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In memoriam

La extraña labor de Diego Moreno en Palomares

Fuentes: Rebelión [foto: Uno de los lugares que frecuentaba Diego en su extraño trabajo. Puerta de acceso de la Zona 2, donde se hallan vallados 59.000 m2 de tierras contaminadas con plutonio, americio y uranio. JHP]

Se llamaba Diego Moreno. Nunca supe su edad exacta. Las cicatrices de la vida impedían un cálculo certero.

            Había nacido en Palomares, pequeña población de la provincia de Almería, que debe su fama al accidente nuclear de aviación en 1966. Allí, donde aún hay cuatro parcelas contaminadas con plutonio, fruto del engaño en 1966 de los Estados Unidos, la dictadura y los gobiernos democráticos. Desde su infancia, había vivido con la singularidad del control y seguimiento dela radiactividad, que formaba parte del ambiente familiar, siempre presente por cotidiano, como una seña más de identidad forjada en los albores de su memoria.

            Su padre, además de topógrafo, era el trabajador local de la Junta de Energía Nuclear (JEN), que más tarde pasaría a denominarse CIEMAT. Francisco Moreno Navarro, era una institución en Palomares, porque desde el inicio del accidente trabajó para este organismo hasta su jubilación. Su faena era variada: cambiar los filtros de celulosa de los muestreadores de aire para medir la resuspensión del plutonio mezclado con el polvo, recoger muestras de las tierras, de animales, de producción agrícola, flora silvestre o pescado y enviarlas para su análisis a Madrid. Con frecuencia recibía a los jefes y científicos, que venían a controlar la marcha del «Proyecto Indalo»; ese oscuro emprendimiento que estudió la interacción del plutonio con sus habitantes, flora, fauna y tierra. Solía acompañar y atender al jefe de la División de Medicina, el Dr. Ramos, a la encantadora Conchita Álvarez; una gran científica, a pesar del férreo patriarcado. Ella fue la que descubrió la capacidad bioacumuladora del plutonio en los caracoles, tan codiciados en la zona para ser cocinados con salsa de almendra o tomate. Le daba las muestras y los filtros al conductor Fructuoso Moya, cuando venía solo. En una ocasión acudió a aquellos parajes el presidente de la JEN, Otero Navascués, reputados científicos gringos como Chet Richmond, Phillips Dean, o el mismísimo Dr. Langham, «Mr. Plutonium», que fue el que diseñó todo el experimento. Aunque de manera indirecta, este era el ambiente con el que Diego convivió.

            Al final siguió la estela paterna. Estudió topografía y cuando en 1997 se jubiló su padre, Diego le sucede en el CIEMAT. Las consecuencias del accidente, su seguimiento le eran ya, nunca mejor dicho, algo familiar.

            La extraña labor de Diego era muy variada. En ocasiones se trataba de una faena relajada, rutinaria, en otras, tuvo que trabajar muy duro. En principio le hacían contratos de 5 años. Cuando comienza en 2003 el Plan de Investigación (PIEM-VR) para ver cuánto plutonio habían dejado los norteamericanos, ha de atender simultáneamente al «Proyecto Indalo», con Asunción Espinosa al frente y a Recuperación Radiológica Ambiental (RERA), con Carlos Sancho Llerandi, que le amonestaba cuando atendía a los otros y viceversa. Yo no me podía dividir en dos, me comentó apenado cuando recordaba aquello. Ello le supuso un gran incremento de trabajo y muchas horas extras no contabilizadas como tal. Frecuentemente comenzaba a las 8:00 a.m. y finalizaba a las 22:00. El caso más extremo fue cuando estaban con el georradar en la Zona 2, buscando uno de los dos enterramientos de basura radiactiva que secretamente dejaron los norteamericanos en 1966. Se les hizo de noche en el campo. Iluminados con focos siguieron. Hallaron anomalías en las proximidades. Al final, en la medianoche, la encontraron por fin, además de un agujero, como si fuera un pozo, con restos contaminados. Era la segunda fosa, con 3000 m3, tres veces más restos de lo que se llevaron en 1966.El mérito se lo atribuyeron a Enrique Correa.

            En 2012, cuando iba a cumplir los 15 años de relación laboral, le llamaron a Madrid. Iba avisado de que lo más seguro es que no le renovaran. Eran tiempos donde se estaban destruyendo los derechos básicos de los trabajadores, conquistados tras décadas de lucha. Justo acababa de aparecer la ley de febrero de 2012, o de saldo de los despidos, en la que se reducían los días de indemnización. Según su testimonio, en la reunión con Carlos Sancho Llerandi, le dio un documento en el que debía renunciar a los 15 años de antigüedad, si quería que le hicieran otro contrato. Por muy incomprensible que nos parezca, el fraude de ley se prodiga tanto en el sector privado como en el público, que debería ser modélico. Hasta aquí llega la pudrición de nuestro país. Él se negó y no le renovaron. Los denunció. Tras mucha batalla, el juez dictaminó el fraude y la indemnización. Aceptó esta última, lo que demuestra que podemos ser víctimas de este sistema corrupto, pero también de nuestras decisiones.

            A partir de ahí, todo pareció torcerse. La consolidada relación con su pareja se fue deteriorando hasta que su relación terminó. Sufrió una severa depresión que aparecía de vez en cuando. Para colmo de males, le fue detectado un melanoma en el sitio más insospechado: la planta del pie; quizás por la mala fortuna, que suele acudir a tropel, o quizás por tantos años de trabajo pateando las zonas contaminadas, con un inventario creciente del gamma emisor americio 241.

            Lo que restaba de su cotidianeidad quedó deteriorado en los últimos meses con el Covid-19. El hastío y la soledad extrema del confinamiento pudo terminar de desestructurar su vida. En unos meses perdió 10 kg, a pesar de que no padecía sobrepeso. Le hicieron varias pruebas diagnósticas. Hablamos, o mejor, hablé con él varias veces en los últimos meses. A él le costaba expresarse como antes. Se fue a vivir amparado en los cuidados de su madre. Al parecer era tarde; transitaba ya por un camino sin retorno. Un antiguo compañero me había comentado hacía un mes su preocupación porque terminara mal. No se equivocó; renunció a la vida.

            Sin conocerme personalmente, fue el único de Palomares que en 2008 me pidió el favor de proyectar el largometraje documental «Operación Flecha Rota. Accidente nuclear en Palomares» en su casa de Palomares, con el equipo del «Proyecto Indalo» en persona. Ha sido la única vez que se visionó en aquella población.

            Pero Diego también amaba la vida. Músico aficionado, su casa estaba llena de instrumentos musicales. Era un fanático de Quentin Tarantino y de las bandas sonoras de sus películas. Solo hacía unos meses acababa de escribir un relato de ficción y quería mostrármelo. También acababa de conocer a una chica, casualmente topógrafa como él. Gustaba de soñar despierto, como casi todo el mundo. El texto que encabezaba su cuenta de whatsapp eran solo dos palabras y se nos antojan como su último mensaje: carpe diem.