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Fábrica de Sueños. "La rodilla de Claire" (1970), de Éric Rohmer

La cabeza quizás sea manipulable, los sentimientos, no

Fuentes: Rebelión

No hay peor esclavo que el que es víctima de su arrogancia, su prepotencia, sus prejuicios. LUCAS MUSAR

El II y último Ciclo de Cine Erótico, desde la bóveda interdisciplinaria de La Fábrica de Sueños, vía Cine-Club Al Filo del Tiempo, termina con Le Genou de Claire (1970) o La rodilla de Claire, de Éric Rohmer, transcripción casi literal de un cuento escrito a cuatro manos, por aquél y Paul Gégauff, en 1951 para Cahiers du Cinéma y luego publicado en el libro Seis cuentos morales, firmado sólo por Rohmer (1). En un caso que recuerda el dado en Colombia con Diana Uribe y Las mujeres en la historia, cuya auténtica autora es María E. Gouffray, quien sentó un precedente al demandar a la narradora citada y no historiadora (2). El filme de Rohmer alterna entre cine para adolescentes, cine arte, romántico, drama y comedia y vuelve sobre literatura e imagen con diversos temas de fondo: la adivinación sobre encuentros (3); amores entre jóvenes y adultos; usar personas como cobayas literarias; las historias y los hombres con los ojos vendados; el arte no es lo que propone sino lo que resulta.

La historia del cuento ocurre entre un lunes 29.jun, y un miércoles 29.jul, es decir, un mes de relato literario y audiovisual. Un filme lineal que describe, en lo básico, el encuentro inicial entre la novelista Aurora y el agregado cultural Jérôme, a quien aquélla utiliza como cobaya para alimentar una potencial obra literaria entre una chica de 16 años, Laura, y un hombre de entre 30 y 40 años que resulta ser el propio Jérôme. Están también la Sra. Walter, madre de Laura, Claire, personaje central y eje erótico de la historia, Gilles, su novio, y, entre otros, Muriel, chica y personaje que nunca aparece, pero que tiene que ver con el propósito de Jérôme de acabar con que una chica tan encantadora esté con un bruto semejante (4), y con el final del filme que, mientras, habla del amor como un acto libre; seres que se separan y se reúnen; poder escribir buenas historias con personajes insignificantes; la incapacidad de la autora de contar su propia vida, luego de haberse encontrado ya en situaciones muy parecidas.

La fotografía corrió por cuenta del catalán Néstor Almendros (Barcelona, 1930-NY,1992), quien en su obra autobiográfica Un homme à la caméra (1982) o Días de una cámara (5) explicó cómo aun con la belleza del paisaje circundante del lago de Annecy, donde se rodó el filme, el director tenía que evitar la sobrecarga de postales y así supeditó los paisajes al interés por los personajes. En tal sentido, quiso obtener imágenes estilo Gauguin, es decir, sin perspectivas, colores puros y uniformes que iban de acuerdo con el vestuario. El rodaje, en efecto, se hizo de forma cronológica, lo que facilitó a los protagonistas coger el paso a sus personajes al paso del tiempo. Para Truffaut, autor del prefacio, Almendros fue uno de los mejores cameraman del mundo y que contesta preguntas que ningún cineasta actual puede evitar hacerse: ¿Cómo impedir que la fealdad llegue a la pantalla, limpiar una imagen para aumentar su fuerza emocional, resulten convincentes las historias que ocurren antes del XX?

En La rodilla… Almendros hace que la belleza se tome el cuadro con imágenes de lluvia para tratar momentos de melancolía, tristeza o rabia o con imágenes de sol para mostrar la alegría de la charla, la vida cotidiana, el amor, para hacer interactuar factores de cercanía y disgusto, elementos naturales y artificiales, tiempos concretos e intemporales, en un mismo fotograma. Así es cuando Jérôme discute con Claire en torno a Gilles; Jérôme habla con Aurora, como amiga y escritora, o con Laura, como potencial novia; Jérôme evoca el pasado, la infancia, y proyecta su relación con Lucinde o Jérôme recrimina a Aurora por impedirle hablar frente a Laura de su próximo matrimonio, interrumpirlo y hablarle de su clima; en fin, cuando Aurora lo visita en su jardín, donde están las ingenuas pinturas de un soldado español y una pintura en la que Don Quijote y Sancho tienen sus ojos tapados, metáfora de los protagonistas de una historia, siempre con los ojos vendados: si no ya no harían nada y la acción se detendría. (6)

Tal como dice Aurora a Jérôme. Detrás del fracaso comercial que entrañó El signo del león (1962) (7) Rohmer decidió hacer el ciclo de cine Seis cuentos morales que le facilitara seguir filmando con libertad sin perder continuidad en la producción. Con un factor común en la estructura argumental: un narrador que, comprometido con una mujer, siente atracción por otra o se la topa, y vuelve al fin con la inicial. Su origen se halla en una serie de relatos que el cineasta escribió durante los 40 del XX y que conformará el ciclo de dos cortos iniciales y cuatro largos rodados entre 1962 y 72. La rodilla de… es el quinto de la serie y el sexto y último es L’Amour l’après-midi (1972) o El amor después del mediodía, sobre el empresario de París, Frédéric, felizmente casado con Hélène, profesora de inglés, y quien mientras pasa el día reflexiona sobre sus tiempos de soltero, cuando podía estar con la mujer que quisiera y se sentía libre hasta de experimentar el placer de la anticipación mientras iba en pos de ella.

Jérôme cumple con ese factor común del hombre próximo a casarse con Lucinde, hija de un diplomático (como él…) y a quien conoció en Bucarest, y tuvo una relación frenética, por lo que Aurora se sorprende de que él le siga siendo fiel y leal, mientras Jérôme le explica que se separaron, volvieron y ahora en un mes se casan en Estocolmo. Si lo hace, es porque la experiencia le permite saber que puede vivir con ella y, de paso, comprueba que no acarrea obligación alguna sino un compromiso, pues si algo le agrada prefiere hacerlo por gusto: no ve por qué tendría que unirse a alguien si le siguieran interesando las otras. Y lanza un guiño a J. P. Sartre y S. de Beauvoir, cuya relación estuvo marcada por la infidelidad: ‘Desde que conozco a Lucinde, tanto ella como yo hemos sido infieles en mil ocasiones’; luego, añade: ‘y he podido darme cuenta de que todas las demás mujeres me son indiferentes’ (8). No logra distinguir a una de otra: son iguales, aparte de las que, como Aurora, son bien amigas suyas.

La relación de Jérôme (a quien personifica Jean-Claude Brialy, 1933-2007, protagonista a su vez de El bello Sergio, 1958, de C. Chabrol) con Aurora surge cuando él va de vacaciones al lago Annecy a vender un predio familiar y allí se encuentra con la novelista que veranea allí y vive en casa de la Sra. Walter, viuda que vive con su hija Laura, quien de entrada siente que la atrae Jérôme. Pero, lo que de veras perturba a éste es el arribo, junto a su novio Gilles, de la hija del primer matrimonio de dicha Sra., Claire: su rodilla lo habrá de fascinar, aunque todo no pase de allí. Por otro lado, el papel de chivo expiatorio o cobaya amatoria que para Aurora cumple Jérôme con Laura, es prueba irrefutable de que por una parte van los deseos y por otra los resultados; o que el rol de cobaya se opone a la fluidez del arte, a su emoción antes que a la coherencia final; o que si una mujer se desea de antemano ella nunca llega. En fin, que, si la cabeza puede ser manipulada/manipulable, los sentimientos son ingobernables.

En conclusión, La rodilla de Claire es un filme rico en diálogo y más bien pobre en términos de cine, salvo por la excelente labor de fotografía del ya difunto Néstor Almendros. El guion, más que en muchos otros filmes, en la práctica carece de sentido puesto que se trata de una adaptación literal de lo escrito por Rohmer/Gégauff para pasar al medio fílmico. Destaca sí, la desdramatizada interpretación de casi todos los personajes, desde Jérôme hasta Aurora, pasando por Laura, Madame Walter, hasta llegar a Claire y su novio Gilles, sin olvidar al hombre del camping que interviene para que los irresponsables chicos del yate prestado no se acerquen tanto a los nadadores que visitan el sitio de veraneo. O allí donde sale a relucir el rol diplomático de Jérôme, cuando interviene a favor del sujeto que reclama antes que de la pareja denunciada, lo que hace, claro, por quitarse al paso de encima al bruto que anda con Claire, la portadora del miembro de seducción que hasta ahora más lo ha sometido: su rodilla.

Otro aspecto digno de mención es el de los diálogos forzados para que el papel de cobaya de Jérôme llegue a buen puerto, entre él y Laura, pues ésta representa la libertad, mientras en la práctica aquél es un sometido al diktat de la novelista Aurora, quien de paso aprueba o desaprueba lo que él consigue. O cree lograr al decir que él también es libre, que respeta la libertad de Lucinde y ella la suya, que él le deja hacer todo lo que quiera, con la esperanza, digamos, o, más bien, la seguridad, de que no hará ninguna cosa que pueda disgustarle, que no se prohíben tener amigos: Aurora es un ejemplo y a quien quiere mucho, porque además es simpática al extremo. Todo ello, dicho en un sesgo típicamente machista, patriarcal y andro/falo/céntrico. Lo que se evidencia cuando sube por un sendero cogido de la mano de Laura y ya al estar un poco jadeantes, se detienen y Jérôme la aprieta contra su cuerpo y la besa, antes de que ella levante su cabeza: por eso, se separa muy rápido y corre hacia adelante.

Una idea recorre el filme de principio a fin: la de la contraposición entre Laura, ser terrígeno, racional, pragmático y su hermanastra o, si prefiere, hermana, Claire, ser acuático, idealista, soñadora: es decir, seres humanos, mujeres, en su orden, autónoma y dependiente. En efecto, Laura es autónoma en sus decisiones frente a los hombres, una chica que jamás ha podido enamorarse de alguien de su edad, que en el fondo está inconforme con estar enamorada: no le gusta, nada le interesa, no vive, en últimas, ¡no es nada divertido! (9) En cambio, Claire es dependiente de Gilles, a quien, en sus discusiones reiteradas con Jérôme, defiende a ciegas como quien lo mismo que Don Quijote tiene los ojos vendados y es incapaz del autogobierno. La favorece, sí, ser elusiva, saber capotear las situaciones difíciles, como cuando discute con Jérôme, en esa escapada de la tormenta que le permite recuperar la calma. Y hasta aceptar la mano morbosa de aquél en su rodilla, cuya sensualidad es palpable incluso desde la distancia. 

Jérôme es víctima de su arrogancia, su prepotencia, sus prejuicios e incluso de su actitud de diplomático, cuando al final del mandato ajeno, de Aurora, no de su aventura, le confiesa a ella sobre su incursión como seductor frente a la rodilla de Claire, antes que frente a ella misma: “Tocar su rodilla era la cosa más extravagante, la única que no había que hacer, y al mismo tiempo la más fácil. Percibía [en simultánea] la sencillez del gesto y su imposibilidad. Como estar al borde del precipicio y no poder saltar, aunque quisieras. Necesité valor, ¿sabes?, mucho valor. Nunca en mi vida había hecho nada tan heroico, o por lo menos tan voluntarioso. Es la única vez que he realizado un acto de pura voluntad. Jamás he sentido hasta tal punto la sensación de hacer algo porque era preciso. Porque debía hacerlo, ¿verdad?, te lo había prometido”, confiesa Jérôme en su charla postrera con Aurora o la figura nodal del filme, propietaria y a la vez confidente de aquél y quien lo obliga a hacer lo impensable.

Mientras, Jérôme se debate entre pensar que a Claire la he separado de ese chico para siempre, y la radicalidad de ella que lo defiende como gato patasarriba, entre la supuesta voluntariedad del gesto y el hecho concreto de que fue el diktat de Aurora el que determinó los resultados. Jérôme es otro sujeto con los ojos vendados, incapaz de advertir la verdadera condición de su demiurgo dueño: una mujer que responde al alegórico nombre de Aurora, nombre cuya etimología lleva a las metáforas del amanecer, la revelación, la epifanía (10). La rodilla de Claire es, en lo fundamental, una síntesis sobre el proceso de creación, como lo confirma el propio Rohmer en una entrevista: “Se ha dicho muchas veces que en la obra de un cineasta siempre hay una obra en la cual reflexiona sobre su propio trabajo. El [ej.] más célebre es 8 y medio de Fellini. En algunos casos esa reflexión es mucho más oscura. Por ejemplo, en Renoir La carroza de oro es en realidad una reflexión sobre la puesta en escena.

Rohmer, concluye: “Efectivamente, de todas mis películas la rodilla de Clara sería la que tiene más referencias no sólo al cine sino también al acto de contar, a las relaciones entre la ficción y la realidad” (11). En el caso de Jérôme hay un divorcio entre la ficción creada por Aurora y la propia realidad de él, que no advierte su fracaso: pues en su condición de alter ego rohmeriano, tras su incursión amorosa con una adolescente (Sigues persiguiendo a las [chicas], le dice Aurora al inicio del relato), regresa a su vida de hedonista burgués una vez cree que ha saciado su fetichismo por vía de la gula. En cambio, ella sí lo sabe, cuando desde lo alto de la casa observa y vigila, oye el renacer de Gilles y cómo invade de nuevo il cuore de Claire con el artefacto dilecto del seductor, del político, del poderoso, esto es, la mentira. Lo cual disipa la figura del narrador y obliga a preguntar sobre el narrador habitual de los Seis cuentos morales y en torno a ¿cuántos puntos de vista hay en La rodilla de Claire? (12) 

Al parecer hay uno solo, el de Jérôme, quien de inicio a fin protagoniza cada secuencia del filme. Sólo que en la última, cuando Aurora sube la escalera y desde el corredor del segundo piso vigila la estratagema ulterior de Gilles para borrar la gravedad pasajera de Jérôme sobre Claire, da la impresión de que hay por lo menos dos puntos de vista: el del seductor vocacional, una especie de Don Juan derrotado y el de su dueña y confidente: que, en sí misma, representa la antítesis del mundo de los supermachos castrati, ese oxímoron tan eficaz para disolver la perversa idea de un mundo cada vez más dominado por el machismo, el patriarcado, el falocentrismo. Todo ello, gracias a la figura delicada pero segura de una chica llamada Claire, quien se resiste a los caprichos de ese mal seductor por encargo y, a la vez, señala al espectador que la cabeza quizás sea manipulable, en todo caso los sentimientos, no: porque la mentira seduce, mientras la verdad conquista, sin pretender colonizar a nadie…

Para cerrar, nada permite asegurar si en el gesto de Jérôme hay bondad alguna y se sabe por Aristóteles, Rohmer fue tributario suyo y de la kantiana trilogía verdad/belleza/bondad (13),  que esta se vincula con la belleza, así no todo lo bueno sea por necesidad bello pues también debe agradar, producir placer. Y el asalto de Jérôme a la húmeda/asustada Claire, está a años luz de producir placer y de paso se distancia del concepto belleza, en tanto no es placer lo que despierta en ella. Por lo contrario, la idea que atraviesa su sentir es el de la grosería evidente, el de la vulgaridad rampante que a su vez huye del encuentro cósmico y la armonía contemplativa que abriga el resto del metraje, de la grata ecuanimidad en las charlas de aquél y Aurora, o con Laura o la propia Claire, con tolerancia, sin agresiones ni prejuicios de por medio y, claro, gracias a esos planos de Almendros inspirados en Gauguin, con colores puros y uniformes, sin perspectivas y con imágenes cuya limpieza aumenta su fuerza emocional…

El mismo drive que habita la belleza de Claire, a quien rodea una aristotélica bondad genuina, la que el narcisismo de Jérôme atacará con el fin de consolidar su prurito innoble: el de separarla, de ese chico bruto, para siempre. Porque hay que ver que a Jérôme lo aprisiona el mismo mal que sufren Don Quijote y Sancho, en ese cuadro del jardín pintado por un soldado español tras la campaña de Saboya: el no poder ver el mundo tal cual es, sin engaños, farsas ni mentiras. De ahí se desprende la vana victoria que es para aquél acariciar la rodilla de Claire, que a la vez lo ciega, como los héroes de Cervantes, y así no puede reconocer la inutilidad de su hipotético gesto de grandeza pues al otro día, Gilles, el de adiposo, aunque joven, vientre, le dará vuelta a la ecuación ya dicha: manipulará sus sentimientos y dejará intacta su cabeza al negar que le fue infiel con Muriel. Lo que no desvirtúa la intuición de Claire ni su belleza y bondad modernas, ya no tanto kantianas, como las del viejo É. Rohmer.

A Santiago, en recuerdo del inolvidable día del padre que me festejó y me ayudó a celebrar con Marthica.             

Notas, enlaces y bibliografía:

(1) ROHMER, Éric. Seis cuentos morales. Anagrama, Barcelona, 1974, 213 pp.: 141 a 175.

(2) https://www.youtube.com/watch?v=aKAceqP7RN4&t=3073s 

(3) El cuento habla de los posos de café como manera de adivinar tras interpretar sus figuras.

(4) Íbidem, Nota 1, 1974, 213 pp.: 171

(5) ALMENDROS, Néstor. Días de una cámara, Seix Barral, PDF, 195 pp.

(6) Íbidem, 1974, 213 pp.: 143. 

(7) https://rebelion.org/una-historia-de-amor-y-esperanza-nobleza-mayor-la-humildad/ 

(8) Íbidem, Nota 1, 1974, 213 pp.: 144. 

(9) Íbidem, 1974, 213 pp.: 154.

(10) https://es.wikipedia.org/wiki/Aurora_(nombre) 

(11) https://www.ventanaindiscreta.ulima.edu.pe/eric-rohmer-o-la-lucidez-de-los-sen 

(12) https://cinedivergente.com/la-rodilla-de-clara/ 

(13) https://institutoananda.es/axiologia-y-valores-3/el-mundo-de-los-valores-las-tres-virtudes-verdad-bondad-y-belleza/  

FICHA TÉCNICA: Titulo original: Le Genou de Claire. En castellano: La rodilla de Claire. País: Francia. Año: 1970. Gén.: Adolescente / Cine Arte / Romántico / Drama / Comedia. For.: 35 mm; color; 105 min. Dir. y guion: Éric Rohmer. Prod.: Barbet Schroeder / Pierre Cottrell. Mús.: Jean-Louis Valero. Son.: Jean-Pierre Ruh. Fot.: Néstor Almendros. Mon.: Cécile Decugis. Int.: Jérôme (Jean-Claude Brialy); Aurora (Aurora Cornu); Laura (Béatrice Romand); Claire (Laurence de Monaghan); Madame Walter (Michèle Montel); Gilles (Gérard Falconetti); Vincent (Fabrice Luchini); El italiano del baile (Sandro Franchina). Prod.: Les Films du Losange (B. Schroeder / P. Cottrell). Dist.: Les Films du Losange / Netflix. Premios: seis galardones, entre ellos: Premio Louis Delluc a Mejor Película Francesa del Año (1971) y Concha de Oro a la Mejor Película en el Festival de San Sebastián (1971). Estreno: 11.dic.1970.

Luis Carlos Muñoz Sarmiento, (Bogotá, Colombia, 1957) Padre de Santiago & Valentina. Escritor, periodista, crítico literario, de cine y jazz, catedrático, corrector de estilo, traductor y, sobre todo, lector. Fundador y director del Cine-Club Andrés Caicedo, desde 1984. Colaborador de El Magazín EE, 2012; columnista, 2018. Su libro Ocho minutos y otros cuentos, Colección 50 libros de Cuento Colombiano Contemporáneo, se lanzó en la XXX FILBO (Pijao, 2017). Mención de Honor por MLK: Todo cambio personal/interior hace progresar al mundo, XV Premio Int. de Ensayo Pensar a Contracorriente, La Habana, Cuba (2018). Siete ensayos sobre los imperialismos – Literatura y biopolítica, coautoría con Luís E. Soares, publicado por UFES, Vitória (Edufes, 2020). El libro El estatuto (contra)colonial de la Humanidad, producto del III Congreso Int. Literatura y Revolución, con su ensayo sobre MZO y su novela Changó, el gran putas, lo lanzó UFES, 20.feb.21. Invitado por Pijao Eds. al Encuentro Nal. de Narrativa vista desde las Regiones (Ibagué, 1º a 4 nov.23) Invitado por UFES al Congreso Literatura, Soberanía Nacional y Multipolaridad (Vitória, 25.nov.23). El 10.abr.2025 fue publicado en Brasil La Fábrica de Sueños – Ensayos sobre Cine, primero de ocho libros por salir dicho año. Autor en ARC, Rebelión, Magazín de EE, Las2Orillas y traductor/coautor, con Luis E. Soares, en dichos medios. Director del Cine-Club Al Filo del Tiempo, que se emite desde la bóveda interdisciplinaria de La Fábrica de Sueños. E-mail: [email protected]

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.