Las urgencias informativas crecen en estos días de pandemia. Ya sea a través de los medios tradicionales o desde el ciberespacio, miles de personas buscan detalles sobre un virus que pone en jaque a todo el planeta. Cuba no es la excepción y desde hace semanas se incrementa el tráfico de datos en Internet, mientras en las redes sociales aumentan las publicaciones tanto de perfiles personas como de instituciones mediáticas. Cada novedad tiene una repercusión extraordinaria.
En medio de ese contexto, el país busca alternativas para sostener los flujos de noticias y mantener una actualización constante sobre el tema del momento. Cualquiera que asista al menos una vez a las reuniones de los Consejos de Defensa en cada territorio no encuentra diferencias entre lo que allí sucede y los datos compartidos con el público. No obstante, frente a esa transparencia se levanta también un escenario que apela a la desinformación y al caos.
Los ejemplos resultan muchos y variados. Remedios caseros contra el virus, teorías de conspiración sobre el origen de la cepa o detalles sobre las formas de transmisión, circulan con facilidad en sitios web —unos más serios que otros— y tienen amplificación en perfiles personales. Son bulos fácilmente reconocibles si se mira con cuidado y sobre todo si se apela más a la razón y menos a las emociones.
Sin embargo, junto a esas noticias aparece otro grupo de fake news más elaboradas y menos inocentes. Audios en WhatsApp con historias increíbles y constantes anuncios sobre cuarentenas o medidas inexistentes, circulan junto a fotos trucadas y “denuncias” sobre personas que andan de casa en casa con el propósito de contagiar el virus. A esa fauna desinformativa se unen supuestos casos positivos no divulgados o dudas sobre la veracidad de los datos oficiales.
Es un panorama que bien conocen quienes persiguen tanto el simple posicionamiento digital como la manipulación con fines políticos e ideológicos. Y allí radica uno de los grandes retos de los momentos actuales: aprender a diferenciar las aspiraciones de ganar likes y retuits de los intentos más enfocados a sembrar la incertidumbre y el caos.
Ese es el primer paso para frenar esos objetivos y rechazar ambos esquemas por antiéticos, falaces e irresponsables. A su vez, desmontar esas maniobras significa un buen camino para plantearse algunas preguntas más punzantes.
¿Por qué mientras en Cuba crecen los contagios y la máxima dirección del país llama a la unidad, aparecen a diario noticias falsas enfocadas a deslegitimar el enfrentamiento gubernamental a la crisis y socavar ese llamado? ¿Qué subsiste detrás de la mentira, la manipulación y el oportunismo? ¿Quién gana con esa actitud? ¿Cuál lectura debe quedar ante fenómenos como esos?
Quienes abiertamente buscan el desconcierto utilizan una plan conocido: de un lado, potencian elementos negativos de la actual situación y hablan de fallecidos, personal médico enfermo o de casos más dados a lo sentimental, como los niños o los ancianos.
Del otro, apelan a mensajes falsos, como el supuesto cobro cubano por la ayuda humanitaria al crucero británico MS Braemar o el contagio masivo de nuestros colaboradores en Andorra. Es una estrategia que puede ser derrotada.
Ahora mismo alrededor de 6.5 millones de cubanos tienen acceso a Internet por diferentes vías, pero esas cifras no garantizan por sí mismas un mejor consumo de información. Son, en todo caso, el inicio de un camino marcado por la responsabilidad personal y la comprensión del acceso a la verdad como un bien imprescindible en estas jornadas. Significa una fortaleza que podemos y debemos explotar más.
Como en tantas otras cuestiones, aquí lo puramente cuantitativo cede frente a elementos como la calidad del mensaje, su veracidad y sobre todo a la toma de posturas activas en el consumo de información. Desconocer esos detalles implica asumir patrones basados más en la reproducción acrítica de noticias que en un verdadero ejercicio de información responsable y útil. Y ese es un lujo que no puede darse una sociedad como la nuestra.
La situación de la COVID-19 coloca a los cubanos ante un desafío importante: resulta imprescindible hablar de curaduría de la información, de fuentes confiables, contraste de datos y de los mecanismos creados por las redes sociales para organizar las publicaciones. Son asuntos esenciales para ganar la batalla contra la enfermedad también en el campo de la comunicación.
Facebook, la red preferida en la Isla, por ejemplo, funciona con un algoritmo diseñado para priorizar las informaciones con las que estamos de acuerdo. El mecanismo se denomina filtro burbuja y busca resaltar contenidos acordes a nuestra ideología y a la de los perfiles con los que interactuamos.
Eso implica navegar en un escenario donde la capacidad personal para valorar y seleccionar datos cobra más valor, pero aun más de un coterráneo da por cierto algún detalle solo porque lo vio en la red. Ejemplos como ese contribuyen a que bulos y manipulaciones encuentren menor resistencia entre algunos y demuestran otra verdad: es fundamental asumir una actitud crítica en Internet.
En medio del actual contexto, cobra relevancia no solo aprender a identificar las noticias falsas, sino también a combatirlas con una mejor autogestión de la información y una visión más proactiva. Contraste, análisis, precisión y claridad, son claves para dominar la excitación de las redes en jornadas de tensiones y urgencias. Para Cuba, el precio de la desinformación no puede ser jamás ni la mentira ni el desconcierto.