Ereván – La cita es en el estudio de los Bambir, en Jrvezh, a apenas media hora del centro de Ereván. La periferia de la capital armenia sorprende por su verde intenso, y el garaje que la banda ha transformado en estudio se encuentra a pocos pasos del bosque de Jrvezh. Vardan Paremuzyan (batería, percusión y voz) abre la puerta y dice: “Bienvenidos a nuestra guarida”.
Pero ese “garaje adaptado” es solo un fragmento de la verdadera guarida de los Bambir, que incluye también una casita repleta de archivos de música armenia e internacional, incluso muy antigua, y un enorme jardín con un escenario para conciertos. “Lo usamos especialmente durante el Covid, siempre tomando todas las precauciones. Organizamos actuaciones y espectáculos para niños y adolescentes, ayudándoles a atravesar aquel tiempo oscuro que fue la pandemia”, comenta Vardan.
El garaje es el reino de los Bambir: allí componen, ensayan y graban. Instrumentos por todas partes, decenas de libros en las paredes y una atmósfera mágica, potenciada por la luz tenue. Una atmósfera magnética, como la música de la banda, que recientemente ha lanzado dos nuevos sencillos: Lose Yourself y TransnDance.
En sus cuarenta años de historia y a través de dos generaciones de músicos, los Bambir han registrado 13 álbumes, consolidándose como una de las bandas más originales de Armenia. Audaces y visionarios, desde el folk-rock de sus comienzos, exploran jazz, metal alternativo, punk, progressive ethnic rock y electrónica… imposible encasillar a esta “banda intergeneracional” en un solo género.
Narek Barseghyan (guitarra, voz y compositor) sonríe. “Han pasado diez años desde que tomamos nosotros en mano la banda – dice –, pero su historia comenzó mucho antes.” Incluso antes de que él naciera. Su padre, Gagik “Jag” Barseghyan, en los años 70, en Gyumri, comenzó junto a un grupo de amigos a reinterpretar las canciones de Padre Komitas en versión rock-folk.
“Mi padre y sus amigos – relata Narek – se reunían alrededor del tocadiscos para escuchar a los Rolling Stones, Jimi Hendrix, los Beatles. Armenia formaba parte de la Unión Soviética, y el rock, al igual que antes el jazz, estaba relegado a la clandestinidad. El jazz estuvo prohibido hasta 1954. Mi padre y los demás decidieron formar una banda, no para hacer covers, sino para fusionar melodías folclóricas armenias con la energía del rock. La llamaron The Bambir, como un antiguo instrumento de cuerda armenio, una especie de tambura. Así nació este proyecto, ecléctico y obstinadamente vivo.”
Narek y sus amigos crecieron escuchando “esas conversaciones nocturnas que mantenían vivas leyendas, canciones y resistencia. En 1992, Arman y yo teníamos ocho años y unas ganas terribles de tocar rock & roll. Mi padre y el resto de la banda nos dejaban ‘participar’ en los ensayos y empezamos a tocar con ellos… Al crecer, recogimos de algún modo la herencia familiar, sin saber que estábamos escribiendo un segundo capítulo para los Bambir. Todos nos llamaban The Bambir segunda generación, o The Bambir 2. Queríamos un nombre propio, pero al final seguimos usando el original.”
Arman Kocharyan (bajo, voz) interviene: “Éramos como el equipo juvenil de un club de fútbol de Serie A, las nuevas promesas. ¡Y seguimos siendo los Bambir!”
A partir de ese momento, los “jóvenes” Bambir comenzaron a construir una nueva identidad, incorporando nuevos sonidos, siempre fieles al eclecticismo. Gyumri se les quedó pequeña, y con el éxito de sus primeras canciones originales, decidieron marcharse. Primero a Ereván y otras ciudades de Armenia, y luego, como dice Arman, “hacia Europa. Nuestros padres no estaban tan de acuerdo, nos decían que la industria musical puede devorarte rápidamente. Pero nos lanzamos. Partimos sin planes ni productores, confiando en giras improvisadas y promesas a medias. Tocamos en cualquier lugar: escenarios diminutos, clubes semi-clandestinos, durmiendo en el coche…” Narek, Arman y Vardan se miran y estallan en risas. “Pero así es el rock & roll, ¿no?”
Recordando la importancia de Hamburgo para los Beatles, Vardan comenta: “Nuestra Hamburgo fue Irlanda. Llegamos a Dublín en 2012 pensando quedarnos una semana y terminamos recorriendo la isla durante nueve meses, sumando más de 200 conciertos, actuaciones y festivales. ¡Sin agentes ni meses de antelación para fijar fechas! En Irlanda, en esos años, llamabas a un pub hoy y tocabas mañana.”
De regreso a Armenia, los Bambir trabajaron sobre todo en el garaje, transformándolo de sala de ensayos en espacio polivalente y estudio. “Durante la guerra en Artsaj (Nagorno Karabaj) organizamos eventos y conciertos para recaudar fondos para nuestros combatientes.”
Las letras son fundamentales para los Bambir, porque “determinan el estado de ánimo de una canción”, explica Narek. “Uno se da cuenta de las palabras en el segundo escucho, no de inmediato. Pero son las letras las que deciden cómo deben sonar la guitarra o el bajo.” Sus letras se sumergen plenamente en la realidad social, política y cultural de Armenia y más allá.
El último álbum, Mankakan Khagher (Juegos de infancia), publicado en 2024, es una dura crítica a la situación política y social en Armenia, con numerosas referencias a la guerra en Artsaj (con ritmos martillantes, guitarras superpuestas y antiguos tambores), pero también un himno a la esperanza, representado por Trnenq (Volamos), acompañado de un impresionante video animado por Saak Bertrand.
Actualmente, los Bambir trabajan en un nuevo álbum, Strangers Within, que aborda las “dependencias”, según Narek. “No solo la de sustancias. Hablamos de dependencia del trabajo, del consumo, del juego, de cualquier cosa que nos mantenga encadenados a la realidad…”
Como ocurre con todos sus álbumes, este también es un experimento, como a la banda le gusta definir sus obras. Cada detalle está trabajado a la perfección. Improvisación y cálculo; los riffs de Narek y Arman te transportan a “otras dimensiones”, la batería agresiva de Vardan no da tregua y contrasta perfectamente con la voz desgarrada de Narek y los coros oscuros. Las letras martillan en la cabeza mucho después de escuchar la canción, provocando reflexión y un íntimo cuestionamiento.
“Una canción puede volverse jazz si la letra la lleva en esa dirección –dice Arman–, pero perfectamente podría transformarse en electrónica… Somos una banda que no se queda en un solo género, nos gusta experimentar, desafiar los cánones, ir más allá.” Y, sobre todo, “no conocemos fronteras”, subraya Narek. “La cultura es orgánica, las fronteras son artificiales, la música pertenece a quien la crea, no a una bandera. Los artistas deberían poder moverse libremente.” Las miradas se cruzan y Vardan, con un destello en los ojos, dice: “¡Que se queden en casa los políticos!” Y todos estallan en una ruidosa carcajada.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.