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Cuando despierta el monstruo del racismo y el desprecio

Fuentes: Wambra Medio Comunitario

Los momentos donde sobresale este racismo más violento es cuando alzamos la voz, cuando incomodamos a la sociedad con exigencias justas para todos y todas, para muestra podemos mirar el discurso de odio desde los espacios del gobierno, donde un presidente dice que nos expulsará del país, desconociendo totalmente la historia.

La historia de Ecuador está marcada por los vestigios de la colonización, el capitalismo y la modernidad, elementos que han dejado una huella profunda en la memoria colectiva de la sociedad. El racismo y el clasismo son manifestaciones de esta herencia, y expresión de la profunda crisis estructural sistémica, presentes en discursos que, aunque a menudo se presentan como paternalistas, ocultan una discriminación sistemática hacia los pueblos y nacionalidades, mal llamados «indígenas», “indios” en un sentido despectivo, cuando en realidad somos sociedades con identidad y cultura propia.

La discriminación hacia los pueblos y nacionalidades no es siempre evidente; está escondida bajo un velo de discursos que minimizan nuestra capacidad para analizar y enfrentar las condiciones socioeconómicas. Esta subestimación se traduce en una instrumentalización de la cultura y la identidad indígena, reduciendo su valor a meras exhibiciones folclóricas. Así, los indígenas somos vistos como «museos andantes», cuya única función es mostrar danzas y tradiciones, mientras que cuando expresamos nuestra potencia cultural, política, económica y alzamos nuestra voz en busca de derechos, somos descalificados y deshumanizados.

La población mestiza “hegemónica” no solo desconoce a los pueblos y nacionalidades, sino que también ignora al pueblo afrodescendiente y negro. Esta falta de conocimiento se traduce en una dificultad para que todos nos veamos representados en las leyes, ya que existen distintas cosmovisiones que deben ser reconocidas. Desde la colonización, los indígenas hemos sido inferiorizados y excluidos, un hecho que no se comprende del todo. En lugar de buscar la convivencia, la sociedad blanca, mestiza a menudo criminaliza a la población indígena, mostrando las facetas más grotescas del racismo.

Durante la pandemia de la Covid-19, se estima que 300,000 niños abandonaron el sistema educativo, y la mayoría de ellos provienen de áreas rurales, siendo en su mayoría indígenas. Esta situación resalta cómo la población indígena es víctima de políticas que no comprenden la realidad del campo. En vez de reconocer que son la población excluida y la mayoría de los pobres, la sociedad mestiza a menudo reacciona con violencia verbal, étnica y física, los medios de comunicación perpetúan esta violencia, burlándose de cómo hablamos y presentando estereotipos que refuerzan el racismo.

El arte, la música y los tejidos de los pueblos y nacionalidades son productos de años de resistencia. Esta resistencia no solo busca preservar la identidad cultural, sino también reivindicar la conexión espiritual con la tierra. La sangre de nuestros ancestros, guerreros y guerreras, corre por nuestras venas, y es esta herencia la que nos impulsa a luchar contra el racismo y el clasismo que aún persisten en la sociedad ecuatoriana “moderna” con profundo arraigo capitalista colonial.

El racismo en Ecuador tiene raíces profundas que se remontan a la colonización. La obra de Juan Ginés de Sepúlveda, un religioso franciscano que justificó la guerra contra los indígenas, establece un marco de deshumanización que ha perdurado a lo largo de los siglos. Según él, los indígenas no eran considerados humanos, sino seres inferiores. Esta ideología fue desafiada por fray Bartolomé de las Casas, quien reconoció la humanidad de los pueblos originarios, pero los describió como «infantiles», perpetuando así una forma de racismo paternalista más sutil.

En la actualidad, el racismo blando se manifiesta en la vida cotidiana, donde las interacciones entre mestizos e indígenas están impregnadas de prejuicios. Términos como «mamita» o «hijita» hacia mujeres indígenas son utilizados por muchos como expresiones cotidianas, sin reconocer que en realidad son formas de racismo que infantiliza y  despoja a las mujeres indígenas de su dignidad y presencia política,  cosa que también ocurre con los hombres. 

Los momentos donde sobresale este racismo más violento es cuando alzamos la voz, cuando incomodamos a la sociedad con exigencias justas para todos y todas, para muestra podemos mirar el discurso de odio desde los espacios del gobierno, donde un presidente dice que nos expulsará del país, desconociendo totalmente la historia. Pero ya no nos sorprende, desde hace 500 años hemos sido despojados de nuestros territorios pero ahora ya no será tan fácil. No perderemos los derechos que nuestros taytas y mamas ganaron para nosotros, ahora nos corresponde defenderlos.

Nos tachan de violentos, pero no hay nada más violento que la desnutrición infantil en zonas rurales como Chimborazo o las familias que sufren y suplican atención médica y no hay medicina. Según el INEC en el Ecuador hay 10,4% de personas viviendo en la pobreza extrema y 24,% en pobreza; es decir somos 6 millones de ecuatorianos sobreviviendo con menos de 2 dólares diarios. Esta es la verdadera violencia. 

También somos los “vagos”, nosotros quienes nos levantamos a las 3 o 4 de la mañana para salir a cultivar, ordeñar las vacas, pastar los borregos y producir el alimento para todo un país, y de nuestros productos nada más nos queda las sobras, por que los 2 dólares por quintal de papas que nos pagan no alcanza ni para volver a sembrar.

No somos “terroristas”, más bien nosotros tenemos terror de que esta situación empeore, de que nuestros hijos e hijas no tengan derecho a una atención médica, a una educación digna, que su futuro esté ya hipotecado desde antes de nacer. El terror lo siembra el Estado, aquel que debería garantizar simplemente el cumplimiento de la Constitución, derechos y leyes escritos en papel, que circulan alrededor del mundo y que aquí, a nuestros territorios no llega, solo se queda en el papel.

El reconocimiento de que el Abya Yala fue invadido y que de los úteros de mujeres indígenas han nacido los mestizos es esencial para entender que la lucha por un Estado Plurinacional no busca dividir, sino integrar y convivir en una sociedad intercultural. Este modelo debe promover la armonía entre mestizos, indígenas, montubios, cholos, y afrodescendientes, donde el respeto y la justicia sean pilares fundamentales.

La perpetuación de estructuras de poder desiguales es una de las principales causas del racismo y clasismo en Ecuador. La pregunta que debemos hacernos es: ¿por qué aquellos que han sido despojados de su identidad y riqueza cultural son los que más desprecian a los indígenas? La blanquitud y el racismo están profundamente arraigados en la conciencia social, y es necesario desmantelar estos prejuicios para construir una sociedad más justa.

El racismo y el clasismo son problemas complejos que requieren un análisis profundo y una acción decidida. La historia de los pueblos y nacionalidades en Ecuador es una historia de resistencia y lucha por el reconocimiento. Es tiempo de que la sociedad entera reconozca esta lucha y trabaje hacia un futuro donde todos, independientemente de su origen, puedan vivir con dignidad y respeto. La construcción de un Estado Plurinacional es un paso hacia la reconciliación y la justicia social, donde todos los pueblos sean valorados y escuchados.

Para la construcción de un Estado Plurinacional en Ecuador, es fundamental implementar propuestas concretas que ayuden a reducir el racismo y el clasismo en la sociedad. En primer lugar, desde la educación, en escuelas y colegios a nivel nacional, deben incluir un currículo que aborde la historia y la cosmovisión de los pueblos originarios, superando la versión simplificada y colonizadora que ha predominado. Además, es esencial fomentar espacios de diálogo y aprendizaje entre diferentes culturas, donde mestizos, indígenas, cholos, montubios y afrodescendientes puedan compartir sus experiencias y conocimientos, promoviendo así un entendimiento mutuo y el respeto por la diversidad. La creación de programas de sensibilización y capacitación en derechos humanos y diversidad cultural para docentes, estudiantes y la sociedad en general también es crucial. Esperamos que estos espacios y propuestas sigan profundizando en la reflexión y el conocimiento, contribuyendo a construir una sociedad más justa e inclusiva, donde todos los seres humanos seamos valorados, respetados en igualdad de condiciones para vivir con dignidad.

  • Katik Macas: Socióloga, docente, investigadora social, mujer kichwa del pueblo Saraguro y luchadora por los derechos, la justicia social y una vida digna para todos y todas.

Fuente: https://wambra.ec/cuando-despierta-el-monstruo-del-racismo-desprecio/