La lectura de la nota de Ariel Dacal sobre «Perestroika:poner el dedo en la llaga» me ha motivado a publicar la presente nota como una contribución al análisis de los factores que contribuyeron a esa implosión social[i]. La actualidad del socialismo como proyecto del movimiento revolucionario latinoamericano implica la necesidad de hacer la autopsia del […]
La lectura de la nota de Ariel Dacal sobre «Perestroika:poner el dedo en la llaga» me ha motivado a publicar la presente nota como una contribución al análisis de los factores que contribuyeron a esa implosión social[i].
La actualidad del socialismo como proyecto del movimiento revolucionario latinoamericano implica la necesidad de hacer la autopsia del socialismo real en algún momento. Ese es un punto en la agenda, por dos razones: porque el imperio presenta el fracaso de ese modelo como el fracaso de todo intento de alternativa al orden existente: el capitalismo, y por la propia salud del movimiento revolucionario. No basta decir que era un régimen burocratizado, hay que indagar en la dinámica social que condujo a la restauración capitalista.
La debacle del socialismo nos dejó un mundo unipolarizado en lo político-militar bajo la hegemonía norteamericana, aunque en lo económico existan tres grandes centros de poder; los Estados Unidos, Europa Occidental y Japón. Esto da la apariencia de que no hay alternativa, por lo que el imperialismo se comporta como lo que es; cada vez se siente más fuerte, como si todo le estuviera permitido y pudiera administrar el mundo a sus deseos.
El derrumbe del socialismo deja al Tercer Mundo en una trágica soledad, a las puertas de un nuevo dualismo, pero no como en la tesis clásica del dualismo estructural. Es más terrible: es la marginación después de haber sido explotado. Y esto se presenta sin esperanza, porque existe lo que alguien ha llamado «el chantaje de la única alternativa»: el capitalismo, y este es en realidad el que ha llevado a su actual condición al Tercer Mundo.
El debate sobre la burocracia está en los mismos orígenes de la revolución rusa, se puede rastrear en Rosa Luxemburgo; el mismo Lenin calificó al Estado soviético, como un Estado obrero con una deformación burocrática.
La temática fue objeto de análisis en la URSS en los años veinte y saltó al movimiento revolucionario internacional como un eco o como parte de las pugnas entre estalinistas y trotskistas; finalmente, durante más de medio siglo se hicieron estudios ensayos o se emitieron criterios sobre este fenómeno por científicos y políticos, tanto desde la izquierda como desde la derecha.
La gama de posiciones ha sido variada, desde los que planteaban una restauración capitalista en la URSS desde tiempos de Jruchov, hasta los que hablaban de un nuevo régimen de explotación. Por otra parte, el hundimiento del «socialismo real» (el término fue acuñado en la época de Breshnev) ha generado también un amplio debate y una abundante literatura aún en curso.
No es fácil responder a la pregunta de por qué cayó el socialismo real en Europa. Este es un asunto complejo y es posible que haya más de una respuesta. En consecuencia, existe una extensa bibliografía sobre el tema.
En este panorama, esta nota es una reflexión personal, sin pretensiones de originalidad, sobre el papel que desempeñó el estamento dirigente -económico y político- en el colapso de la sociedad soviética. De ahí su tono ensayístico.
Creemos que sin dejar de legitimar ninguna fuerza política que pueda hacer aportes al futuro, hay que indagar acerca de la verdadera naturaleza del llamado socialismo real, lo cual implica analizar desde un punto de vista marxista las contradicciones que condujeron a su derrumbe; y también su significado objetivo en el largo camino de la liberación de la humanidad, porque independientemente de las deformaciones de la sociedad soviética y de las manipulaciones de que hizo objeto al movimiento comunista internacional, la existencia de la URSS constituyó, en una coyuntura específica, un hecho objetivamente revolucionario para el movimiento de liberación internacional.
Bajo la premisa de aplicar el marxismo al análisis del socialismo, y sólo como una primera aproximación, hay que concluir que con independencia de la actuación de uno u otro individuo existían en la URSS clases y/o grupos sociales con determinado grado de incidencia social -interesados en el retorno del capitalismo-, que lograron presentar sus intereses como los intereses de toda la sociedad, aunque en ese propósito utilizaran inicialmente una retórica socialista.
A nuestro juicio, hay que profundizar en la anatomía de la sociedad soviética y las vinculaciones entre las relaciones de producción y los patrones de agrupamiento social, en la búsqueda de explicaciones para esta inversión del sentido de la historia que le impuso a la URSS la Revolución de Octubre. Esto exige un estudio que rebasa las posibilidades de esta nota.
Para nuestros fines, debemos apuntar que los mecanismos económicos y políticos creados durante el estalinismo están en la matriz de la transición pacífica al capitalismo en las sociedades del socialismo real.
Esos mecanismos convirtieron a la burocracia estatal y partidaria -más propiamente el estamento dirigente político y económico que fue bautizado como «nomenclatura» a partir de su encuadramiento en una nómina de cuadros- en una clase incompleta, un grupo social que sin poseer la propiedad de los medios de producción (eran propiedad estatal) usufructuaba, de hecho, un conjunto de beneficios; diferenciado del resto de la sociedad, por el poder de decisión que tenían en la administración y el control de los medios de producción.
A partir de la forma de administrar los medios de producción estatalizados, el sistema soviético permitía a la nomenclatura, dentro de ciertos límites, disponer de la propiedad de toda la sociedad para su beneficio. La posición que ocupaba en el sistema social le posibilitaba disponer de capital social, no propio, y, por ende, de trabajo social.
Es dentro de estos parámetros que puede asimilarse la burocracia soviética como un grupo social que tendía a constituirse en una especie de burguesía gerencial que administraba un capital social y se beneficiaba -legal o ilegalmente- de esa actividad. Por otro lado, los años de poder de Stalin potenciaron parte de la herencia social del zarismo, bajo nuevas formas de jerarquización y burocratización de la sociedad.
En cierto sentido el «fenómeno Stalin» se asimila a lo que puede denominarse como un zarismo socialista. Fue un fenómeno social que iba más allá de las características de un individuo; éstas influyeron, pero mucho tuvo que ver el entorno cultural social ruso (entendiendo la cultura en su sentido amplio) de siglos de imperio autocrático. De manera general este se puede caracterizar con los siguientes elementos:
-En nombre del socialismo se aceleró la modernización de una sociedad campesina mediante métodos violentos. Según el autor I. Deutcher, se utilizaron «métodos bárbaros para erradicar la barbarie».
-Se impuso una máscara atea, supuestamente científica, a una sociedad profundamente religiosa, cuyas creencias sobrevivieron en los intersticios del socialismo, mediante un sincretismo social expresado en una religiosidad popular de la actividad cotidiana.
-Se ritualizó la vida pública.
-El marxismo se codificó como un conjunto de formulaciones de tipo catequístico que sustituía el análisis social por enunciados que supuestamente lo explicaban todo y que tenían que ver más con la fe que con la ciencia.[ii]
-En cada ciencia había un cuerpo de verdades oficiales y cualquier otra opinión era condenada como una desviación o como expresión del enemigo de clase. Recuérdese los casos de Lysenko en las ciencias biológicas y de las calificaciones iniciales de seudociencia burguesa a la cibernética.
-El elemento anterior fue extendido a otros aspectos de la vida espiritual; también había un arte oficial, el realismo socialista.
-Bajo el manto de un cientificismo vulgar -había un ateísmo científico, un comunismo científico, etc.- se desarrolló una hostilidad al desarrollo científico en aquellas esferas que podían alterar la armonía del orden preestablecido. Por ejemplo, se castró el desarrollo de la sociología y se dieron otros fenómenos similares en la historia y otras ciencias sociales.
Estos procesos no inhibieron el desarrollo de la Unión Soviética. El modelo de centralización económica y política tuvo éxitos en sacar a la sociedad soviética del atraso y convertirla en una potencia mundial capaz de desempeñar el papel protagónico decisivo de la Segunda Guerra Mundial, reconstruir a la URSS sin ayuda externa en la inmediata postguerra, hacerla capaz de dominar el átomo y la técnica espacial y convertirla en una de las dos superpotencias mundiales; pero el modelo, sin embargo, no pudo encarar una nueva fase de desarrolo hacia una economía intensiva y mucho más compleja en la que el crecimiento de la productividad sobre la base de la innovación tecnológica, el ahorro de materias primas y la calidad y diversificación de la producción, desempeñaba un papel determinante.
La rigidez del plan comenzó a convertirse en un obstáculo al desarrollo en un doble sentido. Por una parte, el tránsito de una economía extensiva a una intensiva, que incorporara los logros de la revolución científico-técnica contemporánea, exigía un modelo de planificación del que formara parte un alto dominio de la información y el pronóstico, cierta flexibilidad en la toma de decisiones y la asignación de recursos, y la introducción de innovaciones. Mantener un estilo de conducción de la economía ya agotado se tradujo en la disminución de las tasas de crecimiento, desequilibrios estructurales y, al final, en el estancamiento.
En pocas palabras, la sociedad soviética se mostraba incompetente para asimilar socialmente los logros de las nuevas tecnologías y para manejar dinámicamente y con eficiencia su economía, una vez superada la fase de crecimiento extensivo. La Unión Soviética comenzó a quedarse atrás en el desarrollo científico, técnico y económico.
La solución fue importar masivamene tecnología de Occidente y vincularse más al mercado mundial, con lo cual comenzaron a desarrollarse los hilos de una nueva malla de dependencia que no sólo tenía manifestaciones económicas, sino que se traducía en actitudes sociales y políticas de determinados grupos.
Por otra parte, se abría una brecha entre la capacidad económica del sistema y las expectativas de la población.
La sociedad soviética de los setenta no era la misma que la de los años veinte y treinta. La sociedad agraria de los tiempos iniciales del experimento socialista se había convertido en una sociedad industrial con una mayor complejidad social.
El pleno empleo, la generalización de servicios sociales como la educación, la salud y la seguridad social, la incorporación masiva de la mujer al trabajo y la urbanización e industrialización, habían cambiado el perfil sociológico de la sociedad soviética.
Ya no era la tierra del mujik y el obrero semiartesanal todavía con su cordón umbilical en el campo; la sociedad tenía una composición más heterogénea con sus necesidades básicas satisfechas. Tenían un peso importante los trabajadores calificados, los técnicos y profesionales, y, por tanto, las perspectivas resultaban más complejas.
Hay cierto consenso de que hasta 1970, quizás un poco más, el nivel de vida iba en ascenso, aunque las aspiraciones de la gente, a mi juicio, no tenían que ver sólo con el consumo sino también con la participación y la movilidad social.
Ya Lenin había advertido en sus últimos trabajos sobre ciertas deformaciones del Estado Soviético y la necesidad de luchar contra ellas. Esto ha sido objeto de múltiples análisis, pero quizás sea necesario volver a ello a la luz de lo sucedido con la debacle del socialismo real.
Aquí reiteramos lo ya apuntado acerca de los procesos desarrollados durante el estalinismo, en que los integrantes del aparato de dirección económica y política se constituyeron en un estrato social diferenciado para el que gobernar y dirigir constituía una fuente de privilegios. Ese estrato, esa capa social, tenía sus propios mecanismos de reproducción y de captación de cuadros.
El Partido se convirtió en un vehículo de movilidad social, y la pertenencia a él en una fuente de privilegios para una capa de funcionarios; fuera de la nomenclatura era muy difícil el ascenso social. Añadir a esto la experiencia del terror de los años treinta, que se institucionalizó en vida de Stalin, y que, posteriormente, sin tener los matices prevaleciente en aquella época, pervivió mediante mecanismos que apartaban al pueblo de la dirección y el gobierno y mantenían formas de represión y regimentación de la vida social que contribuyeron a crear una atmósfera social y espiritual caracterizada por la privatización de los sentimientos y el descontento larvado, y acrecentar el oportunismo con su cuota de mezquindad y egoísmo.
El resultado fue primero la apatía y la despolitización, sobre la base del ritual político que el formalismo burocrático exigía, y después la aparición de tendencias no socialistas en tanto el aparato político dejaba de representar a la sociedad y se convertía en mecanismo de dominación.
La apropiación del socialismo, de su idea, de su imagen, por el estamento burocrático llevó a que en amplias capas de la población hubiera potencialmente un rechazo a lo que habían conocido como tal.
Y como este fenómeno no se daba en un mundo abstracto, sino en un contexto de competencia y de enfrentamiento con el capitalismo y de lucha ideológica con éste, frente a la realidad del socialismo real llegaba a las masas la imagen del capitalismo utópico; el mercado resolvería sus problemas, y esto era gratificado con la atractiva imagen de las vidrieras rebosantes de mercancías.
Después de 70 años de socialismo crecieron generaciones que no solo no conocieron el capitalismo como reino de la desigualdad, sino que también vivían la experiencia frustrante de una sociedad progresivamente anquilosada que no abría cauce a sus aspiraciones, tensiones y contradicciones.
Junto al fenómeno de la burocratización y el privilegio se desarrolló la corrupción, que fue una fuente adicional de desigualdad. En cierto momento comenzaron a aparecer, en distintos puntos del tejido social, una amalgama de intereses entre estamentos privilegiados de la nomenclatura y elementos que medraban de la corrupción, lo que dio lugar a la formación de redes de intereses comunes entre unos y otros, los que tenían una cuota de impunidad; todo ello contribuía a extender la desmovilización social.[iii]
El grupo dirigente fue incapaz de renovarse en relación con el movimiento de la sociedad y diseñar los mecanismos y las vías que absorbieran y neutralizaran las nuevas contradicciones del desarrollo social en función del socialismo; por el contrario, mucho elementos indican lo cierto de una esclerosis e inmovilismo que permitió que fenómenos de descontento dentro del socialismo se convirtieran en el cuestionamiento de éste como sistema.
En la medida en que a la burocracia se incorporaban generaciones de tecnócratas, el modo verticalista de conducción y administración de la sociedad ya no sólo era un instrumento de dominación sobre las otras clases sociales, sino que también se convertía en una camisa de fuerza para ella. Su vocación de realizarse como clase, en el contexto de la ideología dominante, la llevó a elaborar y proponer bajo el manto socialista, visiones socialdemócratas de la sociedad, de capitalismo regulado, que al utilizar una retórica socialista buscaba la eficiencia del sistema mediante la utilización del mercado. Luego solo quedó el mercado, y se incorporó la concepción de economía de mercado como eufemismo del capitalismo. Ese es el significado de la Perestroika, en cierto sentido la hija directa del Estalinismo.
En una sociedad con el nivel de regimentación ideológica que tenía la soviética, la posibilidad de éxito de una fórmula antisocialista crecía en la medida que se presentara con un ropaje socialista desde el poder.
En definitiva, el marxismo era un adorno para la clase dirigente, y su adhesión a él un rito exigido por el sistema para cualquier desempeño social.
Hacía tiempo que la sociedad soviética no se pensaba a sí misma más allá de las fórmulas vacías de los manuales, en la que la apología de lo existente había sustituido el análisis social.
La Perestroika fue la cristalización de tendencias que desde la década de los sesenta estuvieron presentes en la sociedad soviética y que tomaron cuerpo en sucesivas reformas económicas que buscaban, inicialmente, mediante el mercado realizar los intereses de la burocracia sin romper el sistema, hasta que encontraron su verdad: para consolidar sus intereses de clase y realizarse como tal necesitaban el capitalismo.
El retorno al capitalismo tenía la anuencia de gran parte de la burocracia: el alto porcentaje de antiguos miembros de la nomenclatura que hoy ocupan cargos de dirección, incluyendo los escalones superiores de los nuevos Estados de la Comunidad de Estados Independientes (CEI) es un indicativo de ello; y también lo es el hecho de que la discrepancia entre las fracciones, personalidades y otros factores reales de poder en las distintas Repúblicas y especialmente en Rusia no invocaron en ningún momento el socialismo, sino los ritmos o los métodos de transición al capitalismo.
Este conjunto de factores al que se ha hecho referencia, están en la matriz de la explicación del fenómeno de una contrarrevolución pacífica restauradora del capitalismo que tiene una base de masas en un país con más de setenta años de proclamar objetivos socialistas. Lo trágico no es que una fracción significativa de la burocracia proyectara su realización como clase en el reino del mercado, sino que pudiera hacer pasar sus intereses como los intereses de la sociedad, y ganar apoyo de las masas para su proyecto de restauración capitalista.
Esa dura experiencia nos lleva a la necesidad de plantearnos qué es el socialismo para nosotros: ¿Un proceso de modernización homogeneizante, cuya meta es lograr los actuales niveles de consumo de los países capitalistas industrializados, sobre la base de la propiedad estatal de los medios de producción? ¿O es otra sociedad, otro tiempo, otro vivir?
Independientemente de que existen límites naturales a la universalización de los patrones de consumo de las actuales sociedades industrializadas, yo llamo socialismo al movimiento real que supere el estado actual de cosas, y que junto a la solución de los problemas sociales del subdesarrollo -el hambre, la insalubridad, la incultura, las pésimas condiciones de vida para las mayorías- propicie la redistribución continuada de la riqueza social y promueva como ejes de un nuevo modo de vivir, la participación y la solidaridad entre los hombres.
Una civilización en cuyo centro esté el hombre como objeto y sujeto del desarrollo y cuya dimensión comience una vez satisfecha sus necesidades básicas -premisa para convertirlo en un ser humano- con un per cápita moral que se expresa en dignidad y que lo hace más pleno.
Esto puede parecer a algunos una utopía, pero también lo fueron en su tiempo las imágenes de sociedades en las que no hubiera esclavos o no hubiera plebeyos.
[i]A pesar del corto tiempo transcurrido, aparentemente constituyen un pasado remoto los acontecimientos medulares que han sentado las bases del siglo xxi: el proceso de crisis y reestructuración capitalista que ha conducido a la globalización en el ámbito económico y la debacle del socialismo real y el fin de la guerra fría que ha llevado a un Nuevo Orden Mundial.Esta nota se refiere a uno de esos procesos: la mayor tragedia del movimiento revolucionario en el siglo xx. Justamente por eso no podemos conformarnos con lo anedótico o la respuesta clisé para tranquilizar buenas conciencias y tratamos de apuntar a la necesidad de analizar la dinámica que condujo a la debacle del socialismo real en una transición negativa, un salto atrás en el sentido del progreso social de lo que se consideraba irreversible. Por eso pensamos que tiene valor su publicación.
[ii]Hay una relación entre el desenvolvimiento de la realidad social y la evolución reflexiva sobre esta. En esa dirección yo creo que la forma en que se codificó el marxismo -como un conjunto explicativo de todos los problemas que existieron, existen y existirán, a partir de unas leyes generales y eternas- se corresponden con la regimentación espiritual que requería el estalinismo y con la necesidad de legitimarse, lo que aparece como la culminación del desarrollo social.El análisis social fue sustituido por la apología de lo existente. La sociedad, a partir de esa concepción, no se pensaba a sí misma.En la práctica las ciencias sociales fueron separadas del análisis de lo concreto y relegadas a una función instrumental: predecir a posteriori y argumentar la legitimidad de lo ya decidido. El estudio de la dinámica de lo real se convirtió en cuestión de Estado y, por tanto, la posibilidad de su análisis fue reservada a instancias autorizadas por los mecanismos del poder.
En la práctica esta situación se tradujo en parálisis y estancamiento del marxismo y de las ciencias sociales. De ahí que la crisis del socialismo real obliga a recuperar el marxismo de la extraña religión en que lo convirtieron, y, por tanto, tenemos que plantearnos en qué medida la forma de sistematización en que lo conocemos tiene validez o si tenemos que volver a las indicaciones de Marx, ya conocidas, de las cuales se desprende que en un instrumento de análisis de la realidad social.
Para mí el marxismo es la ciencia del movimiento social y como tal no ha perdido vigencia; es más, creo como Sartre que todo intento de superarlo es un salto atrás.
Es también una ideología de transformación social que se vinculan al proyecto socialista y comunista. Su desarrollo ha estado ligado al desarrollo del movimiento social, al compromiso y vinculación con el cambio social. La historia del marxismo valida esto.
Dos anotaciones finales: No creo en una reflexión dirigida exclusivamente a construir o reconstruir la teoría separada de lo real social, sin vinculaciones con análisis concretos. Ni tampoco en investigaciones empíricas puntuales con fines utilitarios desvinculados del sentido de totalidad.
[iii]El auge de las mafias, su extendido dominio y la proliferación de la corrupción en las sociedades post-socialistas del este europeo y Rusia constituyen la cristalización de estos procesos, ahora, con un caldo de cultivo más adecuado.