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¿La construcción social de la realidad o la construcción de la realidad social?

Fuentes: Rebelión

Parece un juego de palabras, pero aquí no se cumple aquello de que “el orden de factores no altera el producto”; sí que lo altera. Depende de donde se ponga el término “social” así tiene un significado u otro, lo que nos lleva a delimitar primero de qué hablamos; si de la “realidad social” en concreto, o de la realidad en abstracto.

No se puede jugar alegremente con las palabras como si fueran “significantes flotantes”. Este juego solo da pábulo a todas las teorías de la conspiración, terraplanistas y/o negacionistas que a comienzos del siglo XXI se están extendiendo como una gangrena en la sociedad, siendo la base sobre la que se justifica la extrema derecha. Si no existen bases objetivas que más allá de la voluntad humana sustenten el origen de la realidad, todo se reduce a “una opinión”, un “sentimiento”, “una emoción” sobrando, así, cualquier discusión; al subjetivizarla no existe ningún criterio objetivo que determine la fuerza del argumento; es una “opinión” frente a otra “opinión”, legítimas ambas.

Es obvio que sobre “sentimientos”, “emociones” y “opiniones” no se puede discutir, y menos que menos, llegar a acuerdos, puesto que no contienen ningún elemento que sirva de criterio de verdad y realidad de un pensamiento como base para el simple “¿sabemos de qué hablamos?”. En los últimos 40 años se ha jugado tanto con el lenguaje y los significantes que ha llegado la hora de volver a la lógica formal para entendernos, al principio de identidad, al A=A, y a partir de definiciones básicas que se puedan comprobar poder, después, deconstruir la realidad para reconstruirla de una manera dialéctica.

Así que diferenciemos; de la misma manera que la “realidad social”, y la relaciones interpersonales que la definen, es una construcción de los seres humanos a través de su actividad, la realidad en abstracto no puede ser una construcción social. No es algo que percibimos y/o construimos, como pensaba el obispo irlandés del siglo XVIII, sino que es algo ajeno a la voluntad humana, existe antes y se mantendrá después: el planeta tierra existe, haya seres humanos o no; pero es un existente sin sujeto ni conciencia de sí mismo.

I.- La construcción social de la realidad

Un constructo social es que todo lo que existe, es producto de la interacción social humana y no tiene existencia objetiva independiente de lo humano. La tesis de que “el orden social no se da biológicamente ni deriva de datos biológicos en sus manifestaciones empíricas”, fue argumentada por Peter Berger y Thomas Luckmann en su obra La Construcción Social de la Realidad, allá por el año 1966, bajo la apariencia de una visión materialista de la historia.

Surge la pregunta obvia, si los “datos biológicos” no sustentan el orden social, ¿es la voluntad y el pensamiento del ser humano su único origen?

Los “datos biológicos” entran por la ventana

Los autores, en su obra, afirman categóricamente que “el orden social no forma parte de la “naturaleza de las cosas” y no puede derivar de las leyes de la naturaleza. Existe solamente como producto de la actividad humana”. Y concluyen en el mismo párrafo, “Es un producto humano”. Como la realidad no es tan categórica, resulta que ellos mismos tienen que reconocer en la página siguiente que “el equipo biológico del ser humano (…) sirven como presupuesto necesario para la producción del orden social”.

Fijemos bien la idea. La primera proposición es clara y dice, sin el menor atisbo de duda, que el orden social “existe solamente como producto de la actividad humana” (subrayado mío) de la que no sabemos cuál es su origen, si de su naturaleza o de su pensamiento. De su redacción se supone que es del “pensamiento”, puesto que niegan cualquier relación con las “leyes de la naturaleza”: “no se puede derivar”.

Como esta afirmación deja todo en el aire, los autores se contradicen y afirman que ya no es “solamente la actividad humana”, sino que los hechos biológicos son “presupuestos necesarios”. No son contingentes, no son accesorios; ¡no!. Son “necesarios”. ¿En qué quedamos? ¿Son los hechos biológicos necesarios o solamente llega con la actividad humana?. Aclarémonos porque salvo si la biología humana no respondiera a las leyes de la naturaleza, el orden social no derivaría “de las leyes de la naturaleza” y sería un ser puro.

El ser humano no es un ser dual, no es posible separar la esencia “biológica” innegable -el genoma, las células, los órganos, son tan humanos como el pensamiento o las relaciones económicas- de la esencia “social”; encontrar la relación dialéctica entre ambos polos de la contradicción y resolverlas es el “santo grial” de la liberación del ser humano. “Por un mundo donde seamos socialmente iguales, humanamente diferentes y totalmente libres”, dijera Rosa Luxemburgo.

De esta concepción dualista de la esencia humana y de la negación de la influencia de las leyes de la naturaleza en la construcción del orden social, los autores derivan toda una teoría sobre cómo los roles sociales son asumidos por los individuos sin ninguna dependencia de su “equipo biológico”, sino a partir de un proceso de “socialización primaria” y “habituación” que conduce a la “institucionalización” a través de un proceso de “legitimación” simbólica, de producción de “significantes” y “definiciones” que coadyuven en esa “legitimación” producto de la actividad humana autoconstruida.

Sin embargo, el “equipo biológico”, es decir, las leyes de la naturaleza, se les vuelve a meter en medio de su “construcción social de la realidad”, cuando afirman que “el que tiene el palo más grande tiene mayores probabilidades de imponer sus definiciones de la realidad” (pág. 140). Dicho en más claramente, el más fuerte se impone al más débil y le impone “sus definiciones”.

En la página 170 terminan por destruir su propia tesis con el reconocimiento explícito de que “siempre existen elementos de la realidad subjetiva que no se han originado en la socialización, tales como la conciencia del propio cuerpo anterior a cualquier aprehensión socialmente entendida (…) La biografía subjetiva no es totalmente social”.

Para terminar este resumen surge la objeción obvia, ¿qué queda de la tesis inicial de que “el orden social no se da biológicamente ni deriva de datos biológicos en sus manifestaciones empíricas”?. Así que dejémonos de trampas intelectuales, Peter Berger y Thomas Luckmann no hablan de “la construcción social de la realidad”, sino de “la construcción de la realidad social”, es decir, del orden social, que es bien distinto.

La construcción de la realidad social en el materialismo histórico

Lo que une al ser humano con la naturaleza es su “equipo” biológico que determina sus necesidades básicas; lo que le separa del resto de la naturaleza es la conciencia que tiene de sí mismo -el ser humano es un existente con conciencia, “autoconsciente”, dice A. Kojeve en la Dialéctica del Amo y Esclavo en Hegel-, y sobre ellas se construyen las necesidades puramente humanas.

La ruptura progresiva del ser humano con la naturaleza también se produce con su naturaleza individual. El desarrollo de las fuerzas productivas y destructivas bajo el capitalismo trae aparejado la cada vez menor dependencia de la naturaleza, tanto en lo colectivo como en lo individual. Sin embargo, frente a la concepción religiosa, el materialismo histórico rechaza rotundamente la visión dualista del ser humano que se podría derivar de esta ruptura entre la esencia social y la natural. Es la religión la que establece esta dualidad entre el “cuerpo”, mortal, y el “alma”, inmortal.

No hay un ser biológico y un ser social diferenciados, sino que uno y otro se interrelacionan dialécticamente, forjando el ser humano como totalidad concreta a lo largo de la historia, donde su definición integra tanto a la actividad humana, la construcción social, como su origen natural, el “equipo” biológico.

La diferencia entre los seres humanos y los animales no es que unos sean “seres sociales” y los otros “seres naturales”, sino la conciencia que el primero tiene de sí mismo, la conciencia histórica de que su existencia tiene un comienzo y un fin. Si algo define al ser humano es la conciencia de que es histórico, es decir, que todo lo que “nace merece perecer”, en términos de Goethe. Sobre esta combinación construye el materialismo histórico, su concepción de la realidad social.

Como seres naturales, definidos por una biología y fisiología determinada por el código genético, todos los seres humanos como individuos somos diferentes. Esta es una realidad objetiva tan cierta como que el ser humano construye su realidad social, donde las diferencias se transforman en desigualdades. No se puede confundir dos conceptos distintos, “diferentes” y “desiguales”. La primera es parte de la realidad objetiva, la segunda es una construcción social que a través del trabajo transforma “las condiciones naturales de la existencia humana en condiciones sociales” (Marcuse, Razón y Revolución, pág. 267)

El orden social construido por los seres humanos con su actividad (praxis) se asienta en la diferencia biológica, porque el ser humano no nació con las capacidades tecnológicas que hoy casi le permiten separar biología de la conciencia de sí mismo. Así, si bien la naturaleza fue fuente de todos los medios y objetos del trabajo e incluso de la fuerza de trabajo humana misma, el ser humano la transforma a través de la praxis social; el trabajo y su organización (el orden social) es el “metabolismo” que relaciona al ser humano con la naturaleza.

A lo largo de muchos siglos la construcción de la sociedad estaba determinada por la fuerza motriz fundamental, el trabajo físico humano. Para unas épocas físicas, donde la maquinaria no se movía más que por elementos fisiológicos, decir que la construcción de la realidad social excluye el “equipamiento biológico” es un tanto aventurero. «El molino movido a brazo nos da la sociedad de los señores feudales; el molino de vapor, la sociedad de los capitalistas industriales». Siguiendo a Marx en la Miseria de la Filosofía; la energía eléctrica y el petróleo nos dio el capitalismo imperialista. ¿Qué sociedad nos dará la robótica?.

En el pasado cualquier trabajo, por más simple que fuera, suponía un desgaste físico muy superior al actual, donde la mayoría de los trabajos, incluso los más duros, se ven suavizados por la existencia de maquinaria y combustibles que la mueven. Hasta la aparición de la máquina de vapor, la principal fuerza tractora era la humana y los animales que había domesticado. No obstante, para que esta diferenciación se profundice hay que llegar al desarrollo actual del modo de producción capitalista, puesto que incluso bajo el capitalismo en sus orígenes, lo que define la relación con el trabajo es la biología y la fisiología, y sobre ella se construía el orden social.

Por ejemplo, en los albores de la revolución industrial el capitalismo naciente destruye la familia como “unidad de producción”, porque todavía necesita de la fuerza de trabajo para las minas y fábricas. Separa a los hijos de los padres, a las mujeres de los hombres, y los manda a trabajar. En muchas ocasiones el trabajo que cada uno hace se establece por un criterio absolutamente fisiológico: los niños y mujeres van a los sitios más peligrosos de las minas, donde un hombre no puede entrar por ser más voluminoso.

La fisiología determina, y de qué manera, la división del trabajo. Al capitalismo no le importa si eres niño o niña, solo si cabes o no en la veta de mineral que hay que extraer. La prohibición del trabajo infantil, y posteriormente de las mujeres en las minas, es una conquista de la clase obrera porque suponía acabar con que fueran ellos los que se jugaran la vida, entrando en las zonas más peligrosas de las explotaciones. Solo cuando la maquinaría se desarrolla y el peligro del trabajo en la minería se reduce (no desaparece, pues siempre será uno de los que más riesgos ofrece), la reivindicación de la igualdad entre hombres y mujeres adquiere un sentido progresivo. Es evidente, de nuevo, que no se sostiene la teoría de que “el orden social no se da biológicamente ni deriva de datos biológicos en sus manifestaciones empíricas”.

La gran contradicción del capitalismo es que ha situado el desarrollo del ser humano en un nivel que puede hacer cierta afirmación la afirmación de Peter Berger y Thomas Luckmann. Pero que pueda ser, es todavía ciencia ficción; en la realidad actual lo que se impone es un “orden social” que no ha superado la fase en la que las diferencias biológicas y fisiológicas de los seres humanos son una de las bases materiales de la opresión.

Mientras no llegue la distopía del Mundo Feliz de Aldous Huxley, la reproducción de la especie está en manos de las diferencias biológicas. Como dice Trotski, “Ni la más poderosa revolución pueden hacer a la mujer un ser idéntico al hombre (…) las cargas del embarazo, del parto, de la lactancia y de la educación de los hijos”. Obviamente, esto último -la educación- si es una construcción social, pero todo lo anterior es parte del “equipo biológico” del ser humano.

Que el desarrollo de la técnica y las ciencias en todos los terrenos, y en concreto en las reproductivas (la clonación) ponen al mundo al borde de un cambio cualitativo, es totalmente cierto. No obstante, es, todavía, una potencialidad de la sociedad, no un acto real, creando una confusión que genera muchos problemas en los individuos que ven frustrados sus deseos, sus sentimientos y su subjetividad dentro de una realidad social que no les da ninguna vía de solución, salvo la exclusión. De esto se deduce que al nivel que el capitalismo ha llegado, el problema no son las diferencias biológicas y fisiológicas existentes, sino la propia existencia de orden capitalista; las relaciones sociales históricamente construidas sobre estas diferencias que determinan y se convierten en desigualdades entre los seres humanos.

II.- ¿De dónde surge la opresión social?

La opresión de un sector social es la transformación de las diferencias biológicas de los seres humanos en desigualdades sociales entre ellos. El ejemplo más evidente de este proceso es lo que se conoce como “la revolución neolítica”, cuando el desarrollo tecnológico de la sociedad generó un excedente de producción de los bienes necesarios para la supervivencia de la especie. Esta “revolución”, que supuso un avance social, comenzando el largo camino en la disociación en la naturaleza humana entre su ser natural y su ser social, se tradujo en un castigo “divino” para la mitad de la población. Como dice Engels, la revolución neolítica se basa en la derrota de la mujer como ser humano igual al hombre.

Las diferencias biológicas y fisiológicas se convierten en herramientas para construir una realidad social de opresión, donde el más fuerte, o como dirían los creadores de esta teoría, “el que tiene el palo más largo impone sus definiciones” dominando al resto de la sociedad y apropiándose de todo el conocimiento y la tecnología desarrollada que retroalimenta su dominación.

Marx con las “robinsonadas” explica como Robinson Crusoe es capaz de sobrevivir en una isla desierta, no por la inteligencia natural de un individuo aislado, sino porque incorpora en su saber el desarrollo humano y en concreto del capitalismo. De hecho, si libera a Viernes de su muerte a manos de los caníbales, y que después este asuma como “natural” su papel de criado, se reduce a una cosa, las armas de fuego. Crusoe, frente a los arcos y las flechas, tiene condensada en sus manos todo el desarrollo del capitalismo en forma de fusiles, con los que diezma a los “salvajes”. Viernes asume su papel porque la fuerza (“el palo más largo” de Peter Berger y Thomas Luckmann) está en manos de Crusoe, el burgués británico.

Las “robinsonadas” son una metáfora, puesto que cuando hablamos de que las diferencias biológicas y fisiológicas determinan el origen de la opresión no es una cuestión individual, sino colectiva e histórica; no se oprime a un individuo como tal, sino como parte de todo un sector social que a título individual se manifiesta con la exclusión. La sociedad va incorporando a su acervo cultural la tecnología y el conocimiento, que se convierte en unas herramientas de poder concreto. Comienza la disociación entre “equipamiento biológico” y la “construcción social”, de tal suerte que “el más fuerte” ya no es solo el que tiene la fuerza física para imponerse, como en un principio, sino que a esa fortaleza se añade el conocimiento.

Robinson Crusoe, como buen burgués británico del momento, seguramente sería más débil físicamente que los supuestos “salvajes” -en ellos la fortaleza física sería determinante para decidir el poder-, pero incorporaba todo el conocimiento que la sociedad había elaborado a lo largo de los siglos.

“Todo lo que el ser humano hace, pasa previamente por su cerebro”, esta afirmación de Engels nos indica que el conocimiento es parte de la fuerza del ser humano para imponer sus “definiciones” y “legitimar” su poder. La cuestión es, como todo en la naturaleza y en el ser humano, el carácter histórico de su construcción. Dicho de otra forma, de un origen donde la fuerza física y las condiciones biológicas eran determinantes, se fue pasando a periodos donde esos condicionamientos pasan a un segundo plano. Es en el capitalismo, con el maquinismo, cuando el conocimiento y la tecnología se convierten en decisivos para el dominio social.

Como se dice más arriba, la gran contradicción del capitalismo es que ha llevado a la humanidad al punto en que las diferencias biológicas y fisiológicas pueden ser modificadas. No solo las capacidades de cada ser humano como fuerza productiva, sino la contradicción entre su ser y su esencia como individuos; porque las diferencias entre los seres humanos no son sociales (eso son desigualdades) sino individuales; cada individuo es diferente del otro, no hay dos exactamente iguales. Sostener que las “diferencias individuales” son la base de las “desigualdades sociales” supone inclinarse hacia las teorías supremacistas y racistas: cualquier hombre blanco es, por definición, superior al hombre negro o de cualquiera otra raza y, por supuesto, a la mujer.

Es más, están sentadas las bases para superar la diferencia biológica y fisiológica que ha determinado la división del trabajo en la humanidad durante milenios, la reproducción de la especie. Cuando Trotski afirmaba que ni “la más poderosa revolución pueden hacer a la mujer un ser idéntico al hombre (…) las cargas del embarazo, del parto, de la lactancia (…)”, ni en sueños pensaba que el ser humano sería capaz de clonar a un ser complejo como un mamífero (la oveja Dolly) ni en las modificaciones de los códigos genéticos.

Las condiciones técnicas para superar estas diferencias están puestas, la tragedia la introducen las relaciones sociales capitalistas que, en vez de desarrollar una tecnología liberadora del ser humano, agudiza la dependencia del cuerpo de la mujer para la reproducción de la especie, creando sobre ella verdaderas fábricas de seres humanos con los vientres de alquiler. De esta manera, la opresión sobre la mujer, reduciendo su papel al de “madre”, se convierte en un argumento para su explotación como fábrica de seres humanos. Unos seres humanos que son, para el capitalismo, el bien más preciado, pues serán los que después se conviertan en vendedores de fuerza de trabajo.

Lo mismo sucede con la ingeniería genética. Pero ya Julio Verne en la Isla del Doctor Moreau y Aldous Huxley en el Mundo Feliz advirtieron de los riesgos de que estos avances estén en “malas manos”. Si esas son las relaciones sociales de producción capitalistas, es obvio que en peores manos no pueden estar; unas relaciones que se basan en la explotación del “hombre por el hombre”, en una versión salvaje de la teoría de Hobbes de que el “hombre es un lobo para el hombre”.

III.- la relación entre la opresión y la explotación

En un sentido histórico, la opresión es anterior a la explotación y esta desaparecerá antes: los estados obreros eran dictaduras del proletariado, es decir, aparatos estatales para que una clase social oprima a otra, pero con la precondición de que no reproducía un sistema de explotación, como hizo la burguesía al subrogar el poder de la aristocracia con su revolución. La revolución obrera, por definición, no subroga ningún sistema de explotación, los obreros y obreras no son propietarios de medios de producción como si lo eran los burgueses. Esto no obvia que en el periodo de transición al socialismo, la mayoría social trabajadora oprima a la minoría que era explotadora a fin de romper con las resistencias sociales en el camino de la construcción del socialismo.

Antes de que existiera la propiedad privada de los medios de producción, por lo que se desconocía el concepto de “propiedad privada”, ya existía una apropiación privada del excedente de producción por vías extraeconómicas. Eran las castas de guerreros y sacerdotes/sacerdotisas (adopten el nombre que adopten según la cultura, chamanes, druidas, etc.) los que liberados de la necesidad del trabajo diario gracias a su papel en la sociedad por su fuerza física o ser los “guardianes” del conocimiento, se apropiaban de una parte del excedente de la producción.

De ahí a considerar “propiedad privada” lo que era un pago por servicios a la comunidad, solo hay un paso, el que supone dejar de ser una casta privilegiada, pero no propietaria de las fuentes de riqueza, a ser una clase social que acumula riqueza a partir de la propiedad de los medios de producción y a lo largo de generaciones que servirá de base para la profundización de la opresión de las mujeres: las leyes de la herencia son el resultado de ese cambio. Solo bajo el lema “de la pata quebrada y en casa” y las leyes / costumbres que inspira, el hombre propietario puede garantizarse que su herencia es suya y no la de otro.

Veamos como describe Marx la relación entre opresión y explotación, y cómo las primeras, aun no siendo unas relaciones económicas, tienen consecuencias económicas. Por cierto, no es lo mismo “ser” algo que “tener” consecuencias; confundirlas lleva a errores de bulto.

“En primer término, Wakefield descubrió en las colonias que la propiedad de dinero, de medios de subsistencia, máquinas y otros medios de producción no confieren a un hombre la condición de capitalista si le falta el complemento: el asalariado, el otro hombre forzado a venderse voluntariamente a sí mismo. Descubrió que el capital no es una cosa, sino una relación social entre personas mediada por cosas. El señor Peel nos relata Wakefield en tono lastimero llevó consigo de Inglaterra al río Swan, en Nueva Holanda, medios de subsistencia y de producción por un importe de £50.000. El señor Peel era tan previsor que trasladó además 3.000 personas pertenecientes a la clase obrera: hombres, mujeres y niños. Una vez que hubieron arribado al lugar de destino, sin embargo, «el señor Peel se quedó sin un sirviente que le tendiera la cama o que le trajera agua del río». ¡Infortunado señor Peel, que todo lo había previsto, menos la exportación de las relaciones de producción inglesas al río Swan! (Karl Marx, El Capital, Vol. I)

Las relaciones de producción inglesas no existían en Australia; no había un sistema de derechos de propiedad ni obligaciones legales establecidas ni ningún aparato estatal que pudiera imponer tales relaciones. Por lo tanto, no había forma de obligar (oprimir) a unas personas a vender su fuerza de trabajo a otras. Los obreros podían abandonar al Sr. Peel y producir sus medios de vida por su cuenta, ya que los medios de producción (por ejemplo: la tierra) no les eran ajenos, pudiendo trabajarlos sin necesidad de convertirse en esclavos ni asalariados.

La opresión como construcción social se convierte, de esta manera, en la forma que el sistema de explotación tiene para “obligar” a unas personas a vender su fuerza de trabajo a otras; es decir, a sufrir la explotación económica. Esta es la concepción real de las “relaciones sociales de producción” donde se integran las meramente económicas con las sociales y políticas.

En la actualidad la destrucción del llamado “salario social”, es decir, los gastos en servicios públicos y su sustitución por el trabajo doméstico no pagado, tiene consecuencias sociales indudables. Pero no son relaciones económicas las que lo definen, sino políticas y su desaparición a través de las legislaciones que “obligan” a los seres humanos a vender su fuerza de trabajo a capitalistas privados, como está sucediendo con el desmantelamiento de los sistemas públicos de pensiones para a personas de edad a tener que trabajar para sobrevivir (¡los mini jobs alemanes!).

Esta es la base material de la opresión bajo el sistema capitalista y sus consecuencias económicas, que no sustituyen la relación social que constituye su esencia, la explotación de la clase obrera por el capital, pero son parte fundamental para garantizar y sostener esa explotación. Como en el ejemplo de Marx, sin ellas, los asalariados y asalariadas dejarían de ser explotadas por el “sr Peel”; pero no por ello suponen el fin de las clases sociales acaudaladas, solo cambiaría su forma.

Antes del capitalismo existieron otros modos de producción que explotaban a los seres humanos, el esclavismo o el feudalismo. Sin embargo, al ser modos de producción construidos sobre la división biológica de la sociedad basada en la fuerza física, esta explotación tomaba formas extraeconómicas, opresoras. Se llevaba a cabo por la vía de la guerra y la conquista militar, que suponían la esclavitud de los pueblos derrotados y el saqueo de sus riquezas, o por la vía de los impuestos sobre el campesino libre, que se veía constreñido por la fuerza de las armas a entregar parte de su producción al propietario de la tierra, el señor feudal.

El capitalismo introduce una relación puramente económica entre los seres humanos; la explotación deja de ser “manu militari” para serlo entre dos seres formalmente libres que establecen un contrato mercantil, el dueño del capital y el dueño de la fuerza de trabajo, que la vende por un tiempo determinado; “El contrato de trabajo, de que deriva Marx la conexión esencial entre libertad y explotación, es el esquema fundamental de todas las relaciones de la sociedad civil” (Marcuse, Razón y Revolución). Ya no es un campesino libre, propietario de sus medios de producción y reproducción, que trabaja 3 días para él y 3 para el Sr. de la tierra, ya no es un esclavo propiedad del amo, que no era más que un “instrumentum vocale” como les llamaban los romanos, para diferenciarlos de los “instrumentum mutum” (los aperos, que era “mudos”); sino que es una persona aparentemente libre, sin otra propiedad que su fuerza de trabajo que vende por un salario.

Como en el ejemplo que pone Marx con el sr Peel, esa “libertad” de contratar es mera apariencia, puesto que en el momento en el que las relaciones coercitivas (de opresión) se relajan, la tendencia es a que el asalariado tome las de villadiego y deje al capital sin clase a la que explotar. Las opresiones bajo el sistema capitalista, de últimas, cumplen el papel de obligar (oprimir) a vender la fuerza de trabajo como sea, convirtiendo la apariencia de libertad en eso, apariencia, nada más.

IV.- Donde se ubica la “construcción de la realidad social”, la estructura y la superestructura

Hay que diferenciar entre “construcción” y “realidad social”, puesto que son dos conceptos antitéticos. Uno es un proceso, hace a la actividad humana, la “construcción” que implica también el conocimiento y la subjetividad, y esto se inscribe en lo que podría definirse como “superestructura” pues en su proceso constructivo el ser humano incorpora muchos elementos que anidan en su cerebro, como las falsas conciencias, las supersticiones, la costumbre o las tradiciones.

La realidad social es la consecuencia de esta actividad y conforma el todo que determina al propio ser humano en lo que el marxismo conoce como “relaciones sociales de producción”. Una vez construida la realidad social (el orden social), esta se transforma en algo ajeno al ser humano, lo supera, determinando su propia existencia, puesto que el ser humano no sobrevive si no es a través de un orden social.

“La concepción materialista de la historia parte de la tesis de que la producción, y tras ella el cambio de sus productos, es la base de todo orden social; de que en todas las sociedades que desfilan por la historia, la distribución dc los productos, y junto a ella la división social de los hombres en clases o estamentos, es determinada por lo que la sociedad produce y cómo lo produce y por el modo de cambiar sus productos. Según eso, las últimas causas de todos los cambios sociales y de todas las revoluciones políticas no deben buscarse en las cabezas de los hombres ni en la idea que ellos se forjen de la verdad eterna ni de la eterna justicia, sino en las transformaciones operadas en el modo de producción y de cambio; han de buscarse no en la filosofía, sino en la economía de la época de que se trata. Cuando nace en los hombres la conciencia de que las instituciones sociales vigentes son irracionales e injustas, de que la razón se ha tornado en sinrazón y la bendición en plaga, esto no es más que un indicio de que en los métodos de producción y en las formas de cambio se han producido calladamente transformaciones con las que ya no concuerda el orden social, cortado por el patrón de condiciones económicas anteriores. Con ello queda que en las nuevas relaciones de producción han de contenerse ya —más o menos desarrollados— los medios necesarios para poner término a los males descubiertos. Y esos medios no han de sacarse de la cabeza de nadie, sino que es la cabeza la que tiene que descubrirlos en los hechos materiales de la producción, tal y como los ofrece la realidad.” (Engels, del Socialismo Utópico al Socialismo científico)

Con el simplismo que le caracteriza, el estalinismo redujo esta cita sobre las “relaciones sociales de producción” a las meras “relaciones económicas”, separando mecánicamente entre lo que es la estructura económica de la superestructura ideológica y cultural, rompiendo la dialéctica que entre ambas categorías se produce. El propio Engels explica con toda claridad a qué se refiere:

“Según la concepción materialista de la historia, el factor que en última instancia determina la historia es la producción y la reproducción de la vida real. Ni Marx ni yo hemos afirmado nunca más que esto. Si alguien lo tergiversa diciendo que el factor económico es el único determinante, convertirá aquella tesis en una frase vacua, abstracta, absurda. La situación económica es la base, pero los diversos factores de la superestructura que sobre ella se levanta –las formas políticas de la lucha de clases y sus resultados, las Constituciones que, después de ganada una batalla, redacta la clase triunfante, etc., las formas jurídicas, e incluso los reflejos de todas estas luchas reales en el cerebro de los participantes, las teorías políticas, jurídicas, filosóficas, las ideas religiosas y el desarrollo ulterior de estas hasta convertirlas en un sistema de dogmas– ejercen también su influencia sobre el curso de las luchas históricas y determinan, predominantemente en muchos casos, su forma. Es un juego mutuo de acciones y reacciones entre todos estos factores, en el que, a través de toda la muchedumbre infinita de casualidades (es decir, de cosas y acaecimientos cuya trabazón interna es tan remota o tan difícil de probar, que podemos considerarla como inexistente, no hacer caso de ella), acaba siempre imponiéndose como necesidad el movimiento económico. De otro modo, aplicar la teoría a una época histórica cualquiera sería más fácil que resolver una simple ecuación de primer grado.” (Carta de Federico Engels a Jose Bloch, septiembre de 1890, el subrayado es mío)

La religión, cómo construir la realidad por la sociedad

La religión, las deístas o las laicas burguesas, es la principal forma en la que se manifiesta el orden social en las mentes de los seres humanos vinculado a la alienación que este sufre por la disociación entre su ser natural / biológico y su ser social. El poder terrenal de las religiones, económico, social y político, cristalizado en las instituciones eclesiales (toda religión tiene sus instituciones, desde la más simple, el chamán, hasta la más compleja, el Vaticano) tenía su contraparte, la superestructura ideológica que legitimaba ante las poblaciones ese poder terrenal.

El “poder” de la religión anida en las mentes

¿Por qué la religión, cualquiera que ella sea, laica o creyente, cumple un papel tan importante en la sociedad? El “poder de dar y quitar la vida” reside en dios, nos dicen desde una de las instituciones que expresa una religión, la iglesia católica. Este es el primer elemento que indica por dónde vienen los tiros, el término “poder”: el poder está fuera del alcance del común de los mortales, nos vienen a decir.

La religión es la máxima expresión de la alienación del ser humano, que “transfiere” su impotencia para cambiar el presente a unos seres que solo existen en su cabeza. Pero como toda ideología, para que tenga fuerza real, tiene que expresarse en organizaciones: las iglesias son las cristalizaciones de las ideas que bullen en la cabeza de los seres humanos. Esa alienación surge de la impotencia, o bien frente a la naturaleza, fuerza incontrolable para los seres humanos, o bien, bajo el capitalismo, la economía, la “mano oscura del mercado”, que actúa frente a los seres humanos como cualquier fuerza de la naturaleza, fuera del control de la voluntad humana.

En el capitalismo la alienación se complica con la cosificación de las relaciones sociales, deshumanizándolas hasta el extremo. El consumo como “religión laica”, donde el mercado es el lugar (¿los Centros Comerciales como los “lugares de culto”?) en el que los seres humanos se relacionan, comprando y vendiendo sus mercancías y donde está atrapada la voluntad individual. El extremo al que conduce esta alienación es la reificación, la atribución a las cosas, y especialmente a una, el dinero, de cualidades humanas. “Poderoso caballero es Don Dinero”, decía el poeta.

Este trípode -el consumo, el mercado y el dinero- es sobre el que se asienta el poder de la religión actualmente, alcanzando en el capitalismo una profundidad tal que únicamente así se puede explicar que una sociedad que es capaz de llegar a la Luna, de resolver la mayoría de las enfermedades que fueron el azote de la humanidad durante siglos; una sociedad que no hace ni cien años tenía una esperanza de vida de no más de 45 años, y hoy la tiene en los 80. Una sociedad que puede convertir el trabajo humano, la explotación, en una pesadilla del pasado. En una sociedad que tiene ese alto nivel de racionalidad en su desarrollo, no ha sido capaz de abolir, de desterrar la superstición, la irracionalidad y la religión de sus vidas.

Es obvio que esta imposibilidad viene dada por la misma estructura de esa sociedad, de donde surge la necesidad de la religión, puesto que ha añadido al carácter incontrolable de la naturaleza, la falta de control total de la economía: las crisis se producen, quieran o no los capitalistas. Está en su esencia vivir a base de crisis de las que desconocen su origen. A partir de este origen social de la religión, enraizada en la propia impotencia humana frente a la naturaleza desatada y la economía incontrolable, las instituciones en las que cristalizan se convierten en aliados naturales de los que controlan la economía. La insistencia en la “debilidad” humana ante poderes -resurge la palabra “poder”- que están por encima de él sale en defensa de las clases dominantes.

La inferioridad impuesta por la realidad de la sociedad dividida en clases se superpone a la “inferioridad” inferida de su debilidad frente a la naturaleza, creando un cóctel en las conciencias humanas difícil de superar de manera mecánica. Solo cuando el ser humano se enfrenta a sus necesidades como grupo social, puede sentar las bases para la superación de esa inferioridad, y comenzar a tomar conciencia de que puede haber otras alternativas, otras formas de hacer las cosas.

El protestantismo, al romper con la ligazón “poder-cura-confesión”, convirtiendo la religión en un asunto meramente individual y establecer una relación directa entre la persona y dios, dio un paso adelante en este camino de superar la supuesta debilidad humana ante poderes superiores, puesto que estos poderes dejaban de tener, parafraseando a San Agustín, su “ciudad terrenal” (la iglesia y el cura), para ceñirse a la “ciudad espiritual” (dios).

Pero el protestantismo no dejaba de ser una religión, que tendía al laicismo, pero no lo era. Seguía diciéndole a la población que hay fuerzas que el ser humano no puede controlar, y que tienen un nombre, dios (sea el que sea y de la religión que sea). Había abierto la puerta a la racionalidad burguesa, individualista, personal, pero seguía teniendo los mismos límites que cualquier religión; la alienación del ser humano y la transferencia del poder a seres superiores.

Esto nos traslada directamente al sujeto del “poder”. Creer en un dios omnipotente, o transferir el poder de cambiar las cosas a individuos que por el motivo que sea han salido de la pobreza cotidiana, santificándolos(esencia de las religiones laicas actuales, de las que el deporte es su máxima expresión), es la demostración de la impotencia de la sociedad para modificar las condiciones de explotación y opresión.

Nos dicen, “dios es el único que puede dar y quitar la vida”, y con eso nos dicen que nosotros no somos más que unas criaturas inferiores, incapaces de hacer nada importante que no sea adorar al dios de turno, o al santo laico, soñando con la vida que ese dios nos promete o esos santos tienen. Pero los “sueños, sueños son”; y mientras esperamos esa vida o soñamos vivirla, la explotación se mantiene.

Marx decía que la religión es el “suspiro del pobre”, y así es; es el sueño de otra vida que no es la gris y macilenta cotidianidad. Pero también decía otra cosa, “es el opio del pueblo”… no en el sentido vulgar que el estalinismo le ha dado, como si fuera algo que simplemente atonta a la gente. Es más complejo, por eso es tan difícil luchar contra la religión, la laica incluida y de la que el estalinismo es una de sus variantes: es el “opio del pueblo” porque es el “suspiro del pobre”. El pobre suspira / sueña a través de la religión con otro mundo, y de esta manera deja de luchar por cambiar este mundo, el que le explota y oprime.

El “poder” de la religión, y sus instituciones, tiene este doble componente; en las mentes de la población, construido a partir de las mismas relaciones sociales de producción, y su “poder” concreto como institución ligada, como no podía ser de otra manera, al aparato del Estado, que da “terrenalidad” a lo que aparentemente está en las mentes de los seres humanos. Todo se reduce a la palabra “poder”, y este es único; es el poder de las clases dominantes a mantener su dominación, de la que extraen la riqueza que les define como clase dominante.

Únicamente rompiendo con el “suspiro” y el “opio” del pueblo, este verá que el poder puede estar en sus manos; el pensamiento religioso es para un marxista el principal obstáculo en el camino de ganar a la clase trabajadora para la revolución.

En 1789, la burguesía en la revolución francesa entronizó a la diosa Razón, y acabó, supuestamente, con la superstición religiosa que había regido la vida de la humanidad desde el origen de los tiempos. Durante muchos siglos el ser humano era “cazador, cazado”, dependía de las fuerzas de la naturaleza y por su desarrollo social, era incapaz de explicarse la inmensa mayoría de los fenómenos naturales. Para ello les doto de poderes, les dio la categoría de dioses, de titanes, de seres sobrenaturales, les puso nombre dando origen a los mitos.

Todas las sociedades tienen sus mitos originarios, muchos de ellos comunes (el diluvio universal aparece en varias religiones, por ejemplo), sus diosas de la tierra y dioses del cielo. Habitualmente las diosas de la tierra como Rea, Artemisa, Diana cazadora,Tanit, Astarté, Frigg … se asocian a la fertilidad, mientras que los dioses del cielo (Zeus, Jupiter, Odin, Baal, Ra, …) van ligados al poder. Las religiones sincréticas no ponen nombre, pero reconocen poderes en todos los elementos de la naturaleza…; “el hombre hace la religión, y no ya, la religión hace al hombre”, afirmó Marx en la Introducción a la Crítica de la Filosofía del Derecho de Hegel.

Pero la Revolución Francesa, aunque profundamente laica, no podía ir más allá de la entronización de la Diosa Razón, que no deja de ser un oxímoron. “Deidad” y “Razón” no caben en la misma frase, la primera es la máxima expresión de la alienación del ser humano, que se basa en la fe, en un sistema de creencias, apoyado en la incapacidad, como dijimos, de explicarse los fenómenos naturales, buscando la vía final en la deidad (Las Cinco Vías de Santo Tomás de Aquino). La Razón es justo lo contrario, es la búsqueda sin cesar de esa explicación, sin ninguna atadura ni precondición.

Esa contradicción entre “fe” y “razón”, aunque introduce el elemento racional desarrollado a lo largo de los siglos y sintetizado en la Ilustración francesa, expresa el desgarro de la ideología burguesa: “la razón” es la manera que tiene de enfrentar el poder religioso y aristocrático, pero al entronizarla como “diosa” deja la puerta abierta a la interpretación contraria, que la religión entre por la ventana.

Por su propia lógica de explotación, el capitalismo no acaba con la alienación del ser humano que da origen a la superstición religiosa, sino que cambia lo que la genera. Si bien, antes de su “entronización” como clase dominante, eran las fuerzas de la naturaleza inexplicables las que la provocaban, a partir de su dominio, que incluye el dominio (en la actualidad vemos todo su componente destructivo) sobre la naturaleza, es la “mano oscura” del mercado la que lo produce. El ser humano pasa de ser “cazador cazado” por la naturaleza, a ser un muñeco en manos de fuerzas económicas que él mismo ha creado y que no controla. Y cómo no se explica las causas de los vaivenes sociales (crisis), de su explotación, del fetichismo que surge de la relación capitalista de producción, busca fuera de sí (se enajena) las causas.

La burguesía, inmediatamente después de entronizar a la Diosa Razón, abrió las puertas a la vuelta de la superstición religiosa, pero de otra forma. En las sociedades anteriores no había contradicción, era la superstición religiosa la que estaba en el puesto de mando. Sin embargo, el capitalismo precisa del racionalismo científico para desarrollar las fuerzas productivas que le sostengan la acumulación de capital, pero la explotación en la que se basa esta acumulación genera las condiciones para el desarrollo de las supersticiones religiosas, la alienación y el fetichismo.

En el siglo XXI, cuando el capitalismo está llegando a sus límites máximos de desarrollo, cuando la fórmula del capital, D-M-D’, se está transformando en D-D’ fruto de la caída de la tasa de ganancia y el aumento exponencial de la especulación, el “dios” laico por excelencia, el dinero (el Becerro de Oro), toma el papel de los viejos dioses. En las mentes de muchas personas, sobre todo los más pobres que no pueden acceder a ese “dios” laico, buscan en los viejos “dioses” el consuelo que no pueden tener de otra manera.

La sentencia de muerte de la religión

Aunque muchos filósofos anteriores ya hicieran profundas críticas a la religión, a Marx se le atribuye la sentencia de muerte de la religión en su relación con la sociedad como explicación del orden social, cuando dijo aquello de “… es el opio del pueblo”. Pero si queremos entender la fortaleza del fenómeno religioso, debemos leer la cita completa, puesto que da unas claves decisivas para entender el aumento del peso de la visión religiosa en la actualidad.

Limitarnos a la manida frase de Marx es economicismo, no tiene en cuenta todos los aspectos de la religión, no como reflejo de una sociedad, sino como expresión de la voluntad del ser humano en las sociedades de clases. Veamos la cita completa:

La angustia religiosa es al mismo tiempo la expresión del dolor real y la protesta contra él. La religión es el suspiro de la criatura oprimida, el corazón de un mundo descorazonado, tal como lo es el espíritu de una situación sin espíritu. Es el opio del pueblo”.

Claro que es el opio del pueblo… Reafirmar esto es de perogrullo. Pero cómo explicar que incluso en sociedades tan profundamente laicas y con estudios como los EE UU, Francia,…, donde la separación Iglesia-Estado fue consecuencia de actos revolucionarios, la religión siga teniendo peso, siga determinando las decisiones de los seres humanos. Cómo explicar que sectas como la Moon, los mormones o las más variadas congregaciones protestantes, etc., se extiendan como regueros de pólvora por los sectores más pobres de la sociedad.

La explicación maniquea del marxismo vulgar, más conocido como estalinismo, lo reduce a la teoría de la conspiración: el dinero de los EE UU favorece su desarrollo. Y, como la frase de Marx, es parcialmente cierto, “es el opio del pueblo”. Pero, ¿por qué el pueblo fuma ese opio?; esta es la pregunta que no se explica con la mera teoría de la conspiración, puesto que parte de la premisa de que el pueblo es idiota y fácilmente engañable.

La frase de Marx tiene un previo, “es el suspiro de la criatura oprimida”. El mejor ejemplo de este carácter popular de la religión son los espirituales negros de los EE UU, mayoritariamente cantos religiosos. Los esclavos suspiraban por su libertad a través del cántico; la religión era, de alguna manera, su liberación ante la brutal situación en la que vivían. De esta manera, la religión era el “suspiro” y el “opio del pueblo”, puesto que adormecía sus ansias de libertad al hacerles soñar en otro mundo que no es de este mundo.

A lo largo del siglo XX, y fruto de las revoluciones obreras triunfantes, la religión (las religiones) retrocedieron; el “suspiro del oprimido” fue sustituido por la lucha consciente por el socialismo, que se tradujo en la liberación de un tercio de la humanidad de la explotación capitalista. La restauración del capitalismo en estos países ha traído consigo la vuelta de la superchería religiosa, y cómo lo hace en una sociedad burguesa decrépita, sin otra salida social que el aumento de las desigualdades, de la explotación y la opresión, esa superchería toma la forma de monstruos, los fundamentalismos religiosos.

Al final, la sentencia de muerte que Marx había dictado sobre la religión tiene que esperar. La religión, como las sociedades de clases que la sustentan, son duras de matar, y solo morirá con esas sociedades; hasta ese momento, habrá que trabajar con las creencias que los seres humanos mantienen desde el origen de los tiempos.

El laicismo en el camino del fin de las religiones: separación religión-Estado

A pesar de considerar la religión como una “niebla mística”, Lenin no era partidario de incluir el ateísmo en el programa del partido, porque “la unidad en la real lucha revolucionaria de las clases oprimidas por un paraíso en la tierra es más importante que la unidad en la opinión proletaria sobre el paraíso en el cielo” (Socialismo y Religión). No era que Lenin considerara la religión como libertadora, sino que la propuesta era bien práctica, agrupar a los oprimidos con sus “suspiros” alrededor de la política revolucionaria, porque “en el cielo mandará dios, pero en la tierra la Tercera Internacional”, dijo en otro momento.

La tarea de liberarse de las supersticiones religiosas solo podrá cumplirse después de que se remuevan las condiciones materiales, de explotación, opresión y desarrollo social que las dan origen. La religión, como cualquier falsa conciencia o ideología, anida en los cerebros de los seres humanos, se construye socialmente a lo largo de generaciones, de sus tradiciones, de sus creencias, de sus formas de vida, y solo deconstruyendo las bases materiales que son las relaciones de clase de explotación y opresión, se podrá sentar las bases para la verdadera muerte de la religión.

La burguesía estableció el elemento central del programa revolucionario, que debe abrir las puertas a la muerte de la religión, el laicismo y su correlato político: la separación Religión-Estado, la religión es un asunto exclusivamente individual. El carácter revolucionario de la Reforma Luterana fue, precisamente, que estableció ese principio, cosa que no ha sucedido en otras religiones, donde la revolución burguesa no se completó y la religión individual sigue siendo un asunto de estado.

Lo hizo por motivos prácticos, subrogarse como clase dominante y explotadora; el acabar con las relaciones sociales de producción feudales significaba acabar con el poder de la Iglesia a todos los niveles, desde el meramente económico hasta el ideológico, puesto que necesitaba la libertad de creación para desarrollar la técnica al servicio de la explotación capitalista, y “de paso” hacerse con las propiedades eclesiásticas al servicio de la acumulación de capital.

En siglo XXI la tarea que comenzara la burguesía hace más de 200 años tiene que completarla el proletariado en su revolución, basada en la conciencia plena de sus actos. Por ello, lo hará no sobre la base de un desgarro ideológico, entronizando un oxímoron, “la diosa razón”; sino que fruto del desarrollo social que significará la abolición de la explotación, el ser humano será capaz de tomar el futuro en sus manos, explicarlo y controlarlo hasta donde pueda. No tendrá que buscar ninguna explicación en fuerzas sobrenaturales, se llamen dioses o profetas.

V.- «No mires arriba»: Algunos comentarios sobre el filme de moda

En un mundo donde la cultura es visual y cinematográfica, y más allá de sus cualidades técnicas, este filme es muy oportuno en su contenido al abrir muchos melones en las discusiones que hoy atraviesan a la humanidad, el rechazo de la ciencia y el resurgir del pensamiento religioso en forma de «negacionismo», el papel de los gobiernos y los medios de comunicación en el mundo neoliberal, hasta el declive norteamericano; pasando por el papel de un sector de la clase obrera.

Que es muy yanqui en su desarrollo y aparentemente insulso (de «usar y tirar»), es una de sus virtudes: no es ladrillo filosófico (el cine y la filosofía no se llevan muy bien). ¡Si han sido capaces de adornarnos como obras maestras, filmes de consumo desde la época de Tiburón, de intentar quitarse al síndrome de Vietnam a base de «rambos» que ha visto medio mundo, o de colarnos como día de la Independencia del mundo, «su» día de la independencia”!

Pero esos filmes estaban hechos en «el siglo americano», que va desde su victoria en 1945 hasta la crisis del 2007/8 y el hundimiento de su «Titanic» financiero, Lehmann Brothers. Son filmes que vendían el «american way of life» como si fuera lo más de lo más.

Este filme no; es todo lo contrario. Se instala en el declive de ese «american way of life» incapaz de arrastrar al mundo a sus aventuras, y al que desprecia olímpicamente. El gobierno de los EEUU, al que el personaje de Di Caprio culpabiliza directamente de todo lo que sucede, es una mezcla histriónica de Trump y Bolsonaro, con los toques «heroicos» de Abascal (el piloto del cohete enviado al principio es un «cow boy» en la línea del pirado de Teléfono Rojo, volamos hacia Moscú).

Pero de ese declive no se salva nadie, la clase obrera, incapaz de tener una perspectiva más allá de los puestos de trabajo prometidos por el gurú de la tecnología (¿¿¿¿Elon Musk????), se convierte, como dice uno de sus personajes más estúpidos, en la «fuerza social» de los «pijos ricos», frente a los que no son como ellos, negacionistas; principalmente la juventud (como si dentro de la juventud no hubiera clase obrera).

Los científicos, más allá de los protagonistas que son independientes, son retratados o bien como servidores del gobierno, con un cierto grado de independencia, o bien servidores del capital, que se limitan a avalar sus fantasías, dándoles una pátina de cientificismo.

Los estados actuales, personificados en el de los EE. UU., que son simples máquinas electorales financiadas por los capitalistas privados, que hacen y deshacen a su antojo cumpliendo el sueño de Adam Smith: su única tarea es dedicarse a la seguridad nacional y a las relaciones exteriores, de los asuntos económicos ya se encarga el mercado/capitalistas.

Y, por último, los medios de comunicación, la banalización sistemática de la política y de los asuntos serios, «¿por qué hay que reírse de todo?», dice uno de los personajes en un momento dado. ¿Por qué hay que hacer programas de política, de debate social, de alternativas a las crisis del capitalismo, y siempre terminar con un chiste? ¿O hay que evitar que la gente profundice en lo que se está diciendo, no vaya a ser que se saquen conclusiones que a los dueños de las cadenas -los mismos capitalistas- no les gustan?

El humor blanco que se introduce en ellos, sin el menor sentido corrosivo, es reaccionario. No es lo mismo Gila que Chiquito de la Calzada; Gila demolía, Chiquito es humo. Uno ayuda a pensar, a clarificar la vida, el otro, es el antipensamiento humano.

El fondo del filme es la crítica más dura a la banalización de un problema que afecta a todos y todas, al servicio de que los de siempre sean los que tomen las decisiones para «salvarnos». Y en esto acierta el filme; los personajes centrales se desesperan ante esa banalización inducida para que nada cambie, y los EEUU se beneficien de las supuestas riquezas que van a caer del cielo, salvándolos de su declive.

Porque este es el más grave problema que el neoliberalismo, y su contraparte progresista, el posmodernismo, ha introducido en la sociedad, la banalización de los problemas sociales, sean el que sea; desde un meteorito que puede destruir la tierra hasta el cambio climático: todo puede ser objeto de chiste y meme, sin la menor perspectiva de futuro. Pues bien, después de un filme poniendo sobre la mesa todas estas discusiones; ¿a qué demonios viene meter la religión en su final? No tiene el menor sentido.

Epilogo: Una reflexión sobre la vida cotidiana, entre el “tener” y el “ser”

Cuando uno entra en una casa normal española, ¿qué encuentra?; pues prácticamente todo el mundo dentro de ella. Más allá de lo necesario para la vida de una persona (dormitorio, baño, etc.), se puede ver “un cine en casa”, en forma de TV de un montón de pulgadas; una lavadora, un lavavajillas, un tendedero, un horno y un microondas, una cocina totalmente montada.

Es decir, todo lo que una persona podría hacer de forma colectiva, y no hace tanto como el cine, solo que a escala «familiar». Porque este es el fondo de la cuestión, la construcción de la “unidad familiar” como “célula” básica de la sociedad, transformada en una “unidad de consumo”.

De la unidad de producción a la de consumo

Antes del capitalismo, la familia era una unidad de producción de lo que necesitaba para vivir (vivienda, alimento, vestimenta, etc.); el excedente de esta producción lo llevaba al mercado para poder comprar aperos y herramientas y así mantener el proceso reproductivo, con un jefe al frente, el padre (páter familias del derecho romano) con autoridad total sobre toda la unidad, mujer, hijos y si podía esclavos o siervos.

El capitalismo en sus orígenes separa a los componentes de esa familia destruyendo la «unidad de producción», las «proletariza» y las envía a trabajar a las fábricas, donde de manera masiva se produce lo que antes se hacía a escala familiar (artesanal). Ahora, separados de sus medios de producción (tierra, herramientas, etc.) lo que antes producía a nivel familiar, ahora se lo venden los capitalistas. Las familias convertidas en «unidades de consumo», tienen que comprar lo imprescindible para reproducirse como seres humanos.

Por si fuera poco tener que cubrir las necesidades “biológicas” con el salario, el desarrollo de las fuerzas productivas bajo el capitalismo ha generado nuevas necesidades culturales, intelectuales y desde hace unas décadas, virtuales.

Marx dice en El Capital que “mercancía es todo producto del trabajo del ser humano destinado a cubrir sus necesidades, reales o creadas”. Para el capitalismo la “familia” es un verdadero saco sin fondo de estas últimas, pues ha construido toda una industria del consumo que se vendría abajo si en vez de que cada casa tenga un aparato electrodoméstico, una TV / cine en casa, ordenadores, cocinas, etc., este trabajo y ocio fueran colectivos.

El capitalismo, en su ansia de aumentar los sectores productivos con los que contrarrestar la tendencia decreciente de la tasa de ganancia, ampliando su base económica, tiene la necesidad imperiosa de mantener artificialmente este consumo desaforado (los llamados “nichos de mercado”), con lo que supone para la relación del ser humano con la naturaleza.

Si el trabajo doméstico (limpieza, comida, etc.) fuera colectivizado en vez de una lavadora/horno/cocina por hogar existieran los necesarios para atender las necesidades de cada barrio, edificio, etc., ¿no caería en picado la necesidad de fabricar esos electrodomésticos al nivel actual?.

Acaso, ¿no es esto lo que se pone de manifiesto con la extensión de las lavanderías automáticas en los barrios, o la existencia de cadenas de comida rápida para los cada vez más millones de seres humanos que viven en los barrios de las ciudades?

El problema es que la “colectivización” de este trabajo doméstico se está haciendo a la manera capitalista; son capitalistas los que los ponen en marcha, con el beneficio privado como objetivo, no resolver una necesidad social; dicho de otra forma, utilizan una necesidad social para hacer negocio. De hecho, a las necesidades sociales los capitalistas les llaman “nichos de mercado”.

Decrecimiento o colectivización

Es una falsa disyuntiva, puesto que, si la “colectivización” se diera bajo la mano del estado obrero, desde la planificación democrática de la economía, con el control obrero de la producción en los barrios, centros de trabajo y de estudio, con la construcción masiva de guarderías, de comedores y lavanderías comunales, … ¿Cuántos objetos de consumo que hoy destruyen la naturaleza desaparecerían?

En este sentido, la revolución socialista es “decrecentista”, pues destruye las bases económicas de la llamada “sociedad de consumo”, redefiniendo las formas de resolver las necesidades sociales. Entre el “tener” que define el capitalismo y el “ser” que caracteriza el socialismo, es obvio que la reducción del “tener” a las necesidades reales, no creadas por el capital, del “ser” es un decrecimiento económico evidente.

Esta concepción del “decrecentismo” no tiene nada que ver con las tesis neo anarquistas y decrecentistas que no rompen con el modelo capitalista, solo los modifican en función de las ilusiones de sectores sociales que no tienen la perspectiva en el camino revolucionario, cuando el problema se sitúa como ninguno en el terreno de la revolución y la lucha por el poder.

Para estos sectores, esta cuestión del poder en general, y del poder político en concreto, no tiene ninguna relación con la construcción social; y por ello levantan todo tipo de elaboraciones teóricas que separan la “sociedad” del “poder”, como la “revolución sin tomar el poder” de Holloway, el “mandar obedeciendo” de los zapatistas, o la disyuntiva de Carlos Taibo de “¿Tomar el poder o construir la sociedad desde abajo?”. ¡No se puede construir la sociedad desde abajo sin tomar el poder por arriba!, es un camino de doble circulación.

Bajo la sociedad socialista la reconciliación entre el “tener” y el “ser “significa adecuar el desarrollo humano y la tenencia de “cosas” no al reflejo del capitalista, que acumula más capital del que le es necesario para reproducirse como individuo, sino las que le permitan desarrollar todas sus capacidades como seres humanos.

Esta contradicción entre el “tener” y el “ser” en la sociedad capitalista es una de las manifestaciones de la alienación y la cosificación de las relaciones sociales que castran el desarrollo de los seres humanos, obsesionados en el “tener” para aparentar “ser” más que el resto, llevándolos a actuar como definía Hobbes; “el hombre es un lobo para el hombre”.

El individualismo exacerbado (“el lobo” de Hobbes) es lo contrario del desarrollo del individuo como persona, puesto que para acumular ese “tener” le lleva a una competencia enfermiza con el resto de las personas, y si no lo consigue -que bajo el capitalismo es lo que sucede en la mayoría de las ocasiones- se cae en la frustración y la depresión.

Por el contrario, en la sociedad socialista el colectivo proveerá y cubrirá todas aquellas necesidades que impida ese desarrollo, el “ser”, el individuo, y no el “tener” será el centro de la actividad humana. Pero para conseguirlo hay que hacer justo lo contrario de lo que dicen los “decrecentistas” oficiales: acabar con el capitalismo a través de la revolución socialista.

La combinación de crisis social, económica, ecológica e individual (el aumento de los suicidios es su manifestación más trágica) generada por las relaciones de producción capitalistas que fomentan el “tener” como la única manera de “ser” en la sociedad, demuestra que solo acabando con ellas el individuo se reencontrará con su ser.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.