Hasta hace meses los gurús que animan a las masas, con relatos de lo que ocurrirá en el futuro, nos contaban que la interconexión mediatizada de los seres humanos era inevitable. El futuro entre las personas estaría mediado por artefactos, conectados a redes cada vez más rápidas, además de una relación con la vida cotidiana, a través del “internet de las cosas”. Una visión concebida, en suma: inminente y hegemónica.
Los hechos parecen no contradecirlos, en apariencia, pues hoy millones de personas hacemos uso de artefactos que nos comunican a través de redes de internet. Millones de seres humanos miramos la realidad desde una ventana digital. Nos desplazamos de una pantalla a otra y al final del día, nuestra exposición pasa sin escrutinio alguno. Una ventana que se puede medir en pulgadas y se puede valorar por la velocidad y la calidad de la experiencia de las aplicaciones. Es habitual que en los encuentros personales, cada uno se encuentre individualizado con su dispositivo, sustraído o intermitente de una experiencia común. ¿Cuán inusual es encontrar a alguien que sea capaz de mantenerse en una conversación, sin contacto con un artilugio de comunicación?
Lo que anunciaron los gurús llegó, de forma inesperada para el público en general. Una pandemia sin referente reciente, nos confinó en nuestras casas. A la movilidad “necesaria”, se le agregó la distancia social y la hipervigilancia de prescripción. Nos redujeron a la interacción social esencial. A la distancia relacional, se sumó la distancia física.
Este confinamiento, esta inmovilidad, esta distancia social, nos llevó a parte del escenario expuesto por los gurús. Es decir, nuestra interacción se hiper mediatizó. Aumentó el uso de todos los dispositivos de comunicación, así como el tráfico en las redes (en algunas plataformas se bajó la resolución de los videos para no colapsar el acceso).
En esta situación que se prolonga y que retorna, conviene cuestionamos sobre esa ventana, en apariencia infinita. Esta experiencia del confinamiento nos des-vela una ventana que en realidad es angosta, con un paisaje que se ha tornado tedioso. Re-valoramos que la experiencia humana requiere de otros espacios y dinámicas que consideramos irrelevantes y que ahora las reconocemos, porque estamos privados de ellas. Hoy volvemos a encontrarnos con la necesidad del otro, tal como es: cara a cara, cerca, en diálogo no mediatizado.
El mercadeo de las transnacionales de la comunicación seguirá poniendo en escena a los gurús y buscando naturalizar eventos recientes en nuestra naturaleza como especie. Nuestra evolución está marcada por la interacción cara a cara. ¿Qué tanto puede afectar esta dirección, hechos que apenas tienen unas cuantas décadas? ¿Esto nos des-humaniza?.
Ahora bien, somos casi ocho mil millones de almas en este mundo, y para equilibrar el enfoque, solo una parte (la occidental – no mayoritaria) tiene la ventana angosta de frente. Son parte de la post-modernidad o una modernidad inacabada, que también son ventanas angostas. El resto, pues vive más cerca de la forma como hemos vivido históricamente.
Finalmente, la paradoja. Luego del reencuentro con el otro, la otra, volvemos a nuestras ausencias relacionales. Volvemos al lugar donde quedamos antes de la pandemia.
¿El problema es la ventana? O ¿El muro donde se encuentra?, una respuesta clara, nos ayuda a tener una perspectiva útil y actuar consecuentemente. ¿Habrá que derribar el muro en el que se encuentra la ventana?, para experimentar el paisaje/vida tal como es y en función de intereses propios.