En la madrugada del 18 de agosto de 1936, Federico García Lorca, gran poeta y dramaturgo, fue fusilado en la carretera que une las localidades de Víznar y Alfacar, en la provincia de Granada, España.
Hacía un mes que se había iniciado la sedición que dio lugar a la llamada “guerra civil española”. Lorca, que estaba en Madrid unos días antes de la sublevación, buscó en su tierra natal refugio frente a la situación ya convulsionada, sin saber que se desencadenaría la insurgencia.
Refugiado en la finca familiar, la Huerta de San Vicente, ésta fue allanada en dos oportunidades y el poeta hostigado. Un cuñado suyo, Luis Fernández Montesinos, alcalde de Granada, se hallaba en poder de los sublevados desde el 20 de julio (sería fusilado el 16 de agosto).
Federico se refugió en casa de una familia de amigos falangistas. Uno de ellos, Luis Rosales, era un poeta notable y dilecto amigo de Lorca. Allí permaneció encerrado durante una semana en la planta alta de la casa., sólo dedicado a tocar el piano y leer.
Lo fueron a buscar el 9 de agosto y no se pudo evitar su detención, pese a la intervención de uno de los hermanos Rosales. Los represores hicieron un gran operativo, con guardias civiles y policías, que rodearon la casa para evitar que el poeta se escapase.
Su probable denunciante y protagonista del arresto fue Ramón Ruiz Alonso, diputado por la derecha (CEDA) y en su momento militante del más puro fascismo español, las Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista (JONS). Era obrero gráfico, algunos lo motejaban “el obrero domesticado”.
La denuncia efectuada no se conservó. La versión que existe es que lo acusaba de “ser espía de los rusos, estar en contacto con éstos por radio, haber sido secretario de Fernando de los Ríos y ser homosexual.” También habría dicho que había hecho “…más daño con la pluma que otros con las pistolas”. La acción del cedista estuvo respaldada por los oficiales a cargo del gobierno civil de Granada, sostenedores de la decisión de darle muerte al poeta.
De los Ríos era un intelectual y dirigente político granadino, que fue ministro de Justicia y luego de Instrucción Pública de la segunda república. Pertenecía al ala “moderada” del Partido Socialista. Había sido profesor del poeta en la carrera de Derecho de la universidad de Granada. La hija de Ruiz Alonso, la actriz Emma Penella, sostenía que en realidad el verdadero blanco era de los Ríos y que se la tomaron con el poeta como enlace con el dirigente socialista, para apresarlo. Nunca se confirmó que así fuera.
Una vez capturado, se lo llevaron a la sede del gobierno civil de Granada, dirigido por el comandante José Valdés Guzmán. Según el biógrafo Ian Gibson: ”… hay indicios de que, antes de dar la orden de matar a Lorca, Valdés se puso en contacto con el general Queipo de Llano, jefe supremo de los sublevados de Andalucía.” Existen testimonios de que Queipo habría respondido “…dadle café, mucho café…” frase en clave para aludir a la instrucción de matarlo.
Cuando familiares del poeta fueron a llevarle comida y mantas, se las devolvieron porque éste ya no estaba allí.
No hubo ninguna forma de juicio, sólo unos balazos en descampado y a altas horas de la noche. Un asesinato liso y llano, después de días de arresto sin ninguna acusación concreta.
A la infamia del homicidio se unió, como era común en la época, la del certificado de defunción, expedido más de tres años después. En el mismo se lee que Federico “…falleció en el mes de Agosto de 1936 a consecuencia de heridas producidas por hecho de guerra siendo encontrado su cadáver el día veinte del mismo mes en la carretera de Viznar a Alfacar”.
El artero fusilamiento se trasmutaba en acontecimiento bélico. Y se consignaba el supuesto hallazgo de su cuerpo, siendo que hasta hoy se ignora el paradero del mismo.
Más allá de las imposturas del lenguaje burocrático, otro gran poeta español, anatematizó en verso el atropello cometido:
Se le vio, caminando entre fusiles,
por una calle larga,
salir al campo frío,
aún con estrellas de la madrugada.
Mataron a Federico
cuando la luz asomaba.
El pelotón de verdugos
no osó mirarle la cara.
Todos cerraron los ojos;
rezaron: ¡ni Dios te salva!
Muerto cayó Federico
–sangre en la frente y plomo en las entrañas–
…Que fue en Granada el crimen
sabed –¡pobre Granada!-, en su Granada…
Antonio Machado. Fragmento de “El crimen fue en Granada”.
¿Por qué lo mataron?
Lorca no fue víctima de un error, como hasta la actualidad sostienen algunos neofranquistas. Quienes lo llevaron a la muerte no lo hicieron por razones ajenas a la política. Su homosexualidad pudo tener que ver en el odio que muchos reaccionarios le profesaban. Pero incluso su opción sexual era un hecho político.
Contra lo que a veces se ha sostenido, era un hombre comprometido, si bien no tenía una adscripción militante expresa. Decidido partidario de la república se sentía enfrentado no sólo con la monarquía, sino con las clases que usufructuaban una estructura social y política signada por la desigualdad y la explotación.
De la clase dominante a la que más conocía, la de Granada, había dicho que era “la peor burguesía de España”. Allí fue que lo fusilaron.
En comentarios sobre el público teatral, son múltiples sus manifestaciones a propósito de que había que quitar el teatro de las garras de la burguesía y ponerlo en contacto con campesinos y trabajadores, que lo sabrían apreciar mucho mejor.
Con sus propias palabras expuso la idea elocuente de dar primacía al público popular y cambiar de raíz la extracción de clase de lxs espectadores: “Yo arrancaría de los teatros las plateas y los palcos y traería abajo el gallinero. En el teatro hay que dar entrada al público de alpargatas. ¿Trae usted, señora, un bonito traje de seda? Pues, ¡afuera!”
Una gran experiencia escénica que creó y dirigió, el teatro universitario La barraca, tuvo como premisa central ir a pequeñas ciudades, pueblos y aldeas, lejos de los circuitos “cultos” habituales. Buscaban el contacto con un público que tal vez nunca había asistido al teatro, a menudo iletrado. Federico les atribuía una particular sensibilidad que facilitaba su acercamiento con el gran teatro.
Los “barracos” no daban un repertorio simple o “ligero”, sino grandes clásicos del teatro hispano. Calderón, Lope de Vega, Tirso de Molina, los “entremeses” de Cervantes… El “siglo de oro” español se enlazaba con el siglo XX y las representaciones eran verdaderos éxitos.
En cuanto a la obra escrita por Lorca, la crítica a la sociedad española, sus costumbres y a alguna de sus instituciones, tenía un lugar eminente. Tanto en sus poemas como en sus obras teatrales.
Un claro ejemplo es el titulado Romance de la guardia civil española, que recoge hechos reales de represión a agricultores y gitanos en la zona de Jerez de la Frontera, Andalucía.
El estudioso Miguel Caballero considera a esos versos “… una crítica a esa sociedad de grandes propietarios convertidos en caciques y que se apoyaban prioritariamente en la Guardia Civil para que velara por la protección de sus propiedades y de ellos mismos.”
El poeta llega a la mención expresa de un gran terrateniente y bodeguero de la zona de Jerez, Pedro Domecq, relacionándolo con los actos represivos. Un atrevimiento del tipo del que los poderosos suelen no perdonar.
Para la apreciación de burgueses y militares reaccionarios el poeta granadino era un personaje para nada simpático. Ciertas osadías en la pintura moral y en el lenguaje de su teatro tampoco obraban a su favor, desde la perspectiva de pacatería generalizada que auspiciaba el clero integrista y compartían “las personas de orden”.
Las razones de un homicidio
Lo seguro es que el asesinato de García Lorca se inscribe de lleno en el accionar represivo y genocida puesto en marcha por el golpe de julio de 1936. El suyo es sólo el más tristemente célebre de los “paseos” de prisioneros: Sacados de sus celdas en plena noche se los baleaba en algún sitio más o menos apartado y sus restos eran enterrados en secreto.
Cuando los poderosos vieron llegar la hora de la revancha, tras el golpe de julio de 1936, el poeta sería una de sus tempranas víctimas. Su dedo acusador y vengativo se posó sobre Federico, y utilizó a los uniformados y a los embanderados con el fascismo como brazo ejecutor.
Quien no fue militante partidario ni se mezcló en las rencillas cotidianas de la política había sin embargo generado un profundo mensaje, surcado por un anhelo indubitable de transformación social. Lorca no era un “inocente” aniquilado por una intolerancia genérica, una homofobia sin norte, ni por una arbitrariedad desorientada. Cayó por sus convicciones y por sus actos.
Había retado a los privilegiados y amado a los explotados y postergados. Fue suficiente para que los que venían a sofocar la libertad y los afanes de cambio de la sociedad ibérica lo eliminaran a plena conciencia de lo que hacían.
El asesinato de Viznar sigue impune y el cuerpo no ha sido recuperado. El homicidio de una de las figuras insignes de la literatura en lengua española del siglo XX continúa sin que se reponga a pleno la verdad. Y se haga justicia.
El crimen fue en Granada, no ocurrió por azar ni por error.
Este artículo es una versión corregida y ampliada de “Granada 1936, crimen sin condena”, publicado en Tramas, periodismo en movimiento, del 5 de agosto de 2022. Disponible aquí
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