Todavía hoy, en 1953, estaban matando en Santiago de Cuba a los de la Generación del Centenario. Por lo menos uno de ellos, llevado junto a otros a un lugar cercano a la Granjita Siboney para ser fríamente asesinado después de haber sido torturado y golpeado, vejado y ultrajado hasta el infinito que puede ser cada segundo en esas circunstancias, murió de un infarto y no como el resto de sus compañeros del impacto y el destrozo de carnes, músculos y huesos de las balas.
¿Habrá realmente muerto allí de horror ante la certeza de la muerte que se le iba a procurar, o no habrá soportado antes un gramo más de dolor, soledad y terror, de desamparo, en una sala de tortura improvisada pero macabramente eficiente en el Cuartel Guillermón Moncada?
Nunca se tendrá certeza de las circunstancias reales de ese grotesco y sobrecogedor final. La autopsia del cadáver levantado del sitio, no aportará otros datos que permitan dilucidar esa pregunta. Permanece muda, cerrada a cualquier especulación, casi con seguridad, para siempre.
El miedo, se sabe, no es escaso nunca en un hombre valiente, acaso porque nadie ama la vida más, porque nadie aprende a disfrutar la vida más, que aquel que la arriesga.
Se dice fácil: arriesgar la vida, pero hay siempre un camino entero de determinación y coraje en esa multitud de pequeñas decisiones por las que pasa una mujer o un hombre para ir de las palabras a los hechos. Al final de él, no pocas veces se pierde de verdad lo que se arriesga.
La carretera que pasa frente a la Granjita Siboney en la ciudad de Santiago de Cuba está sembrada de monumentos sobrios y sencillos, casi rústicos, que dan testimonio de la existencia de ese tipo de hombres.
Salvo uno, no distinguiré aquí yo de sus compañeros al que murió junto a ellos como uno más, la mayoría de los monumentos recogen sus nombres de tres en tres. Bajo el nombre de cada uno de ellos, o al lado, aparece siempre la ocupación por la que eran distinguidos antes de morir estos hombres: uno fotógrafo, otro lechero, aquel otro chofer. Salvo unos pocos, pertenecían a ese linaje oscuro que se pierde la mayor parte de las veces en el olvido de los pueblos.
Se conocen cuáles fueron sus hechos. En cambio, los sueños, las pasiones, los amores y angustias de los hombres son tragados, devorados y oscurecidos siempre por sus hechos.
El defecto físico que lo atormentó, la herida infrigida por la mujer amada, la rabia del hambre en la memoria de niño, el goce y el vértigo de cada caricia de una lengua, los zapatos nuevos, la risa y el juego en el piso con los hijos, la cerveza fría, el poema que no se atrevió a entregar por el desdén posible, la película que quería ver, son fragmentos de algo que jamás, ya nunca más y para siempre, podrá ser reconstruido.
Quedan las imágenes, es cierto, alguna que otra vez las imágenes nos devuelven los gestos, risas, el calor de sus voces, sus miradas. Como ésta en la que aparece José Luis.
Es cierto. En ella el hombre está ya sumergido en el cataclismo de los hechos que aún no alcanzan a devorar su vida, a convertirla en fragmentos imposibles de volver a unir como el todo magnífico y al mismo tiempo común que ha sido hasta hace muy poco.
Se puede interrogar la imagen de ese hombre: hágalo.
Tratar de observar otra vez su mirada, tratar de entender que nos dice desde la lejanía y profundidad de los hechos que una foto ha salvado para nosotros sin poder siquiera salvar la vida del hombre que vemos en ella.
Es posible que la foto no le diga nada, también que aparte de ella la vista rápidamente, o que vuelva una y otra vez a ella, tal como hará más tarde, intentando verse a sí mismo en la oscuridad y el brillo de unos ojos, que poco después de hecha la foto, se cubrirán por breve tiempo de un denso manto blanco y acuoso.
No se asuste. Es ciertamente imposible interrogar la imagen, la mirada del hombre que hay en ella, o en cualquier otra, o a cualquier otra mirada, cuando en realidad nos estamos interrogando a nosotros mismos, y a nuestros propios hechos.
Nos falta la rebeldía, nos hace tanta falta hacer la rebeldía, que deberíamos darnos cuenta que está mal que su día en Cuba sea feriado.