiera o se asume como hija huérfana de una tierra huérfana, sin padre, sin jerarquías, sin opresores, sin oprimidos, de terrícolas hijos pródigos, con destinos iguales, como mortales y, por lo tanto, vivos que, para citar al Nietzsche de Así habló Zaratustra, «se sacrifican por la Tierra para que la Tierra sea del hombre en un día futuro».
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Por otro lado, como la tal estructura del deseo montada por el imperialismo yanqui-occidental constituye pura y simplemente una trampa de padres oligárquicos para hijos bastardos, es en el otro lado del biopoder, en su dimensión anatómico-política, que las cosas caen en el mismo momento en que los hijos accionan los cables o prenden las velas para producir un mundo de todos, porque de nadie es.
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Si los dos ejes del biopoder de Foucault deberían, en su perspectiva, articularse, tal que la dimensión individual, la anatómico-política, convergiese con la de la biopolítica de la población, en un contexto en que tal convergencia esbozaría el perfil de la especie humana de la y para la civilización burguesa, la estructura del deseo del imperialismo yanqui-occidental se constituye por la divergencia absoluta entre el lado anatómico-individual del biopoder en relación con el lado de la biopolítica de la población: en el lado de esta, debemos comportarnos como huérfanos, comunes, terrícolas, iguales, sin padre, sin dioses, laicos; en el lado de aquella, la anatómico-individual, debemos ser lo que confesamos ser, a saber: hombres, mujeres, gays, negros, indios, latinoamericanos, africanos, asiáticos, musulmanes, europeos, izquierdas, derechas.
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Esta es la estructura del deseo del imperialismo yanqui-occidental que capturó a todo el planeta (en unos lugares más, en otros menos), constituyéndose como la principal fuente de todas nuestras contradicciones, nuestros errores y locuras, a saber: luchamos en el plano común, huérfano, terrícola, para la producción de una humanidad justa, libre de opresores, pero teniendo como banderas nuestras causas subjetivas, individuales, identitarias, como mujeres, negros, indios, brasileños, musulmanes, laicos, religiosos.
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En este contexto la estructura del deseo de emancipación de la humanidad, el planeta todo, se vuelve inevitablemente una verdadera plaza de guerra igualmente planetaria. Cuanto más luchamos por libertad, por justicia, contra todas las formas de opresión, más resultamos oprimidos, más nos volvemos rehenes de la estructura del deseo planeada por el padre colonizador yanqui-occidental como verdadera emboscada en la cual o a partir de la cual, al actuar para liberarnos, prendemos fuego al planeta y entonces preguntamos, en Nombre-del-Padre, qué estructura el deseo con la ley de fuego: «Padres, ¿no ven que nos estamos quemando?».
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Ahora, si el sueño, en la perspectiva de Freud, es deseo realizado, este requiere ser analizado literalmente: el deseo del padre es igual que nos quememos en nombre del imperialismo yanqui-occidental, invirtiendo la trama de Hamlet , de Shakespeare. Si en esta conocida pieza del autor de Macbeth, el padre, como fantasma, aparece al hijo proclamando que este lo vengue porque habría sido asesinado por su Hermano, con la participación de la madre de Hamlet (la reina), usurpando el trono, la estructura del deseo del imperialismo yanqui-occidental, en Nombre-del-Padre, subvierte a Shakespeare porque transforma al hijo en fantasma que debe quemarse ininterrumpidamente en nombre del imperialismo yanqui-occidental para enseguida, buscando piedad, proclamar: ¿Padre, no ves que estoy ardiendo?».
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El hijo se quema en Nombre-del-Padre, la estructura del deseo del imperialismo yanqui-occidental, simplemente luchando por su identidad, sea la que fuere, de derecha, de izquierda, reformista, revolucionaria, social-demócrata, anarquista, fundamentalista, nazista, negra, homoerótica. Es en este contexto que se vuelve posible afirmar que la verdadera bandera falsa contemporánea somos nosotros mismos, nuestras identidades, subjetividades, nuestras marcas de Caín. Es luchando por nosotros mismos que nos quemamos en Nombre-del-Padre, como ley de hierro o de fuego inscrita en el corazón de la estructura del capitalismo gringo.
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La única forma de no volvernos rehenes de la falsa bandera que somos nosotros mismos y que se constituye como el deseo de la y en la topología de la pesadilla que es el dominio yanqui-occidental sobre el planeta, es traicionando la estructura de estiércol del imperialismo yanqui-occidental, traicionando en primer lugar a nosotros mismos.
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Nosotros, independientemente de quienes seamos, somos la falsa bandera del imperialismo yanqui-occidental y actuamos en Nombre-del-Padre, quemándonos cuando luchamos por nosotros mismos.
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Esta es la paradoja de la estructura, su ausente causa que nos vuelve el efecto, la fiebre, la falsa bandera de un mundo estructuralmente enfermo. Defendiendo nuestras banderas, nos volvemos la fiebre de la estructura, razón por la cual nos quemamos en Nombre-del-Padre y de su ley: sumisión integral del planeta, de la especie humana, al dominio yanqui-occidental -la peor pesadilla.
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Nos guste o no, la única forma de salirnos de este problema es rebelándonos contra la estructura al rebelarnos contra nosotros mismos, contra nuestros más legítimos deseos de justicia, lo que significa decir que debemos tener claridad de lo que viene primero y lo primero no es nunca nuestras propias banderas, por más legítimas que sean, sino la especie humana o, para salir del antropocentrismo, la vida en la Tierra.
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Es precisamente aquí que debería ser claro para todos nosotros que estamos literalmente quemándonos, en Nombre-del-Padre, el imperialismo yanqui-occidental, para luchar, por ejemplo, teniendo en cuenta las falsas banderas de nuestras identidades nacionales. En Egipto, en Libia, en Siria, en Rusia, en España, en Brasil, en Venezuela, en Irán, en fin y en principio, en todos los lugares del mundo lo que debemos quemar principalmente es la propia estructura de deseo que define lo contemporáneo: el imperialismo yanqui-occidental.
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Para este fin, nuestras banderas no pueden venir primero, por más legítimas que sean. Nuestra causa común es la especie humana, la vida en la Tierra, si no queremos ser, teniendo en cuenta nuestros deseos más latentes, la ley en el fuego de la estructura marcada en el cuerpo de nuestras almas por oligarquías de otros arreglos socio-históricos, anteriores al yanqui-occidental.
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Es en este contexto, en el relativo al cancelamiento circunstancial de nuestros principios de placer, en nombre del principio de realidad de la especie humana o de la vida en la Tierra, que estamos en la obligación de entender que el corazón -o el alma del negocio- de la propiedad de los medios de producción en la actualidad tiene un nombre; corporaciones mediáticas o soportes tecnológicos de comunicación privados o controlados por el imperialismo yanqui-occidental.
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Sin la eliminación de la propiedad privada de las corporaciones mediáticas o de la industria cultural, para entrar en diálogo con Adorno y Horkheimer, o, todavía, sin el fin de la sociedad mundial del espectáculo de la estructura del deseo de nuestras falsas banderas, no conseguiremos jamás producir justicia planetaria ni contribuir con la invención de una especie humana huérfana de oligarquías y que, por tanto, no esté condenada, en Nombre-del-Padre, a quemarse en plazas públicas cuanto más lucha por su libertad y por el fin de las opresiones.
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No basta, bajo este punto de vista, una contraofensiva cultural del pueblo venezolano, como propone Luis Britto, con el objetivo de oponerse al dominio privado de los soportes mediáticos, en el contexto de la Venezuela bolivariana. Una contraofensiva cultural constituye, en lo que dice respecto a la ley del inconsciente estructural del imperialismo yanqui-occidental planetario, solo una falsa bandera más a quemarse en Nombre-del-Padre.
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El escándalo, por lo tanto, viene antes y es estructural: el monopolio o el oligopolio de las tecnologías mediáticas. Más que nunca, para quemar la estructura del deseo imperialista contemporánea, es necesario simplemente eliminarla, sustituyéndola por la propiedad pública de las tecnologías mediáticas.
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El monopolio, el oligopolio o igual la propiedad privada de los medios de producción mediáticos deben ser considerados claramente la falsa bandera-mayor directamente implicada con todas las otras falsas banderas, razón suficiente para que lo consideremos absolutamente ilegítimo.
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En Brasil, sin diferencia alguna de cualquier lugar del planeta, en lo contemporáneo, lo que llamamos orgullosamente revolución brasileña, no pasa de esto: reificación [o cosificación, concepto marxista para una forma particular de alienación en el modo de producción capitalista: Nota del Trad.] de la estructura del deseo del imperialismo yanqui-occidental, por la evidente razón de que lo que hemos hecho es luchar por nuestras falsas banderas anatómico-políticas contra la humanidad, contra la vida en la Tierra, dentro de la estructura del deseo del imperialismo yanqui-occidental.
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No existe, pues, mayor enemigo de la vida en la Tierra que la propiedad privada de las tecnologías mediáticas, principalmente en su dimensión corporativa, transnacional [ya no multinacional: Nota del Trad.], monopólica u oligopólica, en una palabra, oligárquica, pues ella se constituye en lo contemporáneo como el alma de la estructura del deseo del imperialismo yanqui-occidental: quiere que nos quememos todos para transformarnos en la luz de la vela del hablar despótico y genocida del imperialismo yanqui-occidental -pirotecnia peor entre los peores mundos posibles, suicidándose al suicidarnos, eludiéndonos revolucionarios, en causa propia anatómico-política.
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El camino para dejarnos las oligarquías tan huérfanos como todos nosotros, comunistas, pasa necesariamente por la eliminación de la propiedad privada de los medios de información [ya no de comunicación: Nota del Trad.] de masas, volviéndola pública, en un contexto en el que el público debe ser entendido ante todo bajo el punto de vista de la biopolítica de la población planetaria, de la cual la dimensión anatómico-política del biopoder deberá ser parte, tal como en sí es, sin contradicción, del futuro común huérfano, inventarse fuera de la estructura del deseo del imperialismo yanqui-occidental, este Estado-mayor, al cual estamos en la obligación de negar a partir del corazón de los países donde habitamos.
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De lo contrario, seremos apenas los hijos pródigos en llamas a suplicar, como fantasmas de revolución, como mercenarios, piedad al padre imperial: «¿¡No ves que estamos ardiendo! -para reverenciarte mejor?»
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