El ascenso de la extrema derecha y el correspondiente deterioro de los sistemas democráticos, suelen ser procesos bastante lentos, que en muchas ocasiones son inapreciables para una gran parte de la sociedad, que tiende a verlos como fenómenos aislados sin que supongan ningún riesgo aparente. Es evidente que la aparición de los movimientos de extrema derecha como el fascismo y el nazismo, no irrumpieron en Europa como habituamos a ver en las películas, donde los campos de concentración, la militarización del espacio público y los recortes de libertades fundamentales son una especie de foto fija, sino que se trata de procesos mucho más lentos, desarrollados durante varias décadas y acompañados de algunos precedentes determinantes.
Es cierto que el final de la Segunda Gran Guerra, con la victoria soviética en el este y la de las democracias liberales en el oeste, exceptuando algún ejemplo aislado como el del Estado español, supuso el desmantelamiento de los movimientos de masas de extrema derecha en el viejo continente. Pero la memoria del ser humano es frágil y olvida pronto, y en las primeras décadas de este nuevo milenio, curiosamente, como también sucediera a principios del pasado siglo, Europa parece rememorar aquella realidad. Una situación derivada de un peligroso cóctel compuesto por el deterioro del mal llamado estado del bienestar europeo, por una crisis de identidad nacional de los Estados, casi siempre acompañada de un aumento de los sentimientos xenófobos, y por una cada vez más latente desconexión entre la ciudadanía y la política.
Movimientos de extrema derecha que hemos visto como en las últimas dos décadas han ido adquiriendo forma y consolidándose hasta llegar a participar y formar parte de las instituciones europeas y de los parlamentos de sus respectivos países. Nuevos partidos, que si bien se han ido conformando en una amalgama no del todo homogénea, dependiendo del marco de realidad sociológica de cada uno, mantienen un corpus común en torno a un mismo ideario. Un ataque constante hacia los derechos democráticos y una ferviente exaltación de los sentimientos nacionales, acompañados de un afán de reinstauración y reforzamiento de los sistemas fronterizos estatales, con la consecuente estigmatización del fenómeno migratorio, son conductas intrínsecas a este tipo de corrientes de pensamiento. En definitiva una vuelta al pasado, recobrando valores ultra conservadores que señalan e infaman al diferente.
Una extrema derecha que con la caída del muro ha ido creciendo en Europa del este hasta dar forma a proyectos ultra liberales y ultra conservadores como el de Víctor Orbán en Hungría que tras presentarse ante su pueblo como un hombre de Estado lleno de promesas de devolver al país glorias pasadas, ha terminado por constituir una autocracia de tintes totalitarios. La cruzada ultra católica de Andrze Duda es otro claro ejemplo del resurgimiento de comportamientos retrógrados que se creían ya superados. Incluso organizaciones con un claro carácter neo-nazi, han vuelto a aparecer como sucede en Grecia con el movimiento Amanecer Dorado, que si bien en este preciso instante no pasa por su mejor momento, no hace tanto llegaba a ocupar espacios en las instituciones griegas.
De la misma manera, en Europa Occidental, también se está volviendo a revivir la experiencia del resurgimiento de proyectos de extrema derecha. Una profunda crisis económica y el estancamiento en el desarrollo de las políticas comunes, envuelto todo ello en un ambiente de creciente euroescepticismo, han producido un caldo de cultivo perfecto para la aparición de ese tipo de formaciones. Alternativa por Alemania y los modelos de organizaciones ultra conservadoras de Austria y de los Países Bajos, son algunos claros ejemplos de lo que sucede en Europa Central. La falta de un proyecto alternativo de izquierdas en estos países, junto al anhelo por parte de algunos del endurecimiento de las políticas migratorias con el pretexto insolidario de la crisis humanitaria de los refugiados, ha hecho que estas formaciones adquieran una destacada relevancia.
Otra cuestión, es la dimensión que han tomado las extremas derechas en países como Italia o Francia, donde en el país transalpino han llegado a formar parte incluso del gobierno, mientras que en la República de Francia ya le están disputando el liderazgo de la nación a Macron. De la mano de Matteo Salvini y de Marine Le Pen, han ido aplicando, a través de un discurso populista, una serie de políticas de carácter proteccionista de tinte ultra nacionalista, logrando calar en amplias capas de la sociedad. Tampoco debiéramos obviar el fenómeno de Boris Johnson en Reino Unido, que si bien ha tenido un encaje menos extremista en el imaginario colectivo, de facto, no deja de ser un proyecto ultra conservador y ultra nacionalista que en la praxis ha concluido con la materialización del Brexit como la mayor crisis territorial que la Unión Europea haya sufrido desde su creación.
En el Estado español, el movimiento de la extrema derecha, aunque algo más tardío, ha vivido un rápido ascenso y una consolidación institucional, consecuencia de un pasado más reciente que lejano. En primer lugar, no se trata de una manifestación aislada, sino que el denominado franquismo sociológico, nunca ha dejado de formar parte de la política española. Cuarenta años de dictadura totalitaria y un mal cierre derivado de una transición fallida, hacen honor a esa expresión que reza, de aquellos barros estos lodos. En segundo lugar, a diferencia de lo que sucede en otros Estados, VOX no se trata de una organización que surge al margen de las denominadas derechas tradicionales, sino que nace del propio seno del Partido Popular como escisión. Cuestión que hace que a posteriori el pacto entre ambas formaciones se dé de manera natural y que en muchos casos resulte complicado distinguir un proyecto del otro.
Lo que sí está sufriendo en los últimos tiempos la organización de extrema derecha dirigida por Santiago Abascal, es una especie de mutación o metamorfosis, que está suponiendo un giro en su estrategia. Un partido que en un principio se presentara ante la sociedad como una opción garante de la unidad de España y de la ortodoxia en los valores tradicionales, encarnándose claramente como la heredera del movimiento nacional católico franquista, poco a poco su estrategia comienza a tomar visos que recuerdan más a las líneas de actuación de organizaciones fascistas, con un claro fin de ampliar su espectro sociológico. Seguramente, este giro es debido a que VOX, en un ambiente totalmente enrarecido por la pandemia, donde la crisis sanitaria y económica lo abarca prácticamente todo, ha detectado la desafección de una parte de la ciudadanía por la política, que sumada a la desilusión de las clases subalternas con la izquierda parlamentaria, han propiciado para los de Abascal una cierta permeabilidad tanto en sectores de la pequeña burguesía agobiados por la crisis y la falta de ayudas, como entre la clase trabajadora.
Si a todo esto, le añadimos la complicidad por parte de los medios generalistas a la hora de blanquear a la extrema derecha equiparándola con opciones de la izquierda alternativa o rupturista, nos encontramos con que el establisment abre las puertas de par en par a la ultra derecha motivando su instauración en las instituciones del Estado y su normalización y naturalización para una parte de la sociedad. Bien cuando esto se produce desde posiciones totalmente colaboracionistas por parte de las élites, bien cuando se mira para otro lado, por parte de aquellos que buscan mantenerse siempre en esa rancia equidistancia que contra la extrema derecha no sirve de nada, en ambos casos no deja de tratarse de comportamientos que no hacen sino dar oxígeno a una ideología que nos retrotrae a tiempos que se creían ya superados.
La historia no es lineal sino cíclica, llena de saltos al pasado que en ocasiones producen este tipo de anacronismos. Una historia que en este momento parece querer ser escrita por algunos viejos nostálgicos, fascistas mercenarios al servicio de un capitalismo caduco y puesto en cuestión, a los que se les suman, nuevos intolerantes, personas desencantadas y toda una sociedad en general altamente despolitizada que desconoce las consecuencias reales de estos movimientos. Vivimos en un mundo plagado de desinformación y de políticas ultra liberales, de comportamientos cada vez más individualistas que afloran sobremanera en épocas de crisis al grito de “sálvese quien pueda”.
El análisis historiográfico de los acontecimientos y su clara divulgación, ausentes de cualquier tipo de distorsión interesada, debe ser primordial. Asimismo, es esencial la utilización correcta de algunos términos y conceptos sin caer en la desviación de su significado. Porque sí, porque algunos defendemos sin complejos posiciones extremistas, de extrema solidaridad, y nos consideramos radicales y revolucionarios. Radicales en la defensa de los derechos humanos, de los derechos de la mujer y de los inmigrantes, y porque creemos en una revolución verde para nuestro planeta y en que los más pobres y los más débiles dejen de ser sistemáticamente explotados y humillados. Por ello, es tiempo de conflicto, de unidad y de que la izquierda antisistema este alerta y se reagrupe en torno a la lucha antifascista. Hay que estar preparados para cuando futuros acontecimientos de confrontación con los retrógrados se precipiten y no olvidar que a la extrema derecha no se le debate, se le combate.
Iosu del Moral y Mikel Labeaga son militantes Antikapitalistak Euskal Herria.
Fuente original: https://vientosur.info/extrema-derecha-consecuencias-de-una-herida-mal-curada/