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A 49 años del asesinato del Che: formación política, integración latinoamericana y controversia marítima chilena-boliviana

Fuentes: Rebelión

1. FORMACIÓN POLÍTICA, FORMACIÓN DE CUADROS E INTERNACIONALISMO La formación política es, junto a la organización y a la acción, una de las principales tareas de todo proceso emancipador y toda organización de base. Tiene que caracterizarla, por un lado, el hecho de ser un esfuerzo permanente, tanto a nivel individual (autoformación) como colectivo, y […]

1. FORMACIÓN POLÍTICA, FORMACIÓN DE CUADROS E INTERNACIONALISMO

La formación política es, junto a la organización y a la acción, una de las principales tareas de todo proceso emancipador y toda organización de base. Tiene que caracterizarla, por un lado, el hecho de ser un esfuerzo permanente, tanto a nivel individual (autoformación) como colectivo, y por otro, ser integral, es decir, abordar temas tanto ideológicos, teóricos y prácticos, como de los ámbitos políticos, culturales, científicos, éticos y de gestión y administración.

Si bien es cierto que la organización debe cumplir la tarea que clásicamente se ha denominado «dirección consciente», la formación política debe desbordar los márgenes de la organización y ampliarse a los ámbitos de la sociedad y la ciudadanía, donde hay miles de otras personas con capacidad y voluntad, saberes y experiencias. Esto es tanto más importante cuando el militante debe convertirse en lo que Gramsci denominó un «intelectual orgánico» del bloque social popular.

No obstante, la formación política esta primordialmente orientada a un actor sustancial del campo y la contienda política, este es: el cuadro político. En toda contienda política van surgiendo distintos activistas y actores que se incorporan más o menos espontáneamente. Es tarea de la organización sumarlos a la «dirección consciente» para convertirlos en un factor político.

Los cuadros políticos se desarrollan en el trabajo cotidiano, pero también deben incorporarse a una formación planificada [1] . Un elemento sustantivo de esta formación, que no se encuentra en el movimiento espontáneo de la sociedad e incluso va, muchas veces, en contra del sentido común dominante, es el internacionalismo.

El internacionalismo es un elemento central en la lucha contra el capitalismo, que es un sistema mundializado, pero también es expresión de los valores humanistas y solidarios. Este doble sentido, político y humanista, ha sido encarnado y expresado por grandes figuras como Fidel, el Che y Chávez.

El internacionalismo es un elemento ético-estratégico en la construcción de un horizonte anti-capitalista: significa la expresión de los grandes valores de nuestros pueblos y de la clase trabajadora, así como una forma indispensable para resistir y hacer frente al capitalismo, sus mercados financieros, sus empresas y burguesías trasnacionales.

El internacionalismo no es una cuestión abstracta, sino por el contrario muy concreta: se expresa en la colaboración de médicos cubanos en todo el mundo o en iniciativas regionales como ALBA y UNASUR, pero también en los encuentros de movimientos sociales, donde se comparten experiencias de resistencia y ofensiva contra el neoliberalismo y el imperialismo.

La formación política y los cuadros políticos deben tener un carácter internacionalista, no como algo secundario sino esencial a ellos. Es, como dijo el vicepresidente Álvaro García Linera a propósito de Hugo Chávez, una forma de abrir cauce y potenciar procesos democráticos, patrióticos y revolucionarios [2] .

En este último sentido, un elemento fundamental del internacionalismo, consiste en fomentar la integración de nuestros pueblos y Estados que se muestran como una alternativa al imperialismo y al sistema neoliberal.

 

2. INTEGRACIÓN REGIONAL Y COMPLEMENTARIEDAD

La integración regional plantea a la vez el interés nacional y de los pueblos, que son parte de América Latina y comparten, desde una diversidad vigorosa, una serie de identidades, experiencias y horizontes en común.

Es también la alternativa a la política económica, cultural y militar de Estados Unidos. Permite modificar las relaciones de poder con el norte y generar alianzas, en tanto región, con otros mercados, permitiendo crear un bloque económico, político y social, para mejorar las condiciones de vida de los pueblos.

No se centra sólo en acuerdos comerciales, pues tal es la profundidad a la que puede llegar, que la integración es el único proceso capaz de resolver la cuestión de la verdadera independencia de nuestros países ante las fuerzas imperialistas: Latinoamérica como un proyecto común, Nuestra América, como ya lo dijeron Martí y Bolívar.

No se trata de desmontar los Estados y la soberanía, sino precisamente cooperar, ayudar mutuamente, generar solidaridad, potenciar un desarrollo común, centrado en los problemas de las personas, el medioambiente, la pobreza, y no centrado en los mercados y las políticas monetarias del tipo de la Unión Europea.

Un fundamento de la integración latinoamericana es el desarrollo desigual del sistema capitalista y el hecho de que las multinacionales profundizaron la pobreza, el intervencionismo político, la financiación de la economía y disminuyeron la productividad, priorizando el extractivismo y los mercados financieros.

La integración es además una necesidad histórica en una región donde los golpes de Estado son impulsados y apoyados por Estados Unidos y las oligarquías nacionales. Además, permite expresar con mayor contundencia la solidaridad a todo el mundo, cuando los intereses del capital se interponen a la soberanía y autodeterminación de los pueblos.

Ejemplo actual de esa intervención es la Alianza del Pacifico o el TTP, políticas imperialistas, sin trasparencias democráticas, que solo promueven el libre comercio, y mecanismos para derribar las democracias y la soberanía, desposeer a la política del control de la economía, limitando la soberanía para desregularizar los mercados, no permitiendo el desarrollo nacional. Empresas como Monsanto y otras transnacionales son ejemplo de esto, que por lo demás, contribuyen a las crisis medioambientales y alimentarias por la que pasa a nivel global la humanidad.

Pero el mundo está cambiando y hay una crisis del modelo neoliberal, a nivel mundial. El mundo unipolar ya desapareció. Hay cuestionamientos sustantivos del orden instituido y nuevos fuerzas geopolíticas aparecen o se configuran. En este cambio, se abren nuevas posibilidades de emancipación y autonomía, y ahí se requiere unidad e integración.

Ahora bien, suele caracterizar a estos procesos de integración las asimetrías de crecimiento y desarrollo entre los distintos países. Pero precisamente una característica de la región latinoamericana es la sustantiva complementariedad. Por ejemplo, complementariedad que hay entre la economía agrícola de Uruguay, la petrolera de Venezuela, la hidrocarburífera de Bolivia, y el Cobre y los recursos hídricos de Chile, la mayor industrialización en Argentina y Brasil, que cuentan con más tecnología, maquinaria agrícola y refrigeradores, por ejemplo.

Por todas estas razones es fundamental multiplicar los vínculos en los países latinoamericanos. Existe también complementariedad alimentaria para asegurar, precisamente, la soberanía alimentaria ante el avance de los transgénicos.

Complementariedad energética y económica, pero también una complementariedad cultural y social, por la riqueza de identidades y pueblos. Además, y esto ha sido un gran logro del proceso boliviano, el desarrollo del Vivir Bien ha mostrado, con todo lo que tienen de propio y singular, una visión de mundo más o menos compartida por los pueblos indígenas latinoamericanos, como el guatemalteco, boliviano o mapuche, que coinciden en una filosofía holística y de complementariedad, y que no es solamente un paradigma, sino una alternativa vital al capitalismo, porque, con todas sus limitaciones, han seguido reproduciendo y manteniendo, en su convivencia en equilibrio con la naturaleza y la fuerte identidad de pertenencia hacia ella, la sencillez y bajos niveles de consumo.

Llegando a este punto, seré más preciso respecto a la complementariedad en el caso chileno-boliviano. Por un lado, Chile necesita del gas que podría provenir de Bolivia, y al mismo tiempo, Bolivia podría acceder a mayores o por lo menos con mayor facilidad a mercados como China o la Unión Europea a través de Chile, especialmente si Bolivia accediera al Pacifico con soberanía. Son innegables las oportunidades comerciales que hoy no son aprovechadas.

Otro ejemplo es la minería chilena, que hoy es explotada por privados, nacionales y transnacionales. Entre cobre e hidrocarburos, se podrían crear empresas bi-estatales o bi-nacionales, orientadas al bien público y no a los intereses privados.

También se pueden sumar a la promoción del comercio bilateral la existencia en Bolivia de maderas «duras» o tropicales, que permitirían el desarrollo de una mediana industria de muebles de calidad en Chile, que lamentablemente se ha centrado en la plantación de pinos (que por lo demás no hacen sino dejar el suelo infértil para el crecimiento de otras especies). Y asimismo, podría significar para Bolivia un mercado de textiles, especialmente en el norte chileno.

Pero, como decía antes, esta complementariedad va más allá de lo energético o comercial. Sólo basta nombrar a los pueblos aymaras y atacameños que, estos últimos, hace tiempo han valorado el proceso plurinacional boliviano, porque Chile es un país que no tiene reconocimientos constitucional de los pueblos indígenas.

También están las migraciones de familias bolivianas, pero igualmente de jóvenes chilenos en La Paz o Cochabamba. Se podría potenciar la seguridad entre ambos países y sus fronteras, trabajando de forma conjunta. Y por supuesto, la unidad internacionalista de la clase trabajadora.

Existen hoy muchos colectivos de investigación o artísticos, como los tinkus, en Chile, especialmente en Santiago y Valparaíso, que admiran e intentan reproducir lógicas de esta nación y estos pueblos hermanos. Y sabemos de la demanda de las comunidades mapuche en lucha por sus derechos políticos y territoriales, que hoy en Chile solo tienen respuestas legales (centradas en las leyes antiterroristas) o seudoeconómicas o seudosociales (centradas simplemente en mayores bonos sociales, becas y otras políticas focalizadas).

¿Pero qué es lo que se interpone contra todo este potencial, económico, social, cultural y político, entre ambos países y sus pueblos? Decir que se debe a la controversia en torno a la demanda marítima sería como decir que Julain Aassange o Edward Snowden están en la situación en que se encuentran por revelar información de interés global acerca del funcionamiento secreto de EEUU, y no por difundir información acerca del «Estado de Vigilancia» o mantener oculta «información clasificada» acerca del intervencionismo imperialista… La controversia marítima es tal, solo porque existen ciertas condiciones previas a la demanda misma, como los intereses de la oligarquía representados por la clase política chilena y el propio carácter oligárquico del Estado chileno.

 

3. CHILE Y LA CONTROVERSIA MARÍTIMA

Hay que señalar en primer lugar que la pérdida del mar por parte de Bolivia fue resultado del militarismo promovido por los intereses imperiales británicos, que buscaba controlar las riquezas naturales en beneficio de las elites. En segundo lugar, el imperialismo promovió en las elites chilenas el uso de las armas con intereses únicamente lucrativos. Y en tercer lugar, no fue el pueblo chileno, sino la oligarquía, la casta, el que promovió la guerra.

Opuestos a estos intereses imperialistas y de las elites oligárquicas, se encuentran los intereses de los pueblos, bolivianos y chilenos, basados en la razón, la solidaridad y la complementariedad.

Por su parte, como lo ha descrito muy bien Katu Arkonada, los distintos gobiernos chilenos generan expectativas, dejan pasar el tiempo, desinflan las expectativas y enfrían las relaciones, y luego vuelven a hacer una nueva insinuación [3] .

No me referiré a la controversia por la demanda marítima desde un punto de vista ni jurídico ni historiográfico, si no social y político. En primer lugar respecto a la solidaridad por la demanda que se ha visto desde Chile, especialmente de sectores populares, todos ellos fuera del círculo oligárquico de la Nueva Mayoría y la derecha tradicional.

Como lo ha investigado el profesor chileno Claudio Gutiérrez, en el norte de Chile ha habido un importante rechazo en la población, porque el Estado y el gobierno tienen una gran capacidad comunicacional que los sectores populares no tienen, y no existen los movimientos sociales que hay en Valparaíso, Santiago o Concepción en torno al tema. A lo que se agrega el chovinismo promovido desde el Estado y los mismos medios de comunicación. Sin embargo, l as dirigencias sociales están de acuerdo con mar para Bolivia con soberanía, pero la asimetría de poder en Chile es radical, pues solo tienen poder los partidos políticos tradicionales, los empresarios y las fuerzas armadas, quedando la opinión de los sectores populares invisibilizadas [4] .

Además de esto último, que es muy importante, en segundo lugar, el problema también consiste en que no se pasa argumentativamente de la disyuntiva «dar o no dar», como si fuera posible revolver estas cuestiones jurídicas y políticas entre países sólo de este modo. Por supuesto que se debe expresar la solidaridad entre los pueblos y apoyar la demanda marítima con soberanía. Pero no se cambiará el imaginario chileno, reproducido por los medios de comunicación, si no se logra consolidar la necesidad y el beneficio mutuo con mayores argumentos, como los que exponíamos en torno a la integración y la complementariedad, sobre todo cuando la correlación de fuerzas es tan adversa para los sectores transformadores en Chile y la hegemonía sigue siendo dirigida por el bloque político-empresarial.

Me permito, entonces, hablar un poco acerca de este bloque en el poder que hay en Chile. El actual periodo se caracteriza por las crisis de confiabilidad y representatividad de la «clase política»; la sustantiva asimetría de poder entre, por un lado, los partidos políticos tradicionales, los grandes empresarios y las Fuerzas Armadas, y por otro, la ciudadanía, los movimientos sociales, los pueblos indígenas, las comunidades y las organizaciones políticas con horizonte transformador.

Para este periodo, el objetivo de la Nueva Mayoría, su Programa y sus Reformas, es sanear los resquebrajamientos del neoliberalismo, sostener la gobernabilidad y modernizar el pacto al interior del bloque político-empresarial dominante.

No sólo eso, cuando uno piensa a Chile en el contexto latinoamericano, éste ocupa un lugar estratégico para la dominación norteamericana, por ejemplo, priorizando la Alianza del Pacifico y actualmente el Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (TPP). Y sus sucesivos gobiernos se han mostrado contrarios a los procesos de cambio, como los sucedidos en Venezuela y Bolivia.

A esto se agrega que la democracia en Chile es una democracia puramente formal, representativa, es decir, entendida como un sistema político, muy propio del neoliberalismo. Esto no significa que no haya democracia en Chile, sino que ella es muy limitada.

No puede haber ninguna vacilación o controversia respecto a la identidad y lógica capitalista, liberal, extractivista, restrictivamente democrática, clientelar, privatizadora y trasnacional del Estado chileno y la actual coalición de gobierno.

Asimismo, no hay lugar a dudas que el mentado «proceso constituyente, ni a la venezolana ni a la boliviana, sino a la chilena», es una señal más del gatopardismo del actual gobierno: si queremos que todo siga como está, es necesario que todo cambie.

Y esto me lleva a un tema de mayor profundidad histórica, que no sòlo tiene repercusiones en la actualidad sino que la estructura. Para el sociólogo boliviano René Zavaleta Mercado, momento constitutivo es aquel en que las cosas comienzan a ser lo que son, su causa remota, su razón originaria.

Existe un momento constitutivo clásico, como es el de la acumulación originaria ─que ubicó a las sociedades latinoamericanas bajo el fátum de la dependencia─, así como un momento constitutivo de la Nación, por un lado, y del Estado, por otro.

El momento constitutivo es «un efecto de la concentración del tiempo histórico, lo cual significa que puede y requiere una instancia de vaciamiento o disponibilidad universal y otra de interpelación o penetración hegemónica» [5] .

El vaciamiento o disponibilidad universal se asocia a tipos de catástrofe social, crisis nacionales, revolucionarias, guerras, etc. Estas catástrofes dan cabida a la penetración o implantación hegemónica.

Pues bien, para la formación económico-social chilena, la Guerra del Pacifico (1879-1884) y la Pacificación de la Araucanía (1861-1884), constituyeron aquel momento constitutivo de donde provienen muchos modos de ser de las cosas. El principal de ellos: la preponderancia del Estado sobre la sociedad civil.

Esta preponderancia estatal posee, como el mismo René Zavaleta señaló, un fondo militarista, hispanista y oligárquico, que se instituye como «ideología nacional», llegando a ser compartida por opresores y oprimidos [6] .

A esto se suma el hecho bastante singular mundialmente, aunque no inédito, de que tanto la Nación como el Estado chileno surgieron, no de forma separada, sino a partir del mismo momento constitutivo. Esta es la tesis principal de Mario Góngora en su famoso Ensayo histórico sobre la noción de Estado en Chile.

Góngora escribió acerca de Chile: «el Estado es la matriz de la nacionalidad: la nación no existiría sin el Estado, que la ha configurado en los siglos XIX y XX» [7] . Como se sabe, esta afirmación consistía en una crítica a la implementación del modelo neoliberal durante la dictadura cívico-militar liderada por Augusto Pinochet.

Efectivamente, la dictadura cívico-militar tenía por objetivo demoler el Estado chileno que, en los dos gobiernos que la precedieron (Frei y Allende), había alcanzado un nivel significativo de autonomía relativa, siendo ocupados por sectores del bloque social popular.

No obstante, al mismo tiempo que iba desplazando las funciones tradicionales del Estado, como la salud y la previsión social, hacia el Mercado, reproducía el mismo fondo militarista, hispanista y oligárquico que ha atravesado la historia nacional, pero ahora reemplazando lo hispanista por el modo de vida norteamericano (individualismo, consumismo, endeudamiento). Además, el Estado continuó administrando sectores importantes como la educación (hasta 1990, las escuelas municipales alcanzaban casi el 60%) y las obras públicas.

Y si bien son los gobiernos de la Concertación (1990-2009) quienes profundizan las privatizaciones, es decir, el desplazamiento de las funciones del Estado hacia el Mercado, especialmente la educación y las obras públicas (carreteras, hospitales, etc.), el Estado, bajo una nueva identidad, sigue cumpliendo tareas en torno a la gobernabilidad, el orden social, las políticas públicas focalizadas y las medidas macroeconómicas.

Por lo tanto, la dictadura cívico-militar (1973-1989) y los gobiernos de la Concertación (1990-2009), no derriban al Estado, sino que lo transforman sustantivamente. El modelo neoliberal no genera una sociedad sin Estado, sino que de una sociedad estado-céntrica, se dio paso a una sociedad mercado-céntrica.

Sin embargo, el Estado, bajo una nueva identidad, sigue operando por sobre la sociedad civil. Esa nueva identidad tiene el nombre de Estado neoliberal. Y mientras este Estado no sea transformado, expatriando al bloque político-empresarial en el poder que hace de él un instrumento para la dominación y explotación capitalista, las fuerzas populares seguirán estando bajo el yugo hegemónico actual.

 

4. UNA LUCHA ESTRATÉGICA LATINOAMERICANA

El avance del neoliberalismo en América Latina fue bloqueado, así como fue fallido el intento de construcción de sociedades mercado-céntricas, no tanto por la irrupción de sectores populares ni menos de gobiernos progresistas, como por las crisis propias de los regímenes políticos afectados por la corrupción, deslegitimidad o descrédito, las elites y los monopolios, los partidos políticos «carteles», la desigualdad, la ineficiencia, el menoscabo de las condiciones de vida de los pueblos y las y los trabajadores.

Sólo después de estas crisis de régimen irrumpieron sectores populares y movimientos sociales que socavaron el modelo y plantearon la necesidad de una renovación política con mayor participación y políticas sociales. Una vez en este punto (Venezuela entre 1993 y 1998, Argentina en 2001, Bolivia entre 2000 y 2005, por dar algunos ejemplos), surgieron una serie de gobiernos progresistas que planteaban programas de recuperación de la soberanía y de justicia social, redistribución de la riqueza y mayor iniciativa estatal. Pero esto no ha sido en todos los países. Y Chile es el mayor ejemplo de las excepciones.

No ha habido en Chile una crisis de régimen. Aunque es cierto que ya se viven los síntomas de la corrupción, el descrédito y el malestar social, el neoliberalismo a penas se desquebraja y la Nueva Mayoría pone sus esfuerzos para evitarlo y mantener así la gobernabilidad y el modelo.

Por lo tanto, no es posible construir en Chile una alternativa al neoliberalismo hasta que no haya una ruptura institucional y exista la derrota del bloque político-empresarial en el poder.

Si bien en América Latina es fundamental el fortalecimiento de los Estados, así como de la sociedad, para hacer frente al neoliberalismo, los intereses oligárquicos y los imperialistas, en el caso chileno, se debe pasar primero por el debilitamiento del Estado neoliberal, que no es un Estado simplemente dedicado a mantener la dominación, sino que también es un Estado hegemónico: esta es la gran particularidad del caso chileno.

Para el pueblo chileno, la demanda marítima por parte de Bolivia, así como el fortalecimiento de las luchas de las comunidades mapuche, el movimiento estudiantil, los movimientos sociales regionalistas, contribuyen a debilitar un Estado-nación oligárquico, militarista y reproductor de una vida individualista, consumista y endeudada.

Sólo debilitando a este Estado se podrán fortalecer los pueblos en Chile y fortalecer las demandas democráticas. Existe en Chile la necesidad de crear una nueva democracia, un nuevo régimen político, una nueva correlación de fuerzas. Y todo esto tiene un límite claro: el bloque político-empresarial dominante de la Nueva Mayoría, la derecha tradicional, los grandes empresarios y las Fuerzas Armadas, es decir, el conjunto de la oligarquía que no sólo son contrarios al fortalecimiento de los pueblos en Chile, sino de los pueblos de América Latina; contrarios a una integración latinoamericana que vaya en contra de los intereses del capital mundial.



[1] Guevara, Ernesto. El cuadro, columna vertebral de la revolución. Editado en digital por Resma, 2004. En: http://www.archivochile.com/America_latina/Doc_paises_al/Cuba/Escritos_del_Che/escritosdelche0088.pdf

[2] García Linera, Álvaro. El legado de Chávez. En: El legado de Hugo Chávez. Los desafíos de la revolución bolivariana. Ed. Aun creemos en los sueños, Le Monde Diplomatique. P. 45.

[3] Arkonada, Katu. Mar para Bolivia: un derecho histórico, una necesidad para la integración latinoamericana. En: http://www.telesurtv.net/bloggers/Mar-para-Bolivia-un-derecho-historico-una-necesidad-para-la-integracion-latinoamericana-20140730-0001.html

[4] Gutiérrez, Claudio. La soberbia es una enfermedad chilena muy grave. Apoyo de dirigentes sociales a la demanda boliviana en La Haya. En: http://www.la-razon.com/index.php?_url=/suplementos/animal_politico/Claudio-Gutierrez-soberbia-enfermedad-chilena_0_2053594683.html

[5] Zavaleta Mercado, René. El Estado en América Latina. En: La autodeterminación de las masas. Ed. Siglo del Hombres Editores y CLACSO. Bogotá, 2009. Pp. 338-339.

[6] Ibíd. P. 344.

[7] Góngora, Mario. Ensayo histórico sobre la noción de Estado en Chile en los siglos XIX y XX. Ed. Universitaria. Chile, 2010.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.