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Apuntes sobre la turistificación

Fuentes: Rebelión

Las movilizaciones actuales ponen de nuevo en el foco del interés general (que no suele coincidir con lo que por lo general interesa) preguntas esenciales respecto a nuestro mundo postneolítico y masivamente urbanizado: en qué consiste habitar, cuál es la textura vecinal y ciudadana que permite hablar de ciudad, qué sucede cuando todo espacio se convierte en puro solar de la acumulación capitalista.Canarias, Baleares, Málaga, Madrid, País Vasco, Cádiz… Se dibuja un horizonte de conflictos con esperanzadoras sinergias con la cuestión ecológica, el transporte, la energía, la soberanía alimentaria, la población migrante, la estructura productiva… Un periodista de Radio Nacional condensaba la situación de las ciudades y su vaciamiento vecinal, social y cultural, con una analogía que me pareció perfecta: el ruido del “tracatatateo” de las ruedas de las maletas de los turistas airbienbinianos había sustituido al sonido de los niños y niñas yendo al colegio con sus mochilas.

El asunto es vastísimo. En lo que sigue recojo pasajes e ideas de Santiago Alba Rico, David Foster Wallace, Edward Soja y Jane Jacobs. Vamos a detenernos brevemente en la tendencia global a la “parque tematización” exurbana y de algunas zonas de la ciudad para la nueva gentry y el turismo internacional, pues revela con claridad hasta qué punto la forma mercancía constituye socialmente la espacialidad bajo la popmodernidad (me gusta más esta expresión que “postmodernidad”: telegráficamente, la modernidad pop es un cumplimiento casi diría paródico de las promesas de la modernidad solo accesibles a una cierta clase media –a pesar de lo borroso del término como categoría sociológica– a través de la mercancía, gracias a ese trickster genial, que decía Baudrillard, del capital). Voy a tirar del hilo, para empezar, de los comentarios de Santiago Alba procedentes del artículo “Cultura y nihilismo: la insostenibilidad del hombre” (del libro Capitalismo y nihilismo).

Existen dos zonas que, bajo cierta reducción fenomenológica, nos pueden dar algunas claves sobre la civilización contemporánea: el campo de concentración y el parque de atracciones. Estos dos mecanismos (una fábrica de producción industrial de dolor y muerte, y otra de placer) guardan algunas semejanzas entre sí: son ámbitos donde dominan las experiencias individuales e inespaciales (aun sufridas o gozadas por una multitud): el placer y el dolor absolutos acontecen llenándolo todo, sin dejar lugar al lugar, y son incomunicables.

También Foster Wallace percibe cierta continuidad con las experiencias concentracionarias en el tratamiento dado a las masas de consumidores de los cruceros de lujo en su embarque. A la hora de describir la espera, junto a centenares de individuos anónimos, y entre las instrucciones dadas por megáfonos, escribe (en Algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer, pp. 314 y 316): “por lo visto solamente a mí me parece un momento aterrador por su eco involuntario de la escena de La lista de Schindler en que embarcan a la gente para Auschwitz. […] Esta espera masificada y ansiosa tiene un elemento a lo Ellis Island/pre-Auschwitz.”

En un movimiento análogo al que convierte al individuo en empresario de sí mismo, en la competencia global de las ciudades-región, estas se convierten en marcas, en logos, en espacios vacíos como los soportes publicitarios con los que seducir al ahorro internacional para producir “megaeventos”, grandes espectáculos que, en palabras de Foster Wallace, sea cual sea “el precio abstracto del futuro”, permitan, de un modo casi instantáneo, el logro de importantes retornos de la inversión. La indiferencia hacia el contenido del evento es, podemos presumir, total, siempre y cuando sea “mega”. La ingeniería urbanística acometerá la pertinente cirugía sobre los lugares y las funciones de la ciudad, aunque quede sin responder, en el fondo, la pregunta relativa a la ordenación urbana y los usos del espacio, la pregunta de ¿y después qué? Santiago Alba sostiene que la ciudad misma, como lugar natural del contrato social entre los hombres, se ha convertido también en un simple distribuidor de hombres rodados: concebida para la circulación de las mercancías a través de vías rápidas, anillos de circunvalación y círculos concéntricos potencialmente líquidos que sólo coagulan en las grandes superficies comerciales y en los grandes centros recreativos, la ciudad misma deviene mercancía, orientada ahora al espectáculo ininterrumpido de magnos eventos deportivos, foros culturales, cumbres internacionales o pomposas bodas de la realeza. Capitalismo y nihilismo, p. 124.

Alba describe la experiencia siamesa del campo y el parque: las muchedumbres apriscadas y dirigidas (“un guía que les ordena dónde y cómo tienen que mirar”), estandarizadas individualmente con alguna marca o distintivo, “acotados y separados del espacio común y suspendidos, de algún modo, fuera del tiempo”, en “centros de consumo para la liberación rediticia y controlada del ello [p. 125].” También el escritor norteamericano señala la radical simbiosis entre el consumo turístico y la fuente pulsional, esa cantidad de energía que grita su necesidad de satisfacción como la mercancía grita su necesidad de valorización, esa dimensión donde se imbrican plusvalor y plusgoce. Foster Wallace se refiere a “el Niño Insatisfecho que hay en mí, esa parte que siempre QUIERE (sic) de forma indiscriminada.” Y continúa en este tono psicoanalítico (en referencia a las promesas contenidas en un folleto publicitario de la empresa Celebrity Cruises):

(…) estamos ya en posición de apreciar la mentira que late en el negro corazón del folleto de Celebrity. Porque esta –la promesa de saciar esa parte de mí que siempre y solamente QUIERE– es la fantasía central que el folleto vende. Hay que fijarse en que la verdadera fantasía no es que se va a cumplir esa promesa, sino el que pueda cumplirse de alguna forma. He aquí una inmensa mentira. Y por supuesto quiero creérmela (…), quiero creer que esta Fantasía Vacacional Suprema va a reportar los  suficientes  cuidados, que esta vez el lujo y el placer van a ser administrados de forma tan completa e infalible que mi parte Infantil quedará saciada.

Pero mi parte Infantil es insaciable: en realidad su misma esencia o Dasein consiste en su insaciabilidad apriorística. En respuesta a cualquier entorno de gratificaciones y cuidados extraordinarios, el Niño Insaciable que hay en mí simplemente ajusta sus deseos al alza hasta que nuevamente los estabiliza en su homeostasis de terrible insatisfacción. Y está claro que en el Nadir [el nombre de la nave], tras unos pocos días de diversión que conducen al reajuste, la parte de mí que QUIERE y que permanecía acallada por los cuidados regresa, y con más fuerza. [El goce] no procede solamente de la parte Infantil de uno cuando recibe por fin los cuidados totales que siempre ha querido, sino también del alivio que sienten otras partes de la persona cuando la parte infantil por fin se calla (pp. 364, 365).

Volvemos al texto de Santiago Alba. La continuidad de las experiencias de uno y otro sitio emanan de dos conceptos básicos que son definidos como los principios geométrico y dinámico “que rigen, construyen, reproducen la economía y la cultura del capitalismo”: el círculoy la velocidad. En el mismo lugar y página que citábamos más arriba, afirma que estos principios se fusionan en el automóvil: “condición material de la reproducción del sistema y emblema, al mismo tiempo, de lo que Paul Virilio llama «la nueva estética de la desaparición».” En el proceso de producción social del espacio debemos buscar estas constantes: la circularidad de la reproducción ampliada del capital, la compulsión a acortar su ciclo de rotación y, por tanto, a aumentar la velocidad de la revalorización. En este proceso el capital “circunvala el territorio del hombre”: todo entre, toda distancia que sea un obstáculo o que suponga una lentificación, toda “barrera espacial opuesta al tráfico” –“las plazas y las calles, el intercambio de signos, la reunión de los cuerpos (…) el espacio mismo como condición de toda experiencia común” [pp. 127, 128]– debe desaparecer o ser reducida a una especie de grado cero antropológico. Sin lo que durante aproximadamente 8.000 años hemos denominado “cultura” la sociedad se ve reducida a una pura y desnuda rebiologización de la existencia humana a través del sistema económico, puro movimiento sin paradas: tradición, oficio, instituciones, belleza, sentido.

La ciudad-parque-temático, la ciudad producida “sintéticamente”, exacerba la mirada tróficapropia del turismo. Recurrimos a Foster Wallace como una suerte de fenomenólogo de la popmodernidad, en unas líneas que pueden ser leídas como el clímax del consumo, de la mirada trófica y de la consideración del mundo únicamente como “bueno para comer”, donde el turista termina también simbólicamente deglutido y excretado. En el artículo “Dejar de estar bastante alejado de todo”, Foster Wallace analiza la, vista con el detalle y la atención del autor, lisérgica y a la vez deprimente atmósfera de una gran feria comercial estatal de la alimentación en el Medio Oeste. Uno de los últimos apuntes de una especie de diario que va conformando el artículo dice así (del hilarante, brutal, maravilloso libro Algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer, pp. 160, 161):

15-8, 19:30 h. Y en este estado [de Illinois] cuyo origen y razón de ser es la comida, hay un importante motivo digestivo subyacente a toda la Feria de 1993. En cierta manera, todos estamos aquí para ser deglutidos. Las fauces de la entrada principal nos admiten, la multitud apretujada se mueve de forma peristáltica por un sistema complejo de avenidas, emprende complejas transferencias de dinero y energía en las vellosidades que flanquean las avenidas y finalmente –cuando se encuentran al mismo tiempo llenos y consumidos– son expelidos por unas salidas pensadas para el flujo abundante.

Las ciudades, en la carrera competitiva por atraer al turismo internacional, exageran sus rasgos culturales y los manufacturan en forma de folklorismo o se convierten en espacios “glocalizados” en los que poder disfrutar, en un pequeño radio, de los sabores y sonidos de todos los “lugares” del mundo. Esta tendencia reconfigura, en buena medida, especialmente en las postmetrópolis de vanguardia que “marcan tendencia” a nivel global, la geografía residencial y comercial, al ofrecer experiencias sintéticas de vida urbana y manufacturar sensaciones “más reales que la realidad”. En el libro  Postmetrópolis, de Edward Soja, se escribe acerca del proyecto CityWalk, que oferta un Los Ángeles más auténtico que Los Ángeles, y así recuperar, con ello, a través de la mercantilización, las promesas incumplidas de vida urbana y prácticas ciudadanas.

Evidentemente, las ciudades europeas no son estadounidenses; Los Ángeles sería algo así como el heraldo de las formas de asentamiento posturbanas. Traemos aquí, pues, la ilustración de este proyecto como síntoma y tendencia mundial. En efecto, CityWalk es la apoteosis de la popmodernidad, un intento de recuperación, de Aufhebung paródica a través de la mercancía de las posibilidades de la vida urbana, a la que se añade una pátina de antigüedad confeccionada con las tecnologías más actuales y otros efectos y decoraciones escénicas. A fin de que la ciudad “real”, sus antagonismos y contradicciones, no penetren en el paraíso urbano simulado se hace necesario incorporar toda la panoplia de herramientas de seguridad y vigilancia (en este sentido es sugerente el libro de Steven Flusty, Bulding Paranoia. The Proliferation of Interdictory Space and the Erosion of Spatial Justice; en la tipología de nuevas edificaciones y entornos urbanos hallamos, además de texturas urbanas ansiógenas, incómodas, disimuladas, rugosas y espinosas, edificaciones del tipo casa-bloque [o fortín], laagers de lujo, guetos de bolsillo y centros comerciales fortificados, todos ellos “tipologías paranoides”). La política espacial de las simcities toma como referencia escenarios artificiales recreados para la demanda solvente, ontologías digitalizadas que se alejan de referencias “objetivas” o “factuales”, y que tienden a disolver la democracia en un nuevo “populismo electrónico”. Trampantojos digitales, fachadas copiadas, réplicas de playas, olas simuladas y trovadores de paseo… Soja condensa la tendencia con estas líneas (p. 477): “la actual vida urbana está siendo reemplazada por capas y capas de simulación cada vez más espesas de timopaisaje (…).”

El individuo mismo, en su forma de turista o pasajero, porta una mirada nihilista, trófica, que borra el lugar: es más valiosa la experiencia abstracta del viajar que el dónde, que el ahí, siempre eclipsado por la imagen del yo, por una figura que no deja acontecer el lugar ni su propio sentido sedimentado por el pasado. Santiago Alba ofrece también a este respecto una interesante fenomenología sobre el turismo en la que se revelan los rasgos esenciales de este medio de propagación del no lugar: la ilusión del movimiento (pues de un no lugar a otro se repiten en lo nuevo los mismos aeropuertos, trenes, servicios hoteleros y “lugares con encanto”), la ilusión de la singularidad (experiencias sintéticas del viajar creadas exclusivamente para ti, igual que para todos los demás), el violento transformismo de los lugares y de los habitantes de forma acorde con la “pre-visión” de  los turistas, la puesta en escena del dominio espacial y de clase de la pequeña y mediana burguesía occidental y, por último, la simulación de comunidad. Quiero destacar dos citas más de este artículo: “La figura del «turista», en efecto, sólo puede comprenderse a la luz de la del «inmigrante» como su reverso y su denuncia, en el cruce de dos flujos desiguales, uno ascendente y otro descendente, que reproduce la explotación económica a nivel planetario y legitima ideológica, antropológica y psicológicamente una relación neocolonial a nivel local.” El autor madrileño habla, asimismo, de “un yo tautológico y vacío que se indica a sí mismo como el único contenido individual de la aventura.” Ambas son de Capitalismo y nihilismo, pp. 150 y 152. Cierro este pasaje con una descripción, según Foster Wallace, del turista norteamericano (de crucero), si bien, seguramente, pueda en parte describir, sin más, algunos rasgos del turista (de algunos, bastantes, muchos turistas, pongan ustedes, si quieren, la cuantificación que corresponda):

Hay algo ineludiblemente bovino en un turista americano avanzando como parte de un grupo. Hay cierta placidez codiciosa en ellos. En nosotros, mejor dicho. En puerto nos convertimos automáticamente en Peregrinator americanus, Die Lumpenamerikaner. La Gente Fea. (…) No puedo evitar pensar cómo deben de vernos ellos, esos jamaicanos o mexicanos impávidos, o especialmente cómo nos ve la tripulación inferior no aria del Nadir. (…) No importa que esté aquí arriba [en el barco] o ahí abajo [en el puerto], soy un turista americano, y por tanto ex officio corpulento, rollizo, rubicundo, escandaloso, tosco, condescendiente, ensimismado, malcriado, preocupado por su aspecto, avergonzado, desesperante y codicioso: la única especie de bovino carnívoro que se conoce en el mundo (“Algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer”, del libro del mismo título, pp. 358 y 359).

La desdiferenciación y descualificación se producen en la multiplicación de tipologías universales que privan a los lugares de su carácter distintivo, de su exterioridad, de su otredad respecto a la lógica de la repetición ampliada de lo mismo en lo nuevo. Al modo de fractal se replican por toda la superficie terrestre, indefinidamente, zonas hiperdegradadas, archipiélagos bunkerizados de lujo y orden en un océano de entropía, vías rápidas de información y transporte sobre aquel fondo de desorden, enclaves parquetematizados de pretendida autenticidad cívica o natural, guetos de ocio, instersticios abandonados, tipologías urbanas y arquitectónicas repetitivas y monofuncionales que generan lo que Jane Jacobs llamó la “carcoma de la monotonía”.

Un evidente efecto desdiferenciador y descualificador es la conversión de la geografía en una superficie abstracta de retículas que arrolla la especificidad del emplazamiento. En unos espacios en buena medida desinstitucionalizados, en los que los mecanismos democráticos se ven impotentes para regular los efectos negativos de la transformación espacial y del “dinero cataclísmico” (de nuevo, Jacobs), los lugares son aplanados (metafórica y en algunos casos, literalmente), privados de su carácter diferencial, convertidos en puros solares de acumulación que borran (o, cuando menos, emborronan) referencias antropológicas, históricas, culturales y naturales.

Veremos hasta qué punto las actuales movilizaciones introducen cambios en esta situación. Sería muy bueno que estos conflictos arraigaran y construyeran sinergias con otras muchas heridas, con fenómenos emergentes y residuales que, además, (otro tema, si no, el tema) establecieran cierto equilibro y justicia en las relaciones entre la ciudad y (lo que llamábamos) el campo.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.