El arribo de la cuarta ola de contagios en países de Europa y la aún muy marcada tendencia a la centralización de la vacunación contra la Covid-19, reflejan la problemática general que se ha vivido en casi todo el mundo, hasta la fecha naciones africanas y asiáticas no cuentan con procesos de inoculación desarrollados y esto se observa también en América Latina, en donde las protestas se vuelven a incrementar en al menos Ecuador, Brasil, Colombia y Guatemala, ya sea por los paquetazos económicos neoliberales o por la corrupción y autoritarismo que caracteriza a cada uno de los regímenes gobernantes.
Las brechas de desigualdad económica y social se incrementaron con la pandemia, pero no debe olvidarse que la crisis global del capitalismo viene arrastrándose desde unas décadas atrás, y si bien la situación actual masificó los efectos, esto no es causa directa de la crisis sanitaria sino de la naturaleza del sistema, por ello se presenta la enorme distancia entre los procesos de vacunación y recuperación económica que se observan en el mundo, habiendo algunos países en los cuales aún no inicia o recientemente lo hizo la vacunación, distinguiéndose por su parte, el caso de Cuba, al ser la única nación que ha desarrollado al menos tres biológicos y los ha implementado en su población con éxito, permitiéndose anunciar una próxima reapertura de sus fronteras al turismo sin tanto temor como el que se presenta en otras naciones, que por esas reaperturas, afrontan nuevos brotes y se ven obligados a reestructurar nuevamente las actividades.
El incremento de la inflación afecta directamente a la clase trabajadora que ve impactada su economía por la subida de los costos en los productos de primera necesidad, además de que todavía hay miles de proletarias y proletarios percibiendo la mitad de su salario o un porcentaje menor al total, lo que representa una grave violación a los derechos laborales y humanos, y una injusticia producto a la avaricia de los capitalistas que acumulan sin mirar por el bien colectivo. La complejidad de la realidad y la debilidad del movimiento obrero actual, hacen muy difícil una superación de esta situación para beneficio de la clase obrera a corto plazo.
Ante la crisis el sector privado (burgués) culpa unilateralmente a la pandemia y así justifica el desempleo incrementado, la desigualdad entre clases es más que evidente y se agudiza, propiciando nuevos capítulos de la lucha de clases, a pesar de que las formas de esta confrontación no sean del todo abiertas. A esto debe sumarse la desigualdad sistémica y patriarcal que ubica en mayor precariedad a las mujeres, por percibir menores salarios o tener mayor dificultad para conseguir un empleo, esta discriminación y desigualdad están arraigadas en la colectividad que requieren al interior de los sectores de trabajadores y trabajadoras una reconfiguración de la conciencia proletaria. Alguno que también se observa en relación con las trabajadoras y trabajadores pertenecientes a los pueblos originarios, pues de igual forma enfrentan discriminación y desigualdad exacerbadas.
En México, los semáforos epidemiológicos han ido cambiando en cada entidad, abriendo nuevas brechas de desigualdad, no por la competencia entre gobernantes, sino por la condición de vida de millones de seres humanos, el riesgo es aún latente frente al Covid-19, la vacunación considerada un éxito por algunos aún no finaliza, y la nueva normalidad se acompaña de mayores grados de explotación debido a la pérdida de derechos laborales en los últimos meses, ahora, quien desea sobrevivir debe más que nunca aceptar esas condiciones o seguir desempleado, incluso, aceptando vivir condenado a la pobreza. Tal como Carlos Marx dijera: “Debe de haber algo podrido en el corazón de un sistema social que aumenta su riqueza sin disminuir su miseria”. Nuestra entidad no escapa en nada a estas situaciones de desigualdad sempiterna.
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