En nuestra época contemporánea de vigencia y crisis del capitalismo neoliberal, se ha llegado a un grado en que sus propias contradicciones ya ni siquiera pueden resolverse íntegramente desde los Estados-nación: la migración y la devastación ambiental.
Hemos avanzado hasta el punto en que podemos lograr la aniquilación civilizatoria. El suicidio, por decirlo de alguna manera, se ha socializado y ahora es propiedad pública. Recientemente, el famoso Covid-19 ha logrado, entre otras cosas, algo que los marxistas ansiaban desde hace mucho: hacer evidente esta crisis, no sólo para las clases trabajadoras, sino incluso para las clases medias y muchos otros personales inesperados. Esta nueva pandemia que surge de condiciones socio-naturales ya planteadas en la fase del capitalismo neoliberal, acelera los problemas que ya estaban ahí desde hace décadas. Iluminación y aceleración: dos claves para entender la conciencia contemporánea del caos. Tal vez, para dimensionar este problema civilizatorio sea útil recurrir a Gramsci. Según él, hay dos elementos generales que nos permiten entender las coordenadas históricas cuando se aceleran y se hacen evidentes los problemas decisivos de una civilización:
Elementos para orientarse: 1°] el principio de que ”ninguna sociedad se plantea tareas para cuya solución no existan ya las condiciones necesarias y suficientes” [o que no estén en curso de desarrollo y de aparición, y 2°] que “ninguna sociedad se derrumba si primero no ha desarrollado todas las formas de vida que se hallan implícitas en sus relaciones”.
Sobre el primer principio: lejos de establecer que existen condiciones autosuficientes o abstractas que conforman la transformación, la formulación implicaría que el impulso de la transformación es, antes que nada, una necesidad civilizatoria de transformación. La necesidad radical es condición racional de la propia transformación. La existencia de esta necesidad o impulso mostraría que hay algo en esa sociedad que ya no puede ser soportado o reproducido como necesario. La racionalidad de la transformación se encuentra en el corazón de la irracionalidad de lo socialmente existente. Pero para Gramsci la racionalidad de la transformación también se funda en que el signo de una crisis auténtica es que siempre adelanta pistas que no son más que las gotas de la sangre viva de los que han luchado previamente. Como ha hecho notar Slavoj Zizek, con la puesta en marcha de la cuarentena, la contaminación en China se ha reducido, lo que indica que la esperanza de vida, paradógicamente, ha aumentado. Por otro lado, se ha evidenciado lo absurdo que resultan las medidas de no cooperación internacional sanitaria, transparencia y privatización de los servicios sanitarios. Además, como han dicho recientemente los italianos, la solidaridad paradógica que implica el respeto de las medidas de aislamiento constituye una forma extraña de solidaridad que de alguna manera rompe el individualismo que se manifiesta al creer que el virus no existe o que no es tan contagioso. En Latinoamérica, por otro lado, la informalidad y precariedad del desempleo han puesto a prueba el futuro inmediato de la máxima “quien no trabaja, no vive”. Cierto que esta máxima entronca con fundamentos básicos de la vida humana, pero el neoliberalismo ha sobredeterminado esta fórmula hasta convertirla en un dogma deformado según el cual las personas deben obtener lo que se merezcan por su esfuerzo o talento. En otras palabras, creo que con el Covid-19 ha coartado esa falacia que esgrime una paridad de condiciones de inicio y de circunstancias vitales, o sea, podría correr el velo de las formas de producción que impiden la igualdad de acceso al consumo de bienes socialmente producidos bajo el marco capitalista. Como puede verse, la crisis actual es patente porque, entre otras cosas, adelanta pistas materiales para su propia resolución. Recordemos que las necesidades radicales de transformación no brotan de ideas abstractas, sino que se basan en las condiciones materiales del presente, en donde se disputan los fragmentos desordenadas del sentido común sobre los cuales es posible elaborar nuevas alternativas.
Sobre el segundo principio: cierto es que se ha consensuado que en poco tiempo llegará una gran crisis económica mundial insoslayable. Lo más importante es que frente a este proceso debemos radicalizar las medidas en forma de pistas que la crisis nos adelanta. Pero si el pensamiento estratégico implica también pensar como el adversario, deberíamos figurarnos lo que los poderosos están planeando. De esto trata el segundo principio: de la inercia o racionalidad que podría tener una sociedad en el sentido de su relativa “estabilización” o al menos de su estancamiento político-civilizatorio. Si una sociedad aún no es transformada, es porque de alguna manera encuentra las formas para sortear los procesos sociales que marcan un límite en relación a la reproducción de la vida social en su conjunto. Encontrar pseudo-soluciones a problemas sociales límite (como las soluciones frente a la baja tendencial de ganancia) es un proceso que apunta a dilatar las formas jerárquicas de una sociedad dada. Los poderosos van a intentar refuncionalizar esta situación: más privatización, más desregulación, más desempleo, más deudas, más deudas, menos derechos y menos democracia. Su finalidad es volver a lograr la subjetivación capitalista, pero no por vía de la capacidad de sus intelectuales, sino en la reconstrucción material que arraiga en la materialdiad de las condiciones de vida y de los bienes de consumo masivos que se convierten en artefactos aspiracionales y que son verdadero cemento de la vida social, pues el fetichismo del poder político puede confirmarse únicamente cuando los efectos del poder hegemónico se traducen en una experiencia constatable para las clases subalternas. Aceptémoslo, los pueblos y las clases subalternas no poseen una disposición genética o mitológica para luchar. Las rebeliones populares no se inician siempre con la demanda clara de autonomía política y social, sino que ello constituye justamente un proceso de lucha en la medida que se despliega un proceso organizado y consciente que dialectiza las demandas particulares en un horizonte emancipatorio general basado, según nuestro contexto, en tres objetivos concretos: decrecimiento-ruralización-localización. Tal vez estas tres simples demandas sean la única materia con la que los poderosos no puedan organizar una revolución pasiva. Esas tres demandas incluso apuntan a superar esos problemas civilizatorios que referenciamos en las primeras lineas.
De cualquier manera, para terminar estas líneas, sería conveniente decir que aún estamos en el limbo de la incertidumbre. La esperanza o la desesperación son los sentidos únicos de este paraje. A diferencia del optimismo que pone su fe en la doctrina metafísica del progreso, la esperanza auténtica es lo que sobrevive a la catástrofe general. Sólo cuando la situación reviste una gravedad que el optimismo se niega a reconocer, puede surgir la convicción apasionada de un proyecto que prevalecerá o (lejos del autoengaño y la paralización) un compromiso activo y deseable que, aunque no implica lo probable, depende de lo racionalmente posible. Como decían los antiguos griegos: nada turba la paz como la esperanza. Y esto justamente es así porque lo que sobrevive a la esperanza se encuentra desconfiando de todos los destinos, principalmente de cualquier reconciliación de clases o la espontaneidad socialista. Aquí no hay formulas para responder a todo de la misma forma, pues esta esperanza no va unida a la doctrina del progreso que nos “asegura” todo. Si los capitalistas tienen esperanza en la continuidad de su dominación es sólo porque los oprimidos son optimistas ante el progreso. Únicamente la renuncia al progreso capitalista puede suscitar el desconcierto civilizatorio, y por eso la esperanza que renuncia a las viejas fórmulas prefabricadas anuncia la virtud de la creatividad encaminada a construir verdaderas alternativas comunes cuyo sentido sea inaccesible para la lógica del progreso. El “no” de los poderosos será un signo de la vigencia de esta creatividad. Y por eso, como dice Shakespeare: “si en efecto un pueblo se encuentra en el límite histórico de su forma de vida —observa Lear—, hay muy poco que pueda hacer para ´atisbar el otro lado´”. Esto es algo que conocía muy bien Marx y por eso en el Dieciocho Brumario habla crípticamente de “la poesía del futuro”. La transformación radical es difícil de comprender porque exige previsión o lucidez, y ésta se basa en la experiencia del presente; pero ello va a ser muy difícil porque todo nuestro presente ha sido infectado de progreso. En este sentido, el Covid-19 es el limbo político-epistemológico de los tiempos presentes.