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Acerca del homenaje a Marcelino Camacho

Fuentes: Rebelión

Los que tuvimos ocasión de convivir organizativamente los duros momentos, lo que supuso en pleno franquismo el surgimiento organizativo de Comisiones Obreras como movimiento socio-político unitario de los trabajadores, al ver el homenaje pomposo e interclasista realizado en el santuario de la democracia burguesa sentimos pena y cierta vergüenza ajena al comprobar como el institucionalismo […]

Los que tuvimos ocasión de convivir organizativamente los duros momentos, lo que supuso en pleno franquismo el surgimiento organizativo de Comisiones Obreras como movimiento socio-político unitario de los trabajadores, al ver el homenaje pomposo e interclasista realizado en el santuario de la democracia burguesa sentimos pena y cierta vergüenza ajena al comprobar como el institucionalismo burgués aprovechaba los próximos 90 años de Marcelino para instrumentalizar su figura y terminar de sepultar cualquier resquicio que quedara de aquel movimiento unitario y revolucionario que fueron las Comisiones Obreras a semejanza de aquellas organizaciones, surgidas desde abajo, que fueron la Comuna de París o el Soviet obrero en Rusia.

Nadie puede cuestionar la figura comprometida y heroica de Marcelino en aquella lucha, ante multitud de presiones nunca se doblegó, incluso cuando le costó la cárcel. La autoridad de Marcelino nadie pudo suplantarla, incluso cuando su más próximo compañero Julián Ariza, dio los primeros pasos hacia otra visión del compromiso de lucha, lo que finalmente le llevó a este a desaparecer como segundo dirigente de CC.OO.

Desgraciadamente, aunque en la Asamblea celebrada en la iglesia de Orcasitas, Comisiones Obreras se definió como un movimiento socio-político unitario de los trabajadores, Marcelino no vio ese movimiento más allá de una interpretación sindicalista. Nunca interpretó que aquel movimiento pudiera ser la futura forma organizativa alternativa de los trabajadores organizados como clase dominante. Una especie de Consejo (Soviet) obrero que acabara con la forma de dominio dictatorial franquista e incluso con su formulación «democrática» del capitalismo, que impidiera el proceso que tuvo lugar, la transición hacia el moderno capitalismo desde el franquismo, hegemonizada por la burguesía «democrática» española apoyada a su vez por el imperialismo yanqui y europeo. Siguió la consigna de Carrillo, primero la democracia, después el socialismo.

La autoridad reformista de Carrillo, después de robársela a Fernando Claudin1 y expulsarle acusado de traidor y reformista, con su ampuloso discurso «revolucionario», a su vez gracias al bajo nivel ideológico de la militancia heroica, la puso en práctica y la impuso al conjunto de la organización partidaria, y desde su influencia y control del movimiento obrero, vecinal, estudiantil e incluso intelectual, al conjunto del movimiento antifranquista y anticapitalista.

Una militancia que a pesar de ello, con su lucha organizada desde los centros de trabajo y en la calle, lucha encabezaba por Marcelino, fue capaz de poner en jaque al franquismo y al propio sistema capitalista, pero sin dar mate a la moderna forma de dominio que tras la dictadura se dotó la clase burguesa capitalista.

Carrillo fue el primer homenajeado por el orden institucional burgués instaurado tras la transición, ahora le tocaba a Marcelino, acompañado por el Fidalgo de ayer, enemigo entonces y hoy falso amigo, el verdadero amigo del presidente de la FAES, a la que asiste para dar sus charlas formativas a la disciplinada derecha, ese dirigente que se dota de una segunda mano que se forra en pocos años acumulando viviendas valoradas en dos millones de €. También vimos a Carrillo cómo desde su segunda fila de butacas levantarse y elevar su mano para estrechar la de Marcelino.

Todos estos significativos halagos de los enemigos de clase y de los aprovechados reformistas, en nada empañaron la sonrisa agradecida de Marcelino.

Pero Marcelino no estaba solo rodeado de oportunistas y enemigos de clase, a ese acto habían acudido muchos luchadores que con sus aplausos demostraban su sincera admiración por el heroísmo de Marcelino, pero tan confundidos como él, gentes que una vez acabado el teatral acto, tras el caminar cabizbajo a la salida del gran hemiciclo, la dura realidad les obligaba a tornar la sonrisa en tristeza. Aunque es muy probable que alguno, después, en su inconsecuente e intrascendente hacer sueñe sentirse realizado, ser reconocido o agasajado, sino en ese gran hemiciclo, si por lo menos en los lugares donde colabora intentando perfeccionar el «Estado de Derecho».

Ese «estado colgado del cielo» frase con la que Marx ridiculizaba a los idealistas que hacían abstracción de la base material en la que se asientan los estados, del carácter clasista que dan lugar a las diversas formas en que se organizan según la realidad material-espiritual en cada momento histórico y lugar del mundo.

1 En aquellos tiempos, responsable ideológico en la dirección del PCE.