La idea actual de que “dato mata relato” o de que se puede frenar la proliferación de ‘fake news’ regulando el espacio comunicativo es ingenua e impotente. Se debe recuperar la vida pública, destruida por el neoliberalismo, para frenar la propaganda.
Unos días antes de ser elegido alcalde de Nueva York, Zohran Mamdani dijo algo que merece la pena pensar en serio. En una entrevista para The Daily Show, planteó que el proceso de escucha emprendido por su candidatura era ya su primera y más valiosa práctica política. Escuchando estaba ya “siendo alcalde” y prefigurando la ciudad que quería.
Y precisamente de esa escucha dialogada, de esa ya conocida iniciativa de cien mil voluntarios y tres millones de puertas tocadas, emerge el corazón de su propuesta política: poner en el debate público la asequibilidad de la vida urbana como deseo y urgencia (affordability).
Esta idea nos obliga, creemos, a una reflexión profunda. ¿Qué significa “escuchar” en política? Hay seguro muy diferentes respuestas posibles, pero querríamos ahora condensarlas (y contraponerlas) en dos imágenes.
Una primera respuesta ubica la escucha como medio, retórico o instrumental, al servicio del diseño de campaña. Hay una escucha retórica que pregunta, consulta y pide la participación, para terminar haciendo más o menos lo que se tenía programado de antemano. No busca captar algo desconocido, algo que no se sabe, que no se entiende, sino (por ejemplo) apuntalar un liderazgo político a través de tal o cual proceso: gira, primarias, referéndum virtual.
Hay una escucha instrumental que es puramente cuantitativa y tiene una función clara: anticipar comportamientos de voto, pulir mensajes, confirmar hipótesis, detectar tendencias, emociones blandas, aceptación de líderes. La escucha por sondeo, por estadística, por encuesta, convierte lo que oye en datos, métricas, perfiles, segmentos o tendencias. Los criterios de los que se parten filtran la información que se recoge y se funciona en circuito cerrado. Se escucha sólo lo que se quiere escuchar.
Podríamos imaginar, sin embargo, una segunda respuesta. La que entiende la escucha como apertura a lo desconocido, que se arriesga a captar elementos inesperados o contradictorios, y está dispuesta a armar algo con ello (un diagnóstico, una propuesta). No se escucha entonces para vencer o para convencer, sino en primer lugar porque no se sabe, no se entiende, se tienen preguntas de veras, lo conocido ya no da más de sí.
Podemos decir que es una escucha por desplazamiento: hay que desplazarse (no sólo física, sino mentalmente) para escuchar, salir de los circuitos autorreferenciales y entrar en contacto con lo desconocido, y eso que se escucha desplaza a su vez lo que pensábamos y hacíamos hasta el momento, cambia nuestra manera de pensar, de hablar y de proponer políticamente algo (escucha incluye interpretación).
No es una distinción entre técnicas, sino entre dos formas de ser en lo político. Esta segunda escucha pretende acercar vida y política. Es su fuerza. No importa tanto la escala, micro o macro, nacional o municipal, lo que tiene potencia de transformación es el chispazo que salta en la interferencia entre las necesidades, los malestares de abajo y la política. La escucha rehace el vínculo entre ambas realidades.
Imaginamos así a los miles de voluntarios de la candidatura de Mamdani, yendo de puerta en puerta, de barrio en barrio, llamando a los timbres de las casas, conversando con los vecinos, dejándose impregnar por los dolores y malestares cotidianos, exponiéndose a la contradicción, al desmentido de la realidad, necesitando escuchar al otro para entender lo que no se entiende, para pensar y organizar la acción a partir de nuevas claves.
La política como comunicación
¿En qué momento la política se volvió sobre todo un asunto de comunicación? Ya en 1965, unos años antes de que Guy Debord redactase su célebre libro La sociedad del espectáculo, el filósofo Cornelius Castoriadis afirmaba lo siguiente:
“Los partidos (y, en EEUU, los Presidentes) no pueden pedir el apoyo de la gente sobre la base de sus ideas o su programa [porque no hay diferencias discernibles entre los de unos y los de otros]. Los Presidentes y los partidos se venden ahora a la población como marcas de pasta dentífrica. Se crea una ‘imagen’ de Kennedy, o de Johnson, o de Sir Alec, o de Wilson. Los expertos en relaciones públicas se preguntan: ‘¿No parece Wilson demasiado intelectual? ¿No debería decir algo para corregir esa impresión? ¿Qué debemos hacer para ganarnos el apoyo de ese 5% de electores que les gusta Sir Alec porque no parece un intelectual y quieren un primer ministro que no sea muy inteligente? ¿No debería Wilson decir alguna tontería en la próxima aparición pública?’
Finalmente, se vuelve imposible distinguir la política de toda otra forma de publicidad o venta de productos. En ese sentido, la naturaleza del producto no tiene demasiada importancia, porque siempre puede asumir otra”.
La cita resuena sesenta años después con fuerza de actualidad. Si hoy existen consultores que pueden trabajar en varios partidos distintos –Iván Redondo, por ejemplo, ha sido asesor del Partido Popular, del Partido Nacionalista Vasco y del PSOE– es porque la política deviene comunicación y esa comunicación tiene códigos especializados, con métodos y técnicas en común, independientemente de la orientación ideológica del “cliente”.
Cómo posicionar un mensaje, cómo ocupar agenda, cómo gestionar una crisis, cómo construir un relato eficaz, cómo activar emociones colectivas. Podemos decir (con Castoriadis) que la comunicación política se entiende finalmente al modo del mercado: escucha por extracción y venta de determinado producto para los individuos aislados que son los consumidores. Los enunciados pueden ser distintos, pero la gramática (las reglas de juego) es para todos la misma.
Aquí no hay nada nuevo, como nos demuestra la cita de Castoriadis. Lo que tal vez es novedad es que esta lógica se extiende hoy también a la política de transformación, a la política que pretende cambiar las cosas.
Antes, una organización política antagonista, fuese del signo que fuese, era también un cierto “espacio de vida” (casas del pueblo, ateneos, cooperativas, publicaciones propias, agrupaciones juveniles, culturales, deportivas, reuniones, formación, ayuda mutua, identidad). Pero, a día de hoy, los espacios políticos están altamente profesionalizados, centrados en campañas y encuestas, en medios y en redes, dirigidos por técnicos de comunicación política, apenas sin estructuras presenciales de vida cotidiana.
Las organizaciones ya no tienen espacios propios, tiempos propios, lenguajes y categorías propias, un mundo propio, sino que son operadores del espacio mediático regido por la gramática del mercado. Las lógicas comunicativo-mercantiles se interiorizan incluso como “alma” de la propia organización (competitividad en elecciones internas a cara de perro, primarias viralizadas, antagonismos digitales y mediáticos que pugnan por la jefatura). Los candidatos han de convertirse, antes de nada, en influencers, mercancías potenciales, instagrameables.
Muy recientemente, en el proceso conocido como “asalto institucional”, se barajó incluso la idea de que podían existir formaciones políticas sin arraigo territorial ninguno (militantes, procesos, lugares), simplemente armadas con estrategias de comunicación y símbolos poderosos, ni siquiera espacios comunicativos propios, sino simplemente los que el mercado dispone hoy para todos. Si, como se dijo entonces, “la gente ya no milita en estructuras políticas, sino en medios de comunicación”, ¿qué podían aportar espacios de vida y participación como los extintos Círculos de Podemos? Únicamente son un lastre para la velocidad de respuesta que exige la comunicación.
Así, mientras todo lo que tiene hoy fuerza política en el presente (desde el evangelismo hasta el narco, pasando por la ultraderecha) abre y sostiene espacios de encuentro, de ayuda mutua, de “welfare desde abajo”, la izquierda se ha quedado voluntariamente sin mundo, confiándolo todo a la comunicación. El streaming, el meme viral, el podcast, ya sea a la manera explicadora-pedagógica del progresismo clásico, ya sea a la manera performer y seductora de los nuevos populismos mediáticos.
El resultado en ambos casos es el mismo: la desconexión del malestar social, las burbujas comunicativas incapaces de escuchar lo que no entienden de antemano, la virtualización que aleja de la realidad cotidiana de los cuerpos y los afectos. El bloqueo de todo desplazamiento y la repetición de lo mismo. El desastre es mayúsculo.
El rumor de las cosas verdaderas
Hay siempre, en toda sociedad, un proceso de deliberación deslocalizado, difuso, una conversación con muchos hilos, a la vez íntima y común, que a veces emerge, se manifiesta, se decanta, cristaliza en acción pública, en acontecimiento. Todos nos sorprendemos entonces. ¿Dónde se estaba “cocinando” este o aquel fenómeno?
Una sociedad siempre está discurriendo, siempre está pensando. Hay una autonomía social que deserta de los canales dominantes, ignora sus mensajes, los reinterpreta, crea nuevos. Esa “deliberación social difusa” es el motor de las sorpresas históricas. Diego Sztulwark, en su libro El temblor de las ideas, lo llama siguiendo a Kafka “el rumor de las cosas verdaderas”.
Un rumor, un murmullo, un ruido de fondo. Ese nivel de la vida social no es completamente representable, no es estable ni cuantificable, no se deja reducir a categorías previas, vibra en tiempos que no coinciden con los de la agenda mediática, es contradictorio, impuro, a veces opaco incluso para los propios sujetos.
Los “espacios de vida” que antes mencionábamos (casas del pueblo, ateneos, centros sociales, cafés, asociaciones de todo tipo, cooperativas) eran los dispositivos capaces de escuchar el ruido de fondo. El malestar se hablaba sin necesidad de hacer de él un dato, la vida cotidiana se compartía sin ser producto ni mercancía, las contradicciones se elaboraban en común, lo cualitativo tenía tiempo de decantarse, el rumor tomaba forma. El ruido de fondo se captaba a través de una escucha sensible, con el cuerpo, y de un tiempo compartido.
La virtualización presente equivale a una volatilización. Cuando desaparecen esos espacios, desaparecen también las condiciones de posibilidad de escuchar la vibración profunda de una sociedad. Se dejan de escuchar mundos para captar audiencias, se dejan de escuchar problemas para cazar tendencias, se dejan de escuchar sujetos situados para procesar segmentos de mercado, se deja de escuchar lo que no se entiende para registrar lo que ya se sabe clasificar.
La política como comunicación es sorda al rumor. No tiene dónde escuchar, no tiene cómo y tampoco tiene ganas. Oye sólo lo que se reconoce, lo que se ajusta a los estándares predeterminados, no tolera la ambigüedad ni los matices, trata al otro como objeto de seducción y no como sujeto interlocutor, quiere gobernar la conversación sin dejarse afectar por ella, sabe demasiado y escucha demasiado poco.
Reconstruir la ‘vida pública’
La escucha no sólo es un medio para comprender mejor un problema y luego resolverlo, sino que también establece un vínculo, es la base de un tipo de vínculo, sensible y no instrumental. Como nos enseña la práctica del psicoanálisis, escuchar transforma. La palabra intercambiada en condiciones de escucha real puede transformar (siempre sin garantías). El malestar se elabora, se sublima, se modifica, se desplaza.
¿Cómo resonaría esta idea en política? En este punto, vale la pena recordar la reflexión de Hannah Arendt sobre la propaganda en Los orígenes del totalitarismo. ¿Qué dice Arendt? La propaganda totalitaria –a todas luces irracional, inverosímil, como nuestros bulos, fake news y teorías de la conspiración– sólo triunfó porque previamente se había destruido el sentido común, fruto de la presencia común, del ser-en-común (being-in-common).
El sentido común no es una cuestión puramente mental o racional, sino que depende de lo que Arendt llama “un lugar en el mundo”, ese lugar que hace “significativas las opiniones y efectivas las acciones”. La destrucción de los espacios comunes, la atomización, la pérdida de las relaciones comunitarias, produjo una experiencia de desarraigo masivo desde la cual los relatos totalitarios suscitaron una fe inquebrantable. La irracionalidad, la ideología, las creencias inquebrantables, brotan en el caldo de cultivo del aislamiento.
El antídoto ante la propaganda totalitaria, sigue diciendo Arendt, no es sólo la “verdad de los hechos”, como si esta fuese el sol que derrite por su propia irradiación los bloques de hielo de la mentira, sino los espacios de diálogo, de deliberación, de participación, los vínculos comunitarios, la presencia compartida. Aprendemos a razonar en común. Hablando, escuchando, tomando la palabra del otro como principio de la nuestra. El yo no piensa, pese a lo que diga Descartes, si no hay un tú que le responda. Logos en primer lugar significa relación.
La idea actual de que “dato mata relato” o de que se puede frenar la proliferación de fake news regulando el espacio comunicativo por ley es ingenua e impotente. Lo que puede frenar la propaganda, siguiendo a Arendt, no es la comunicación unilateral de la verdad, sino la apertura de espacios de conversación, de intercambio de ideas, de mundo común y compartido. Lugares donde la gente se hable, discuta, confronte, elabore, restaure el vínculo entre palabra y acción. Ella lo llamó “vida pública”.
El neoliberalismo ha destruido la vida pública en todos los ámbitos de la vida (barrios, escuela, trabajo) a lo largo de los últimos cuarenta años. Ha precarizado y privatizado las condiciones materiales de la verdad, del uso público y compartido de la razón. Ha sustituido las condiciones de la atención, escucha al otro y elaboración conjunta, por la automatización, la inmediatez, las burbujas de autoconfirmación. Al reducir la “batalla cultural” a una disputa entre mensajes que tiene lugar en nuestras pantallas, la izquierda escoge pelear en el terreno del adversario.
La disputa, para quien quiera cambiar las cosas, es más difícil todavía. Una comunicación antagonista no puede proponer sólo una serie de mensajes, sino también configurar otro tipo de experiencia. Tiene que inventar, no sólo las armas con las que se interviene en el combate, sino el mismo terreno donde se pelea. No se trata de poblar las pantallas de mensajes, de explicaciones, de imágenes, de guiños, de gestos, de zascas, sino de reconstruir esa vida pública cuya destrucción habilita hoy el ascenso de las ultraderechas.
La campaña de Zohran Mamdani, a través de la apertura de espacios de encuentro y conversación, alcanzó un “momento de verdad”, de articulación entre vida y política, entre los dolores de la vida y el lenguaje de la política. Esa ha sido su fuerza. El malestar social se reconectó con ideas igualitaristas y se separó del odio a los chivos expiatorios que propone la derecha. ¿Podrá ahora su gestión mantener unido lo que todo tiende a separar? Es el verdadero reto, como él mismo señaló en su discurso la noche de la victoria electoral. Los fascismos siempre nacen de las desilusiones de la izquierda.
Pero, más allá del caso Mamdani, la pregunta decisiva es: ¿cómo salir de la desastrosa hipótesis de la política como mero asunto de comunicación y espectáculo? ¿Cómo volver a impregnarla de vida, de afectos, de vínculos, de territorios, de los malestares, los dolores y los anhelos cotidianos de la gente de abajo? ¿Cómo reconstruir la vida pública?
Amador Fernández-Savater es investigador independiente, activista, editor, ‘filósofo pirata’. Ha publicado ‘Habitar y gobernar; inspiraciones para una nueva concepción política’ (Ned ediciones, 2020) y ‘La fuerza de los débiles; ensayo sobre la eficacia política’ (Akal, 2021). Su último libro es ‘Capitalismo libidinal; antropología neoliberal, políticas del deseo, derechización del malestar’ Sus diferentes actividades y publicaciones pueden seguirse en www.filosofiapirata.net. Ernesto García López es antropólogo y escritor. Ha publicado recientemente Hospital del aire (Candaya, 2022). Ha colaborado con diferentes medios de comunicación y revistas literarias. Destacan sus investigaciones sobre la construcción social del activismo en Madrid durante el ciclo 15M. Se pueden seguir sus actividades en http://ernestogarcialopez.blogspot.com/


