Hace dos semanas estaba en Venezuela cuando se realizaba la asamblea de la Organización de los Países Productores de Petróleo (OPEP) y tuve la oportunidad de acompañar de cerca sus discursos inaugurales y sus decisiones finales. En esta oportunidad pude observar la consolidación de un movimiento empresarial que tiene por fundamento los carteles que dominan […]
Hace dos semanas estaba en Venezuela cuando se realizaba la asamblea de la Organización de los Países Productores de Petróleo (OPEP) y tuve la oportunidad de acompañar de cerca sus discursos inaugurales y sus decisiones finales. En esta oportunidad pude observar la consolidación de un movimiento empresarial que tiene por fundamento los carteles que dominan la economía mundial. La OPEP vino a sustituir el cartel de las siete hermanas que manejaban la oferta mundial de petróleo hasta los años 70 del siglo pasado. Su éxito es resultado del realismo económico en que basa sus acciones. En un ambiente internacional dominado por la retórica del llamado «libre mercado», la OPEP se ajusta a la práctica efectiva del mercado mundial, predominante desde el final del siglo XIX. Asimismo, su conducción actual asocia esta práctica con las prácticas colonialistas que fueron finalmente cuestionadas y solo parcialmente superadas después de la Segunda Guerra Mundial.
Del otro lado del mundo, el gran gigante del petróleo que no participa de la OPEP pero que utiliza con mucho gusto las consecuencias de precio y de poder geopolítico de su existencia y de su práctica. La Rusia de Putin se re-articula con la economía mundial utilizando como arma principal su gran reserva petrolífera y del gas. Al comprender finalmente que el libre mercado es un concepto trampa para ilusionar a los débiles, el equipo económico y estratégico de Putin prepara una OPEP del gas al aliarse con los productores de gas de la región geopolítica de la antigua Unión Soviética que Rusia busca reorganizar bajo su hegemonía.
Es interesante notar como estos fenómenos hacen parte de un reordenamiento estratégico mundial en el cual pesa mucho la ampliación de la demanda china y sus movimientos para asegurar el abastecimiento de su espantoso crecimiento económico. La cooperación entre China y Rusia es uno de los elementos claves de esta nueva fase del sistema económico mundial. En buena hora el liderazgo ruso percibió dos datos fundamentales para entender la fase actual del sistema mundial.
En primer lugar, después de varios ensayos de alianza estratégica con los Estados Unidos, quedó claro que este país no tiene más poder financiero al vivir cada vez más del capital externo, después de convertirse en el mayor deudor del planeta. Siendo al mismo tiempo dependiente cada vez más de las importaciones al alcanzar el estadio de parasitismo que caracteriza a los poderes imperialistas. En mi libro de 1978, Imperialismo y Dependencia, que se editará próximamente en la Colección Ayacucho de clásicos latinoamericanos, yo llamaba la atención para la entrada definitiva de Estados Unidos en este estadio económico que pudimos observar en el auge colonial ibérico, holandés y sobretodo inglés, muy estudiado por Hobson y por Lenin. Cualquier país que pretenda tener un rol importante en la economía mundial tiene que interactuar con los Estados Unidos como un poder hegemónico decadente. Sugiero a los lectores que busquen actualizar este análisis en la colección de 4 volúmenes sobre Hegemonía y Contra-hegemonía que he organizado para el editorial de la Universidad Católica de Rio de Janeiro y las ediciones Loyola.
En segundo lugar, Rusia tuvo que disciplinar los intereses privados que se crearon a partir de un verdadero asalto al Estado ruso. Este proceso aún está en curso y su resultado será una enorme revitalización del capitalismo de Estado que organizó casi sin contraste interno la sociedad soviética que Rusia deshizo. Es interesante señalar que el gobierno norteamericano actual ya acusó esta situación con la intervención directa del vicepresidente Cheney y una estrategia de cerco sobre la Rusia que muestra una vez más que la contención soviética inaugurada con la Guerra Fría no era una estrategia ideológica sino geopolítica.
¿Podrá los Estados Unidos sin recursos financieros propios convencer el resto del mundo que financie esta nueva aventura de contención del gran espacio euro-asiático que une el viejo camino de la seda que va del mediterráneo hasta China?
En este contexto, llaman la atención dos encuestas. De un lado, el Pew Research Center muestra el estado de choque de la política internacional de Estados Unidos y la opinión pública mundial. Los países donde hay una opinión favorable de los Estados Unidos superior a 50% se reducen a Japón (60%), Nigeria (60%), Gran Bretaña (54%) e India (58%). China y Rusia están próximos de los 50%. Francia y Alemania están en torno de los 40%. Indonesia, Egipto, Pakistán, España, Jordania y Turquía están debajo de los 30%. Más importante aún es constatar que una gran mayoría de países entienden que el mundo se hizo más inseguro con la guerra en contra de Irak. (International Herald Tribune, june, 14, 2006)
Por último es interesante constatar los resultados del estudio del GlobeScan y de la Universidad de Maryland sobre la aceptación de la llamada libre empresa y libre mercado como el régimen ideal para construir el futuro. Después de la inmensa propaganda del pensamiento único, de la victoria final del liberalismo y del fin de la historia, solamente el 36% por ciento de los franceses dicen que SÌ lo es, solamente los 47% de los turcos lo aceptan, 59% de los italianos, 63% de los españoles, 65% de los canadienses y alemanes, 66% de los británicos. Los índices del 70% quedan reservados para los Estados Unidos, India y China.
Aparentemente parece una fuerte mayoría, pero es impresionante que encontremos índices de rechazo tan fuertes en varios países que están bajo en bombardeo ideológico de los grandes medios de comunicación mundiales. Asimismo sí comparamos los dos datos, vemos por lo menos que se piensa un capitalismo que no acepta la hegemonía norteamericana. Hay que profundizar estos análisis para acompañar el desarrollo de la subjetividad mundial que se aparta a pasos largos de la unanimidad del pensamiento único. Y hay que pensar con cuidado la reacción de esta subjetividad frente a la reorientación de la distribución de fuerzas mundiales. En este contexto crece el interés por el fenómeno de los BRIC (Brasil, Rusia, India y China) al cual incorporamos Sudáfrica que tiene a liderar un continente que tendrá más de mil millones de habitantes en los próximos 30 años.