Ahora, hace poco, acá nomás, la gente de poncho y faldas coloridas entró al camino, como si fuese a buscar la tierra prometida, o vida prometida, o muerte si no se puede sembrar y cosechar.
Entró al camino como si fuera a juntar los colores del arco iris en un solo telar, con pasos de mucho tiempo y miradas tan largas que llegan a la ciudad.
En la ciudad hay unos que dicen que la gente de poncho y faldas coloridas entró al camino para romper la paz. ¿Cuál paz?, se preguntan en los barrios de pobreza infinita donde los jóvenes se mueren de tristeza o rabia o las dos cosas. Mientras, los que hablan de paz ponen sus culos en remojo en las piscinas y beben whisky tras los muros altos que les impiden ver las calles, los muertos, la tristeza y la rabia de los muertos y los que sobreviven. ¿Para qué verlos?, dicen, si nos perturban nuestra paz. Dueños del odio y la etiquetas. ¿Cuál paz?, se preguntan en los barrios de infinito dolor, mientras otros sueñan con sus culos en una piscina pero la tarjeta no les da para tanto y se muerden los labios culpando a la gente de poncho y faldas coloridas por el interés del banco. Dueños de la frustración y el celular.
En todo caso, la gente de poncho y faldas coloridas entró al camino con una sonrisa, como a la paz, o tierra prometida o vida prometida, o muerte, qué sé yo… En el camino hay tanta bombas que explotan en su miradas, en sus ojos, Explotan las lagrimas y el cansancio de tanto esperar la tierra prometida o vida prometida, o paz. El camino explota, los ponchos y faldas explotan, los zapatos, el corazón, el esqueleto, el maíz, las papas, la siembra y la cosecha. El camino explota en la carreteras, en las calles, en la cara y en la piel.
La historia esta en el camino. Los ponchos los telares las faldas. El camino es la imagen mas colorida de la memoria a pesar del gobernante y las sombras del gobernante. Es la imagen más transparente de la memoria. La historia del camino es como la del Inti Raymi, alegre zapateo cuando empieza, victoria en la derrota al terminar.
Los ponchos rojos, azules, negros, la faldas, los sombreros, las sonrisas largas y frescas, las lagrimas, vienen de muy atrás. Hace siglos cuando empezaron a tejer los ponchos y las faldas tejieron el camino. Hoy siguen zurciendo ponchos y faldas que han resistido lluvias, heladas, soles, volcanes y explosiones. Saben de la memoria que el camino necesita ponchos y zapatos que resistan intemperie, bombas, balas, odios. Saben además, que en el camino sangran las lagrimas, sangra la sal, la tierra, la piel de la tierra, las semillas, sangran sangre como diría Juan.
Entrar al camino es como entrar a la siembra o a la cosecha o a una plaza o ciudad, perdidas en el páramo. Sangra el camino. Sangra la gente de poncho y faldas coloridas sobre la piel de la ciudad. Pero ¿cómo es posible no ver tanta ternura en la piel del camino, en las calles, entre la vida y la muerte?
Ahora bien, pase lo que pase
en esta parte del camino, todos sabemos que mañana, otra gente de poncho y
faldas coloridas volverá, porque el camino es infinito en los pies y en la
mirada de quienes aspiran sembrar y cosechar la tierra prometida o vida
prometida. Volverán, atados al asfalto como al sol, a los pájaros, a la sangre.
Aman el futuro en la piel del camino y no les importa el odio, el castigo, el dolor
en los ojos y en la entrañas. Volverán a caminar confiados que algún día,
alguno o alguna, perdidos en la ciudad, tomarán su ternura como una bandera y
seguirán dulces caminado por las calles secas, húmedas, polvorientas,
ensangrentadas. Y en algún lugar encontrarán la tierra o vida prometida o paz…
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