Estamos casi en vísperas de las elecciones generales en EE. UU. . Obviamente por ser la primera potencia mundial, estas elecciones tienen una gran relevancia. Si bien todas las elecciones en la potencia, desde principios del siglo XX a la fecha, despertaron interés, esta a realizarse el 5 de noviembre, tienen, como pocas, una importancia capital para el planeta. Esa es la razón por la cual, analistas de todo el mundo están muy atentos a lo que ocurra.
¿Por qué estas elecciones tienen más peso que las que se dieron hasta ahora? ¿Qué tienen de especial?
Lo especial es que en el contexto de un planeta en que el hegemón más poderoso, desde hace siglo y medio, está en decadencia, y en contrapartida, emerge con mucha fuerza en el oriente del mundo, el próximo hegemón planetario. No voy a desgranar en un minucioso análisis los entretelones de esta transición hegemónica que bien puede ser objeto de otra reflexión. Lo que cabe, es buscar en las entrañas de EE. UU., los síntomas del fenómeno.
En EE. UU. se está viviendo una polarización pocas veces vivida en su historia política. Sin ninguna duda, los dos proyectos tienen el propósito de preservar la hegemonía estadounidense, pero con dos líneas estratégicas muy diferentes. Una que basa su proyecto en la fuerza del complejo militar industrial, con una política belicista expansiva infinita. La otra, que apunta a la reindustrialización de EE. UU. del sector civil para superar la creciente tasa de desempleo. Esta es la línea nacionalista, soberanista, proteccionista que caracteriza al perfil de proyectos que desde un facilismo conceptual, es calificado de fascista o neo fascista, que si bien tiene elementos de fascismo, es muy ligero asimilarlo al fascismo clásico que emergió en la primera mitad del siglo XX en Europa.
De hecho, todas las simplificaciones en un mundo tan cambiante, son fallidas. Son fallidas porque se mueven con una ecuación dicotómica maniquea. Es decir, plantean la realidad o el proceso social como el conflicto de buenos y malos. Como en las telenovelas. Sin matices.
Por eso, más allá de un ejercicio intelectual que agote la complejidad vigente en el mundo, con una actitud práctica, quizá sea válido, hacer un balance de costo beneficio que se presenta en cada coyuntura. Significa, que si vemos a uno como bueno y al otro como malo, estamos perdidos si queremos claridad. Las dos opciones son malas si apuntan a recuperar la hegemonía del norte para monopolizar el poder desde un mundo monopolar. Pero, hay que ver lo que hay en el medio de la polarización. Los grises o matices, si se quiere.
Desde esa perspectiva y, siempre con una actitud pragmática más que teórica, la tarea es ver los efectos de los dos proyectos a nivel interno y sobre todo, a nivel de relacionamiento internacional.
Si la candidatura demócrata apunta a seguir la política belicista expansionista que refuerza el poder del complejo militar industrial, creo que se exacerbará el riesgo de una conflagración creciente para arriesgar la existencia humana en el planeta. La otra opción, la del candidato republicano, que aparece muy satanizado por los medios del establishment, tiene sin dudas, muchos rasgos que merecen ser rechazados. Es racista y como tal xenófobo. Pero es mucho menos belicista que la candidata demócrata que al reforzar el complejo militar industrial, descuida los problemas apremiantes de una clase media norteamericana acogotada por la desocupación, la inflación en un Estado Nación que tiene la mayor deuda externa del mundo y que no para de crecer. Siendo así, es un sector minoritario el que se beneficia con pingues ganancias, pero que, a nivel interno, lo hace en detrimento de las mayorías. La otra opción, con sus consabidas sombras, apuntaría a disminuir el potencial bélico para priorizar la repatriación de las industrias estadounidenses que fueron deslocalizadas desde la década de los 80 del siglo pasado hacia China. Desde ese propósito como eje rector de su política, dejaría de apoyar económicamente a la OTAN, lo que arriesgaría la existencia de la misma, y se limitaría a una guerra comercial con China con altos aranceles con productos que provengan no solo de la potencia asiática, sino del exterior en general (esto afectaría seriamente a Europa).
En cuanto al conflicto en Medio Oriente, si bien es cierto que hay una afinidad y hasta simpatía de Trump hacia el gobernante sionista, Netanyahu, con un yerno judío, si fuera coherente con su política de austeridad en términos de gastos bélicos, se puede esperar que reduzca o limite esos gastos hacia Israel. Por otro lado, habría también una contradicción con la necesidad de negociar con Rusia y hasta con China, que desde el bloque BRICS pretende abrir rutas comerciales, algunas muy importantes que pasan por Irán. Incluso se podría decir que la tensión en el estrecho de Taiwán y la gran posibilidad a la anexión de la República Popular de China, no sea de gran relevancia para Trump.
Así, dado el escenario, a nivel de política interior, habría un mayor interés sobre todo desde esa clase media acogotada hacia Trump. Sobre todo porque a la población norteamericana que en su mayoría está desconectada de lo que ocurre más allá de su municipio, no creo que esté en su mayoría de acuerdo con las aventuras bélicas del gobierno demócrata en este caos planetario.
Me atrevería a decir que atendiendo a los riesgos de una turbulencia muy fuerte en EE. UU. en el contexto de estas próximas elecciones hasta el punto de arriesgar una guerra civil sobre todo si la diferencia es mínima, una victoria del candidato republicano será menos dañino para la convivencia en el planeta.
Es más, si tuviera que hacer una proyección, y sobre todo, si en algo pesa la voluntad de la mayoría, cosa muy discutible en un sistema electoral indirecto que poca conexión tiene con la voluntad de la misma, el ganador será el candidato republicano, Donald Trump.
Por ahora, bien vale esperar con paciencia, a sabiendas de que es muy poco probable que tengamos un panorama claro de la competencia electoral en la noche del martes 5 de noviembre.
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