Recomiendo:
3

Reflexiones en torno a la famosa publicación de @SagazLuna

No odiamos lo suficiente

Fuentes: Puños y letras

Hace apenas unos días, el funcionario Lucas “Sagaz” Luna volvió a encender la polémica al compartir en su cuenta de X un video donde un grupo terrorista nigeriano asaltaba una aldea cristiana. Lo acompañó con una frase tan incendiaria como peligrosa: “No odiamos lo suficiente al islam”. La publicación no tardó en desatar una tormenta en redes y medios, polarizando las opiniones entre quienes profundizaron la retórica del odio hacia el islam y los musulmanes, y quienes, con igual vehemencia, repudiaron semejante declaración.

Curiosamente, el mismo día en que escribo estas líneas, me crucé en YouTube con una lúcida intervención de Santiago Bilinkis, donde analiza cómo las redes sociales han construido una jaula invisible para nuestra mente, explotando sus mecanismos más primitivos y volviéndonos adictos con total premeditación. Una de las estrategias más efectivas de estas plataformas es alternar entre la búsqueda del placer y la capacidad de indignarnos, empujándonos a extremos y alimentando la polarización. X, en particular, parece diseñada para provocar reacciones viscerales, exacerbar odios y radicalizar posturas. Aunque existen filtros y bloqueos, quienes transitamos alguna vez esa red sabemos que su arquitectura está pensada para maximizar el conflicto y la viralidad de los extremos.

El caso de “@SagazLuna” no es un hecho aislado, sino un síntoma de una dinámica más profunda: la facilidad con la que las redes pueden amplificar discursos de odio y convertir la indignación en espectáculo. Luna, con antecedentes de posiciones extremistas y declaraciones polémicas, es apenas un actor más en este escenario donde la viralidad suele premiar lo más incendiario y extremo.

“No odiamos lo suficiente al islam”

¿Qué significa esta frase en el contexto actual de la República Argentina? Aunque esta publicación no pretende adoptar una postura partidaria, sí es importante analizar cómo el actual presidente, Javier Milei, no habría llegado al poder sin la consolidación previa de la ideología conocida como la “Nueva Derecha”, tanto en nuestro país como en el mundo hispanohablante.

En este proceso, la pléyade de influencers en redes sociales que apoyan a los candidatos de esta corriente ha sido fundamental para entender no solo la llegada de Milei a la presidencia, sino también fenómenos similares como Trump en Estados Unidos, Bolsonaro en Brasil o Meloni en Italia.

En el caso de Milei, no debe subestimarse la influencia de Victoria Villarruel, quien, aunque se ha distanciado públicamente del presidente, sigue siendo una figura clave dentro del entramado de la Nueva Derecha. Villarruel ha tenido un rol estratégico al reclutar a sectores conservadores clásicos y a algunos grupos del nacionalismo católico argentino, espacios a los que Milei, como libertario intransigente, tenía dificultades para llegar.

Argentina, en este sentido, es cuna de influencers muy influyentes como Agustín Laje y Nicolás Márquez, quienes durante casi una década se presentaron como “intelectuales disidentes” y que hoy actúan como propagandistas orgánicos tanto de Milei como de otros candidatos neoderechistas en el mundo hispano. Estos dos son los ejemplos más emblemáticos de una generación de jóvenes —y no tan jóvenes— que han radicalizado el discurso en español, desarrollando una ideología posmoderna y radical con terminología y semántica propias, que han logrado traducir eficazmente al electorado popular.En este contexto, uno de los ejes centrales de la Nueva Derecha es la llamada “defensa de la civilización occidental”, que no es más que una reformulación moderna del racismo tradicional, adaptada para ser aceptable en el siglo XXI. Así como ya no se puede hablar abiertamente de “raza blanca” ni proponer un “apartheid” —recordemos que este horror sudafricano se mantuvo vigente hasta 1994, hace poco más de treinta años—, ahora se emplean términos como “incompatibilidad antropológica” o “valores occidentales” para disfrazar esas mismas ideas excluyentes.

Dentro de este entramado ideológico los predicadores neo-derechistas han construido una narrativa que vincula subjetivamente al feminismo, al progresismo, al marxismo e incluso al islam como “enemigos de Occidente”. En esta realidad paralela, alimentada por las redes sociales —como bien analiza Byung-Chul Han en Infocracia— se imagina una alianza estratégica de estos grupos para destruir la “civilización occidental”. Esta retórica se sostiene incluso cuando la realidad contradice el relato. Por ejemplo, Donald Trump impulsó en 2020 los “Acuerdos de Abraham”, un pacto de normalización entre Israel y varios países árabes; y en 2022, sectores feministas y progresistas occidentales apoyaron sin reservas las protestas violentas en Irán tras la muerte de Mahsa Amini.

Estos dos ejemplos bastarían para desmontar esta absurda narrativa, pero no son casos aislados. En diciembre de 2023, durante la presentación del decreto de necesidad y urgencia (DNU) de la Ley de Bases, el presidente Javier Milei se atrevió a equiparar fascismo y comunismo bajo la etiqueta de “colectivismo”, sin importar que ambas ideologías sean doctrinalmente opuestas y hayan estado en bandos enfrentados durante la Segunda Guerra Mundial. En este relato ideológico, 2 + 2 puede ser igual a 5 si así conviene.

Esta distorsión es la raíz fundamental por la que la retórica y las expresiones de odio contra el islam y los musulmanes —lo que conocemos como islamofobia— no dejan de expandirse día tras día, amparadas por una ideología que gana cada vez más hegemonía: la Nueva Derecha.

“Borra esto pelotudo”

Es interesante cómo Sharif Menem respondió de inmediato a la nefasta publicación. Este joven argentino, vinculado también a La Libertad Avanza y, por ende, a la Nueva Derecha, tiene un origen étnico levantino. De hecho, Carlos Saúl Menem, uno de sus parientes, fue presidente de la República Argentina en dos ocasiones y fue enterrado en el cementerio islámico del país, despidiéndose así de este mundo como musulmán. ¿No es una gran ironía?

Durante esos gobiernos, tan alabados hoy por liberales y neo-derechistas argentinos, se implementaron las políticas socioeconómicas que ellos defienden fervientemente. Pero, curiosamente, quien las llevó adelante fue un presidente de origen inmigrante, levantino y musulmán, alguien que, sin duda, habría sido profundamente despreciado por figuras como Alberdi, Sarmiento o Mitre.

En este sentido, resulta muy ilustrativo el trabajo del historiador israelí Raanan Rein, titulado Los muchachos peronistas árabes, donde señala cómo, durante los gobiernos de Juan Domingo Perón, sectores sociales que antes eran considerados “elementos contaminantes” por los gobiernos conservadores lograron un importante ascenso social, reconocimiento y posicionamiento político a través de los movimientos populares de su época (primero el radicalismo y después el justicialismo).

Aunque sería extenso enumerar nombres, como dato de color podemos mencionar que Juliana Awada, ex primera dama y esposa del expresidente Mauricio Macri, también es de origen levantino.

Todos estos datos, que podrían parecer anecdóticos por separado, demuestran que si hay un país en el mundo donde la retórica xenófoba e islamofóbica de la Nueva Derecha resulta absolutamente ridícula, ese es la República Argentina. Esta contradicción pone de manifiesto que la ideología desarrollada por este movimiento es, en realidad, una forma de colonialismo cultural e intelectual, ya que sus discursos se nutren de la retórica neocolonial propia de la derecha francesa, inglesa o estadounidense.

Recordemos que, cuando estos “influencers” eran niños o adolescentes, apoyaron la “cruzada” de Bush contra Afganistán e Irak, una guerra que desencadenó una crisis migratoria y de refugiados que persiste hasta hoy y que, además, dejó millones de muertos.

Contexto

Podrán objetarnos que la desafortunada intervención de Luna fue una reacción impulsiva ante un video indignante que muestra la violencia extrema de un grupo criminal y terrorista. Sin embargo, respondemos que una locura no puede combatirse con otra. No se requiere una gran capacidad intelectual para distinguir entre el accionar criminal de un grupo terrorista y las creencias de casi un tercio de la población mundial. Actualmente, hay más de 1.800 millones de musulmanes en el mundo, y según estudios demográficos, a finales del siglo XXI el islam será la religión mayoritaria a nivel global por primera vez en la historia.

Esta generalización burda es un acto de racismo evidente e injustificable. Además, sin entrar a analizar la veracidad del video —aunque es cierto que Nigeria sufre una violencia sectaria cruenta—, debemos recordar que las redes sociales están saturadas de noticias falsas, las conocidas “fake news”, que suelen utilizar efectos psicológicos y ediciones para imponer narrativas racistas.

De cualquier modo, es fundamental distinguir que, a lo largo y ancho del mundo, diversas organizaciones coercitivas cometen crímenes utilizando vectores ideológicos para manipular y controlar. Lamentablemente, en estas empresas deleznables se apropian y distorsionan las enseñanzas de distintas religiones, tradiciones e ideologías. Entre estas doctrinas manipuladas por terroristas, el islam es solo una de muchas, pero no la única.

Conclusión

En un mundo cada vez más polarizado, donde las redes sociales amplifican discursos de odio y simplificaciones peligrosas, es fundamental detenernos a cuestionar las narrativas que nos presentan como verdades absolutas. Desde “Puños y Letras” te invito a profundizar juntos en estas complejas realidades, a desentrañar las raíces culturales, históricas y políticas que las atraviesan, y a construir un espacio de diálogo abierto y respetuoso. Porque solo entrenando cuerpo, alma y palabra con la misma intensidad, podremos enfrentar la desinformación y el odio con conocimiento, sensibilidad y sentido crítico. ¿Te sumas a esta conversación?

Fuente: https://bracamontelea15.substack.com/p/no-odiamos-lo-suficiente