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Un filósofo en Económicas

Fuentes: Rebelión [Imagen: Manuel Sacristán durante una de sus clases/conferencias. Créditos: vídeo sobre MSL en Youtube]

En esta nueva entrega del Centenario Manuel Sacristán, Salvador López Arnal reflexiona sobre el papel de Manuel Sacristán como filósofo en la facultad de Económicas de la Universidad de Barcelona.


Hay una creencia compartida, en mi opinión, por buena parte de la ciudadanía española e iberoamericana con inclinaciones, saberes, conversaciones y vivir filosóficos: Manuel Sacristán Luzón (1925-1985), el traductor de Gramsci, Lukács y Korsch, fue un polímata sólido, un maestro de universitarios y ciudadanos, uno de los grandes filósofos españoles del siglo XX, un intelectual comprometido cuya obra y praxis, lo dicho y lo actuado, representa una cima del comunismo democrático marxista (político y teórico) español, europeo e iberoamericano.

Empero, al lado de estas consideraciones, apunta una «singularidad», una «rareza cultural», una «extrañeza filosófica»: la de un gran filósofo español con escasísima presencia en las facultades de filosofía españolas, aparente paradoja que puede ser descrita del modo siguiente:

Finalizados sus estudios de Derecho y Filosofía, finalizada la etapa de Laye, «la inolvidable» en el decir de su amigo de juventud Josep Mª. Castellet,el futuro autor de Introducción a la lógica y al análisis formal partió a estudiar lógica y filosofía de la ciencia durante cuatro semestres (1954-1956) en el Instituto de lógica matemática y de fundamentos de la ciencia de la Universidad de Münster (Westfalia, entonces República Federal de Alemania), una institución clave, según Jesús Mosterín, en el ámbito de la lógica y su filosofía en la Europa de aquellos años.

Una oferta y una decisión marcaron el regreso de Sacristán a Barcelona, donde vivía desde agosto de 1939 con su familia (padres y dos hermanos menores, Antonio y Marisol). La oferta: ser profesor contratado por el Instituto alemán de lógica matemática; la decisión: su rechazo a la posibilidad de vivir fuera de España (como hizo también en 1965 al ser expulsado de la Facultad de Económicas por primera vez) para pasar a formar parte del ilegal y duramente perseguido partido de los comunistas catalanes y españoles (PSUC-PCE).

No sería una decisión fácil para un filósofo como él, para un germanista entusiasta desde su primer viaje Alemania en 1950, para alguien con su vocación didáctica e investigadora, para un profesor de Fundamentos y Metodología de las ciencias sociales que, como él mismo escribiera muchos años después desde México en carta a su amigo y discípulo Antoni Domènech (1952-2017), tuvo desde aquellos años auténtica adicción por la lógica. La poliética tuvo prioridad sobre la ciencia; no fue la única vez.

Instalado en Barcelona y gracias al apoyo del que sería director de su tesis, Joaquim Carreras i Artau, Sacristán pasó a ser profesor no numerario, con muy malas condiciones laborales, a partir de 1956-1957 (amplió desde entonces su reducido salario con colaboraciones editoriales y traducciones: más de 33 mil páginas, unos 90 libros y artículos a lo largo de 25 años), defendiendo su tesis doctoral, Las ideas gnoseológicas de Heidegger, en febrero de 1959.

Poco podía conjeturarse con certeza sobre su futuro en aquel entonces, aunque sabido es que ser rojo y actuar como tal tenía sus inconvenientes y consecuencias. Fue su caso. Al cabo de muy poco, finales del curso 1958-1959, empezaron los hachazos represivos contra él. Presiones del arzobispado barcelonés (¡cometía el pecado de explicar Kant al modo ilustrado!) sumadas a las posiciones nada afables de algunos profesores de la propia facultad, fueron causa de su traslado, del traslado del futuro traductor de la Historia del análisis económico de Schumpeter, a la Facultad de Ciencias Económicas, Políticas y Sociales de la UB. No es disparatado pensar, en mi opinión, que el cambio de facultad, en el que acaso intervino a su favor Carreras Artau, pretendiera evitar un mal aún mayor: su inmediata expulsión de la universidad barcelonesa en 1959.

La expulsión, en todo caso, irrumpió seis años más tarde, tres años después de haber optado sin éxito, en 1962, a la cátedra de Lógica de la Universidad de Valencia. (La cátedra tenía otro destinatario, no era cuestión de méritos ni de la puntuación obtenida en los ejercicios realizados durante la oposición). A Sacristán, como ocurriría también con otros profesores antifranquistas (aunque su caso fue el más sonado en Barcelona), no se le renovó su contrato laboral al inicio del curso 1965-1966. El rector, Francisco García Valladares, un gran fisiólogo y farmacólogo que había sido discípulo de Juan Negrín y profesor de uno de los futuros discípulos y amigos de Sacristán, Eduard Rodríguez Farré, quería limpiar la Universidad de rojos y separatistas. Sacristán, que nunca fue secesionista pero sí rojo, tenía todos los números para formar parte de la «limpieza franquista» organizada por un García Valdecasas a las órdenes de la Brigada Político-Social (BPS) de Barcelona. No fue poca la resistencia ante el atropello que presentaron los estudiantes de Económicas, fueran o no alumnos suyos. Tenemos testimonios conmovedores de ello; el de Josep Mercader Anglada por ejemplo.

Mario Bunge, en un admirable acto de solidaridad, le ofreció ayuda, tenía buenos contactos con instituciones y universidades alemanas. Sacristán, que tradujo años después La investigación científica, agradeció el gesto del gran filósofo y científico argentino, pero declinó el ofrecimiento argumentando en línea con su decisión de 1956: no quería exiliarse, no quería hacer oposición al franquismo en «el exterior», quería seguir formando parte de la lucha antifranquista desde posiciones comunistas democráticas en España, consciente, no quedaba otra, de que tras la expulsión pasaría a ser un trabajador de editoriales en exclusiva: más traducciones, más informes, cartas, reseñas, dirección de colecciones, sugerencias de edición (la de las OME (Obras de Marx y Engels) o la de las Obras completas de Lukács, por ejemplo), esperaban en el horizonte.

Pudo volver a Económicas, con la ayuda de compañeros de la facultad (es obligado citar aquí la decisiva participación de su amigo Alfons Barceló), durante el curso 1972-1973. El apoyo y tenacidad del movimiento estudiantil jugaría también su papel en la reincorporación. Explicó ese año «Teoría general del método», el antecedente de sus posteriores clases de Metodología de las Ciencias Sociales. Pero volvió a ser expulsado al finalizar el curso con el mismo método: no se le renovó su contrato.

Tras la muerte del dictador golpista y criminal, regresó a la Facultad de Económicas en 1976-1977, donde permaneció con mayor estabilidad hasta el curso 1984-1985, a excepción del año académico de 1982-1983 en el que impartió dos cursos de posgrado en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM: «Inducción y dialéctica» y «Karl Marx como sociólogo de la ciencia»..

En el verano de 1984 fue nombrado finalmente catedrático extraordinario, no sin sectarismos y maltratos previos.

Falleció muy prematuramente, el 27 de agosto de 1985, no llegó a cumplir 60 años. Treinta y seis años de su vida los pasó bajo el franquismo.

Así pues, uno de los grandes profesores de filosofía de la universidad barcelonesa, un maestro de los que dejan huella profunda y duradera, sólo pudo ser profesor universitario durante 19 años, y de ellos solo tres en la Facultad de Filosofía. (El caso de Popper, que globalmente pensado es otra historia, resulta similar en algún aspecto: la gran influencia filosófica del asesor de Margaret Thatcher se ejerció fundamentalmente desde la London School of Economics and Political Science, no desde una facultad de filosofía propiamente.)

No hay duda de que el magisterio de Sacristán en la Facultad de Económicas fue muy importante para la enseñanza de la lógica en nuestro país, para la consolidación de una filosofía de la ciencia social a la altura de los tiempos, en absoluto desconocedora de la epistemología que se practicaba en otros países europeos y americanos. Muchos alumnos han dado testimonio de la enseñanza recibida, del valor que dieron (y siguen dando) a aquellas clases que dejaron en ellos una huella nada superficial. Entre muchos otros, tres estudiantes de Medicina y de Derecho que asistieron como oyentes no matriculados a sus clases: José Alonso Fajardo, Joan Benach y David Vila Morales, al igual que Fernando G. Jaén o Félix Ovejero, doctores en Economía.

Sacristán, por otra parte, reunió en torno a él, en torno al departamento de Metodología, filósofos y científicos sociales que han sido y siguen siendo esenciales en la cultura catalana y española: Francisco Fernández Buey, Antoni Domènech, Juan-Ramón Capella, Miguel Candel, Félix Ovejero, Antonio Izquierdo, Eduard Rodríguez Farré, Enric Tello, María Jesús Aubet, Ramon Garrabou, Víctor Ríos,… Una buena parte de ellos colaborarían con él en Materiales y en la revista rojo-verde-violeta mientras tanto, la revista que más hizo suya, publicación en la que su esposa-compañera, la hispanista italiana Giulia Adinolfi, jugó un papel destacado.

Cabe entonces preguntarse, deslizándonos por terrenos contrafácticos: ¿qué hubiera ocurrido si Sacristán hubiera sido profesor de la Facultad de Filosofía durante más años, durante todo el tiempo en el que le dejaron ejercer de profesor universitario, por ejemplo? Conjeturemos.

No hubiera sido menor, desde luego que no, el interés de los alumnos por sus explicaciones. También sus clases hubieran sido clases abarrotadas, como lo fueron sus cursos iniciales entre 1956 y 1959 de Fundamentos de Filosofía (Sus alumnos de aquella época lo verían, probablemente, como una especie de profesor extraterrestre). También sus seminarios; por ejemplo, el que impartió sobre la Fenomenología del Espíritu de Hegel.

La resistencia de los estudiantes ante su expulsión en 1965 hubiera sido probablemente similar a la de Económicas. Ser profesor de filosofía no le hubiera protegido de la persecución de García Valdecasas teledirigida, como se indicó, desde las instancias fascistas de la BPS de Barcelona (No es una suposición, hay documentos que lo confirman).

Es altamente probable que, como ocurrió en Económicas, estudiantes de otras facultades (Medicina, Geología, Matemáticas, Derecho, etc.) hubieran asistido a sus clases.

No hubieran sido pocos los profesores que se hubieran ubicado en sus alrededores. De hecho, tres profesores de la facultad de Filosofía, Miguel Candel, Paco Fernández Buey y Jacobo Muñoz, los dos primeros expulsados por la huelga antifranquista de 1974-1975, se han reconocido (y se siguen reconociendo en el caso del profesor emérito Candel) como discípulos suyos.

Su legado político y filosófico, seguramente, hubiera sido más o menos similar. Tal vez, eso sí, con menos énfasis en la filosofía de las ciencias sociales, en la filosofía de la ciencia en general, y mayor papel de otras aristas filosóficas. Por ejemplo, aproximaciones suyas a autores y temáticas más clásicas de la historia de la filosofía. Tal vez hubiera podido escribir un Llull, un Leibniz, otro Heidegger.

Materiales y mientras tanto hubieran sido sin duda revistas clave para la formación de ciudadanos de izquierda en los años setenta y ochenta, y también su papel hubiera sido decisivo en ambas.

Cabe conjeturar, pues, que la historia no hubiera sido muy distinta. Sin embargo, en lo que respecta a las relaciones en España de dos grandes tradiciones y comunidades filosóficas esenciales en aquella época, se podría haber generado una diferencia de importancia: la presencia de Sacristán en la Facultad de Filosofía hubiera posibilitado una mejor relación entre filósofos marxistas y analíticos en los años sesenta, setenta y ochenta. Y no solo en Barcelona, sino en el conjunto de España.

Su presencia en la Facultad de Filosofía hubiera impedido, o cuanto menos dificultado, que filósofos de orientación marxista, no siempre bien informados, hablaran de la tradición analítica en términos despectivos, asociándola casi siempre con la reaccionarismo filosófico, con una filosofía nunca interesado en temas sociales, con un filosofar que vivía de espaldas al mundo y con posiciones políticas conservadoras y liberales de derecha.

Desde la otra orilla, desde la filosofía analítica, no se hubieran lanzado tan alegremente (y con tanto desconocimiento) tantos improperios contra la tradición marxista, acusando a sus partidarios de ignorantes cultiprofundos (el neologismo es de Sacristán), de gente cegada en asuntos básicos de lógica formal y de epistemología, tildados, criticados agriamente de ser miembros dogmáticos y cerriles de sectas guiadas por consignas políticas alocadas y principios filosóficos trasnochados, dogmáticos e inmodificables.

Y no habría sido así porque el autor de uno de los libros que, en el buen pensar y decir de Luis Vega Reñón, más contribuyó a la consolidación de los estudios de lógica en nuestro país, Introducción a la lógica y al análisis formal, traductor además de W. V. O. Quine y de Gisbert Hasenjaeger (profesor suyo en Münster, véanse sus declaraciones para «Integral Sacristán» de Xavier Juncosa), era un destacado filósofo marxista que, en el mismo año en que publicó su influyente manual de lógica, escribió «La tarea de Engels en el Anti-Dühring», un prólogo, uno de sus escritos clásicos que más ha enseñado a generaciones de universitarios y trabajadores organizados, en el que de nuevo mostraba un excelente y creativo conocimiento de la tradición marx-engelsiana y, al mismo tiempo, del análisis filosófico y de la filosofía de la ciencia contemporánea.

Ni que decir tiene que ese profundo y creativo conocimiento de la lógica y la epistemología más en boga en aquellos años se corroboró en su curso de Teoría general del método de 1972-1973 y en sus clases de Metodología de las Ciencias Sociales años después (actualmente en curso de edición: Filosofía y Metodología de las Ciencias Sociales I, II y III) y en escritos marxistas como «El trabajo científico de Marx y su noción de ciencia», «Karl Marx como sociólogo de la ciencia» o «¿Qué Marx se leerá en el siglo XXI?».

En síntesis: la presencia continuada de un filósofo y un filosofar como el de Manuel Sacristán en la Facultad de Filosofía de la UB, un clásico que, como él mismo dijera de Gramsci, merece ser leído siempre y no estar de moda nunca, probablemente hubiera impedido cometer errores y desencuentros que, a día de hoy, nos deberían avergonzar a todos, al mismo tiempo que hubiera otorgado mayor presencia cultural, filosófica y política a la facultad en la que impartieron clase, entre muchos otros, colegas suyos como Jesús Mosterín, Ramón Valls, Juan José Acero, José Daniel Quesada, Margarida Boladeras y José Manuel Bermudo.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.