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Manipular las palabras para ridiculizar la mentira

Fuentes: Rebelión

En los últimos años, con el gigantesco aumento del alcance y la eficacia de las redes digitales de comunicación, las técnicas de manipulación de masas también han alcanzado una etapa que habría sido inimaginable hasta hace poco.

Hoy en día tenemos un fenómeno que llamamos «realidad paralela», en el que los hechos son mucho menos importantes que la sensación que se crea en relación con ellos. Por lo tanto, la conocida máxima de Joseph Goebbels tiene ahora una aceptación como nunca antes. Ni siquiera en el apogeo del nazismo la idea de que «una mentira repetida mil veces se convierte en verdad» resultó ser tan efectiva como lo es hoy.

En Brasil, los discípulos bolsonaristas de Olavo de Carvalho y Steve Bannon desarrollaron su habilidad en el arte de la manipulación de una manera que causaría orgullo en sus mentores.

Sin embargo, en este texto me gustaría mostrar que también es posible recurrir al arte de la manipulación lingüística e invertir la realidad para otros fines, es decir, con el objetivo de revelar la verdad a través de la ridiculización de la mentira. Y la herramienta lingüística que nos permite hacerlo es la figura retórica conocida como ironía.

Entonces, para hacer uso del instrumento lingüístico al que acabo de mencionar, quiero referirme a la situación que se vive en un país que ha sido uno de los blancos prioritarios de la agresión comunicacional de todo el aparato de manipulación informativa del imperialismo: Venezuela. Así, trataré de temas vinculados al proceso revolucionario bolivariano recurriendo a la ironía.

Es un lugar común que Nicolás Maduro es visto y presentado como el prototipo del dictador latinoamericano. Así, enterarse de lo que está sucediendo en Venezuela en este mismo momento es suficiente para colmar de indignación a cualquier ciudadano de bien. Es realmente inaceptable que un dictador se arrogue el derecho de impulsar procesos electorales que involucren a toda la población, con el desvergonzado objetivo de construir un Estado participativo e incluyente.

Por eso, cuando oí acerca de las barbaridades que están ocurriendo allí, decidí escribir algo que contribuyera a que los menos informados supieran de todos las aberraciones de ese dictador. Sin embargo, al buscar las palabras iniciales para llevar a cabo la tarea, me di cuenta de que no iba a abordar nada nuevo, ya que lo que me ha estado causando furor ha sido recurrente, al menos, desde los últimos años del siglo pasado.

También me acordé de que, en junio de 2007, había publicado un artículo relacionado con los mismos temas que están en la agenda en este momento. Al repasar el material producido para esa oportunidad, llegué a la conclusión de que todo lo que había escrito para esa ocasión seguía siendo plenamente válido hoy en día. Sería necesario, eso sí, hacer algunas pequeñas adaptaciones y ajustes en relación con los nombres, los lugares y las circunstancias específicas. Así, por ejemplo, en lugar de Hugo Chávez, ahora tenemos a Nicolás Maduro. Empero, en lo que respecta a la esencia del problema, podríamos decir que casi nada ha cambiado.

En vista de esto, en parte por pereza de hacer esfuerzos por ser creativo, en parte porque pensé que no sería necesario quemarme el cerebro para encontrar nuevas formas de expresar fenómenos sociales que ya habían sido retratados con las mismas características con las que se presentan hoy, decidí sacar del cajón el texto escrito hace unos 18 años y traerlo a la luz, para que los que aún no lo habían leído pudieran leerlo, y para que los que ya lo conocían pudieran ver que poco ha cambiado desde entonces.

El propósito que me impulsó al principio sigue siendo el que me inspira ahora: quitar la máscara de la cara de los dictadores, para que nadie se deje llevar por las meras apariencias y engaños. Como es importante enfatizar, los demócratas son demócratas, y los dictadores son dictadores. Los primeros no necesitan subterfugios para ser aceptados en su inherencia democrática, mientras que los del segundo grupo, por mucho que se disfracen, nunca dejarán de ser lo que son.

Los gobernantes genuinamente demócratas son plenamente conscientes de ello, y no necesitan andar por ahí con pretensiones. Es por eso que Donald Trump actúa abiertamente, sin ningún temor. Entonces, cuando ordenó la detención de trabajadores inmigrantes indocumentados para enviarlos a campos de concentración en Guantánamo, no tuvo miedo de revelar su intención, porque sabía que su sinceridad democrática nunca sería cuestionada. Tampoco se sintió obligado a actuar con disimulación cuando autorizó el secuestro y robo de un avión de la empresa petrolera venezolana. Es un demócrata, y así va a ser retratado por todos los medios democráticos del mundo.

Sin embargo, si todavía quedaba alguna duda en la mente de alguien sobre su fidelidad a la democracia, su decidido apoyo a la retirada forzada del pueblo palestino de sus tierras en Gaza, con vistas a construir allí una nueva Riviera, reafirma definitivamente la confianza general de los demócratas del mundo en el actual gobernante estadounidense. Es más que lógico que alguien dotado de tal sentimiento de respeto por los verdaderos valores humanistas sea un franco defensor del derecho de las razas superiores a imponerse a los pueblos considerados de linaje inferior. Por lo tanto, su participación activa en el proceso de limpieza étnica de Palestina llevado a cabo por los sionistas israelíes no hizo más que reforzar lo que todos ya sabíamos: el encomiable carácter democrático de Donald Trump.

De igual manera debemos analizar el comportamiento del intachable presidente de Francia, Emmanuel Macron. El mundo entero le reconoce su legitimidad democrática. En consecuencia, él no vaciló cuando decidió negarse categóricamente a entregar la dirección del gobierno de su país al candidato de izquierda que había ganado las elecciones parlamentarias. Su sensibilidad democrática y su virtud son cualidades intrínsecas e indisolublemente ligadas a él, por lo que no necesita dar pruebas innecesarias de ello.

Sin embargo, no es así como se comportan los dictadores. Muchos de ellos son tramposos y astutos estafadores. Por eso nos encontramos con algunos que, en su empeño por engañar a los incautos, se pasan la vida entera actuando y comportándose como si respetaran los preceptos de la democracia. Todo para confundir a los menos informados. En el texto que reproduciremos a continuación, hablaremos de uno que puede ser tomado como el símbolo de este deplorable tipo de políticos. Uno que vivió y murió haciéndose pasar por un demócrata, siendo en realidad un dictador. Y lo peor es que su sucesor está yendo por el mismo camino.

Entonces, a continuación voy a traer de vuelta las palabras del texto “Solo los ciegos no ven la dictadura”, publicado en junio de 2007, en el que el mismo tema es abordado. Me gustaría pedirles que lo lean, o relean, para evaluar cuánto hay de verdad en lo que ahí está dicho.

Hay cosas que todavía no logro entender. Si los grandes medios de comunicación privados de Venezuela, así como sus congéneres de otras partes del mundo, viven diciendo que en Venezuela hay una dictadura, ¿por qué hay gente que tercamente sigue creyendo que la cosa no es así? La verdad es que hay muchísimas pruebas que demuestran el carácter dictatorial del gobierno de Hugo Chávez. Vamos a repasar nada más que las más importantes de ellas para ver si logramos hacer que los recalcitrantes finalmente despierten de su sueño profundo y pasen a ver la realidad tal cual es.

1) La llegada de Hugo Chávez al poder se dio de una manera que no puede recibir otro calificativo que dictatorial: fue elegido por la inmensa mayoría del pueblo venezolano, pero en especial con los votos de los ciudadanos de pocos recursos económicos, los cuales, dando muestra de su falta de tolerancia, lo eligieron tan solo porque él se había comprometido a gobernar en beneficio de esta mayoría de gente humilde. O sea, constatamos ahí un acto típicamente dictatorial: la mayoría imponiendo su voluntad por sobre las minorías, aunque las últimas estén compuestas de gente mucho más bien preparada y letrada y, por eso mismo, en mejores condiciones para determinar quién debería gobernar el país.

2) Tan pronto llegó al poder, Chávez convocó una constituyente para elaborar una nueva Carta Magna para el país. Y, para dejar todavía más patente su carácter autoritario, propuso que los miembros de esta constituyente fueran elegidos libremente por todo el pueblo. Sin duda esa fue una medida de corte netamente dictatorial, ya que le daba al pueblo un derecho que debería ser ejercido nada más que por aquellos que realmente tienen condiciones de ejercerlo: o sea, la gente que dispone de un nivel de vida lo suficientemente alto para permitirle ver con claridad las cosas que pueden o no formar parte de una constitución. Pero, no contento con tal arbitrariedad, Chávez decidió reforzar su autoritarismo con la exigencia de que la constitución elaborada por la asamblea constituyente fuera sometida a la aprobación popular antes de empezar a vigorar.

3) Otra muestra del carácter dictatorial de Hugo Chávez y de que tenía planes de atornillarse en el sillón presidencial para siempre fue la sugerencia que hizo (la cual fue incorporada a la Constitución) de que todos los integrantes de cargos públicos elegidos por el pueblo (incluso el propio presidente) pudieran ser sometidos a un voto revocatorio a mitad de su mandato para saber si podrían seguir ejerciéndolo o no. Esta es una cabal demostración de que hay una dictadura en Venezuela, ya que es el único país del mundo que tiene tal dispositivo en su constitución.

Aprovechándose de esta arbitrariedad que él mismo propugnó, Chávez pudo ser dictatorialmente refrendado en agosto de 2004 con cerca del 60% de los votos sufragados. Claro que solo pudo alcanzar tal porcentaje por medio del fraude. Un fraude tan descarado que los únicos que no lo vieron fueron las organizaciones totalmente controladas por el régimen chavista como la OEA, el Centro Carter, la representación de la Unión Europea, los representantes de todos los poderes electorales de los demás países de América, así como todos los demás observadores internacionales que acompañaron de cerca el proceso.

4) Chávez demuestra no tener ningún respeto por la libertad de expresión. Tanto es así que se rehúsa a cerrar o censurar a los medios de comunicación que le hacen oposición (cerca del 80% de los medios de comunicación de Venezuela están en manos privadas y pasan las 24 horas del día despotricando al gobierno). Ni siquiera cuando le hacen mención a la progenitora, Chávez toma medidas en contra de esos medios. Debemos reconocer que esta actitud es claramente dictatorial. Y la tiranía de Chávez es tan grande que, para librarse de uno de los canales televisivos que se caracterizaba por actuar en su contra como un verdadero partido político, esperó a que venciera su concesión del espectro radioeléctrico público para entonces rehusarse a renovarla, en lugar de haberlo cerrado mucho antes y de modo directo, como lo hubiera hecho cualquier gobernante que fuera de veras democrático.

5) No hay como negarlo, en los últimos nueve años, Venezuela solo vivió 48 horas de verdadera democracia. Fue cuando, con el apoyo militante de los medios de comunicación privados, el empresario Pedro Carmona Estanga lideró un golpe de estado democrático que derrocó a Hugo Chávez e implantó una democracia plena, con la abolición de la Constitución, del Poder Judiciario, del parlamento, de la Defensoría del Pueblo, de los mandatos de los gobernadores elegidos, etc.

Claro, como tendría que ser en una verdadera democracia, en esas 48 horas fueron muertas varias personas ligadas al dictador, y otras tantas fueron arrestadas, el canal de televisión estatal (VTV) fue debidamente sacado del aire y las televisoras y radios comunitarias severamente reprimidas. Todas esas medidas sirven para resaltar los propósitos claramente democráticos que inspiraban a las fuerzas de oposición al gobierno de Hugo Chávez. Lamentablemente, poco tiempo después, el pueblo ingrato salió a las calles y reimplantó la dictadura, la Constitución, los poderes públicos, etc.

6) Actualmente, hay manifestaciones públicas protagonizadas por algunos grupos de estudiantes oposicionistas de las universidades privadas y, en lugar de hacer uso de la violencia en contra de los jóvenes opositores, de modo similar a como lo han hecho recientemente las democracias verdaderas de Chile, de Francia, de Colombia, etc., el gobierno dictatorial de Chávez prefiere ver a sus policías recibiendo escupitajos, ofensas verbales y unas cuantas pedradas. ¿Puede alguien concebir una dictadura más represiva que esta?

Tan solo por los pocos ejemplos que pudimos exponer en las líneas de arriba, me resulta incomprensible que el carácter dictatorial de este gobierno aún no esté suficientemente claro para todos.

Compañeros es hora de despertar. ¡Abajo la dictadura!

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.