La interrelación entre la psique y la enfermedad es compleja, pero no debemos confundir la enfermedad mental (depresión, ansiedad, esquizofrenia o trastorno bipolar, entre otras) con la discapacidad psíquica (discapacidad intelectual, down o autismo) o la enfermedad neurodegenerativa (alzhéimer, parkinson o esclerosis múltiple, por señalar algunas).
A menudo se habla de la enfermedad mental insistiendo en aspectos emocionales, psicológicos, o sea individuales; al punto que en las terapias, a veces, se plantea la personalización del tratamiento. Eso está bien. Estoy de acuerdo en acompañar, consolar así como dotar de herramientas a las víctimas o enfermos. Me parece una labor encomiable, pero insuficiente. Y no me refiero a la sempiterna insuficiencia de recursos que caracteriza a la salud mental.
Resumidamente: en España el gasto público en salud mental esta en torno al 0,6% del PIB (la media de la Unión Europea es 1,5-2,0% PIB). Podría pensarse que es suficiente, pero no es así: esto supone un 5-6% del gasto sanitario (la OMS recomienda el 10%); de hecho las familias han de hacer un gran esfuerzo asumiendo el 35-40% del gasto privado en salud mental (en la UE el 20-25%). Las consecuencias del modelo actual de salud mental: desigualdad económica (y territorial), sobrecarga de atención primaria, listas de espera (España de 3 a 6 meses frente a 1 mes en la UE), excesiva medicalización (España es el 2º país de la OCDE en consumo de ansiolíticos) o la escasa prevención, por mencionar algunas.
La insuficiencia a la que me refiero está en el enfoque. Insistimos tanto en lo individual, “puedes con todo”, “eres el dueño de tu vida” que dejamos de lado las condiciones sociales en que se desenvuelve este individuo. Es más, el individuo, aunque productor de la sociedad que deja, es ante todo producto de las condiciones sociales en que vive. Condiciones sociales que no elige, que se le imponen y le envuelven, y ante las cuales se pliega o se “vuelve” loco.
A veces, con el pretexto de la atención personalizada nos cuelan este individualismo absoluto y unilateral. Estoy de acuerdo con personalizar, pero sin abstraernos del carácter social. Con más rigor: bajo la forma de hacer su vida el individuo hace lo que la sociedad le encomienda, que es el contenido de su proceso vital (“eres clase obrera y te ganarás el pan con la venta de tu fuerza de trabajo”). Libre para hacer lo que quiera, la persona, es presa de sus relaciones sociales. En definitiva, planteo que a la hora de abordar la enfermedad mental, hay que tener presente su carácter social, donde -en mi opinión- está buena parte de la causa del problema (ojo, no toda, pero sí mucha).
Aclaro que este dilema me vuelve a aparecer cuando me enfrento a otros fenómenos como el desempleo, la pobreza, incluso si se plantean como derechos constitucionales (empleo, vivienda, entre otros) o como derechos humanos. Afirmamos un derecho individual que socialmente no somos capaces de cumplir, o sea un derecho vacío. Es como poner todo el peso social al individuo (en este caso, enfermo o víctima); culparle, responsabilizarle de problemas que tienen un origen social, pero que adquieren forma concreta en las personas. La personalización está bien, pero ha de integrarse en una comprensión social de la enfermedad mental y no ser una excusa para el individualismo unilateral.
Por ejemplo, la persona que ha caído en la depresión (o sufre angustia, o ansiedad), porque perdió el empleo. Cuando acude a terapia personal, que es mucho mejor que empastillarla -dicho sea de paso- si se le aconseja que tiene que formarse, digerir mejor el golpe, o tomárselo con filosofía relativista (hay cosas más graves, etcétera); qué le estamos diciendo. En el fondo que está en esa situación (deprimida o ansiosa porque ha perdido el empleo) porque no estaba bien formado (o no sabía inglés, informática o tratar con las personas, su empresario por ejemplo). O peor aún -en mi opinión- , decirle que es de cristal, le faltan herramientas emocionales o no es resiliente. A lo mejor, habría que decirle que en España hay 3 millones de parados, que uno de cada 15 trabajadores va al paro. Es más, que el capitalismo, el modo en que las sociedades actuales organizan las vidas de las personas, requiere generar paro para funcionar adecuadamente. Así, que no se martirice en exceso porque, como miembro de la clase obrera, tenía todas las papeletas para que lo despidieran. También se le podría decir que, aunque no lo crea, al tocarle a él habrá evitado que le toque a otra persona que, en función de otras variables, podría habérselo tomado peor incluso llegar al suicidio (en los últimos años más de 4.000 personas, el 80% por enfermedad mental y el 10% por problemas laborales inmediatos; el 024 es una línea permanente de atención). De donde se puede inferir que ha salvado una vida, la de otra como ella, que no sabrá nunca si acaso sería alguien conocido y querido por ella misma. Y a más, por si el enfoque social general de su problema particular no le convenciera, debería planteársele que su situación aunque la viva como personal tiene un carácter social, no solo porque afecte a más personas (que también), como su familia. Sino, porque en su origen, parte de una relación social, en este caso es la compraventa de la fuerza de trabajo y que toma forma jurídica en el contrato laboral.
Como se ve, la relación social sobre la que emerge la enfermedad mental no es abstracta; toma cuerpo en la vinculación con otros, aunque medien las cosas (fetichismo). La relación social general objetivada, el capital, en cuanto desarrollo de la mercancía (en el caso anterior la fuerza de trabajo), se concreta en el vínculo con otra persona. Pues a él lo despide otra persona (o entidad), o lo desahucia otra persona (o entidad). Lo mismo, los analistas, investigadores, terapeutas o hacedores de las políticas, debieran afrontar su tarea teniendo esto en cuenta. Lástima que hasta aquí no llegue el individualismo, éste solo queda para la víctima y no para el verdugo. Si lo hicieran verían que detrás de la enfermedad mental está la relación social, o lo que es más justo, que aquella es una forma concreta de ésta. Que tras un enfermo mental hay un «despedidor», por tanto un contrato laboral, una relación asalariada, una explotación laboral, un deseo de ganancia, etc. Lejos de este enfoque, el «despedidor» y el desahuciador son considerados exitosos personajes.
Este 28 de abril, Día Mundial de la Salud Laboral, lo veo una oportunidad para solicitar un enfoque mas social de la Ley de Salud Mental, cuya tramitación parlamentaria está estancada desde el año 2021.
Pedro Andrés González Ruiz, autor del blog Criticonomia
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