Recomiendo:
0

José Antonio Labordeta y el poder político

¡a la mierda!

Fuentes: La República Cultural

Los periódicos me escachan el domingo con su noticia de muerte. No soy de los que le tienen a la vida un apego formidable ni, por lo tanto, de los que dramatizan la muerte como si fuera lo peor, pero hay ocasiones, y ésta es una de ellas, en que la definitiva ausencia de alguien […]

Los periódicos me escachan el domingo con su noticia de muerte. No soy de los que le tienen a la vida un apego formidable ni, por lo tanto, de los que dramatizan la muerte como si fuera lo peor, pero hay ocasiones, y ésta es una de ellas, en que la definitiva ausencia de alguien me rompe las cuerdas de la guitarra del alma. Me da una rabia…

Se largó el abuelo, se fue para el otro barrio el beduino que ennobleció con su presencia los escaños del Congreso, donde se convirtió en el paradigma del españolito de a pie clamando ante la derecha lo que tantos hubiéramos querido gritar allí. ¡A la mierda!, les dijo, y su voz profunda pareció infinita y en sus ecos a lo fernangómez fuimos muchos los que en oleadas nos subimos a su tabla y, por un instante, hicimos surf por encima de aquellos que, acostumbrados a reírse del pueblo, pretendían hacerlo en la recia figura de su más genuino y honrado representante. Les salió por la culata el tiro, porque era mucho abuelo el abuelo y se ciscaba enseguida en la progenie del que hiciera falta. De su oponente de aquel día, Álvarez Cascos, se deshizo luego a la maña de un plumazo: «a ese solo le gusta follar». Sanseacabó.

Anoche nos envió su postrero y cómplice corte de mangas José Antonio Labordeta, que fuera un hombre cabal de los que quedan pocos por desgracia. El maestro catedrático del que el solo baldón de su carrera fue haberlo sido del Fedeguico Jiménez Losantos que le saliera tan rana. El irónico cascarrabias que nunca aprendió a plancharse una camisa, el exiliado del exiliado grupo mixto, el de las verdades como puños en un hemiciclo en el que agarrársela con papel de fumar fuera y es la ley. El harto de la Chunta de mis tierras originarias, el poeta cantautor de las narices, el recio caminante del país con la mochila a cuestas, el amigo de cuando yo cantaba en el que encontrábamos siempre ejemplo de cordura y bonhomía, de rigor y honradez, de orgullo y principios. ¡Ahí os quedáis!, nos ha dicho de golpe, harto ya de su próstata traicionera.

Sabrá disculpar con un codazo en las costillas que me falten cojones para saltar al coche y personarme en sus ardores finales, que Zaragoza de Rota está muy lejos. Dará por buena la excusa de que los rojos somos poco presenciales salvo cuando el palacio de invierno, que no es éste el caso y él lo sabía bien. Vaya desde el mar que tanto amaba, como corresponde a un oriundo intachable de Los Monegros, hasta las calles de Aragón que me vieron nacer, viaje mi espíritu pues para personarse en su postrero trance y darle un abrazo firme de hasta luego, sobrevuele rasante por encima de sus/mis amadas tierras de España en las que todavía, mal que nos pese, no pone libertad.

Que todavía nos acompañe la esperanza de cuando el abuelo nos cantaba que «habrá un día en que todos/al levantar la vista/veremos una tierra/que ponga libertad».

Fuente: http://www.larepublicacultural.com/