Una crisis como la que ocurre actualmente en Estados Unidos y por tanto, en el sistema económico mundial, no solo coloca en cuestión a ese sistema económico, sino que también contribuye a poner en cuestión los planteamientos teórico-ideológicos que legitiman al modelo. La crisis permite hacer más visible los fallos del sistema, así como también […]
Una crisis como la que ocurre actualmente en Estados Unidos y por tanto, en el sistema económico mundial, no solo coloca en cuestión a ese sistema económico, sino que también contribuye a poner en cuestión los planteamientos teórico-ideológicos que legitiman al modelo. La crisis permite hacer más visible los fallos del sistema, así como también las incongruencias, errores y trampas ideológicas que le dan legitimación al sistema.
Es cierto que hay toda una tradición de pensamiento crítico que ha cuestionado profundamente el funcionamiento, la viabilidad y legitimidad del capitalismo, pero esta crisis es una oportunidad para profundizar y extender la crítica, hacer más palpable sus fallos y sus perversiones. Hay que aprovechar esta oportunidad para discutir ciertos supuestos que se han venido dando como si fueran sentido común y que el «pensamiento único», posterior a la caída del Muro de Berlín, había posicionado como si fuera La Verdad. Aquí va un ejemplo al respecto.
Estaba en ese «sentido común» mediático y de las élites económicas y políticas hasta finales del año 2007, que la idea de considerar los efectos negativos de la globalización, de posicionarse en contra de la globalización, era una soberana estupidez. El mundo, para este pensamiento, era un mundo global, lleno de conexiones y, sencillamente, quien no pudiera subirse al proceso de globalización estaría perdido y perecería. Posicionarse en contra de la globalización parecía propio de movimientos marginales y por supuesto, equivocados. Además de estúpido, era un pensamiento anacrónico, que estaba de espaldas al mundo y contra el «progreso» y el desarrollo económico. Gobiernos como el de Hugo Chávez en Venezuela y el de Evo Morales en Bolivia, que estaban a favor de la nacionalización de sus recursos, reafirmando su soberanía, eran vistos como demagogos, estúpidos y absolutamente ignorantes del mundo globalizado (entre otras críticas dirigidas a estos gobiernos populares).
Esto indica que el discurso sobre la globalización no es una mera descripción de lo que sucede en la «realidad global». Era también un mandato: ¡Hay que globalizarse! Al hablar de globalización se estaba hablando de «como era verdaderamente el mundo» y también una propuesta de lo que tenía que pasar en el mundo, de lo que tenía que ser el mundo. Así se revela nítidamente lo ideológico del concepto, que al mismo tiempo que es una propuesta, encubre aspectos de la realidad «globalizada».
«Intuitivamente ‘globalización’ remite a puntos iguales e intercambiables encerrados al interior de un globo. Se trata de una representación periodística, sin valor analítico. ‘Mundialización capitalista’ nos hablaría, en cambio, de una expansión violenta en la que se producen ganadores y perdedores y múltiples y dolorosas destrucciones. Quizás por esto la prensa no nos refiere a esta mundialización» (Gallardo, H. Siglo XXI Militar en la izquierda. Arlequín, San José. 2005; 326).
El discurso dominante sobre la globalización lo hacía un proceso absolutamente necesario, casi natural y, por supuesto, deseable. La idea es que mientras más conectados estuviéramos, es decir, más globalizados, estaríamos mejor.
Lo que la crisis viene a mostrar es que estar globalizados, conectados, es por decirlo suavemente, peligroso. Y si se tiene una perspectiva radical, es posible dar cuenta que la globalización implica de manera central la creación de problemas globales como la crisis que se vive y que afectará a africanos de la región subsahariana, a indígenas de América Latina y a millones de pobres en el mundo que no tienen nada que ver con lo que sucede en Wall Street. O también, por ejemplo, la «globalización» y sus determinantes económicas generan la crisis ecológica que afecta al planeta entero. Esta crisis económica puede contribuir a crear un momento muy interesante porque va haciendo evidente la insostenibilidad del modelo y sirve, parcialmente al menos y junto a otras realidades económicas, geopolíticas y sociales, un remedio a la euforia capitalista que ya va durando demasiado tiempo.
Lo que se hace visible en relación a la globalización es que en realidad es un proceso de mundialización del capitalismo que genera riesgos globales. Y bien, esto implica que ahora hay muchos que ya no quieren estar «tan» globalizados. Lo que cuestiona el discurso hegemónico y fortalece los proyectos alternativos.
En primer lugar, la izquierda y los movimientos sociales y populares que desde hace tiempo sufren los efectos de la globalización, que sufren el hecho de que todo se convierta en mercancía, y que el sistema de producción y consumo destruyera los recursos naturales, destruyera identidades, provocara dominación y empobrecidos estructurales, tienen una posición más ventajosa, al menos en el campo discursivo, para afrontar la globalización. La idea de la soberanía alimentaria, por ejemplo, se puede hacer muy atractiva en este momento. Que cada país pueda contar al menos con los alimentos suficientes para su población y que no se dependa, suicidamente, de productos importados que se encuentran encarecidos por la especulación y por el uso de alimentos para generar biocombustibles. Que cada persona pueda tener acceso a los alimentos suficientes. Que todos podamos comer se presenta como una alternativa concreta, ya no condenada al campo de las utopías irrealizables. Esto favorece la idea de desconexión.
Y en segundo lugar, siendo esto lo paradójico del asunto, sectores conservadores (como algunas oligarquías latinoamericanas), empiezan a ver que no todo camina bien con la «globalización». Muchas entidades bancarias, financieras y comerciales globalizadas ahora ya no quieren estar tan globalizadas. Los bancos de un país pequeño como Guatemala (sede del III Foro Social de las Américas), anuncian con mucho despliegue publicitario que no tienen inversiones en riesgo en el sistema económico estadounidense. Se tranquiliza a los ahorradores diciendo que hay inversiones en los «sólidos» bonos del tesoro de Estados Unidos. No es necesaria mucha imaginación para pensar que también en los grandes centros financieros internacionales se producen expresiones equivalentes a un «maldita la hora en que invertimos en el sistema financiero estadounidense».
Es decir, que a partir de la crisis actual, el discurso sobre la globalización, ya puesto en cuestión anteriormente por cierta izquierda y los movimientos sociales y populares, empieza a quebrarse y de hecho desaparece en esta coyuntura (¿Quién está hablando de las bondades de la globalización ahora?).
Por lo visto, la terca realidad está hablando tan fuerte que incluso aquellos que han hecho oídos sordos tienen que atender a lo que está pasando. Esto no significa que las élites vayan a cambiar, pero sí implica que la posición hegemónica del discurso sobre la globalización empieza a ser cuestionada y las alternativas, como la desconexión, pueden empezar a discutirse de forma más amplia y verse como una necesidad a impulsar. La desconexión se empieza a ver como una alternativa deseable y necesaria frente a la globalización.