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«El show» como conjuro de yerros o derrotas electorales

Fuentes: Rebelión

Allí donde debería producirse la crítica del mundo sometido por el capitalismo, algunos instalan el show como anestesia. Han convertido el espectáculo en una fábrica de sentido que sustituye los fracasos de la democracia burguesa, por una copia de luz y sonido a todo volumen.

No es un fenómeno trivial ni una distracción inocente, es una maquinaria semiótica de control que, bajo apariencia de diversión, conjura —es decir, neutraliza y exorciza— los yerros o las derrotas electorales que pudieran devenir conciencia crítica. En otras palabras, el show cumple la función ideológica de eclipsar el error de ciertos votos. Se trata de una ingeniería de signos que fabrica una “normalidad perceptiva” al servicio del capital, una religión de las apariencias que sustituye la praxis reflexiva por el consumo de canciones. Otro fondo de la colonización en las formas mentales, la forma-show sustituye el proceso racional por el acto emocional. En lugar de pensamiento crítico, el sujeto se somete a la lógica de la excitación permanente. La evasión se transforma en valor de cambio. El show captura la atención y la convierte en plusvalía semiótica y el votante se siente protagonista mientras es reducido a audiencia, consumidor, espectador y aplaudidor. Es el triunfo de la irracionalidad organizada.

Hay que ver que todo show armado por los políticos del neoliberalismo, es una cadena de signos destinada a sostener una relación de producción simbólica esclavista. No hay espectáculo “neutro”, como no hay palabra inocente. En el show mediático reproduce una economía política del signo que captura las emociones y las reconfigura en mercancías afectivas. Cada gesto, cada palabra y cada silencio del espectáculo son materia prima del plusvalor ideológico, el “público” trabaja psíquicamente, genera atención, deseo, identificación, y ese trabajo produce ganancias en forma de poder simbólico concentrado. Así, el show conjura los yerros mentales ante las urnas, en tanto borra las huellas del pensar dialéctico y sustituye la contradicción por el aplauso.

Un error electoral (votar por quien te destruye) en la sociedad del espectáculo, se convierte en payasada, en torpeza de títeres, en espectáculo bizarro. Cuando el pensamiento pequeñoburgués tropieza, su inconsciencia se prepara para reír y olvidar cínicamente. Crea sus espectáculos para usurpar la dialéctica del error y lo convertido en mercancía de carcajadas entretenidas. Así, lo que podría ser un yerro fecundo se transforma en “entretenimiento”; lo que podría abrir un camino a la crítica se vuelve anécdota brutal. Esto implica que la producción de signos se encuentra sometida a una lógica del cierre, los signos del espectáculo no apuntan a la apertura del sentido, sino a su clausura inmediata en el aplauso. No hay proceso de interpretación, sólo reflejo condicionado. Los errores y las derrotas electorales burguesas son domesticados por la lógica de la subordinación mediática, el monstruo fabricado con votos se exorciza con su maquinaria narrativa; el público aplaude el reemplazo de la verdad por la eficacia narrativa. El show actúa como un conjuro simbólico contra la incertidumbre, promete certeza donde debería haber interrogación. En esta fórmula ideológica el error y el horror son reprogramados para no producir conciencia sino espectáculo. Los adefesios se vuelven parte del guion, el reality show disfraza el conflicto aparente, la “caída”, la humillación o el fracaso, todo organizado para reafirmar el sistema de valores que sostiene con su industria de la imagen. Estupidez circular, celebra su caos para reconfirmar el orden de su cometido alienante, invoca el entretenimiento para consagrar la obediencia, fabrica escándalos escénicos para sostener la moral del poder burgués. Nada queda fuera del guion ideológico. Falsa conciencia.

Cuando el show se arma para conjurar los yerros electorales, lo hace también sobre la historia. Se conjuran los errores de los poderosos, se borran las causas estructurales, se farandulizan las consecuencias sin mostrar los mecanismos. La culpa individual se vuelve “historia humana” o “emotiva tragedia”, nunca exhibe su estructura de opresión. Cada error se convierte en espectáculo para neutralizar su potencial de denuncia. En ese sentido, el show es el ministerio del olvido. Tal conjuro tiene su gramática: la espectacularización del error, la fragmentación del sentido, la emotividad sin dialéctica, la repetición obsesiva de signos vaciados. Todo show establece su régimen de visibilidad, selecciona qué puede ser visto y qué no. Así se conjura la posibilidad de comprender la totalidad y el espectador goza rodeado de fragmentos brillantes que impiden ver cómo se exculpa. Este mecanismo semiótico funciona como un espejo roto que multiplica los reflejos sin unidad.

Con su poder, el show fabrica un tipo de subjetividad para la cual el error es inaceptable si no es rentable. En la sociedad del espectáculo, el pensamiento lento, la vacilación o la duda se presentan como defectos. Se exige eficacia, éxito, rendimiento, “likes”. Un error o una derrota electoral, manipulados dentro de un show, enseña que todo debe salir “bien” y que todo error debe ser corregido por un guion invisible de públicos obsecuentes y aplaudidores. Este procedimiento burgués no es accidental sino estructural. En la economía simbólica del capitalismo, los yerros electorales y sus derrotas son peligrosos porque pueden abrir grietas en la ideología dominante. El error puede revelar la falacia del discurso hegemónico. Por eso el sistema necesita convertirlo en entretenimiento, desactiva su potencia crítica y lo reintegra como consumo. El error que debería conducir a la autocrítica es reducido a espectáculo risible. El público ríe, el pensamiento se apaga.

Este conjuro semiótico tiene consecuencias políticas profundas, cuando el show exorciza el error, deja intacto el sistema que lo engendra, donde impone aplausos, introduce silencio reflexivo; donde exige velocidad, introduce pausa. La sociedad del espectáculo mercantiliza el error porque teme el pensamiento emancipador. Por eso lo conjura, lo teatraliza, lo domestica. Nuestra tarea filosófica es, entonces, liberar el error del show, resemantizarlo como potencia creadora y no como mercancía de distracción. Sólo así podremos liberar la inteligencia colectiva del embrujo mediático neoliberal que convierte la vida en pantomima. Si el show conjura los yerros electorales, si los hace divertidos, se hace más urgente el trabajo crítico, capaz de revolucionar la conciencia.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.