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Pueblos afrodescendientes

A golpe de décima

Fuentes: Rebelión

Los afrodescendientes acudieron al llamado de Eloy Alfaro el mismo día que empezó la lucha armada por modernizar el Estado y continuaron peleando hasta más allá del triunfo de la Revolución Liberal del 5 de junio de 1895. Ellos creyeron que se cumplirían «las quimeras socialistas» de equidad y libertad.


El secreto de la décima esmeraldeña está en la economía de palabras (44 versos, incluida la glosa), de tiempo (por precisión en el flow) e historicidad (narración del hecho histórico a volandas de verba). Es en golpe de décima, porque se cuenta por contar la realidad vista y pensada con el ejercicio de la palabra suelta. El decimero, mujer u hombre, no sufre su creación ni anda en crisis existenciales, narra aquello que debe narrar para el oído colectivo comunitario. Al decimero se le antoja el ritmo y halla la rima al instante del decir. La décima es originaria de costas o tierras adentro africanas. Invención allá y reinvención acá de los griots, como una segunda oportunidad, en la costa pacífica colombo-ecuatoriana. Con la décima española se relaciona por el idioma. El eurocentrismo académico tiene dificultades para entender esta descomplicada verdad, una razón se desgrana de la mata: colonialidad de saberes. Las mujeres y los hombres hacedores de décimas esmeraldeñas (muchos también son contrapunteadores [1] ) apenas estuvieron en escuelas estatales de una semana no y en otra de ya veremos, de lo que se sabe nadie les enseñó métrica, trucos lingüísticos o reglas de versar; pura oralidad ancestral, herencia de mayores. Pura técnica de memoria colectiva.

«La ley de las décimas -de Costa Arriba (Esmeraldas, Ecuador) y Costa Abajo (Colombia), los viejos la cantaban a cada rato, porque ellos tenían la costumbre de cantar las cosas de la ley y de la tradición para que él que quería las aprendiera más fácil» [2] , el entrecomillado es de Aparicio Arce Rodríguez, un legendario decimero de Esmeraldas. «El compositor nace con su don […] a mí me nació el don de las décimas. Además que esto de componer a mí nadie me lo enseñó, yo solito lo aprendí» [3] .

Venga, así pues, el golpe de décima cimarrona: «Yo me embarqué a navegar, en una concha de almeja, a rodear el mundo entero, a ver si hallaba coteja». Así como el arrullo tiene dos destinos, a lo humano y a lo divino, con las décimas es igual y los versos anteriores constituyen una glosa dedicada a lo humano. Es anónima y tiene sus cambios según quien tome la palabra e incorpore asuntos y humor. Prestada la palabra decimos con décima, algo que empecina, y si no tiene rima, al menos pide retina.

Yo me embarqué a navegar…

(Descolonizar la historia nuestra)

El título del paréntesis perteneció a Alí Musa Iye, exjefe de la sección del Diálogo Intercultural de la UNESCO. Y es muy actual para el Pueblo Afroecuatoriano. La Manumisión de los esclavizados, ocurrida el 25 de julio de 1851 y rememorada en pocas memorias, obliga a que se revise ese equívoco que se empeña en que negro es igual a esclavo o asocia siempre a la gente negra con la esclavitud. No se trata de una revisión o negar que el capitalismo, tal como ahora lo conocemos, fue uno de los inmensos aportes de los africanos y sus descendientes en trabajo jamás remunerado. Mucho se habla del trabajo físico y muy poco de la plusvalía de la producción intelectual. Por eso y otras causas se mantienen ciertos estereotipos basados en el uso de la «fuerza bruta».

Una rápida mirada a nuestra historia. No incluyamos a los obreros calificados de Jamaica que construyeron el ferrocarril, obra cimera de la Revolución Alfarista, de 1 895. O como escribió Mervyn Claxton, ex funcionario de la UNESCO y antiguo diplomático de Trinidad y Tobago: «Las pruebas realizadas en los residuos de hierro, excavados en 1980, muestran que ya se trabajaba el hierro al menos unos 1500 años A. de JC en Termit, en el este de Níger. Material excavado en Egaro, al oeste de Termit, ha sido fechado entre 3 000 y 2 500 A. de JC», está publicado en la revista Alai, de junio de 2 011. Muhamed Ziadah, en Correo de la UNESCO, 2 009, número 8, hace esta corrección al señalamiento muy extendido que «las fuentes históricas africanas son exclusivamente orales». Y no es así. «Existen centenares de miles de documentos escritos llamados ajami, que documentan la historia de África, en particular la época medieval (paralelismo con Europa, JME)». Ajami es derivado de ‘a’ jamiyy que significa ‘no árabe’. Estos documentos fueron hallados en Tombuctú, Malí, y son del siglo XIV.

El antropólogo inglés Robert Sutherland Rattray, en su Ashanti Law and Constitution, 1929, dice que halló «una semejanza muy remarcable entre la constitución de la antigua Grecia y la de los Ashanti». Jean- Pierre Tardieu, en El negro en la Real Audiencia de Quito, habla sobre las habilidades mineralógicas de los africanos de la costa occidental: «Se valieron de la ayuda técnica de un «negro minero» comprado para el efecto, lo cual permite deducir que existía tal clase de esclavos en el mercado cuyo valor se relacionaba con su alto grado de calificación», pág. 157. En referencia al prestigio de los astilleros de guayaquileños indica: «Los barcos construidos en Guayaquil tenían asevera el autor, una esperanza de vida de 60 e incluso de 70 años», pág. 262. No solo se debía a la madera, la estopa o la brea utilizada, más bien era la mano de obra afrodescendientes que mejoraba la calidad de las embarcaciones. Por eso los esclavizados para los trabajos navales se cotizaban tan alto que algunos aprovecharon su propia habilidad para conseguir la libertad propia y de algún familiar. Yo me embarqué a navegar,

 

En una concha de almeja…

(Fighting for survival)

«En marzo de 1845, las élites guayaquileñas, incluyendo a Olmedo, lograron reunir un ejército para marchar contra las fuerzas de Flores en Babahoyo: su ejército estaba conformado casi con toda seguridad por muchos hombres que habían sido esclavos, o estaban emparentados con esclavos o con ex-esclavos. En mayo, la ciudad costera de Esmeraldas, mayoritariamente negra, se unió a la revuelta, y hasta los conservadores que asumían haber tomado firmemente las riendas del poder comenzaron a temer el derramamiento de sangre y la destrucción de la propiedad». Tomado de Nineteenth Century Ecuador , pág. 37 , Fairfax, Virginia: George Mason University Press, 1987, compilado por Carlos Aguirre para La abolición de la esclavitud en Hispanoamérica y Brasil: nuevos aportes y debates historiográficos.

La manumisión de de los esclavizados fue gritada a los cuatro vientos el 21 de julio de 1825, pero el Decreto presidencial, firmado, en la Casa de Gobierno de Guayaquil, por José María Urbina, fue publicado el 25 de julio de 1825. Por el decreto se formaron las Juntas Protectoras de la Libertad de los Esclavos en cada capital de provincia. Para esa fecha, Esmeraldas ya había sido elevada a provincia. Esas Juntas debían liberar a una persona esclavizada una vez que se reunieran 200 pesos del impuesto a la pólvora.

De la misma compilación de Carlos Aguirre: «Finalmente, el 27 de setiembre de 1852, la Asamblea votó 19 a 17 en favor de abolir la esclavitud a partir del 6 de marzo de 1854 (en honor a la fecha de la «Revolución de Marzo»), se hubiese compensado a todos los propietarios o no. Entretanto, a modo de compromiso, incrementaron la renta fiscal disponible para la indemnización», pág. 17. Apenas dos votos de diferencia. Esa diferencia se evidenció en la sociedad ecuatoriana, de aquellos años y en los que vendrían después, igual que un insalvable abismo social. Así había sido desde que los Ancestros pisaron estas costas «gritando su llegada», como en Bufallo soldiers, la canción de Bob Marley, «fighting on arrival, fighting for survival» («luchando al arribar, luchando por sobrevivir») y así continuaría por décadas su cimarronaje de liberación la gente de origen africano.

Los afrodescendientes acudieron al llamado de Eloy Alfaro el mismo día que empezó la lucha armada por modernizar el Estado y continuaron peleando hasta más allá del triunfo de la Revolución Liberal del 5 de junio de 1895. Ellos creyeron que se cumplirían «las quimeras socialistas» de equidad y libertad. El entrecomillado proviene de una carta de Gabriel García Moreno, en 1852, para condenar la rebelión de un esclavizado. Cuando la construcción del ferrocarril, la obra civil más importante del alfarismo, languidecía, Archer Harman, contratista del proyecto, trajo obreros afrojamaiquinos y ya no hubo contratiempos. Y ocurrió el alzamiento montonero del 24 de septiembre de 1913, los historiadores con un simplismo desventurado la llaman «guerra de Concha». La verdad, toda la verdad: fighting for survival. Yo me embarqué a navegar, en una concha de almeja.

A rodear el mundo entero…

(Alexandre Pétion)

Es una región escarpada, casi inaccesible, se llama el Bosque del Caimán (Bois-Caïman), ahí empezó a trabajarse el 24 de mayo de 1822, batalla del Pichincha, triunfo militar que confirmó la primera independencia de lo que después sería la República del Ecuador. El lugar estaba al norte de la isla que aún se llamaba Saint-Domingue, ahora está dividida en dos países. La noche del 14 de agosto y la madrugada del 15 de 1791, un inmenso cielo de tambores sonó, sonó festivo y premonitorio. El catolicismo celebraba la Ascensión de la Virgen y los africanos la libertad que empezaba, así se descubría en las señales teofánicas de las deidades que animaban las sacerdotisas. Ahí estaba la más famosa de todas: Cecile Fatiman. Cimarrones y esclavizados recién huidos fueron convocados por el mítico y místico sacerdote (hougan) del Vudú Dutty Boukman, para el ceremonial de las próximas batallas. Sin desmayar el tuntuneo, fue él quien señaló a los tres generales que dirigirían la insurrección y los danzantes renovaron el vigor del baile al grito de: «¡libertad o muerte!» El 23 de agosto de 1791 se iniciaría el levantamiento general de los esclavizados en la isla y solo tuvo algo de paz el 1 de enero de 1804, con la independencia del país. Doscientos siete años más tarde la UNESCO exhortó a los países a conmemorar esta fecha como el Día Internacional del Recuerdo de la Trata de Esclavos y de su Abolición.

No fue una sino fueron dos veces las que el general Alexandre Pétion, presidente de la República de Haití, a nombre del pueblo haitiano apoyó a Simón Bolívar con soldados, dinero y naves para continuar la lucha libertaria. En la segunda, en un gesto de mágico simbolismo, le alcanza su espada utilizada en la guerra contra los franceses. No tenía ningún adorno especial y a simple vista no se la distinguía de otras, quizás el peso adaptado al brazo de Pétion, el escudo haitiano en la empuñadura de bronce y la calidad del acero permitía perpetuar el filo mortal. Esto ocurrió el 21 de diciembre de 1816, en el puerto de Los Cayos de San Luis, el Libertador se emocionó hasta las lágrimas: «Perdida Venezuela y la Nueva Granada, la República de Haití me recibió con hospitalidad, el magnánimo presidente Pétion me dio protección y bajo sus auspicios formé una expedición de trescientos hombres comparables en valor, patriotismo y virtud comparable a los soldados de Leonidas. Gracias al pueblo de Haití mis compatriotas serán libres». Desde ahí se veían las naves francesas, españolas y británicas que hostigaban a la naciente república.

Algo presentía Pétion, porque repitió la recomendación: «pido a Usted, que cuando llegue a Venezuela, su primera orden sea la Declaración de los Derechos del Hombre y la libertad de los esclavos» . Simón Bolívar durante nueve años llevó la espada consigo por miles de kilómetros, la usó en 300 combates y la obsequió al general español Pablo Morillo durante la firma definitiva de la paz. Los esclavizados no fueron gratificados con la libertad ni le otorgaron los merecidos derechos en ninguno de los países liberados por el ejército bolivariano. Era un imposible: tenían que rodear el mundo entero. Yo me embarqué a navegar, en una concha de almeja,

 

A ver si hallaba coteja

(Kinshasa, año 60)

Kinshasa, 30 de julio de 1960. Apenas había cumplido 35 años, estaba frente a expectantes delegaciones venidas de los confines del Congo y sentado en la primera fila el rey belga, Balduino I. Y también se hallaban presentes aquellos que unos meses después se alegrarían de su muerte. Patricio Lumumba estaba ante los micrófonos, vestía impecablemente para esa ocasión única, meditó unos segundos que parecieron interminables, observó por última vez al monarca de Bélgica y empezó. «¿Quién podrá olvidar las masacres de tantos de nuestros hermanos, o las celdas en que han metido a los que no se someten a la opresión y explotación? Hermanos, así ha sido nuestra vida», dijo en algún momento. Insoslayable pasión en las palabras para relatar décadas de infinitos sufrimientos del pueblo congolés. Quienes esperaban agradecimientos por la independencia se sintieron decepcionados, entre ellos la burguesía blanca dueña absoluta de lo que crecía sobre el suelo y se guardaba en el subsuelo. Se dice fácil y sin exageración ideológica.

Patricio Lumumba había nacido el 2 de julio de 1925 y era uno de los poquísimos congoleños con título universitario; no eran más de 100 en millones de personas. Todavía algún despistado habla del «Congo belga», antes de ese gentilicio colonial fue propiedad personal del rey Leopoldo II. En 1 885, las potencias europeas «aprobaron el regalo a su majestad» y la crueldad llegó a extremos tal que todo el país (una superficie equivalente a los territorios de Francia, Alemania, Inglaterra, España e Italia juntos) se convirtió en una plantación de caucho y quien no cumplía con la cuota de látex perdía las manos, de 25 millones la población se redujo a 15, en menos de 20 años. Las continuas rebeliones del pueblo congolés seguidas de masacres de los colonialistas, logró el cambio de dueño del rey a todo el país. Aquello sucedió en 1908 y fue cuando se le llamó «Congo belga».

La noche del 17 de enero de 1 961, los faros de automóviles de la policía belga no podían con la oscurana de la sabana katangueña y en ese breve espacio se creaba una neblina irreal, un oficial tomó por el brazo a Lumumba y debió ser ayudado, porque apenas se mantenía en pie después de largas sesiones de tortura. Lo asesinos admirados por su elegante valentía, mirando en otra dirección, dejaron la iniciativa criminal al pelotón de fusilamiento. Cavaron con premura una fosa y se marcharon a informar a los dueños de las mineras belgas y también a la CIA estadounidense. Días después, un grupo de policías belgas desenterraron el cadáver y lo disolvieron en una mezcla ácidos fuertes. De los asesinos él que más tiempo vivió fue Mobutu Sese Seko, con los otros se cumplió aquello de «el crimen no paga». «Un día la historia nos juzgará, pero no será la historia según Bruselas, París, Washington o la ONU sino la de los países emancipados del colonialismo y sus títeres», así escribió proféticamente el revolucionario a su esposa el 14 de enero de 1961.

Notas:


[1] Desafíos de improvisación versificada y rimada de decimeros o sea jams-verba.

[2] Los guardianes de la tradición, compositores y decimeros, compilador Juan García Salazar, Ediciones Génesis, 2002, p. 65.

[3] ÓP. Cit., p. 32.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.