La victoria popular del 16 de noviembre constituye un hecho histórico transcendental. El pueblo derrotó políticamente a las oligarquías y al presidente Daniel Noboa, su actual cachiporra. Este triunfo se logró en medio del vendaval de la extrema derecha en Nuestra América, alentado por un renovado imperialismo desatado por Donald Trump.
El pueblo demostró que la diversidad, la creatividad y el compromiso son base potente para acciones transformadoras. En esa gran minga democrática se priorizó el bien común. Se marginaron los individualismos y los egoísmos. Así, este triunfo popular no puede ser asumido por ningún grupo político, ni ningún caudillo en particular.
Lo que interesa reconocer es que el pueblo, de hecho, ratificó nuevamente en las urnas la Constitución de Montecristi. Un texto constitucional que horroriza y turba a las oligarquías, puesto que saben que su real aplicación significaría una grave amenaza para sus privilegios. Por esa razón, los adversarios del texto de Montecristi, que fueron derrotados dos veces en las urnas: 2008 y 2025, no descansan en la consecución de sus objetivos. Basta ver cómo el gobierno, con el eco de los grandes medios de comunicación, propone una serie de medidas y acciones para intentar atropellar -vía enmiendas constitucionales- la voluntad popular, reintroduciendo el trabajo por horas y los arbitrajes internacionales, permitiendo el saqueo descontrolado de los recursos naturales, forzando las privatizaciones de los sectores estratégicos y de los servicios públicos, blindando los contratos de las transnacionales con el Estado, entre otras de las aspiraciones neoliberales.
Esta realidad exige una agenda estratégica y propuestas claras para transformar el resultado de la consulta popular en un impulso político sostenido desde los sectores populares. En concreto, llegó el momento de “relanzar la Constitución de Montecristi”. Esta Constitución, la número 20 del Ecuador, más allá de su indudable trascendencia jurídica, sin ocultar algunas de sus falencias, tiene una enorme relevancia al sintetizar un proyecto político de vida en común, con elementos que auguran un cambio civilizatorio, como son los Derechos de la Naturaleza.
Dicho logro, sin embargo, alcanzado por el acumulado de varios procesos políticos, con un amplio y profundo debate constituyente, no aseguró el cumplimiento de muchos mandatos constitucionales porque inclusive el gobernante, que apoyo dicho proceso pronto se transformó en uno de los primeros y principales violadores de la nueva Constitución. Además, los diversos grupos sociales que “escribieron” la Constitución de Montecristi no se empoderaron efectivamente de la misma, aunque, hay que reconocer que, el pasado 16 de NOviembre, si salieron masivamente en su defensa.
La tarea, entonces, es asumir la Constitución como una gran red de derechos y garantías, obligaciones y deberes. Los pilares de ese texto constitucional son los Derechos Humanos ampliados y los mencionados Derechos de la Naturaleza. En sus páginas, sumando justicia social y justicia ecológica, radicalizando la democracia, se propone: la participación ciudadana en todos los niveles de toma de decisiones; la plurinacionalidad y la interculturalidad; la justicia indígena y los derechos colectivos; la salud y la educación universal gratuitas; el trato preferente a mujeres, la niñez, personas enfermas y de la tercera edad; los derechos de las mujeres y las diversidades sexuales; la protección a las personas en su calidad de migrantes; la defensa integral de la biodiversidad y del agua; un sistema económico social y solidario; la obligación de impulsar una redistribución de la riqueza y de los ingresos, así como de la tierra y del agua; la cultura de la paz… entre tantos otros temas fundamentales.
Todos estos temas deberán ser defendidos y ampliados fortaleciendo el poder de las narrativas y la creatividad, el potencial de la reflexión y la alegría, la fuerza de la descentralización y las autonomías, la trascendencia de los derechos y las garantías para su cumplimiento, el eco de las diversas luchas que defienden los territorios en contra de los extractivismos, la dignidad y la irreverencia frente al poder… sin descuidar nunca la vocación utópica de futuro para construir horizontes esperanzadores.
Cristalizar en la práctica esta Constitución demanda una amplia labor pedagógica para que los derechos consagrados en el texto sean conocidos y apropiados por toda la sociedad. Eso implica asumir su texto como un punto de partida y a la vez de llegada, transformándolo en bandera y instrumento de lucha, propiciando, si es preciso, la ampliación de derechos y garantías para su cumplimiento.
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