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Acerca del libro Multitud, de Hardt y Negri (I)

Fuentes: Rebelión

A lo largo de todo el texto los autores Hardt y Negri resaltan el carácter «bío» de la política y de la economía, señalando por tal, la circunstancia che la actual actividad productiva compromete integralmente la vida de los sujetos, vale decir, dentro y fuera de los lugares y horarios de trabajo. Lo que me […]

A lo largo de todo el texto los autores Hardt y Negri resaltan el carácter «bío» de la política y de la economía, señalando por tal, la circunstancia che la actual actividad productiva compromete integralmente la vida de los sujetos, vale decir, dentro y fuera de los lugares y horarios de trabajo.

Lo que me sorprende de este empeño es la pretensión de presentar el fenómeno como cosa nueva y con ello, aparecer ellos mismos como autores de una nueva teoría, como creadores de un nuevo concepto o visión del mundo. A decir verdad, yo no le hallo alguna novedad.

En realidad, más allá del hecho de que todo lo que tenga que ver con la actividad humana es «bío» ya sea que se considere su génesis o su desarrollo a través de las innumerables relaciones o fases de procesos, el trabajo siempre ha tenido la característica de englobar al hombre por completo. Probemos a imaginar la angustia de aquellos campesinos erradicados de sus parcelas y constreñidos con la fuerza a convertirse en fuerza de trabajo para la naciente industria inglesa durante el período llamado «acumulación originaria», o la de los cesantes – si además con una familia a cargo (también la cesantía es ineluctablemente «bío»), o el cansancio físico y espiritual de los trabajadores mineros, agrícolas, fabriles, industriales, caseros, habitualmente acompañado día y noche por las frustraciones, por el miedo, por la falta de expectativas para mejorar sus condiciones socio-económicas de vida. Cierto, estas son las condiciones habituales de estas categorías de trabajadores, pero también lo son de aquellos clavados a la más moderna cadena de montaje «inmaterial» (según los autores) construida de manera reticular entre computadoras, así como también, de aquellos que gastan buena parte de las jornadas recorriendo las numerosas agencias que ofrecen trabajos temporáneos.

Obviamente, en el mundo del trabajo hay también trabajadores satisfechos por sus actividades laborales. Aquellos que ocupan lugares bien remunerados y privilegiados en la cadena o red «bío-económica» y «bío-política». Son aquellos que han tenido el privilegio de alcanzar un título universitario con el cual, aún más, permanecer en las cátedras de los santuarios del saber. Desde estos pedestales logran tener una visión panorámica de (sobre) aquella muchedumbre sistemáticamente sometida a la presión por sobrevivir; masas aturdidas y casi intoxicadas por los impactos de la propaganda consumista, por la desinformación que las desorienta, las atemoriza, las aniquila en su condición «bío» y, desde dichos atalayas privilegiados, «descubrir» como las relaciones de producción y cambio penetran tan profundamente en el alma de la gente.

Además, el carácter «bío» del «común» definido por los autores en el Prólogo, alcanza también a los miembros de las clases dominantes, englobándolos igualmente de manera completa, tanto en lo positivo, mediante las ganancias recavadas de la apropiación gratuita del plustrabajo ajeno, como de manera negativa, mediante el efecto corrosivo del miedo constante de naufragar en la concurrencia tempestuosa impuesta por el sistema controlado por ellos mismos.

Lo dicho hasta aquí para fijar una verdad que me parece fundamental, paso a poner por escrito los pasajes del libro que me han creado perplejidad y mis respectivos comentarios que, en cuanto tales, son del todo opinables. Al igual que en mi lectura-comentario del libro «Imperio» de estos mismos autores, me mueve el propósito de transmitir las opiniones de un lector común, esto es, de nivel medio, que pertenece a la «multitud» como miembro de la especie humana, pero a la clase trabajadora por llevar su existencia en los nudos productivos del sistema.

Considero que el libro merezca ser leído con el espíritu crítico necesario para reconocer su naturaleza y sus repercusiones sobre la población dedicada a la lectura de estos temas y/o comprometida en el quehacer político.

En cursivo, entre comillas dobles, reproduzco el texto original; entre < >, las palabras entre comillas o en cursivo en el original. Los subrayados y las evidenciaciones en negritas de las citaciones son mías.

«Este libro es la continuación de Imperio… y habla de la multitud, la alternativa viviente que crece en el interior del Imperio», afirman los autores en su Prólogo, y agregan:…»el orden global contemporáneo no puede más ser entendido de manera adecuada en los términos de los imperialismos practicados por los poderes de la modernidad, basados en la soberanía del estado-nación y extendidos hacia los territorios externos. En cambio, en su lugar está emergiendo una especie de , una nueva forma de soberanía capaz de incluir, en calidad de elementos primarios (o nudos), a los principales estados nacionales, a las instituciones supranacionales, las mayores empresas capitalistas y otros poderes. El poder reticular del que hablamos es y no >.

Juego de palabras, según el cual, como indicado en el diccionario Zingarelli, este «poder reticular» sería «relativo, perteneciente al emperador, al imperio», y no sería «sostenedor del imperio, coautor de la política del imperio» (¿?).

Contrariamente a la definición de «no lugar» dada por los autores a su «Imperio», en el presente libro precisan che: … «Naturalmente, no todos los poderes se equivalen en la red del Imperio – algunos estados nacionales poseen todavía un enorme poder, mientras que otros simplemente no poseen…»

Esta distinción representa ya un cierto paso adelante, dado que se hace referencia a estados nacionales, aunque no me queda claro por qué se habla de «poder», así como tampoco, qué cosa pretenden dar a entender por tal, ya que a continuación escriben: «-y sin embargo, a pesar de las desigualdades, deben cooperar para crear y mantener el orden global actual con todas sus divisiones internas e sus jerarquías».

Entiendo que «poder» significa la capacidad, la posibilidad o la facultad – adquirida por consenso o por la fuerza – para tomar decisiones con el fin de obtener beneficios propios generalmente a expensas de otros, en este caso, de aquellos países que «simplemente no poseen» poder alguno.

Encuentro que Hardt y Negri insisten en ignorar el capitalismo y su esencia. Ninguno niega la existencia de redes en el ámbito de las relaciones de producción e intercambio en el seno de la humanidad, pero se debe evidenciar con fuerza y claridad que tales relaciones corresponden a este preciso y bien definido sistema de producción; en caso contrario, uno se permite utilizar términos en su acepción general, como «cooperar», sin precisar su real connotación en el contexto concreto en el que se desenvuelve. Entre países con «enorme poder» y aquellos que en cambio son desprovistos, el «cooperar» hay que verlo únicamente como dependencia o sumisión consecuentes a la enajenación o traspaso de poderes desde estos últimos a los primeros. Es por esto que cuando algunos párrafos después los autores sostienen che «El orden global está de hecho definido por netas divisiones y por rígidas jerarquías que se desarrollan a lo largo de líneas regionales, nacionales y locales», me parece correcto precisar que tales jerarquías tienen una causa y un nombre: sistema mercantil capitalista de producción; sistema fetichista, concentrador-excluyente, basado en relaciones de fuerza, características todas, responsables de su inmanente agresividad que opera, de todas maneras, a través de los estados nacionales. Esta naturaleza, esta esencia suya, explica la afirmación de los autores según la cual «En el Imperio, el estado de guerra es inevitable y funciona como forma de dominio».

Puesto que «este libro habla de multitud, la alternativa viviente que crece en el interior del Imperio», los autores entran en la materia efectuando una detallada diferenciación conceptual entre la multitud (que el diccionario Zingarelli define como «grande cantidad de cosas» o como «numeroso conjunto de personas») y el pueblo, las masas, la clase obrera: «La multitud… es intrínsecamente múltiple. La multitud está compuesta por innumerables diferencias internas – diferencias de cultura, etnia, género y sexualidad, pero también por diferentes trabajos, diferentes estilos de vida, diferentes visiones del mundo, diferentes deseos – que jamás pueden reducirse a una unidad o a una sola identidad». Tales características, para los que han escrito el libro, no las poseen los otros conceptos.

«El desafío lanzado por el concepto de multitud es el de una multiplicidad social que está en condiciones de comunicar y de actuar en común conservando sus propias diferencias internas». «Por ultimo, hay que distinguir la multitud de la clase obrera»… «la clase obrera industrial, a pesar de que su dimensión no se haya reducido a nivel mundial, ya no ejerce más un papel hegemónico en el marco de la economía global«… «En la medida en que la multitud no tiene la identidad que posee el pueblo, ni la uniformidad que caracteriza a las masas, sus diversidades intrínsecas deben revelar lo «común» que las hace comunicar y actuar juntas»… «Nuestra comunicación, colaboración y cooperación se basan en lo común«…»En otras palabras, el mismo trabajo crea, a través de las transformaciones económicas, redes cooperativas y comunicativas en las cuales es a su vez incorporado. Cualquiera que trabaje, por ejemplo, con la información y el conocimiento – desde los trabajadores del sector agrícola que desarrollan las propiedades específicas de las semillas, hasta los programadores de Software – se enlaza con un conocimiento común que le ha sido transmitido por otros y crea, a su vez, un nuevo conocimiento común. Esto vale, de modo particular, para todos aquellos trabajos que crean proyectos inmateriales que incluyen ideas, imágenes, afectos y relaciones. Llamaremos a este nuevo modelo dominante «.

En estos pasajes que he subrayado cojo una especie de «deformación profesional» de los autores. Es evidente que se hallan influidos por sus particulares colocaciones en la filigrana reticular del sistema: en el ámbito universitario y, aun más en el académico, existe una consolidada práctica de comunicación telemática bastante productiva; incluso los trabajadores del sector agrícola que mencionan parecen ser investigadores de los laboratorios de las multinacionales de la biología molecular y de las biotecnologías, más bien que los comunes campesinos que aran la tierra y ordeñan las vacas.

La afirmación de que la clase obrera ya no ejerce más «un papel hegemónico en el marco de la economía global«, la considero una distorsión de la realidad. ¿Qué entienden por «hegemónico» en el marco de la producción mundial? A nivel «ideológico», en contraposición a la ideología burguesa, evidentemente no lo es. Sin embargo, como elemento primario o central para la creación del valor ¡sí que lo es! Basta recordar que la principal causa de las crisis capitalistas es la sobreproducción. También basta pensar en el enorme incremento de la producción global de bienes de capital y de consumo. Basta pensar, en el interior de este vasto y variado proceso, en la industria bélica, en la industria aéreo-espacial, en aquella extractiva del petróleo, del carbón, del oro, de la plata, de los minerales radioactivos; recordar la industria química, automotriz, agro-alimenticia y toda su cadena agro-zootécnica, un tiempo de gestión familiar y ahora industrial que incorpora la relación capital-fuerza de trabajo asalariado.

Menciono solamente los sectores más conocidos, a los que se deben agregar sus respectivas conexiones productivas y comerciales que, dadas las actuales dimensiones del proceso general, comienzan también a incorporar el trabajo asalariado. Y trabajo asalariado no significa otra cosa que clase obrera, proletariado. Y este proletariado es la única clase que genera valor, plusvalor, contenido en su plustrabajo no retribuido que concede involuntariamente (y quizás sin saberlo) a los que le han comprado o arrendado su fuerza de trabajo.

Respecto al «común», los autores descubren el agua caliente: nunca ha habido alguna estructura, funcionalidad u organización en la Biosfera o planeta, que pueda haber tenido lugar sin ser «común» . Ello vale indudablemente también para nuestra especie desde sus albores. Los procesos de acción, coacción y reacción – directas o indirectas – son constituyentes de todo ecosistema y a través de los cuales se desenvuelven los delicados y complejos procesos de creación-transformación y, por lo tanto, de circulación, de la materia (incluida la nuestra) gracias al flujo permanente de la energía. Materia y energía representan esencialmente la misma cosa: la materia es energía «elaborada», «estructurada», «conformada». En el ecosistema (en el que nuestra especie juega un papel principalmente dañino), cada intercambio de energía en la creación y transformación de la materia es información transmitida, siendo la misma materia, información mantenida en el espacio y en el tiempo. Y con el tiempo, este dinamismo ha promovido y promueve la diversidad, la complejidad, asegurando con éstas la vida. Si solamente se mira nuestra específica evolución, se constata que no habríamos podido llegar hasta el presente, si no hubiese existido la transmisión de información oral y por diseños entre los coetáneos y entre las generaciones.

El proceso que ha distinguido nuestra especie en la Biosfera, es el haber desarrollado las relaciones intra específicas de producción que con el correr de los siglos han adquirido diversas formas de organización. En todas ellas, siempre han existido «afectos y relaciones».

En general, en el pasaje por los diversos modos de producción se ha verificado un progresivo «afinamiento» de la propiedad privada sobre los medios de producción hasta cuando, con el advenimiento de la burguesía, tal propiedad se transformó en capital gracias a la apropiación gratuita, por primera vez en la historia, de una parte del trabajo de la fuerza de trabajo ajena comprada. A partir de aquel momento, con intensidad progresiva, el modo de producción capitalista ha transformado nuestra especie en enemiga de la naturaleza, porque el proceso íntimo de acumulación del capital en busca de la máxima ganancia, parte (y se reproduce) con el incremento en progresión geométrica del rendimiento de la productividad primaria (recursos naturales fósiles y vivientes, agricultura, zootecnia), y ello no puede prescindir de la simplificación de los ecosistemas naturales a niveles extremos, tal como lo estamos sufriendo en la actualidad.

Por consecuencia, la «producción bíopolítica» ha existido siempre. El capital mismo es un conjunto de relaciones sociales de producción e intercambios. Estas relaciones siempre han constituido una red que ha experimentado, experimenta y experimentará modificaciones de estructura, pero será siempre un sistema reticular. Esta red ha adquirido hoy una apariencia «inmaterial» gracias a la telemática, porque inmediatiza los flujos de la información en la trama reticular del sistema, pero rinde todavía más eficaz el dominio del capital sobre el trabajo, sobre todo, el asalariado, que es bien concreto.

Los ejemplos proporcionados por Hardt y Negri relativos a los trabajadores empeñados tanto en las empresas como en sus casas detrás de las computadoras, o de los teléfonos como «call centers» son todos, si bien en modos diversos, insertados en la red distribuidora o de circulación del capital, favoreciendo su reproducción.

Sucesivamente, los autores precisan lo que sigue: «Hay que recordar que este es un texto filosófico. Ofreceremos muchos ejemplos de los modos con los cuales los individuos se empeñan hoy para poner fin a la guerra y para hacer el mundo más democrático; nuestro libro no puede, sin embargo, responder a preguntas como «¿Qué hacer?», ni puede proporcionar un concreto programa de acción. Creemos que… sea necesario repensar los conceptos políticos fundamentales, como los de poder, resistencia, multitud y democracia. Antes de emprender un concreto proyecto político capaz de crear nuevas instituciones y estructuras sociales democráticas es necesario preguntarnos si estamos verdaderamente en condiciones de comprender qué cosa significa actualmente (o qué cosa podría significar)la democracia.. Nuestro objetivo de fondo es construir bases conceptuales en grado de sostener un nuevo proyecto democrático».

Esta premisa me hace volver al diccionario, donde se lee (elijo las acepciones atinentes):

Filosófico: Que concierne o interesa a la filosofía.

Filosofía: 1.- Búsqueda de un saber capaz de procurar un efectivo beneficio al hombre.

2.- La obra, el sistema, la dirección de un filósofo.

Filósofo: Que se dedica a la investigación filosófica ( o sea, de un saber capaz de procurar un efectivo beneficio para el hombre).

Entonces, si este libro es filosófico, concierne o interesará a la filosofía, por lo que efectuará una «búsqueda de un saber capaz de procurar un efectivo beneficio para el hombre», ¿con cuáles modalidades y en qué medida?

Según los autores, no podemos esperar respuestas relativas al «¿qué hacer?», ni «un concreto programa de acción». No obstante, los autores se proponen la tarea de repensar conceptos fundamentales de la vida social, poniéndose las preguntas que he subrayado, «antes de emprender un concreto proyecto político» de amplísimo respiro, dado que el objetivo que los anima «es construir bases conceptuales en grado de sostener un nuevo proyecto democrático».

Por lo tanto, contrariamente a lo que han sostenido, debería esperar sus respuestas sobre el «qué hacer», porque si realmente se trata de un libro filosófico pretendo recoger aquel «saber capaz de procurar un efectivo beneficio» para nuestra especie.

El libro se compone de tres grandes partes o capítulos: «Guerra», «Multitud» y «Democracia». El primero contiene tres sub-capítulos: «Semplicissimus», «Contra insurrección» y «Resistencia», cada uno de los cuales, con diversos subtítulos. El segundo capítulo, también posee tres sub-capítulos: «Clases peligrosas», «De Corpore» y «Huellas de la multitud», y también aquí cada uno contempla diferentes subtítulos. También el tercer capítulo se subdivide en tres partes, cada una de las cuales, con diversos subtítulos: «La larga marcha de la de la democracia», «Solicitudes globales de democracia» y «Democracia de la multitud».

Entro en el segundo en «Contra insurrección». El propósito declarado de los autores en este sub-capítulo (compuesto por los subtítulos «Nacimiento de la nueva guerra», «Revolución en la cosa militar» y «Asimetría y dominio a todo campo»), es el de analizar las contradicciones internas de la «maquina de guerra», sus modificaciones para adaptarse a las mutables exigencias del «poder soberano: reprimir los movimientos de resistencia e imponer el orden a la multitud»; y el aspecto que me parece más atractivo de este propósito es la declaración que hacen según la cual: «El examen de estas contradicciones nos permitirá elaborar un primer punto de vista o un punto de apoyo para reconocer cuáles son, en este contexto, las posibles formas de resistencia y de liberación; para descubrir, en otras palabras, como salir del estado de guerra global«.

Subrayo estas frases porque demuestran la intención de proporcionar alguna respuesta a la pregunta «¿Qué hacer?», así como también un cierto tipo de «concreto programa de acción», dos propósitos previamente negados. Espero encontrar en alguna parte o al final del libro las dilucidaciones que se han propuesto.

En el subtítulo «Nacimiento de la nueva guerra», los siguientes pasajes – debido a su ambigüedad – han atraído mi atención: «En el estado de guerra imperial, no son los estados nacionales a definir las partes en conflicto: hay nuevos actores en el campo de batalla, cuya identificación constituye una de las tareas centrales de nuestra genealogía»(¿?). «El análisis de la relación entre el aparato militar y la producción económica no debe caer en las simplificaciones que a menudo quedan bajo la etiqueta . Este término ha sido acuñado para indicar la confluencia de intereses que se verificaron en la fase imperialista (¿?) entre las mayores empresas industriales y el aparato militar y de policía del estado… Nacida en los años sesenta, la noción del se convirtió en el mítico emblema del control ejercitado por las industrias militares sobre el destino de la especie humana». «La referencia acrítica al declinado en términos populistas (a veces con olor a antisemitismo, con recursos a viejos estereotipos de y de los ) ha sido degradada a una hiper simplificación que elimina de los análisis políticos de las causas y determinaciones sociales de la guerra, un serio reconocimiento de los conflictos de clase, de las insurgencias y, hoy en día, de los movimientos de la multitud»… «Más bien que de , hoy tendríamos que empezar a hablar de un «.

¿Por qué?, ¿es que acaso dejó de ser industrial? Este largo texto lo encuentro lo bastante sinuoso como para distraer la atención de los lectores – y de aquellos que después escucharán a los lectores – del verdadero asunto: ya no más el complejo militar como producto de la relación capital-trabajo en la industria bélica y su control por parte de los poderes financieros y políticos, sino algo general, etéreo, difuso, no individuable para, en algún futuro, enfrentarlo y combatirlo.

Luego los autores retoman el tema del rol «de excepción» que se han auto asignado los Estados Unidos en la política mundial, y exprimen ideas que no dejan de provocarme perplejidad: «El análisis de las contra insurrecciones ha aclarado que el poder militar de los Estados Unidos (y, en general, la potencia estadounidense) debe transformarse en un poder reticular, debe abandonar su característica nacional para convertirse en una máquina militar imperial… Esta necesidad militar, si por un lado provoca debates entre unilateralismo y multilateralismo y los conflictos con las Naciones Unidas, por el otro trasciende estas cuestiones. La forma reticular del poder es hoy día la única que puede crear y mantener el orden».

¿Qué desean decir? Si lo publicado repetidamente por diferentes medios periodísticos más o menos especializados sobre el tema nos dicen que los Estados Unidos tienen desde hace tiempo construida su densa red de bases militares que cubre casi todos los puntos neurálgicos del mundo (más de 730 bases distribuidas en más de 50 países, según la Peace Pledge Union Information 2003, además de la red mundial de agentes y servicios de seguridad). Las fuerzas de la OTAN siempre han estado bajo la égida norteamericana, a cuya iniciativa se debió la modificación del artículo cinco de su estatuto que la ha transformado en instrumento potencialmente agresivo hacia cualquier punto del planeta.

Por otra parte, si se quiere analizar el aspecto económico-financiero, causa y finalidad del poder militar, es útil recordar que entre las 500 corporaciones transnacionales y multinacionales más grandes del mundo, el 48% pertenece a capitalistas norteamericanos, propiedad y/o control que sube al 66% entre las 50 más grandes, para subir todavía al 82% de las 20 corporaciones más grandes y alcanzar el 90% de las 10 corporaciones gigantes del mundo.

Ahora bien, sabemos que el poder militar está al servicio del poder del capital además de formar parte de éste en una proporción mayoritaria en la compleja red productiva estadounidense. Por consecuencia, ¿qué sentido tiene el mencionado auspiciado pasaje desde «nacional» a «máquina militar imperial» ?

Según los autores, los Estados Unidos estarían oscilando entre el imperialismo y el imperio en su manera de actuar en el mundo. «Por una parte, cada intervención militar y la orientación general de la política exterior son expresiones de los intereses nacionales… Por otra parte, sin embargo, implican al mismo tiempo la adopción de una lógica imperial, la que es justificada… en nombre de la humanidad en cuanto tal. La cuestión de los derechos humanos… constituye el ejemplo más importante de esta lógica imperial« (¿?). » En otros términos, no hay que juzgar la retórica humanitaria y universalista de la diplomacia y de la acción militar estadounidense como una simple máscara que esconde la lógica de los intereses nacionales. Los derechos humanos y los intereses nacionales son reales en la misma medida: dos lógicas concurrentes que motivan el mismo aparato político-militar»(¿?). «En ocasiones de algunos conflictos, como en el Kosovo, la lógica imperial humanitaria resultó dominante; en otras, como Afganistán, prevaleció una instancia imperial y nacional; en otras aún, como en Irak, las dos lógicas están inextricablemente entrelazadas. Ambas, si bien en dosis y modos diferentes, marcan todos estos conflictos».

En primer lugar, veamos la formalidad de este pasaje. Se note el utilizo calculado de los términos: se habla de «lógica imperial humanitaria», para instilar la idea de que el imperio es en cierta medida «humanitario» y que esta naturaleza suya lo habría empujado a desmembrar con la violencia la ex Yugoslavia. En cambio, se habla de simple «instancia» aunque «imperial y nacional», para referirse al horroroso impacto de la agresión bélica ha tenido sobre la población afgana. En cuanto alas actuales y cuotidianas matanzas de la población civil iraquí, ambas lógicas están «inextricablemente entrelazadas», no se pueden separar.., por lo que resulta una síntesis muy singular: la brutalidad, la deshumanidad de esta invasión armada, con sus horribles consecuencias, resulta contemporáneamente – para estos autores – ¡humanitaria!

Ahora veamos el contenido. ¿Cómo es posible colocar en un mismo plano los derechos humanos con los intereses imperialistas? ¿ A cuáles derechos humanos se hace referencia? Como nos martillean con la palabra «multitud», considero pertinente distinguir: ¿los derechos de los trabajadores del mundo, de los pobres, de la gente común?, ¿o de los capitalistas, cuya colocación en la vasta red productiva y comercial resulta aventajada por estas intervenciones militares «humanitarias» de rapiña?

(Continúa)