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El peligro acechante

A qué teme Washington en América latina

Fuentes: IAR

El punto central para la preservación del sistema capitalista -tal cual lo expresan y admiten todos los analistas oficiales- es la preservación de la «gobernabilidad» que las crisis cíclicas y periódicas ponen en riesgo, tal como está sucediendo ahora con el proceso recesivo con desocupación a escala mundial. En este escenario, los «enemigos de paja» […]

El punto central para la preservación del sistema capitalista -tal cual lo expresan y admiten todos los analistas oficiales- es la preservación de la «gobernabilidad» que las crisis cíclicas y periódicas ponen en riesgo, tal como está sucediendo ahora con el proceso recesivo con desocupación a escala mundial. En este escenario, los «enemigos de paja» que Washington inventó para preservar el «orden constitucional» regional van a ser reemplazados por otro enemigo más peligroso y «real» incubado en el marco de los estallidos y protestas sociales que se avecinan.

A) La «gobernabilidad» del sistema

¿Qué es la «gobernabilidad» y para que la utiliza el sistema?

En términos de organización política y social, la «gobernabilidad» es el control, en oposición al descontrol.
El sistema capitalista (como cualquier sistema de poder) necesita tener el control político y social (ya sea por medio de la fuerza o por medio de la persuasión) como condición prioritaria para desarrollar su modelo económico de explotación del hombre por el hombre, y su dinámica de apoderamiento del trabajo social y de concentración de riqueza en pocas manos.

Para cumplir esa misión (de controlar para desarrollar su modelo económico) el sistema capitalista utiliza (y a utilizado históricamente) dos formas de dominio: El militar (gobiernos de fuerza) y el político (gobiernos persuasivos).
Traducido en planos de la realidad: El control por vía militar se llama «dictadura», y el control por vía persuasiva se llama «democracia». Toda la historia del capitalismo hasta el presente se construyó sobre esta dinámica funcional de «contrarios», que se complementan como alternativa de dominio.

Ambas metodologías de control responden a un solo objetivo: Preservar y reciclar el dominio del sistema capitalista (explotador y depredador del planeta) a modo de «civilización única». Sin la lógica del control militar (la fuerza) o sin la lógica alternativa del control político (la persuasión) el sistema capitalista no podría existir. Y no podría existir por una razón central: Socialmente (y matemáticamente) la acumulación de riqueza en pocas manos en el sistema capitalista genera más rechazo (racional o inconsciente) que aceptación.

Los perjudicados (los explotados y expulsados del sistema) superan infinitamente en número a los beneficiados (los incluidos dentro del sistema).  Como resultante del accionar del sistema capitalista: En estos momentos, la mitad de la población mundial vive en condiciones de «pobreza estructural», y de esa cifra hay 1000 millones de personas que sobreviven en condiciones de hambre e indigencia (sin cubrir sus necesidades elementales de supervivencia). El resultante del sistema capitalista en la sociedad humana no se puede discutir porque es estadístico y matemático, pero si se puede deformar y ocultar por medio de la manipulación cultural y mediática.

Éste (la concentración de riqueza en pocas manos) es el principio científico y dialéctico de la lucha de contrarios en el plano social (léase huelgas y conflictos sociales) que desestabiliza y rompe cíclicamente los controles y la «gobernabilidad» del sistema capitalista. La «gobernabilidad» (el control por vía militar o política) es la instancia básica que el capitalismo necesita para depredar el planeta, generar mano de obra esclava, y apoderarse de la riqueza mundial (PBI) arrojando sólo migajas a las mayorías productoras de esa riqueza a escala social.

En el sistema, los militares (la «dictadura») y los políticos (la democracia), en distintas escalas, son gerenciadores de control político y social para preservar la «gobernabilidad».

Las «dictaduras» y los golpes de Estado siempre llegan para restaurar la «gobernabilidad (el control amenazado por el descontrol ), y las «democracias» siempre llegan cuando el «orden» está controlado y se generan espacios sociales para dominar por medio de la persuasión (el sistema político).  En la Argentina, y en el resto de América Latina, el Departamento de Estado solo habilitó la «democracia» made in USA una vez que los militares de la «seguridad nacional» habían terminado con el proceso de «subversión armada marxista».

Imaginar al capitalismo sin «gobernabilidad» (el control dominante), es como pensar en un usurero sin el control y la protección de la policía: Los damnificados lo lincharían sin dudar.  La «gobernabilidad» (el control político o militar), es la condición esencial que el capitalismo necesita para que el sistema no estalle ( y los negocios continúen en paz).

Y vale aclarar, que el sistema sólo corre riesgo de estallar (perder la «gobernabilidad») cuando la crisis superan el marco económico y se convierten en «crisis social» (léase achicamiento del consumo popular con despidos masivos de trabajadores a escala global).  Ésta es la instancia (tal como está sucediendo ahora) en la que el capitalismo corre riesgo de perder la «gobernabilidad».

B) La nueva lógica de control

La condición esencial para el funcionamiento del Estado capitalista (tanto en América Latina como en el resto del mundo) se resume en tres factores: Estabilidad económica, gobernabilidad política y «paz social».

Esas tres condiciones son básicas para que el «sistema» (la estructura funcional) de los negocios y la rentabilidad capitalista funcionen sin interferencia y no se alteren las líneas matrices de la propiedad privada y concentración de riqueza en pocas manos.

Luego de las dictaduras militares setentistas (y tras el fin de las revoluciones armadas y de la URSS) , Washington sustituyó el gerenciamiento militar de la «gobernabilidad» por el gerenciamiento civil de la misma, sin alterar para nada el proceso de control económico, por medio del cual los bancos y empresas transnacionales continuaron transfiriendo recursos y ganancias a EEUU y a las metrópolis capitalistas.  La estrategia del control político y social por medios militares (de las dictaduras militares de la doctrina de seguridad nacional), fue sustituida gradualmente por administraciones civiles, poderes ejecutivos, parlamentos y cortes de justicia totalmente maleables a los intereses y objetivos de Washington y las trasnacionales capitalistas en los países dependientes de Asia, África y América Latina.

No obstante, y con el «poder blando» como alternativa de dominio, la estrategia geopolítica imperial norteamericana desarrolló simultáneamente -a nivel complementario- la estrategia del «poder duro» con despliegue militar-nuclear y bases desplegadas por toda la región, además de tropas listas para actuar allí donde la situación lo requiera.

El sueño del dominio sin rebelión social (y de preservación de la «gobernabilidad»), que los bancos y las trasnacionales imperiales no pudieron concretar con las dictaduras y los golpes militares diseñados en el Departamento de Estado, empezó a cumplirse con la aceptación pasiva del sistema capitalista como «única alternativa», modelada masivamente en los cerebros por los sacerdotes de las grandes corporaciones mediáticas que sustituyeron a los curas y a los maestros en la orientación de conducta social.

Paralelamente, y desde fines de los ochenta, en América Latina se verifican tres hechos simultáneos:

A) Ausencia total de huelgas generales y de conflictos sociales por reivindicaciones generales de la sociedad (sólo existen conflictos atomizados por reivindicaciones sectoriales), y ausencia de dictaduras militares y de lucha armada (salvo Colombia).

B) Crecimiento constante (y sin excepción, hasta la presente crisis) de las economías regionales, acompañadas de ganancias siderales para los bancos y empresas que hegemonizan el control económico-productivo de América Latina, y crecimiento desmesurado de los activos empresariales y fortunas personales.

C) Crecimiento paralelo, sostenido y sin interrupción, de la llamada «pobreza estructural» (falta de trabajo estable, vivienda y subsistencia mínima) que ya afecta a más de la mitad de la población mundial, con las mayorías sometidas a políticas «asistenciales» y a empleos temporarios y en negro (contratos basura).

Se trata de un emergente encadenado: La ausencia de huelgas y de conflictos sociales posibilitó (como nunca) la concentración de riqueza en pocas manos, y la concentración de riqueza en pocas manos precipitó (como nunca) el crecimiento de la pobreza estructural y de los bolsones del hambre en la región.

Esta situación (de «paz del dominador») permitió que el sistema de concentración de riqueza capitalista (posibilitado por la explotación de mano de obra barata con salarios africanos, apropiación de recursos naturales y control hegemónico de todo el sistema económico productivo) genere como contrapartida: pobreza, desocupación y exclusión social en masa en toda América Latina.

C) La asimilación de la protesta social

¿Y cómo se consiguió la preservación de la «gobernabilidad» (del sistema capitalista) en esta nueva lógica del control imperial en América Latina?

El desarrollo del modelo de capitalismo «asistencialista» en América Latina, con bancos centrales atestados de dólares y sin distribución social de la riqueza, con ricos más ricos que nunca, con pobreza y desocupación estructural en crecimiento continuo, con contratos laborales basura, sólo fue posible a partir de la paralización de la resistencia popular y de la ausencia de huelgas y de conflictos sociales por reivindicaciones generales.

Ese objetivo se consiguió con la domesticación y asimilación del aparato sindical y de la izquierda en las coordenadas de la defensa del «sistema democrático», de la «paz social» y de la vigencia plena del respeto al «orden constitucional» capitalista establecido casi como una religión a escala continental y mundial.

La izquierda (sin vocación de cambiar el sistema) se volvió potable y «políticamente correcta» para conformar una «alternativa de gobierno» a la «derecha neoliberal» dentro de las coordenadas de poder implantadas por las trasnacionales y el sionismo financiero que controlan el planeta desde la Reserva Federal y los bancos centrales, con el Pentágono como garantía suprema de «orden».

La izquierda (asimilada a la filosofía del «único mundo posible») ya no piensa el mundo en función de la guerra a muerte para terminar con el sistema capitalista (el dueño del mundo), sino en función de terminar con la «derecha» dentro del marco del mismo sistema y así se inventó la moda de gobiernos que hablan con la ideología de la «derecha» o de la «izquierda» en términos del discurso formal, pero desde el punto de vista práctico ejecutan un solo programa: El capitalismo.

Y la conclusión es simple: No hay luchas revolucionarias sencillamente porque no hay pensamiento ni acción organizada revolucionaria orientada a sustituir (a cambiar) al capitalismo por otro sistema.

Todo lo que existe como lucha de «cambio social» es meramente reivindicativa («reformista») dentro de los marcos del sistema capitalista y los objetivos que se buscan ya no son colectivos (transformar de raíz a las sociedades y al mundo) sino individualistas y sectoriales, y no avanzan más allá de querer «humanizar» al capitalismo, hacerlo más digerible y menos injusto (ecología, «derechos humanos», «calidad de vida», etc). Es más: Ya no hay rebeldía ni revolución porque el «orden» y el «desorden» (paz y conflicto) están pensados dentro de las reglas de integración al sistema sin que exista ninguna idea o intención de cambiarlo por otro.

En resumen, «izquierda» y «derecha» son conceptos ideológicos antitéticos solo en términos de mayor o menor «progresismo» dentro del mismo sistema, pero ninguna de las dos opciones busca terminar de raíz con el capitalismo al que se lo presenta como el «único sistema posible» siguiendo el «orden natural» de las cosas.

Desde el inicio del «proyecto democracia» en América Latina, Washington, por medio de los gobiernos y policías locales bajo control, domesticó y «pacificó» las protestas sociales y sindicales terminando con las huelgas generales y los disturbios violentos, vehiculizándolos por medio de protestas reivindicativas sectoriales.

Con la complicidad de los aparatos sindicales y de los propios grupos de izquierda reconocidos como «organización» política o social, se «legalizó» una forma de huelga y de protesta que sólo reivindica lo sectorial, sin una estrategia de reivindicación social colectiva.  Dentro de este esquema de atomización y división de las huelgas y protestas (legalizadas y toleradas sólo como expresión sectorial atomizada) el sistema mantiene un control férreo sobre todo el espectro de la actividad operativa de los conflictos sociales y sindicales.  Tenerlos bajo control, significa que tanto los dirigentes sindicales como sociales, deben cumplir, por ejemplo, con el requisito legal de «avisar» a las autoridades cada vez que van a manifestarse y cortar una calle, para que, en consecuencia, el aparato policial tome sus recaudos, como ordenar el tránsito y evitar el desmadre de la concentración «pacifica y democrática».

En este escenario, los grupos de izquierda regionales están fragmentados, divididos en pequeños grupos, carecen de una estrategia común de acción y no tienen influencia social ni capacidad financiera ni organizativa para liderar rebeliones masivas que puedan desestabilizar la región y poner en riesgo la gobernabilidad del sistema.  Por su parte, los llamados gobiernos de «izquierda», fuera del discurso anti-EEUU en los foros del sistema, tienen su supervivencia económica y político electoral atada al destino del Estado capitalista, y son los primeros defensores de la legalidad y gobernabilidad democrática en la región.

En resumen, no hay ninguna posibilidad de crecimiento de la izquierda revolucionaria en las calles, sino que hay crecimiento de la izquierda electoral y gubernamental. La izquierda está disciplinada, asimilada e integrada al sistema. Aparatos sindicales y movimientos y partidos de izquierda cumplen su función «opositora» dentro de los marcos del sistema «democrático», y de los parámetros establecidos de preservación de la «gobernabilidad», la «paz social» y la «estabilidad», precisamente lo que el sistema necesita para su «crecimiento económico» sin distribución social de la riqueza

Después de la lucha armada y de los métodos salvajes de huelgas y protestas sociales setentistas, las mismas fueron «legalizadas» con una condición: que fuesen sectoriales (no generales), «democráticas» (respetando la ley), y «pacificas» (no violentas).

Esta fue la condición que el statu quo impuso (e impone) para la inclusión de las protestas sociales, atomizadas y sectoriales, como una actividad aceptada y encuadrada dentro del «estado de derecho» y de la formalidad «democrática» . En algunos países, los grupos de «izquierda» (asimilados al aparato de movilización de los gobiernos) son financiados con fondos públicos. En la Argentina, por ejemplo, (el primer laboratorio experimental de América Latina) las organizaciones de izquierda (incluso las más «combativas») son subsidiadas por el Estado a través de las políticas asistencialistas y de los planes oficiales de subsidios a los desocupados. Durante seis años, la gerencia de los Kirchner subsidió en forma encubierta a los movimientos de «protesta social» (piqueteros y organizaciones sociales) por medio de la entrega de planes sociales a sus dirigentes, que luego los utilizaron para ampliar sus aparatos y conseguir adhesión «militante» para sus movilizaciones.

En este marco de asimilación de la protesta en la «legalidad democrática», la máxima expresión de «lucha» de los grupos atomizados de izquierda (sin organización ni estrategia operativa revolucionaria) consiste en tirarles piedras a la policía, quemar tachos de basura, romper vidrios o arrojar de vez en cuando una molotov contra la puerta de alguna institución. A su vez, la izquierda más «combativa», sin objetivos ni organización revolucionaria, le sirve al sistema para demostrar la presencia de un «enemigo violento» en las calles.

Por su parte, los gobiernos «izquierdistas», en la práctica, no están para quemar ni romper nada, sino para proteger la propiedad privada y la gobernabilidad del sistema capitalista al que están integrados. Este modelo rige desde hace más de 20 años y acompañó el proceso de «crecimiento económico» sin distribución social de la riqueza que hoy se extiende en América Latina. Por lo tanto, la izquierda y los gobiernos de izquierda en América Latina (para los centros del poder imperialista) no son hipótesis de conflicto ni de quiebra de la gobernabilidad por su inserción controlada y acotada dentro del sistema capitalista.

D) El peligro acechante: ¿A qué le teme Washington?

La crisis hipotecaria en EEUU primero, la irradiación de la crisis a los mercados financieros globales después, y la crisis recesiva con desocupación luego, terminaron de configurar un proceso financiero-recesivo que hoy amenaza con arrasar los cimientos del modelo de explotación capitalista vigente a escala global.

Proyectado al escenario de América Latina ese modelo de acumulación capitalista trasnacional, basamentado en el asistencialismo social y en el dominio con el «poder blando» del proyecto democracia made in USA, comienza a resquebrajarse y a colapsar en toda la región. En consecuencia, el statu quo de modelo de dominio con el «sistema democrático» también comienza a agotarse frente a la agudización de la crisis económica que está arrojando (por medio de la desocupación y del achicamiento del consumo) cada vez a mas masa social fuera del mercado de consumo.

Junto con el desgaste en los teatros de ocupación (como Afganistán, e Irak), con una profunda crisis económica recesiva, y con un proceso de descomposición del poder político interno (guerra entre demócratas y republicanos por la hegemonía de las decisiones imperiales), Washington comienza a repensar la estrategia con el poder blando de la democracia en su patio trasero.

La crisis mundial, la debilidad económica de EEUU, obliga a Washington a ajustar sus estrategias de dominio para mantener bajo control la «gobernabilidad» en América Latina.

En este nuevo escenario ¿A qué le teme Washington? En primer lugar, el poder en control (el Imperio), lo único que teme es el descontrol. Es decir que, por efecto de la crisis recesiva con desocupación masiva, las protestas sindicales y sociales se salgan del control de la cúpulas sindicales y de los dirigentes de la izquierda asimilada, y resulten conducidas anárquicamente por líderes sin militancia política y sin encuadramiento dentro de las reglas de la legalidad «democrática». O sea que, Washington y el sistema capitalista transnacional que opera en América latina temen (más que nada) a la «anarquización» de las protestas sociales, donde cualquier persona con carisma pueda liderar su propio conflicto sin prácticas ni metodologías incursas en la legalidad establecida dentro del «sistema democrático».

Éste proceso (a modo de laboratorio experimental) ya se registró fugazmente en 2001 con el «Cacerolazo» en la Argentina, durante el cual, las cúpulas sindicales y la izquierda «orgánica» fueron desplazados del control de las movilizaciones masivas y espontáneas conducidas por líderes improvisados y sin militancia política. Posteriormente, y por medio de una sistemática manipulación mediática que asustó con el peligro de «guerra civil», el Gobierno argentino desmanteló las «asambleas autogestionarias» y desarmó al movimiento callejero que planteaba «que se vayan todos» los políticos, quienes «desaparecieron» de la escena pública por temor a ser linchados.

En esencia, ése el el modulo experimental que el Departamento de Estado teme que vuelva a reaparecer de la mano de la crisis recesiva con desocupación en masa que se cierne sobre América Latina.

En consecuencia, lo que temen Washington y el establishment del capitalismo que opera en América Latina no son los gobiernos de izquierda, ni es la izquierda fragmentada y sin objetivos revolucionarios, sino que le teme al desmadre y a la pérdida de control de los conflictos sociales. Ésto es, al regreso de las huelgas y estallidos «salvajes» (multiplicados y simultáneos) con cortes de rutas y de accesos claves para el desarrollo del proceso de la economía capitalista.

Los estrategas del Departamento de Estado no temen a la izquierda atomizada y dividida, ni a los gobiernos «izquierdistas» (sólo en discurso) , sino que temen al surgimiento de nuevos líderes que encabecen los bolsones de protestas populares en forma anárquica, sin ninguna vocación «negociadora», que se abran decenas y hasta centenares de frentes de conflicto a la vez que impidan una estrategia represiva centralizada.

En otras palabras, lo que Washington teme son las protestas violentas con líderes espontáneos sin ideología ni metodología convencionales, que encabecen en forma inorgánica las revueltas, obligando de nuevo a una represión militar abierta tipo «Tiananmen» chino. En un escenario posible de «Cacerolazo» anárquico proyectado a nivel regional, el control social y político con el «sistema democrático», pierde efectividad y se deben implementar controles de represión militar para mantener el «orden», la «paz social» y la «gobernabilidad» del sistema. El sistema de control con la izquierda y el sindicalismo asimilado a la «legalidad» de las protestas y conflictos en «paz», se desmadra por medio de los conflictos «espontáneos» multiplicados y sin un hilo conductor

En el marco conflictivo nuevo, las protestas sociales (como sucede con el mercurio cuando se rompe un termómetro) se atomizan en millonésimas partes violentas y fuera de control.  Los aparatos de seguridad deben enfrentarse en forma simultánea a protestas con metodologías diferentes conducidas por líderes que no se encuadran en ninguna de las reglas «legales» establecidas ni en ninguna ideología. No hace falta ser político ni de izquierda para conducir las protestas.

Los estallidos sociales y las huelgas se «feudalizan», no responden a estructuras orgánicas localizadas, por lo tanto las millonésimas partes del mercurio social (anarquizadas y en rebelión) se tornan incontrolables.
Este es el punto, y como ya sucedió en la Argentina con el «Cacerolazo», en que el control de la «gobernabilidad» gerenciado por la clase política perdió, por un breve período, su razón de ser y el sistema debió pasar a abordar «soluciones alternativas» para supervivir y resguardar la «gobernabilidad».

Y este proceso, es lo que viene inexorablemente en América Latina de la mano de la crisis recesiva con desocupación en masa que ya se cierne como un fantasma por todos los países de la región.


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(*
) Manuel Freytas es periodista, investigador, analista de estructuras del poder, especialista en inteligencia y comunicación estratégica. Es uno de los autores más difundidos y referenciados en la Web.

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