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De la felicidad a la ganancia como fin supremo

Fuentes: Rebelión

La felicidad es un bien supremo, un fin al que aspiramos en sí mismo. Resulta sorprendente que, en la sociedad actual, nos hayamos olvidado de su significado. No obstante, si atendemos la relación que tiene ésta con la forma de gobierno, puede comprenderse mejor por qué la idea de felicidad ha cambiado con el tiempo.

Aristóteles, en la Ética Nicomáquea, nos ofrece no solo una gran obra, sino una guía para la vida. Reflexionando sobre el objetivo del ser humano, afirma que éste es la felicidad, su fin último, algo en lo que todos estamos de acuerdo. Sin embargo, cuando explicamos lo que entendemos por ella, disentimos y dejamos de estar de acuerdo.

El filósofo estagirita, por su parte, nos dice que la felicidad es una práctica conforme a la virtud y a la razón. ¿Se puede alcanzar? Sí, es alcanzable. Para lograr nuestro fin en la vida es menester practicar la virtud. “Entonces, con respecto a la virtud no basta con conocerla, sino que hemos de procurar tenerla y practicarla, o intentar llegar a ser buenos de alguna otra manera”.

Aristóteles define a la virtud como un punto medio entre dos extremos, un equilibrio que debe tener el individuo en su comportamiento. Así, por ejemplo, en la virtud de la generosidad, un extremo es el derroche y el otro extremo es la tacañería, el equilibro entonces es la generosidad. Las virtudes son cualidades del ser humano. Aristóteles reflexiona en la virtud de la valentía, la justicia, la sinceridad, la amabilidad, entre otras.

La felicidad, entonces, es un bien supremo alcanzable mediante la práctica de la virtud durante toda la vida. No obstante, la felicidad no puede verse solo de forma individual. La relación que Aristóteles señala entre la felicidad y la forma de gobierno la convierte en un asunto colectivo. La felicidad es algo en lo que participa la sociedad.

En el libro X de la Ética Nicomáquea, Aristóteles apunta la necesidad de los legisladores como mediadores de la felicidad, pues estos deben procurar legislar de tal manera que, mediante las leyes, los hombres se hagan buenos.

Nuestro genio estagirita concluye que el estudio de las leyes y de las constituciones políticas será de gran utilidad para poder juzgar entre lo que está bien dispuesto y lo que no, y qué leyes o constituciones son las apropiadas para determinadas situaciones. Esta idea la complementa en la Política al afirmar que la ciudad (la polis) existe por naturaleza y que su fin es el buen vivir, no se trata de vivir, se trata de vivir bien conforme a la virtud.

Así, para practicar la virtud, la cual nos lleva a la felicidad, no basta con razonamientos: es menester contar con legisladores sabios y una forma de gobierno que regule las costumbres y que apunte a direccionar las leyes para hacer a los hombres buenos.

Por esto, la ciudad debe garantizar no solo la supervivencia de sus ciudadanos, sino promover su perfeccionamiento moral. En este sentido es esencial el papel del legislador, pues mediante las leyes que dicta moldea el carácter de los ciudadanos, para hacerlos hombres buenos, virtuosos.

La felicidad en la sociedad actual no se concibe como una práctica constante de la virtud. El sistema capitalista impone la forma de gobierno en la gran mayoría de los países del mundo para servir a sus intereses, y ¿cuáles son sus intereses? La acumulación de ganancia. Con este interés ha corrompido al hombre.

El capital ha hecho de la ganancia el fin supremo de la vida. El ser humano ya no desarrolla valores morales e intelectuales como los concibió Aristóteles, y no porque no quiera, sino porque no puede. El sistema capitalista lo ha vuelto solo una pieza de engranaje más en una máquina, y así, ¿cómo puede ser virtuoso si realmente no vive?, ¿cómo puede ser virtuoso si no es consciente de su situación?

Para Aristóteles las leyes tienen como objetivo formar ciudadanos virtuosos, capaces de alcanzar la felicidad. Marx, por su parte, sostuvo que el ser humano no puede desarrollarse plenamente si vive en condiciones de explotación. La posibilidad de una vida feliz en la concepción aristotélica y humana en la concepción marxista requiere transformar el sistema económico actual que impide el desarrollo humano integral.

Recuperar los valores morales e intelectuales, legislar en pro del bienestar del pueblo y transformar las condiciones materiales de existencia para una vida feliz y plena, es un inmenso desafío que tiene la sociedad moderna. Pero este objetivo no podrá lograrse con gobiernos serviles al sistema capitalista. Es una tarea pendiente que debe asumir la izquierda internacional marxista.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.