Solamente cuando la inhumanidad sionista ha desbordado los límites del horror, solo entonces el derechista gobierno italiano ha hecho una mueca propagandística cara a la galería enviando a finales de septiembre de 2025 una fragata para “proteger” a la flotilla Global Sumud que se dirigía a Palestina con ayuda humanitaria y, a la vez, como acción concienciadora para detener el crimen genocida. Poco después hacía lo mismo el gobierno español que con anterioridad había recortado parcialmente sus relaciones con el ente sionista pero dejando un resquicio de comercio con la excusa de atender a las exigencias de los «intereses nacionales» españoles. Los malabarismos verbales del gobierno español para justificar su juego de trilero ya han sido destapados y denunciados por los grupos de solidaridad con Gaza y Palestina. La propaganda se hundió en muy poco tiempo cuando los dos navíos volvieron a sus puertos abandonando a la flotilla a su suerte ante los ataques sionistas, que la cercaron y apresaron en aguas internacionales.
La burguesía italiana y española ha tenido que tomar estas medidas para responder a las previsibles consecuencias político-electorales de las crecientes presiones antisionazis, que no por iniciativa propia. Otros países también han tenido que reconocer a un Estado palestino sin apenas poderes reales tras permanecer indiferentes durante 80 años, pero manteniendo estrechas relaciones económicas y militares con el ente sionista. De hecho en esos y en otros Estados son muy significativas las justificaciones, simpatías y apoyos explícitos al genocidio no solo por fuerzas abiertamente fascistas sino por sectores conservadores e incluso franjas trabajadoras alienadas que asumen los mitos eurocéntricos de que Occidente debe hacer piña ante las crecientes amenazas exteriores precisamente cuando se está ahogando en la peor crisis global sufrida en su historia. ¿Por qué una parte de la población apoya de algún modo las brutalidades burguesas, que no solo el terrorismo sionista? ¿Cuál es el papel del fascismo en todo ello?
Los fascismos de los años ’30 y ’40 surgieron en situaciones entonces angustiosas para el capital pero que ni remotamente eran comparables a la crisis actual. Ahora Occidente en su conjunto ve casi como inevitable su retroceso a potencia de segundo orden frente al avance euroasiático, y hasta como potencia que puede terminar dentro de unos años a la par de los llamados «países emergentes», que van en un tercer escalón. Occidente, liderado por la oligarquía de las grandes corporaciones, tiene pánico a ese retroceso creciente. Sobre todo tiene pánico a que los logros sociales en los BRIC+ y en otras muchas alianzas y acuerdos multilaterales pese a sus diferencias y contradicciones, aceleren la toma de conciencia y organización en las clases y naciones explotadas en el centro imperialista. ¿Por qué hay mejoras sociales en esos países mientras la represión y la pobreza creciente golpean a las sociedades imperialistas? La respuesta que pueda dar el proletariado occidental a esta pregunta inquieta cada vez más a la burguesía. ¿Cómo puede ayudarle el fascismo a controlar la situación?
El imperialismo sabe desde hace tres décadas que aquél inicial fascismo ya no le sirve en su forma clásica sino que debe adecuarlo a las condiciones actuales. Desde 1923 fue el instrumento fundamental para intentar aplastar la lucha de clases y sobre todo a la URSS, obtuvo éxitos significativos pero fracasó en lo decisivo, además la unión del fascismo europeo y del militarismo japonés fue mínima comparada con las necesidades de dirección estratégica en plena guerra mundial. Aprendiendo la lección, desde 1945 el imperialismo le utilizó también como instrumento de terror en manos de la OTAN para golpear a la izquierda revolucionaria política, sindical, social, informativa, influir en las elecciones mediante el terror, etc., y para organizar golpes de Estado dentro de la Unión Europea pero de una forma más camuflada que en la fase anterior. La urgencia de aparentar cierta democracia hizo que la OTAN dirigiera y coordinara en secreto el terrorismo fascista, a la vez que Occidente impulsaba dictaduras y fascismos para «salvar la civilización». Esta política llamada «guerra fría» obtuvo el éxito de destruir la URSS en 1991 pero fracasó en el objetivo último de abrir un eterno ciclo imperialista: el siglo norteamericano».
Desde finales de la década de 1990 Occidente se dio cuenta que el socialismo aunque muy tocado en algunas zonas por la implosión de la URSS, sin embargo resistía e incluso crecía en otras, pudiendo recuperarse de nuevo porque todo indicaba que el capitalismo estaba entrando en una crisis desconocida cuya gravedad extrema solo empezamos a conocer y sufrir ahora. Efecto de todo ello fue tanto el comienzo de la «desconexión» del llamado Sur Global del norte imperialista y la progresiva recuperación de la lucha de clases en Occidente, como el paso del capitalismo a una nueva fase económico-militar y socio-política centrada en la doctrina de guerra permanente, inicialmente planteada e 2001 y desarrollada desde entonces. En este contexto, el fascismo debía ser adaptado a la nueva doctrina imperialista basada en militarización social como base imprescindible para la guerra permanente a escala mundial.
Fue EEUU quien comenzó a adaptar las ideas reaccionarias y fascistas para impulsar la guerra permanente a comienzos del siglo XXI, la intelectualidad reaccionaria a las órdenes de la oligarquía financiero-militar vería en Trump uno de sus principales impulsores y varias iglesias evangelistas se unieron al esfuerzo estrechando lazos con corrientes sionistas. La expansión de la OTAN hacia el Este, incumpliendo los pactos de neutralidad con Rusia, desde 1997-1999 y sobre todo desde 2004 se realizó a la vez que se impulsaba la reorganización del fascismo europeo y mundial. Para entonces la sociedad burguesa estaba integrando en su orden disciplinario las nuevas formas de control, alienación y represión que se desarrollaban para compensar las limitaciones del orden neoliberal impuesto desde 1973, lo que debilitó a las izquierdas anquilosadas y demostró la necesidad de adaptación del fascismo.
Pero como hemos visto arriba, nada de esto aseguró la victoria definitiva del «siglo americano» sino todo lo contrario, tampoco impidió que avanzara la «desconexión» y la lucha de clases y de liberación de los pueblos. La debilidad creciente del imperialismo era ya cierta a comienzos de la década de 2010 y desde entonces no se ha detenido lo que llevó a Occidente a dar un salto en la doctrina de guerra permanente entre los años 2011 y 2015 que, para el entorno europeo, se expresaron en la destrucción de Libia y comienzos de la larga guerra que destruiría a Siria, y en el golpe fascista en Ucrania para preparar la posterior guerra contra Eurasia. Desde luego que hubo más ataques a otros pueblos pero ahora y por exigencias de espacio debemos ceñirnos a Europa.
EEUU y la OTAN reorganizaron los grupos fascistas para imponerles una unidad y un objetivo en la guerra permanente permitiendo sin embargo que mantuvieran sus querellas y diferencias internas mientras no obstaculizasen el objetivo estratégico: aplastar Eurasia y acabar con la «desconexión», como pasos imprescindible para derrotar definitivamente cualquier posibilidad de avances revolucionarios. Por esto el fascismo pasó a apoyar el terrorismo fundamentalista, a colaborar activamente con los ejércitos privados del capital y sus mercenarios «contratistas», a unir la islamofobia con la rusofobia y recientemente con la chinofobia, a defender una Unión Europea ultraconservadora y militarizada, a apoyar con todas sus fuerzas la involución democrática y el recorte de libertades y derechos con la excusa de que crear una «sociedad fuerte y segura». Sobre todo pasó a justificar los crímenes ucronazis contra las Repúblicas Populares del Donbass y a jalear las atrocidades en Libia y Siria. El fascismo se volcó a facilitar el dominio yanqui del Mediterráneo y por eso apoya en todo lo que puede a las victorias conservadoras en sus países ribereños.
Estas nuevas tareas del fascismo se concretaron y ampliaron aún más con la pandemia de 2020-2021 cuando pasó a ser una fuerza que impulsaba el negacionismo más irracional contra las estrategias de salud pública para erradicar el Covid-19. El fascismo no dudó en sumarse a las mentiras yanquis de que el Covid-19 había sido una creación de China Popular para llevar la muerte masiva a Occidente y al mundo, justificando así el endurecimiento del militarismo imperialista. Simultáneamente daba pábulo a otros negacionismos aún más fantasiosos y destructivos al sostener que no existía ningún calentamiento climático y ninguna crisis socioecológica, al atacar a la esencia misma del método de pensamiento racional y científico, al negar la valía de la historia crítica como medio de aprendizaje libertador, por no extendernos a otros delirios como el terraplanismo, etc.
La operación militar especial comenzada por Rusia en 2022 para derrotar los preparativos de la OTAN de invadir la Federación Rusa como primer paso para rodear a China Popular, azuzó la tarea del fascismo y de otras organizaciones reaccionarias como reclutadores en muchos países de mercenarios criminales para llevarlos a morir a Ucrania. Se trata de un negocio muy lucrativo inserto en el corrupto gobierno ucronazi, negocio relacionado con los de las mafias y con el poder siniestro de la industria sionazi de la matanza humana. A la vez, se potencian las ideologías militaristas e imperialistas en Asia-Pacífico para crear un potente movimiento reaccionario que sostenga la guerra contra China Popular y Rusia que están organizando Occidente, Australia, Nueva Zelanda, Japón, etc. La rebelión palestina de 2023 y el inconcebible genocidio desatado por el sionazismo ha confirmado el papel central del fascismo internacional para movilizar en ayuda del capital lo más primitivo y oscuro de las pasiones egoístas de los seres humanos alienados y aterrorizados por una crisis pavorosa que amenaza por hundir a Occidente.
Conforme el modo de producción capitalista va comiéndose a sí mismo, como Uróboros, para sobrevivir un tiempo más, sus contradicciones irresolubles y sus leyes tendenciales van exigiendo más y más guerras a cada cual más y más atroz, letal y exterminadora. En comparación a los fascismos anteriores constreñidos a pequeños espacios y desunidos entre sí, el actual es un engranaje imprescindible en la máquina internacional de la explotación asalariada y de saqueo imperialista obsesionado por el dominio mundial. Es un fascismo que sueña en su mundialización, en asegurar su poder en Washington, Londres, París, Berlín, Tokio… como bases desde las que llegar a sentarse en Pekín, Moscú, Teherán, La Habana, Caracas, Hanói, Argel…
De la misma forma en la que la lucha de clases y de liberación nacional ha obligado al capitalismo a readecuar el fascismo para aumentar el poder asesino de su doctrina de guerra permanente, también el movimiento antifascista ha de mejorar y ampliar sus formas de lucha y objetivos históricos. Teniendo esto en cuenta nos atrevemos a proponer cinco puntos para un debate constructivo.
Uno: La independencia política del antifascismo con respecto al democraticismo interclasista ha sido siempre, desde 1923, una de las pocas garantías de que la lucha contra el fascismo puede tener visos de victoria. Allí donde esta independencia política ha sido la estrategia principal se ha evitado la derrota porque se ha sabido mantener alianzas políticas tácticas y transitorias con fuerzas democráticas y reformistas coherentes allí en donde esa táctica fortalecía el objetivo histórico buscado.
Dos: Junto a la independencia política antifascista también es fundamental la independencia política con respecto a la línea internacional de la burguesía propia aunque no sea imperialista sino solo de obediencia y pasividad al imperialismo. Esta lucha antiimperialista e internacionalista es decisiva en el capitalismo actual porque no existe resistencia alguna desligada de la inconciliabilidad entre imperialismo y fascismo por una parte y el socialismo y la libertad por otra. Esto quiere decir que el más pequeño grupo antifascista ha de tener una concepción internacionalista y antiimperialista que le guíe por el mundo.
Tres: Dado que la militarización social inherente a la doctrina de la guerra permanente exige el recorte de libertades y derechos y el aumento del autoritarismo, la supeditación del gasto público a los gastos de rearme, la supeditación de la industria civil a la industria militar, etc., por todo esto la izquierda antifascista ha de llevar sus acciones y razones a todas las formas de opresión, explotación y dominación existentes porque el fascismo en cualquiera de sus formas, desde las más duras hasta las más suaves, está presente en ellas, reforzándolas.
Cuatro: La forma organizativa adecuada para llevar a cabo lo anterior no es otra que la dialéctica entre organización y autoorganización, es decir, la creación de grupos, comités y colectivos de base en todas partes que integren a todas las fuerzas antifascistas según el principio de independencia política y solidaridad internacionalista.
Y cinco: El antifascismo llevado a su coherencia máxima es comunista por la sencilla razón de que el fascismo es esencialmente anticomunista, que no solo antisocialista. En medio de las contradicciones capitalistas y de la complejidad actual de las tensiones internacionales, el antifascismo ha de advertir en todo momento de los peligros que se ocultan dentro de políticas blandas y tolerantes de países de los BRIC+ con respecto a la defensa de derechos y libertades en los propios países y también en los que no sean ni de los BRIC+ ni de otras dinámicas multilaterales. En la mayoría de estas fuerzas que de un modo u otro se enfrentan al imperialismo hay sectores reaccionarios con tendencias fascistas en su seno, combatirlos es fundamental y la mejor forma de hacerlo es unir esa lucha con la lucha antifascista en el exterior.
Nota: Artículo escrito para el libro en preparación Le maschere del fascismo nel terzo millennio, a cargo de Geraldina Colotti y Tania Díaz, Edizione deiMerangoli.
EUSKAL HERRIA, 2 de octubre de 2025
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