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La OTAN y el mito de la intocabilidad

Fuentes: Rebelión

Hay, en la guerra en Ucrania, un sustrato ideológico-político que determina y fundamenta buena parte de las decisiones del “Accidente colectivo” y que explica la estridencia belicista de no pocos gobernantes del gallinero europeo. Es la siguiente: los países miembros de la OTAN creen, ciegamente, que son intocables. Que ellos pueden hacer lo que les venga en gana sin riesgo de sufrir represalias porque, detrás de ellos, está EE.UU. y su apabullante presupuesto militar, que no debemos confundir con su poder militar real. Los números, como las estadísticas, son engañosos y, desde ese engaño (en muchas ocasiones convertido en autoengaño), se pierde fácilmente la medida de las cosas. A tal escenario asistimos en Europa, donde, desde el derrotado electoralmente Macron, hasta los países exiguos del Báltico, braman por escalar el conflicto con Rusia con empeño delirante, como si Rusia fuera San Marino o Andorra.

No se encuentran análisis serios sobre estas actitudes, que rayan en la demencia, sobre todo cuando provienen de esos países-pulga, que tienen menos soldados que policías hay en San Petersburgo. Hace algunos meses publicamos un artículo titulado “Mambrú quiere una guerra”, en el que citábamos lo escrito por Doug Bandow, miembro del derechista Instituto Cato y exasistente especial del presidente Ronald Reagan, titulado Trump es directo y tiene razón sobre la OTAN”. En ese artículo Bandow hace referencia al belicismo de distintos gobiernos europeos, en términos que volvemos a citar por su pertinencia en el presente artículo:

“Por ejemplo, poco después de que Rusia invadiera Ucrania, un grupo de funcionarios del gobierno báltico [estonio] propusieron imponer una “zona de exclusión aérea” sobre este último país. Para ser efectiva, tal prohibición requeriría derribar también aviones que operan sobre Rusia, lo que llevaría a una guerra a gran escala. Sin embargo, ni individual ni colectivamente Estonia, Letonia y Lituania poseen nada parecido a una “fuerza aérea”. Obviamente, no podrían ellos imponer una zona de exclusión aérea. […]

Más recientemente, el presidente de Estonia, Alar Karis, promovió una confrontación naval con Moscú: “Los países occidentales deberían establecer una presencia militar en parte del Mar Negro para garantizar el movimiento seguro de los buques comerciales y de ayuda humanitaria”. Estonia, sin embargo, tiene exactamente seis barcos, dos para el combate costero y cuatro para la minería. Están respaldados por dos aviones y dos helicópteros para el transporte. Evidentemente, alguien distinto de Tallín tendría que asumir el enfrentamiento [con Rusia]…”.

Recientemente, ante la casi inminente derrota del ejército cipayo ucraniano, varios gobiernos europeos -como los de Alemania y Francia-, han cruzado una nueva línea roja, al autorizar que sus misiles sean empleados en atacar objetivos en suelo de la Federación Rusa. En palabras más claras, aprobaron que la guerra se extendiera a territorio ruso, abandonando cualquier atisbo de prudencia y bajo el pretexto de que ellos -Francia, Alemania y demás-, no atacaban directamente territorio ruso, sino que eso lo hacían soldados ucranianos.

EEUU también autorizó el empleo de sus misiles, convencido de que Rusia jamás cometería la temeridad de atacar objetivos estadounidenses. Como puede deducirse, la decisión de autorizar ataques al territorio ruso sólo encuentra explicación si partimos del mismo punto que los dirigentes atlantistas. De que ellos pueden, a través del gobierno pelele de Ucrania, atacar a Rusia, en tanto Rusia no puede responder atacando territorio atlantista. De que son, como ya señalamos, intocables, gracias al Eliot Ness que es EEUU (sin olvidar cómo acabaron los intocables de Ness, recordando el magnífico filme de Brian de Palma).

Alemania, vis a vis, Rusia, tendría nulas posibilidades de ganar una guerra. Los países bálticos durarían lo que una bolsa de caramelos en una piñata. Polonia no tendría mejor suerte. Francia es como el abuelete contando sus batallas y con apenas fuerzas para tragarse la papilla, porque masticar no puede, aunque babear sí. Pese a esa realidad, todos estos gobiernos parecen participar en un juego de bravucones de colegio, a ver quién la tiene más larga, bajo la mirada atenta del matón abusador, a quien todos obedecen y nadie le rechista. Porque, bajo el paraguas del matón, pueden decir cualquier cosa y sentirse autorizados para perpetrar cualquier barbaridad. Son intocables.

¿Realmente lo son? Viene a la memoria un hecho reciente, de calado mayúsculo, como fue el bombardeo con misiles y drones de Israel por parte de la República Islámica de Irán, bombardeo que puso a temblar a medio mundo, creyendo que ya se venía la tercera guerra mundial. Y no pasó nada. Israel tuvo que tragar, salvando la humillación con dos misiles de chispa sobre tierra de nadie iraní. Con aquel bombardeo Irán ponía fin al mito mayor que había recubierto a Israel hasta ese momento: el mito de su intocabilidad. De que Israel -como la OTAN-, podía cometer cualquier atrocidad sin temor a represalias. Ahora sabemos que no es así. Ni su tan cacareado ‘escudo de hierro’ es impenetrable, ni sus sistemas antimisiles derriban todo lo que le puedan echar. También se puso fin al miedo. Al miedo a las represalias sanguinarias de Israel. Eso, en Israel, ya lo saben. Irán puede hacerles daño, mucho daño, entre otras razones porque Israel se reduce a 22.000 kilómetros cuadrados, por 1.780.000 kilómetros cuadrado de Irán. No hay color. Si algo ha dejado claro la guerra fallida contra Hamás, es que Israel, sin EE.UU., no es nada. Sólo un país exiguo, de población exigua, que existe por y para EE.UU. Sólo eso. Si EE.UU. desapareciera de escena, la existencia de Israel duraría semanas. Quizás menos.

La Europa atlantista participa, mutatis mutandis, de la misma psicología y dependencia que Israel. El presupuesto militar de EE.UU. representa el 80% del presupuesto militar de la OTAN. EE.UU. aporta el 90% de la fuerza aérea y naval y el 70% de la tropa. En otras palabras, sin EE.UU. no hay OTAN, de forma similar a que, sin EE.UU., no hay Israel. Es la alianza con EE.UU. lo que ha venido posibilitando que, tanto Israel como la Europa atlantista, se sientan gallos intocables en sus respectivas geografías, gallos inflados, sobredimensionados por el poder militar de EE.UU. Ahí radica su fuerza. Y su debilidad. Además de la debilidad intrínseca de cada país. Alemania, el país más poderoso de la UE, planea reclutar a 5.000 soldados anualmente, para hacer frente -dicen-, a la ‘amenaza rusa’. Vaya ridículo. Rusia recluta 30.000 soldados al mes, todos voluntarios, para sumar 360.000 nuevos soldados al año. Alemania necesitaría siete años para reclutar lo que Rusia en un mes. Si la UE no es un circo, se le parece cada día más.

Como señala Bandow (y vienen señalando cada vez más expertos y militares en EE.UU.), todas estas bravuconadas parten de que los aliados europeos dan por hecho de que EE.UU. entrará en guerra (con Irán o con Rusia o con China, o con los tres a la vez) para defender y hacer valer sus disparates, aunque EE.UU. no tenga nada que ganar y sí mucho que perder. En esta cuestión radica el talón de Aquiles de atlantistas y sionistas y de quienes, en EE.UU., alientan este tipo de posiciones. Desde una perspectiva cuando menos curiosa, señalada por el canciller ruso, Serguéi Lavrov, el 10 de junio de 2024:

“Aquí está la respuesta a la pregunta de cómo trata EE.UU. a Europa. Están seguros de que, si provocan una guerra nuclear, algo que están haciendo activamente, solo sufrirá Europa y ellos, como siempre —como en la Primera y la Segunda Guerra Mundial—, se beneficiarán.

«Así es la filosofía, así es la mentalidad de los que actualmente determinan la política de EE.UU. y, por lo tanto, de quienes dirigen a Ucrania.

La cuestión está en que, en caso de guerra nuclear (y fin del cuento), la mayor parte de las ojivas nucleares rusas -unas 4.000-, irán directamente a EE.UU. y el país, como buena parte del planeta, pasará a una forma de vida diferente, con menos hamburguesas y más átomos vitaminados. Quedaría poco por ver en Nueva York, Boston, San Francisco, Filadelfia o Chicago, por mencionar a algunas candidatas al Plutonio de Oro. Moscú fue incendiada por los propios rusos para que Napoleón no se aprovechara de la ciudad. San Petersburgo fue sitiada casi mil días por los nazis. Stalingrado fue la batalla que cambió el signo de una guerra. Pese a todas las invasiones sufridas, Rusia ha emergido fuerte y victoriosa. Los desastres de la guerra le son todo, menos ajenos. EE.UU. nunca ha vivido una situación similar. Nunca. La población de EE.UU. no tiene memoria de ciudades devastadas, de millones de muertos, millones de refugiados y dolor y miseria por todas partes. Todas sus guerras han sido en tierras lejanas, salvo la guerra civil, pero esa no cuenta. Demasiado lejos en el tiempo; demasiado localizada en la geografía. Una guerra nuclear les enseñaría de golpe (literalmente), los dolores atroces que generan las guerras, esas que EE.UU. lleva casi siglo y medio repartiendo por el mundo.

Aquí la pregunta: ¿Están, en EE.UU., tan deseosos de desaparecer, que irían a una guerra nuclear por defender Alemania o a uno cualquiera de esos ridículos países bálticos, que, por no tener, no tienen ni para cambiarse de gayumbos una vez por semana? El pasado 11 de junio, el coronel ® y exasesor militar de Trump, Douglas MacGregor, afirmó en su programa de YouTube que “la gente en Washington está lo suficientemente asustada como para evitar cualquier confrontación directa con los rusos en Ucrania”. Un miedo similar llevó a EE.UU. a evitar una guerra con Irán, que no iba a ser, de inicio, nuclear. El conflicto directo con Rusia lo sería. ¿Haría EE.UU. en Europa lo que evitó con Irán?

Volvamos a Israel, país al que EE.UU. considera vitalmente estratégico y necesario. El gobierno Biden tuvo confirmación directa de Irán de que atacaría a Israel, como represalia por la destrucción del consulado iraní en Bagdad. Los iraníes no estaban dispuestos a negociar el ataque, aunque sí el modo de atacar. El resultado fue una luz verde resignada de Washington, teniendo que limitarse a que dicho ataque no desatara una devastadora guerra regional. En esta decisión, EE.UU. contó con el respaldo de sus aliados europeos, que habrían sido los grandes perdedores en caso de guerra general.

¿Agarra, lector, la seña? Irán comunica que atacará a Israel sí o sí. EE.UU. debe optar por la guerra o por tragarse el sapo para mantener la paz. Y traga el sapo y hace que Israel se lo trague con vinagre y hiel. Demos un paso más. ¿Por qué hoy, ahora mismo, EE.UU. está tan empeñado en un alto al fuego en Gaza? ¿Porque, de repente, Biden se ha hecho pro-palestino? Ni en la peor de las pesadillas. Quiere un alto al fuego y el fin de la guerra porque sabe que la deriva genocida de Israel está destruyendo todo el sistema de intereses de EE.UU. en la región. Que Israel no puede vencer a Hamás. Que Irán, Rusia y China están ganando y que, si no le pone bozal a Netanyahu antes de que sea tarde, de una forma u otra el poder combinado de sus adversarios terminará de derrumbar el edificio de intereses en la región del petróleo, que EE.UU. lleva 70 años construyendo. Por muy importante que sea Israel, no puede prevalecer sobre los intereses de EE.UU., y punto. Esta es la razón real que mueve a EE.UU. a buscar el fin del genocidio en Gaza.

Visto el ejemplo, ¿cree, lector, que EE.UU. actuaría de forma distinta en Europa, si Rusia, en represalia por ataques a su territorio, lanza represalias puntuales, pero avisadoras, a territorios de países atlantistas? ¿Ataques selectivos a aeropuertos, depósitos de armas o fábricas de misiles destinados a Ucrania? Rumania, Polonia y Alemania son candidatos preferentes, pues allí están los grandes centros de acopio y distribución de armamentos atlantistas con destino a Ucrania. Rusia debe tenerlos cabalmente identificados a través de su sistema de satélites espías, de forma que sería cuestión de programar las coordenadas de los objetivos y apretar algunos botoncitos.

Ataques puntuales, siguiendo el modelo iraní, pero no con misiles viejos y drones sin explosivos. Misiles kinzal, hipersónicos para romper, además de la barrera del sonido, el mito de la intocabilidad del “Accidente colectivo”, como Irán rompió el mito israelí. Si tal decidiera Rusia, ¿no creen que una repentina prudencia se extendería por Europa? ¿No reaccionaría la adormilada población, al ser despertada a una realidad que vive y no ve? No hay como verle las orejas al lobo para darnos cuenta de que podemos, en la imprudencia, terminar siendo su bocado. Los humanos somos así. No escarmentamos en lomo ajeno. Además, que el “Accidente colectivo” se siga sintiendo intocable entraña un grave peligro para la humanidad. No olvidemos que sentimientos de omnipotencia llevaron a Napoleón a Rusia y a Hitler a invadir la Unión Soviética, con los resultados conocidos. Más vale un misil a tiempo que cientos volando sobre nuestras cabezas.

Terminamos con una remembranza histórica (que no histérica, ésa, para Macron). Fue don Theodore Roosevelt quien, a principios del siglo XX, en EE.UU., decía que había que hablar suavemente, pero teniendo un garrote a mano por si no te entendían. Dado que el «gallinero accidental» no parece entender con palabras, habría que aprender del enemigo -que tanto ha gustado de aplicar a otros su garrote-, por aquello de que lo que es bueno para el ganso, bueno será para la gansa, sobre todo si se siente supermana. Quién sabe, pero las condiciones son óptimas para recetar al gallinero unas cuantas onzas de su propia medicina. Jarabe de palo ruso, reluciente y merecido. Si tal ocurre, no nos echen la culpa. Aquí, la única línea roja que usamos es la del vino, por aquello de que, con queso, misiles, pan y vino se andan mejor y son más seguros los caminos.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.