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Carta de Redacción

Fuentes: Rebelión [Imagen: Miembros del miembros del consejo de redacción de mientras tanto; entre los que se encuentran Sacristán, Giulia Adinolfi, Miguel Candel, Víctor Ríos o Francisco Fernández Buey. Créditos: Espai Marx]

En esta nueva entrega del Centenario Manuel Sacristán reproducimos la ‘carta de la redacción’ con la que se abría el número 1 de la revista mientras tanto.


La revista mientras tanto (con minúsculas), fue fundada por Manuel Sacristán y Giulia Adinolfi, junto a otros intelectuales, en 1979. Quería ser una publicación de pensamiento crítico que buscaba renovar la tradición marxista mediante la integración de los “nuevos problemas postleninianos” –especialmente la crisis ecológica, el pacifismo, el antimilitarismo y el feminismo– en un proyecto de transformación socialista, combinando el rigor teórico con el compromiso político y abriendo diálogos entre la tradición comunista y los nuevos movimientos sociales. El nombre de la revista alude al contexto de desencanto tras la Transición española, cuando muchas expectativas de cambio radical se vieron frustradas. El título sugiere una práctica política en el interregno, mientras se aguarda o se trabaja por un cambio más profundo que no llega, frente a otras revistas comunistas, cuyos títulos solían asociarse a escenarios más victoriosos.

El texto que presentamos es la “Carta de Redacción” del primer número de mientras tanto (noviembre-diciembre de 1979, pp. 5-7), redactado por Sacristán, un texto en el que señalaba algunas de “las cuestiones de mayor interés y de mayor dificultad para un desarrollo productivo del marxismo como pensamiento comunista” a las que aludía en los últimos momentos de su conferencia “El trabajo científico de Marx y su noción de ciencia”, frente a otras de carácter secundario (hegelismo, ruptura epistemológica, nociones de ciencia en la obra de Marx, etc.) que habían ocupado mayoritariamente a muchos pensadores marxistas durante los años sesenta y setenta. Sorprende, cuarenta y seis años después, la actualidad y vigencia de muchos de sus análisis y valoraciones.


Lector, lectora:

En la información acerca del nacimiento de mientras tanto que puedes leer en el Apéndice a este número 1 decimos que “la orientación de la revista es sustancialmente la misma que mantuvo Materiales, aunque con la clarificación y la sedimentación debidas a la evolución de ciertos problemas durante estos dos últimos años”. La evolución no ha sido para mejorar, y ha llevado a una situación contradictoria que tiene precedentes de mal augurio:

Por un lado, la crisis mundial del capitalismo se extiende y se enquista; abarca desde los hechos económicos básicos –el cansancio de los motores del crecimiento en la época de los “milagros económicos”, la dificultad para llevar a cabo la reestructuración del capital fijo, el estancamiento con inflación, un paro de magnitud considerable y cuya raíz estructural es manifiesta, una crisis monetaria muy expresiva del final de una época que empezó precisamente con el esfuerzo más organizado que se haya emprendido en la historia del capitalismo por asegurar el orden monetario, etc.–, hasta fenómenos llamativos de disgregación cultural –que culminan en una exacerbación de la insolidaridad individualista hasta llegar a la institución de la violencia verbal y física como forma corriente de relación en la vida cotidiana–, pasando por un conjunto de dificultades políticas que se pueden considerar como una crisis del estado, la cual no sólo arruina la ideología del estado-providencia o estado del bienestar que fue la gloria del capitalismo restaurado con la eficaz ayuda o incluso el protagonismo de los partidos de la II Internacional (absurdamente llamada socialista), sino que hasta permite pensar, por el estallido de los nacionalismos y particularismos en las tres monarquías más antiguas del occidente europeo, que se está debilitando la legitimación del estado burgués, o de la Edad Moderna, precisamente en las tierras en las que nació.

Pero, por otro lado, la gestión de la crisis está dando pie a un proceso de recomposición de la hegemonía ideológico-cultural burguesa. La contradicción es tan áspera que resulta paradójica. Sin embargo, nos parece que tiene una explicación bastante sencilla: esta profunda crisis básica capitalista, además de afectar a los países del socialismo que se llama a sí mismo “real” en la medida, mayor o menor, en que éstos son elementos parciales y todavía subalternos del sistema capitalista mundial, coincide con una crisis de la cultura socialista (en el amplio sentido ochocentista de  esta palabra, que incluye el anarquismo), confundida por la crisis de una civilización de la que no se distancia suficientemente (caso de los grandes partidos obreros), o reducida a una marginalidad casi extravagante y, a menudo, funcional al rasgo del sistema que Herbert Marcuse llamó “tolerancia represiva”.

El mal momento de la cultura socialista tiene una consecuencia de particular importancia: la incapacidad de renovar la perspectiva de revolución social. Y precisamente porque la crisis de la civilización capitalista es radical, la falta de perspectiva socialista radical facilita la reconstitución de la hegemonía cultural burguesa al final de un siglo que asistió por dos veces a su resquebrajamiento por causa de las guerras mundiales que desencadenó.

Lo que es crisis de la economía y la sociedad capitalistas se ve superficialmente como desastre de la forma más reciente de ese sistema social, su gestión keynesiana y socialdemócrata. La identificación de la gestión socialdemócrata del capitalismo con el socialismo facilita un rebrote ideológico capitalista, a veces financiado discretamente por alguna gran compañía transnacional.

Sin réplica material ni ideal de un movimiento obrero cuyas organizaciones mayoritarias están tan identificadas con muchos valores capitalistas como lo está la parte de las clases trabajadoras a la que representan, las clases dominantes pasan a una ofensiva llena de confianza (y no meramente represiva) que nadie habría previsto hace diez años. Esa ofensiva arranca de la esfera de la producción material, con una política económica de sobreexplotación y un programa de fragmentación y atomización de la clase obrera en nuevos dispositivos industriales, se articula en el plano político con éxitos perceptibles (el más importante de los cuales, la despolitización, se está logrando con la colaboración tal vez involuntaria, pero, en todo caso, torpe hasta el suicidio, de las organizaciones obreras), se arropa con el florecimiento de una apología directa e indirecta del dominio, la explotación y la desigualdad social por parte de intelectuales que vuelven a hacerse con una orgullosa autoconsciencia de casta, y tiende a eternizarse mediante una “solución” final de las luchas sociales, a saber, el incipiente aparato represivo de nuevo tipo justificado por el gigantismo del crecimiento indefinido (cuya manifestación más conocida, pero en absoluto única, son las centrales nucleares) e instrumentado por los ordenadores centrales de los servicios policíacos de información.

Con esas hipótesis generales intentamos entender la situación y orientarnos en el estudio de ella. El paisaje que dibujan es oscuro. Pero, precisamente porque es tan negra la noche de esta restauración, puede resultar algo menos difícil orientarse en ella con la modesta ayuda de una astronomía de bolsillo. En el editorial del nº 1 de Materiales habíamos escrito que sentíamos “cierta perplejidad ante las nuevas contradicciones de la realidad reciente”. Aunque convencidos de que las contradicciones entonces aludidas se han agudizado, sin embargo, ahora nos sentimos un poco menos perplejos (lo que no quiere decir más optimistas) respecto de la tarea que habría que proponerse para que tras esta noche oscura de la crisis de una civilización despuntara una humanidad más justa en una Tierra habitable, en vez de un inmenso rebaño de atontados ruidosos en un estercolero químico, farmacéutico y radiactivo. La tarea, que, en nuestra opinión, no se puede cumplir con agitada veleidad irracionalista, sino, por el contrario, teniendo racionalmente sosegada la casa de la izquierda, consiste en renovar la alianza ochocentista del movimiento obrero con la ciencia. Puede que los viejos aliados tengan dificultades para reconocerse, pues los dos han cambiado mucho: la ciencia, porque desde la sonada declaración de Emil Du Bois Reymond –ignoramus et ignorabimus, ignoramos e ignoraremos–, lleva ya asimilado un siglo de autocrítica (aunque los científicos y técnicos siervos del estado atómico y los lamentables progresistas de izquierda obnubilados por la pésima tradición de Dietzgen y Materialismo y Empiriocriticismo no parezcan saber nada de ello); el movimiento obrero, porque los que viven por sus manos son hoy una humanidad de complicada composición y articulación.

La tarea se puede ver de varios modos, según el lugar desde el cual se la emprenda: consiste, por ejemplo, en conseguir que los movimientos ecologistas, que se cuentan entre los portadores de la ciencia autocrítica de este fin de siglo, se doten de capacidad revolucionaria; consiste también, por otro ejemplo, en que los movimientos feministas, llegando a la principal consecuencia de la dimensión específicamente, universalmente humana de su contenido, decidan fundir su potencia emancipadora con la de las demás fuerzas de libertad; o consiste en que las organizaciones revolucionarias clásicas comprendan que su capacidad de trabajar por una humanidad justa y libre tiene que depurarse y confirmarse a través de la autocrítica del viejo conocimiento social que informó su nacimiento, pero no para renunciar a su inspiración revolucionaria, perdiéndose en el triste ejército socialdemócrata precisamente cuando éste, consumado su servicio restaurador del capitalismo tras la Segunda Guerra Mundial, está en vísperas de la desbandada; sino para reconocer que ellos mismos, los que viven por sus manos, han estado demasiado deslumbrados por los ricos, por los descreadores de la Tierra.

Todas esas cosas se tienen que decir muy en serio. La risa viene luego, cuando se compara la tarea necesaria con las fuerzas disponibles. Las nuestras alcanzan sólo para poner cada dos meses noventa y seis páginas a disposición de quien quiera reflexionar con nosotros acerca de todo lo apuntado. Quienes de verdad tienen la palabra son los movimientos potencialmente transformadores, desde las franjas revolucionarias del movimiento obrero tradicional hasta las nuevas comunidades amigas de la Tierra. Sólo cuando unas y otras coincidan en una nueva alianza se abrirá una perspectiva esperanzadora. Mientras tanto, intentaremos entender lo que pasa y allanar el camino, por lo menos el que hay que recorrer con la cabeza. 

Cordialmente, La Redacción

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.