El pasado octubre se cumplieron 50 años de la revolución húngara. ¡Medio siglo ya de esta impresionante revolución! Pero pareciera que son milenios los que han transcurrido desde entonces. Es cierto que el gobierno húngaro actual hizo un «homenaje» a lo que entonces sucedió, teniendo como «invitado de honor» a George Bush. Ese gobierno dice […]
El pasado octubre se cumplieron 50 años de la revolución húngara. ¡Medio siglo ya de esta impresionante revolución! Pero pareciera que son milenios los que han transcurrido desde entonces. Es cierto que el gobierno húngaro actual hizo un «homenaje» a lo que entonces sucedió, teniendo como «invitado de honor» a George Bush. Ese gobierno dice que lo que el pueblo húngaro ha «logrado»: capitalismo, «democracia», entrar en la Unión Europea y en la OTAN, se lo debe a los héroes del 56, que dieron su vida por la libertad.
¿UN PRECEDENTE DE LA «MUERTE» DEL COMUNISMO?
Esta es la «historia oficial». El «comunismo», esa «utopía impuesta por la fuerza sobre los pueblos» cayó en 1989. La caída del muro de Berlín simboliza esta caída y el alba de la democracia en Europa del Este y también en la antigua Unión Soviética, con el establecimiento de la «democracia» y su correlato necesario, el capitalismo. Y todas las luchas anteriores contra el «comunismo» sólo fueron las precursoras y fases preparatorias de esta restauración del capitalismo.
Pero nada más ajeno a la realidad. El gobierno húngaro actual tiene más que ver con los masacradores del 56 que con sus héroes callejeros. Y si en algo estuvieron de acuerdo todas las fuerzas políticas parlamentarias húngaras alrededor de 1989, tanto los estalinistas que se reconvertían en socialdemócratas como las fuerzas abiertamente de derechas, liberales y conservadoras, era en impedir que se diera un nuevo 56.
Los revolucionarios proletarios, sin embargo, tenemos el deber de exponer la verdad sobre lo que ocurrió en Hungría. Tenemos ese deber porque esta revolución se interpone en medio del camino del engaño del que se hace objeto a la clase trabajadora internacional. Porque cuando nos machacan con la caída del «comunismo» tenemos que insistir: ¡nunca hubo tal cosa! En los países del Este de Europa, nunca hubo una revolución proletaria triunfante. El capitalismo fue derrocado, cierto, pero por medios burocrático-militares. El ejército soviético, actuando como una fuerza de ocupación, fue quien lo realizó, en el momento y en las vías decididas por el Kremlin. Los nuevos estados eran, sí, no capitalistas, y en ese sentido obreros, pero deformados burocráticamente desde el inicio. Se formaron a imagen y semejanza del estado soviético, un estado obrero burocráticamente degenerado; la diferencia es que la burocracia privilegiada fue tomando el poder poco a poco en la URSS despojando a los trabajadores, mientras que en Europa del Este siempre estuvo al mando.
No eran países «socialistas»; no se puede hablar de socialismo cuando reinan los bajos salarios y la explotación y una capa privilegiada de burócratas del partido gobierna usando la policía secreta como su arma principal. Pero tampoco eran países capitalistas. La expropiación de los terratenientes semifeudales y de los industriales permitió establecer una economía planificada que, a pesar de todas las distorsiones debidas a la burocratización, la corrupción y el saqueo directo a manos soviéticas, permitió elevar el nivel de vida y hacer avanzar a países que estaban entre los más rezagados de Europa.
Los marxistas revolucionarios decíamos que, como capa privilegiada, la burocracia que usurpaba y monopolizaba el poder en estos estados tendería cada vez más a intentar consolidar hereditariamente sus privilegios autotransformándose en burguesía, restaurando el capitalismo. Pero también decíamos que la clase trabajadora, luchando contra la tiranía política, las desigualdades sociales y la explotación económica, tendría que derribar a la burocracia por la fuerza para, apoyándose en la propedad nacionalizada y planificada, abrir el verdadero camino al desarrollo socialista a través de la democracia obrera.
Lamentablemente la primera opción de esta disyuntiva ha sido la que se ha producido en todos los países del Este de Europa, y en Rusia. Pero esto sólo fue posible por la repetida derrota de los intentos de los trabajadores por recorrer la segunda vía. Y de estos intentos, ninguno fue tan lejos como el húngaro.
LOS HECHOS
La revolución húngara se incia formalmente el día 23 de octubre de 1956, cuando una manifestación estudiantil intentó entrar en el edificio de la radio oficial para exigir que sus 16 reivindicaciones fueran radiadas a todo el país. La policía secreta ÁVH abrió el fuego matando a muchos. Esto detonó la revolución en todo el país.
Tras la Unión de Escritores y los estudiantes, que fueron los que detonaron la lucha, el conjunto de los trabajadores, los campesinos y los intelectuales húngaros se pusieron en movimiento exigiendo por todas partes el fin del régimen estalinista de terror, simbolizado en Rákosi y Gerö, la disolución del ÁVH, el derribo de la estatua gigante de Stalin en Budapest, el fin de la humillación de Hungría a manos soviéticas (nuevo escudo en la bandera, uniforme del ejército, etc, imitados del soviético, idioma ruso obligatorio en las escuelas…), el fin de las normas de trabajo abusivas, el replanteamiento de las relaciones con la Unión Soviética para pasar de la subordinación a la igualdad, el fin del monopolio político del Partido Comunista, libertad de organización, reunión, expresión y huelga, pero todo ello en el marco del mantenimiento de la propiedad nacionalizada, aunque democratizando la planificación económica.
La mañana del día 24 traía dos acontecimientos sorprendentes: los tanques soviéticos entraban en Budapest mientras caía el gobierno y subía al poder el «comunista liberalizador» Imre Nagy tras un asalto de las masas al parlamento. Por todos lados consejos revolucionarios tomaban el lugar de los ayuntamientos, se formaban consejos obreros en todas las fábricas y empresas, y se formaban milicias armadas por todas partes, que ahorcaban ÁVH. Nagy pidió a los insurgentes que se desarmaran, amplió su gobierno con representantes de los demás partidos antifascistas, prometió elecciones libres, disolvió el ÁVH… el día 28 se llegaba a un alto el fuego, el 30 las tropas soviéticas habían abandonado Budapest y estaban en cuarteles en el campo. Todo el mundo se felicitaba: ¡la revolución popular había triunfado!
Pero el nuevo gobierno, en realidad, no era más que una sombra: el poder estaba en disputa entre los consejos obreros por un lado, y las tropas soviéticas que se reorganizaban, por el otro.
Las tropas soviéticas entraron en Budapest por segunda vez el 4 de noviembre, inmediatamente después de que Nagy anunciara la neutralidad de Hungría y su abandono del Pacto de Varsovia. Un falso «gobierno revolucionario de obreros y campesinos» formado por Janos Kádár y apoyado por una pandilla insignificante de burócratas llegó al poder a lomos de tanques soviéticos. Los soldados del Ejército Rojo, a los que se les había dicho que iban a Berlín a aplastar un levantamiento nazi, aplastaron a las milicias obreras y ciudadanas húngaras que se batieron en las calles con escopetas o pistolas, como hizo en una barricada el ministro de defensa de Nagy, Pat Máleter, pasado del lado de los insurrectos. 2500 húngaros y 722 soldados soviéticos murieron.
El gobierno se disolvió como un azucarillo, tras el discurso por radio de Nagy pidiendo ayuda a la ONU. Sólo había durado 12 días. Nagy (escondido en la embajada yugoslava, junto al filósofo marxista Georg Lukács, de la que salió porque le engañaron), Máleter y Gimes fueron fusilados. Varios cientos más fueron fusilados y decenas de miles fueron a la cárcel. 200.000 personas abandonaron el país (incluyendo al futbolista Puskas). Kádár se pudo dedicar ahora a la «normalización».
El imperialismo derramó lágrimas de cocodrilo por los muertos. Los estalinistas decían que esas muecas eran la prueba de que estaba detrás del movimiento. Como sabemos hoy, ya que la mayoría de documentos de la CIA han sido desclasificados, apenas había agentes sobre el terreno y toda la política norteamericana se basaba en dos ejes: no intervenir ni como OTAN ni como ONU. A este respecto hay que señalara que la ONU hizo oídos sordos a la petición de ayuda de Nagy. ¡El Secretario General de la OTAN, Spaak, dijo que lo ocurrido era el «suicidio colectivo de un pueblo entero»! Aunque Radio Europa Libre, la emisora de la CIA para Europa del Este prometía a sus oyentes esa ayuda e impulsar como líder de recambio al anticomunista jefe de la Iglesia Católica Húngara Cardenal Mindszenty, al que acogieron durante 15 años en su embajada.
Con poca autoridad moral el imperialismo europeo podía denunciar a la URSS: mientras los trabajadores se batían en Budapest contra los tanques soviéticos, Inglaterra y Francia atacaban por sorpresa al Egipto del general Nasser para reconquistar el Canal de Suez que acababa de nacionalizar.
LOS CONSEJOS OBREROS, LA MARCA DE LA REVOLUCIÓN PROLETARIA
Como demostración del carácter profundamente proletario de la revolución, los Consejos Obreros rápidamente se extendieron por toda Hungría. La mayoría de los historiadores los consideran sólo un elemento más de una revolución que ven como principalmente nacional y democrática. Es verdad que no dio tiempo para que se centralizaran estatalmente y el Consejo Obrero del Gran Budapest tuvo que ser el portavoz en la práctica del movimiento. Y también es verdad que sus reivindicaciones eran confusas. Pero los Consejos Obreros tomaron la iniciativa de la huelga general, proporcionaron el grueso de los combatientes en las milicias improvisadas callejeras, llevaron a cabo iniciativas de poner la producción en sus manos y, finalmente, mantuvieron la resistencia contra el gobierno de Kádár durante varios meses hasta ser derrotados y degenerar en algo parecido a nuestros Comités de Empresa. ¡Cuando el gobierno Nagy ya había sido derrocado, y sus miembros estaban detenidos o huidos, el gobierno Kádár establecía negociaciones con el Consejo Obrero del Gran Budapest para el fin de la huelga general y de los combates, que sólo se dio el 10 de noviembre, reconociendo así implícitamente que sólo había dos poderes reales en el país, los obreros insurrectos y la burocracia agente del Kremlin! No había ni monárquicos, ni fascistas, ni «comunistas liberales», sólo estas dos alternativas…
EL STALINISMO APLASTÓ A LOS OBREROS… PARA ACABAR RESTAURANDO EL CAPITALISMO
Lo paradójico de esta revolución, pero perfectamente lógico, es que, siendo su carácter netamente antiestalinista, fue aplastada por los tanques soviéticos enviados por el mismo Nikita Jrushchióv que apenas unos meses antes había comenzado la «desestalinización» pronunciando en febrero su famoso discurso secreto de denuncia de los crímenes de Stalin durante el XX Congreso del PCUS. Es que el descontento de las masas con el régimen burocrático, que ya había dado lugar a explosiones en otros países del Este, como Alemania Oriental (ver ALPS nº 16) y Polonia, había obligado a la burocracia a soltar lastre concediendo algunas reformas. Pero frente a las ilusiones de lo que más adelante serían los «eurocomunistas» y del sector revisionista que usurpaba el nombre del trotskysmo (el Secretariado Internacional de Pablo y Mandel, cuyos descendientes políticos actuales son Espacio Alternativo y Revolta Global en España y la LCR en Francia), eso no significaba que la burocracia estuviera cambiando su naturaleza. Enfrentada a la revolución, no tiene otro modo de defender sus privilegios que manterner a sangre y fuego su monopolio del poder. Lo volvería a hacer en Checoslovaquia 1968 y en Polonia en 1970 y 1981.
Fueron quienes aplastaron a los obreros en 1956 los que abrieron el camino a la restauración del capitalismo. El entonces embajador soviético en Hungría que organizó la invasión del 4 de noviembre, más tarde jefe del KGB, era el mismo Yurii Andropov que más adelante comenzaría la «liberalización» durante el breve período que fue Secretario General del PCUS antes de morir. Y fue su protegido, Mijail Gorbachov el que implementó la «perestroika», es decir, el comienzo de la restauración del capitalismo, de la contrarrevolución burguesa que Yeltsin y Putin coronaron. Y si los trabajadores rusos y europeos del Este, ante el estancamiento y el desastre completo al que la gestión burocrática había conducido a la economía, no se opusieron o incluso apoyaron activamente la privatización creyendo que el capitalismo los conduciría a vivir como en Occidente, la responsabilidad principal recae en los que durante años desacreditaron los ideales socialistas al llamar «socialismo real» al reino de la desigualdad social y del terror policíaco. El profundo descontento que sienten hoy los trabajadores del Este con los retrocesos sociales que ha traído el capitalismo, que se ha revelado en las huelgas que han jalonado el aniversario en Hungría, es la base para que los trabajadores se aparten de estalinismo y capitalismo y emprendan la lucha por la democracia obrera. Los combatientes del 56 serán una inspiración en ese camino.
(*) A Luchar por el Socialismo es una Publicación mensual del PRT-Izquierda Revolucionaria, sección en el Estado Español de la Liga Internacional de los Trabajadores – IV Internacional (LIT-CI)