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Amar a los pobres, pero odiar la pobreza

Favela Brasil
Fuentes: Rebelión [Imagen: Favela en el Complexo da Penha, Rio de Janeiro. Créditos: Fernando Frazão/Agência Brasil]

En este artículo el autor sostiene que ‘solo hay pobreza porque hay injusticia social’, razón por la que es posible ‘acabar con los pobres mediante la erradicación de las condiciones de injusticia que hacen posible la pobreza’.


A partir de la lectura de un artículo muy interesante publicado por Francisco Fernandes Ladeira, me sentí inspirado para esbozar algunas líneas que podrían complementar el buen contenido presente en el texto antes mencionado, en el cual se aborda el tema de un sentimiento que se viene constatando en diversas sociedades desde tiempos muy remotos: el odio a los más pobres.

Quizás, la única gran innovación que tengamos para presentar sobre este tema sea la denominación con la que pasamos a referirnos a este fenómeno ya muy antiguo: la aporofobia.

Por otro lado, pese a la antigua aversión hacia los pobres, también suele darse un hecho paralelo, en el que algunas personas adoptan posturas que, al parecer, van en una dirección diametralmente opuesta a la de los conocidos aporófobos.

Así, no es raro encontrarnos con ciertas personas que glorifican y embellecen la vida de los pobres tan intensamente a punto de inducirnos a creer que vivir en condiciones de absoluta necesidad debe ser una meta que hay que perseguir, y no algo de lo que hay que intentar escapar.

Por lo tanto, en un pretencioso intento de hacer más evidente la idea que impregna la reflexión del artículo mencionado en el primer párrafo, quiero expresar claramente que nuestra identificación con los más pobres no tiene en absoluto la intención de mantenerlos en tal estado de penuria.

Por lo tanto, mi propósito abierto y declarado es, sí, acabar con los pobres. Mi gran sueño es que, cada día, haya menos pobres, en Brasil y en el mundo. Sin embargo, no anhelo alcanzar este objetivo a través de la eliminación física de nadie, sino por medio de la erradicación de las condiciones de injusticia que hacen posible que los seres humanos vivan en una situación de privación social. Por eso podemos decir que amamos a los pobres, pero odiamos la pobreza.

Durante siglos y siglos, buena parte de los dirigentes de la Iglesia Católica se dedicaron a la tarea de enseñar a las masas populares a resignarse a las enormes privaciones a las que estaban sometidas. La recompensa por aceptar someterse a toda esta miseria vendría después de la muerte, en el reino de Dios.

En años mucho más recientes, ha cobrado fuerza otro punto de vista religioso, que ha demostrado ser bastante atractivo para una parte significativa de nuestra población. Es que, ahora, en lugar de tener que esperar para disfrutar de la riqueza solo después de nuestra muerte física, la nueva interpretación religiosa estipula que esto debe suceder aquí mismo en la Tierra, en este mismo momento. Bastaría con cumplir al pie de la letra con lo que los «verdaderos» representantes de Dios y sus organizaciones empresariales nos indiquen. Hemos llegado a la era de la Teología de la Prosperidad.

Antes de seguir adelante, me gustaría señalar algo que considero de gran importancia. Independientemente del valor que se le dé a la llamada Teología de la Prosperidad, se trata de una doctrina religiosa que no tiene ningún punto en común con lo que, en los Evangelios, se conoce como las enseñanzas de Jesús y su legado. Para ser más preciso, no tengo ninguna duda de que cuanto más haya adherido una persona a la llamada Teología de la Prosperidad, menos tendrá ella que ver con Jesús, aunque suela mencionar su nombre todo el tiempo.

Pues bien, lo que se acaba de decir no representa nada que no se haya ya observado a lo largo de la historia. Como sabemos, quienes ordenaron el suplicio y la muerte de Jesús fueron los líderes religiosos que por entonces manipulaban los textos del Antiguo Testamento para enriquecerse a costa del sacrificio de las personas más humildes. Si comparamos cuidadosamente la forma de actuar de aquellos que le causaron el sufrimiento y la crucifixión a Jesús con la de los dueños de las principales iglesias-empresas que actualmente predican la filosofía de la Teología de la Prosperidad, concluiremos que hay una casi completa identificación entre ellos.

Ahora bien, volviendo al tema central, es necesario tener en cuenta que la erradicación de la pobreza nunca será algo que se pueda lograr de manera individual. Las aspiraciones de acumulación personal e individual de riquezas, sin preocuparse por la suerte de los demás, facilitan enormemente el trabajo de los grandes explotadores del pueblo en el mantenimiento de sus privilegios. Al fomentar la creencia de que cada uno debe cuidarse de si mismo, sin pensar en el colectivo, se abre la puerta para que predomine el sentimiento de egoísmo. Como resultado, los pobres son inducidos a ver en los otros pobres los enemigos a los que hay que combatir. En lugar de aliarse unos con otros para luchar juntos para avanzar y sacar a todos de la pobreza, se anima a cada uno a pisar la garganta de su prójimo, si siente que eso le es útil para hacerlo rico.

Solo hay pobreza porque hay injusticia social. La injusticia social solo puede ser eliminada si hay unidad y conciencia de la mayoría de que los problemas deben ser enfrentados y resueltos por todos y a favor de todos. Si los pobres y todos los que no están alineados con los intereses de los explotadores se disponen a enfrentar este problema con unidad y solidaridad, serán mucho mayores las posibilidades de tener éxito, lo que resultará en una vida mejor y más digna para todos.

Desde siempre y para siempre, sigue vigente la máxima que reza: “La unión hace la fuerza”.

Traducido del portugués para Rebelión por el propio autor.

Fuente: https://www.brasil247.com/blog/amar-aos-pobres-mas-odiar-a-pobreza

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.