¿Dónde se demuestra que la prosperidad procede de la riqueza acumulada de los ricos? ¿Por qué no ver que el desarrollo y la riqueza son productos de la humanidad, sobre la experiencia y el conocimiento acumulado de la milenaria historia humana?
El profesor Walter Scheidel, en su libro The Great Leveler mostró, de forma más que convincente, que desde la prehistoria hasta nuestros días todos los sistemas socioeconómicos que conoció la humanidad tendieron a la desigualdad y terminaron en catástrofes globales. Lo primero es bastante obvio y lo estamos viendo hoy en día: aquellos que tienen poder financiero y económico tienen poder político inflamado, lo que lleva a un efecto bola de nieve. Los ricos y sus corporaciones son los grandes donantes de los partidos políticos y luego escriben las leyes a su conveniencia. En 1971, un clásico de los comics políticos, The Wizard of Id lo resumió de forma insuperable: “La regla de oro consiste en que quien tiene el oro hace las reglas”.
En 2013, el filósofo francés Thomas Piketty escribió su aclamado libro El Capital en el siglo XXI donde expresó que, en gran medida, el crecimiento de la desigualdad se debe a que la riqueza de los ricos (basado en acciones y propiedades) creció más rápido que la economía y los ingresos del resto, es decir, más rápido que los salarios de quienes luchan por sobrevivir.
Pero la desigualdad no es solo económica; también es racial, sexual, religiosa, ideológica y cultural. Desde generaciones, las sociedades han debatido sobre el significado de desigualdad social y si esto es bueno o malo. Una de las hipótesis conservadoras (ya que nunca alcanzaron categoría de teorías) radicó en justificar la desigualdad como una consecuencia natural de la prosperidad. En una tribu o en la Antigüedad las diferencias nunca fueron tan grandes como en nuestras (orgullosas) sociedades actuales. De ahí se impuso la idea de que (1) la prosperidad procede de la inequidad o (2) la inequidad es una consecuencia necesaria e inevitable de la prosperidad. “Nunca antes los pobres fueron menos pobres que hoy”, y todo eso hay que agradecérselo al capitalismo y a los ricos.
Esta demostración de ignorancia radical es la bandera de libertarios y neoliberales, misioneros contra la intervención de los gobiernos (de sus regulaciones y sus impuestos) en la vida social y económica de los pueblos. Irónicamente, tienen a EEUU como modelo ideológico, cuya prosperidad, como la europea, fue construida en base a la esclavitud y a fuerza de brutales intervenciones imperiales (de los gobiernos y sus agencias secretas) sobre el resto de la humanidad. Tampoco consideran que las corporaciones son dictaduras como lo eran los feudos en la Edad Media y las repúblicas bananeras más recientemente.
Meros mitos. ¿Dónde se demuestra que la prosperidad procede de la riqueza acumulada de los ricos? ¿Por qué no ver que el desarrollo y la riqueza son productos de la humanidad, sobre la experiencia y el conocimiento acumulado de la milenaria historia humana?
Otro de los dogmas del mundo actual radica en una mala lectura del mismo Adam Smith, según el cual todo progreso social se basa en la ambición y el egoísmo del individuo. De ahí, el mito social según el cual el progreso y la prosperidad se basan en la ambición de los individuos por ser millonarios, razón por la cual no hay que “castigar el éxito” con impuestos. Un mito popular pero barato, si consideramos que todos los progresos, todos o casi todos los inventos técnicos, científicos y sociales que registra la historia (incluso en la Era capitalista) han sido hechos por gente que no estaba pensando en el maldito dinero.
Los mitos sociales no proceden del pueblo. Proceden del poder. Sí, (1) la Revolución Industrial multiplicó (2) la riqueza y (3) la desigualdad por cien, pero no se puede separar los tres elementos del (4) brutal imperialismo euro-estadounidense. Si América del Sur hubiese saqueado al resto del mundo por siglos, hoy sería modelo de progreso y desarrollo.
El hecho de que hoy los pobres sean menos pobres que ayer no es una prueba de las bondades del capitalismo, ya que la Humanidad ha venido haciendo progresos por milenios y todos de forma acelerada. Ningún progreso técnico o científico se debe al capitalismo ni a los capitalistas. Los millonarios solo lo secuestraron. El capitalismo corporativo actual es una herencia del sistema esclavista: en nombre de la libertad, la explotación de los de abajo, la concentración de la riqueza, la sacralización de los amos-empresarios y la demonización de los trabajadores-esclavos.
En este momento, el capitalismo no está aportando nada más que problemas existenciales, como (1) la destrucción del planeta a fuerza de crecimiento basado en el consumo y la destrucción y (2) el agravamiento de las diferencias sociales, las que conducirán a mayores conflictos. El capitalismo está agotado y la crisis radica en negar la socialización del progreso humano, el cual será inevitable (luego del quiebre) con la robotización masiva y el desarrollo de las IA.
Sugerir que el problema de la desigualdad sea solucionado con limosnas es como combatir una infección con una aspirina. En lugar de curarse, la infección aumenta. El quiebre podría evitarse por un acuerdo global, pero si la sensatez no fuese un bien escaso, no estaríamos ahogándonos en una crisis ambiental. La alternativa es un colapso global, una situación distópica dende se rompan todas las leyes aceptadas hoy como dogmas, como el valor del dólar, de la propiedad privada. Un colapso donde no haya ganadores sino una regresión definitiva a la Edad Media.
Si en un pueblo hubiese gente muriéndose de hambre y alguien se le ocurriese encender un cigarro con un billete de cien dólares, sería calificado de inmoral. Bueno, esa es la situación hoy en día. Es decir que estamos en el primer nivel de tres:
1) Moral: Es inmoral que mueran niños de hambre en un mundo superrico e hiper tecnológico. Necesidades básicas cubiertas sería el primer escalón de una civilización humanista.
2) Injusticia: Luego, quedaría la discusión de la injusticia de lo que le toca a cada uno y en base a qué razón.
3) Conveniencia: una discusión menos relevante es sobre la necesidad o la conveniencia de la inequidad. Para muchos de nosotros, la equidad favorece el desarrollo y hasta la producción de riqueza. El crecimiento como condición previa a cualquier redistribución es un dogma creado por el poder.
Los superricos son los enemigos de la Humanidad. No sólo le secuestran riqueza al resto, no sólo monopolizan la política en democracias y dictaduras, sino que lo mantiene en estado de hipnosis a través de (1) los grandes medios de propaganda, (2) los medios de distracción, de diversión tóxica y fragmentaria, y (3) por la virtud de mantener a otros millones de humanos en estado de necesidad, como esclavos asalariados sin tiempo para pensar que los piratas no son sus hermanos ni sus vecinos.
Pero gran parte de la humanidad ama, admira y desea a los superricos, como los esclavos amaban a los amos que les arrojaban una pócima al final de una jornada agotadora. El amo y la pócima eran recibidos como una bendición y los rebeldes como los demonios que querían poner el mundo patas arriba.
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