Profesor de Sociología en la Universidad Complutense, investigador, traductor, editor (Karl Marx, Benjamin, Karl Polonyi), filósofo con pensar propio, autor, entre otros ensayos, de Sociofobia (2013) y Capitalismo canalla (2015), César Rendueles [CR] es uno de nuestros pensadores y escritores más prolíficos, interesantes e influyentes.
Su último libro, un verdadero regalo para cursos de formación o seminarios sobre el tema (contiene detalladas propuestas políticas), lleva por subtítulo “Un panfleto igualitarista”. Aparte de la presentación (“El trauma de la desigualdad”), está compuesto por doce capítulos, un epílogo y las notas. Su contenido, con palabras del propio autor: en los tres primeros capítulos se presentan “las características del igualitarismo profundo para, en el resto del libro, desarrollar algunos rasgos de un proyecto igualitarista factible en campos como la economía y el trabajo, las relaciones entre mujeres y hombres, la educación, la cultura, el medioambientalismo o la participación política” (p. 13).
Convendrán conmigo en que toda reseña que se precie debe tener un contenido crítico. Les voy a decepcionar: me es difícil, por no decir imposible, cumplir el requisito. Creo coincidir con casi todas las ideas, sugerencias y argumentos expuestos por CR en el libro y no creo exagerados los comentarios que se han escrito sobre su trabajo: “Rendueles pone en tela de juicio aquellos lugares comunes sobre los que ya no nos paramos a reflexionar” (Marta Sanz), “Leer a Rendueles es comprender mejor lo que está pasando” (Belén Gopegui).
Diré más: es admirable (y envidiable) el estilo expositivo de CR, la meditada estructura de los capítulos, su sentido (crítico) del humor sus preguntas esenciales (“¿Por qué las desigualdades económicas resultan tan increíblemente persistentes?”, p. 76; “Necesitamos mercados, sí. La cuestión crucial es cuáles son sus límites y qué lugar ocupan en nuestras sociedades”, p. 88), su realismo político atemperado (“describo la igualdad como un camino escarpado, lleno de claroscuros e incertidumbres que, no obstante, necesitamos explorar urgentemente”), sus matices, creencias y posiciones (“El capitalismo es razonablemente compatible con las dinámicas comunitarias siempre que estén desarticuladas”, p. 210; “Es muy difícil que florezca la igualdad democrática en un suelo socialmente árido, individualista y poco comprometido con las instituciones comunes”, p. 214; “El igualitarismo no es suficiente para mejorar las instituciones educativas, pero es un ingrediente importante de su reforma realista”, p. 295), la oportunidad de los datos y comparaciones que construye (el de las ganancias de Bezos y el salario de un trabajador medio español, por ejemplo), sus homenajes a maestros (Gerald Cohen, entre otros), la praxis de su filosofar que, sin perder de vista la abstracción (nunca pasada de rosca), no olvida el ejemplo que ilustra y ayuda al lector/a, ni la empiria (más la propia experiencia, incluidos recuerdos infantiles: equipo de atletismo, p. 59, por ejemplo) para fundamentar sugerencias o hipótesis.
También le sigo fielmente en sus ‘confesiones’: “hay pocas cosas que me causen tanta inquietud moral como mi participación inercial en distintos sistemas de estratificación y mil falta de valentía para desafiarlos como creo que debería” (p. 15), en sus justificadas quejas: “La idea de que a un joven procedente de un barrio de clase trabajadora sólo le puede gustar el trap o la bachata y no puede reconocer la belleza de la poesía de Trakl o el Pierrot Lunaire es tan asquerosamente paternalista como elitista es el desprecio del arte creado en sociedades tradicionales o por personas procedentes de clases populares” (p. 307), en las finalidades políticas que defiende: véase el apartado “La verdad del apoyo mutuo”, pp. 341 ss, o léanse sus palabras de cierre: “Creo que lo que une todos estos esfuerzos es exactamente la característica opuesta a la que compartían los movimientos reaccionarios: su compromiso igualitarista, su comprensión de las potencialidades de la igualdad entendida como un proyecto finalista, como un ethos compartido que nos permitirá establecer las obligaciones colectivas necesarias para que cada cual pueda desarrollar sus mejores capacidades en una sociedad ilustrada, libre y fraterna” (p. 354). En fin, un lector entregado, eso he sido yo. Lo digo con orugllo.
Del buen decir y argumentar de CR, a contracorriente muchas veces, son numerosas las muestras. Por ejemplo: “La renta básica tal vez sea una buena idea, pero es una propuesta con numerosos claroscuros que ni simplifica los problemas ni diluye los enfrentamientos políticos potenciales (p. 133). También esta: “Nuestro convencimiento de que los progenitores modelan a través de sus actos y su actitud el futuro de sus hijos tiene como correlato una infravaloración sistemática de los efectos en la vida de los niños de la socialización entre iguales. Probablemente el margen de intervención de los padres sobre la personalidad de los hijos es más estrecho de lo que nos imaginamos. En primer lugar, porque, por mucho que nos escandalice a las personas progresistas, la herencia genética importa” (p. 9). O esta última: “Pero a nadie se le ocurría, como es habitual hoy, que una barricada fuera la antesala del terrorismo y el caos [CR está hablando de la huelga general asturiana de 1991]. Más bien era el punto extremo de un amplio continuo consensual en torno al derecho colectivo a defender tu puesto de trabajo” (p. 118).
Como son seguras las reediciones del libro, apunto algunas observaciones secundarias:
1. Sería muy útil un índice nominal.
2. Las notas, ubicadas al final del ensayo, todas ellas breves, estarían mejor situadas al final de cada capítulo o incluso al pie de página (Hay un error en la fecha de edición castellana del clásico de Kuhn sobre las revoluciones científicas).
3. CR usa en ocasiones el término “izquierdista” o “izquierdismo” para hablar, si no ando errado, de ciudadanos/as o de posiciones de izquierda. Puede ser un prejuicio leninista mío, pero los términos usados llevan una mochila semántica detrás que no se corresponde con las que creo sus intenciones.
4. Salvo error por mi parte, el “De cada cual según sus aportaciones, a cada cual según sus necesidades” fue usado por autores anteriores a Marx como Blanc o Cabet. Una tontería sin importancia.
5. ¿Debemos ser usando la expresión “Estado de bienestar” para hablar del Estado asistencial?
6. La generosa descripción de la corporación Mondragón (pp. 107-108) exigiría incluir también, para trazar un dibujo más ajustado, la situación de los asalariados no cooperativistas que trabajan en la empresa y las relaciones comerciales de la corporación.
7. Cuando CR habla de “muchas pensadoras se han esforzado por distinguir valores positivos cultivados en los espacios de socialización femeninos”, está implícito un homenaje a Giulia Adinolfi, una de las feministas que, muy a contracorriente en aquellos años, puso énfasis en un nudo apenas considerado entonces por otras corrientes del feminismo.
8. ¿Están actualizados y suficientemente corroborados los datos que CR facilita sobre la evolución de la esquizofrenia en los países pobres (63% de mejoría) y en los países ricos (entre ⅓ y la mitad de esa cifra)?
9. En la referencia al Qué hacer de Lenin y sus revolucionarios profesionales tal vez hubiera convenido una breve referencia al contexto histórico en el que el político ruso escribió su libro, un texto de intervención política en situaciones de represión y clandestinidad.
10. ¿No hay excesiva generosidad política en las referencias a Kuhn y sus fuentes de inspiración (p. 328) sobre el cambio científico?
11. Con dudas: ¿las aproximaciones a la Unión Soviética no nos dan una imagen demasiado (y siempre) negativa y unilateral de aquella experiencia?
El subtítulo del libro y las palabras finales de la presentación (“Así que he decidido ponerme a la altura de esas acusaciones escribiendo, abierta y literalmente un panfleto”, p. 15), no permiten equivocarnos: el género literario del libro de CR es el del panfleto. Como tal vez algún lector o lectora tenga una prevención con el género, conviene recordar que el Manifiesto Comunista también fue un panfleto, que el Tractatus puede ser leído como un panfleto lógico-epistemológico de la tradición analítica y que la obra de uno de los filósofos españoles más importante de la segunda mitad del XX, les hablo de Manuel Sacristán, a quien seguro le hubiera encantado el libro (y afirmaciones como esta: “La moraleja es que la igualdad material es, por encima de todo, un objetivo político a largo plazo que requiere una férrea voluntad colectiva”, p. 195), fue recogida en unos volúmenes que llevaban como título general “Panfletos y materiales.”
Fuente: El Viejo Topo, enero de 2021.