Saltan los autores al argumento sobre la imposibilidad de la potencia estadounidense para imponer por si sola su dominio al mundo:… «Los Estados Unidos no pueden , y Washington no puede ejercer un control monárquico sobre todo el orden global sin una colaboración de las otras potencias»… «Si, de acuerdo con la terminología tradicional, los […]
Saltan los autores al argumento sobre la imposibilidad de la potencia estadounidense para imponer por si sola su dominio al mundo:… «Los Estados Unidos no pueden
Este simbólico parangón con la época pre capitalista en la que algunos monarcas dependían de la ayuda económica de parte de sus respectivas aristocracias, más allá de hacer volar la imaginación del lector, choca con la realidad actual. La situación hoy día es la opuesta: el «monarca» aquí arrastra, no ruega. Basta recordar las proporciones descritas más arriba sobre el control norteamericano de las más potentes corporaciones transnacionales y multinacionales. Además, las guerras unilaterales desencadenadas por el poder estadounidense, han sido siempre pagadas, y lo son aún, por las aristocracias (con la calculada depreciación del dólar o el alza del precio del petróleo y los carburantes) o, todavía más, por los respectivos súbditos, esto es, nosotros (con la inflación, la cesantía, el trabajo precario).
El capital es un sistema de relaciones sociales complejo y global; su organización le consiente de reproducirse y centralizarse siempre más en pocas manos, representadas por los centros de mando que se sirven de una serie de nudos reticulares (siempre de manera jerárquica) para funcionar (no es un caso que las corporaciones transnacionales y multinacionales reproduzcan la organización verticalista del mando militar). Hasta este momento, la sala de mando pertenece a los Estados Unidos como estado-nación. Las guerras desencadenadas por él han tenido y tienen la finalidad de asegurarle su poder frente a las diferentes «aristocracias».
Las redes que los autores nos presentan como novedad, corresponden al normal proceso de expansión del sistema capitalista. En cada sociedad por acciones hay socios llamados «de mayoría» que conducen el juego.
Sucesivamente, los autores prosiguen exaltando la calidad del trabajo inmaterial, el que no puede ser ejecutado si no es «en común»… tiene «La capacidad de atraer y de transformar todos los aspectos de lo social»… che…«junto a su forma cooperativa reticular, son dos características muy potentes que el trabajo inmaterial propaga a todas las otras figuras del trabajo. Estas características nos permiten trazar un primer esbozo de la composición social de la multitud que actualmente anima los movimientos de resistencia contra el estado de guerra global permanente».
Bueno, aquí me aparece ya más nítidamente la figura del Foro Social Mundial geográficamente articulada, y si es verdad que es a ésta figura a la que se refieren Hardt y Negri, pienso que las propiedades que con tanto entusiasmo le acreditan, no han superado hasta ahora la fase de los análisis y de los diagnósticos, de las denuncias y de las rumorosas protestas, en suma.., de la declamación retórica y de los buenos propósitos.
Tanto es así, que aquí en Italia hasta el momento nadie entre los movimientos pacifistas, los partidos de izquierdas, los sindicatos, han promovido alguna huelga general o de aquellos sectores estrechamente relacionados, para presionar a la industria bélica, y tampoco la lucha por la conversión de estas industrias (excepto una sola y aislada experiencia en la provincia de Brescia). Todo ello parece ser un tabú.
Salto al segundo capítulo «Multitud», compuesto por tres sub-capítulos («Clases peligrosas», «De Corpore» y «Trazas de multitud»).
En «Clases peligrosas», subtítulo «El devenir común del trabajo», encuentro los siguientes diversos pasajes: «La multitud es un concepto de clase. Las teorías económicas sobre las clases habitualmente son constreñidas a elegir entre la unidad y la pluralidad. El polo de la unidad por lo general está asociado a Marx y a su tesis según la cual, en la sociedad capitalista existe la tendencia a la simplificación de las categorías de clase, que hace que todas las formas del trabajo tiendan a agregarse formando un sujeto único – el proletariado – en lucha con el capital».
«El polo del pluralismo es una prerrogativa de los liberales, los que insisten en la multiplicidad de las clases sociales. Ambas perspectivas son verdaderas. Es indudablemente verdadero que la sociedad capitalista se caracteriza por la división entre el capital y el trabajo – o sea, entre aquellos que disponen de la propiedad de los medios de producción y aquellos que no la poseen… Pero también es verdad que en la sociedad contemporánea hay un número indefinido de clases que no se caracterizan exclusivamente por diferencias económicas, sino por factores étnicos, geográficos, de género, por la sexualidad, etc… La clase está determinada por la lucha de clases. Naturalmente, hay una serie potencialmente infinita de razones para agrupar a los individuos en un modo más bien que en otro – el color de los cabellos, el grupo sanguíneo, etc. – pero las clases que verdaderamente cuentan están definidas por las líneas de la lucha colectiva».
Ya aquí me siento empujado a sugerir una cosa que considero muy importante: que todos los jóvenes interesados en este argumento, lean y estudien seriamente a Marx. Evitar en el entretiempo de sentirse satisfechos con las interpretaciones hechas por terceros, como en este caso, porque inevitablemente (e incluso con las mejores intenciones), representan una intermediación, vale decir, una modificación del pensamiento original, las más de las veces con carácter reductor; ejemplo de esto, lo es la «manualística sobre el marxismo» florecida durante el siglo XX y que tanto daño ha hecho a las izquierdas en el mundo.
«La clase es de verdad un concepto biopolítico, o sea, político e, al mismo tiempo, económico». Henos aquí de nuevo con el «bío», para demostrar una idea que se da por descontada: que lo político y lo económico constituyen una unidad. Todo el mundo lo sabe o lo percibe. No obstante, aquí aparece como si sin este «bío», no existiese tal unidad. Cuando han sostenido antes que «la tarea de una teoría de las clases es la de identificar las actuales condiciones de potenciales luchas colectivas y de articularlas en los términos de un proyecto político», me parece que expresan solamente un deseo, sin reconocer explícitamente la falta en las clases subalternas de una ideología propia de clase que se traduzca en un actuar político en beneficio de sus propios intereses estratégicos de clase. Además de faltar esta conciencia política de clase, las clases subalternas son oprimidas por las constricciones impuestas por la relación de producción del sistema. Sus luchas, casi siempre fragmentarias, están dirigidas a evitar la expulsión de la mencionada relación laboral o, en el mejor de los casos, por mejorar sus condiciones dentro de ella.
En seguida, los autores se lanzan contra el concepto de clase obrera, considerándola doblemente excluyente: hacia aquellos que trabajan fuera del sector industrial, y hacia aquellos que no trabajan, agregando conclusiones verdaderamente sorprendentes: «La exclusión de la clase obrera de las otras formas del trabajo se funda en la convicción (¿?) de que hay diferencias substanciales, por ejemplo, entre el trabajo del hombre y la actividad reproductiva de la mujer, entre el trabajo industrial y el trabajo campesino, entre los ocupados y los cesantes, y en fin, entre quien trabaja y los pobres» (¿?). Este pasaje me produce la imagen de las habituales discusiones de los parroquianos alrededor de una mesa en el bar. Me hubiese esperado, en cambio, que los autores digieran que las clases surgen y se instauran como resultado de las relaciones de producción mercantil, y que la clase obrera no sólo es la criatura de la clase de los capitalistas, indispensable por lo tanto, para la reproducción del capital, sino que es su potencial antitesis organizada y cohesionada en los establecimientos productivos. Digo «potencial», porque requiere la acción consciente de los sujetos proletarios para concretizarse, condición ésta, sistemáticamente descuidada por la «manualística» de izquierdas, y silenciada también en el presente libro donde los autores se limitan a reportar – poniéndola en dudas – la declaración según la cual la clase obrera, en cuanto «clase productiva bajo el comando directo del capital, es el único sujeto que puede luchar eficazmente contra el capital, las otras clases de los explotados pueden también luchar contra el capital, pero siempre bajo la dirección de la clase obrera. Que este presupuesto haya sido verdadero en el pasado, queda el hecho de que el concepto de multitud lo niega radicalmente. El concepto de multitud es incompatible con cualquiera prioridad política entre las formas del trabajo: hoy todas las formas del trabajo son socialmente productivas puesto que producen en común y comparten un potencial común para resistir el dominio del capital».
¿Cómo es posible una generalización tan banal? Aquí estamos frente a la reiteración del descubrimiento del agua caliente, primero, porque todo sistema (palabra que hasta ahora no ha aparecido en el texto) es un conjunto orgánico (en el sentido de ser organizado, con su estructura y su dinámica) constituido por singularidades diversas. Pero la ciencia nos enseña que esta diversidad tan útil para asegurar la estabilidad de un sistema, ejerza este rol a través de la interacción de otros tantos diferentes factores que no actúan todos del mismo modo ni con igual fuerza. Surge, por ende, la necesidad de individuar aquellos que ejercen un papel predominante en la verificación de una determinada circunstancia o al instaurarse una bien definida característica.
En este sistema mercantil capitalista de producción, en el que nuestra especie vive en su casi totalidad, los científicos sociales que se auto-definen «de izquierda radical», deberían individuar cuáles sean los factores principales del sistema, cuyas acciones, coacciones y contradicciones, determinan su existencia. En este sentido, bien venga la ampliación del concepto de proletario a todos-aquellos-que-viven-del-trabajo, sin olvidar, eso sí, que hasta prueba contraria, la única fuente de origen del capital es la fuerza de trabajo asalariada de las actividades extractivas, de la agricultura y de la manufacturera e industrial – lugares y funciones donde es creado el valor contenido en el producto obtenido o elaborado gracias al plustrabajo no remunerado a la mencionada fuerza de trabajo. Por lo tanto, el concepto de «trabajo productivo» debe ser definido en este específico sentido. Todos los otros trabajos del «secundario» y del «terciario» participan únicamente en la circulación de las mercaderías y del capital bajo sus diversas formas (y tienen, obviamente, este tipo de utilidad): los dependientes del comercio y de los «call-centers», por ejemplo, no crean plusvalor, solamente lo transfieren; los empleados de varios niveles en la industria, no producen plusvalor aun cuando efectúan «plustrabajo» (horas extraordinarias), porque sus salarios (llamados sueldos), están incorporados en el plustrabajo robado por el capitalista al obrero. El así llamado «valor agregado» referido al aporte cualificado en la innovación por los profesionales y técnicos (dibujantes, ingenieros, etc.) permanece solamente eso: ideas, dibujos, pedazos de papel, si no interviene la clase obrera para transformarlos en productos concretos, transfiriéndoles el valor de su trabajo y el plusvalor de su plustrabajo.
En segundo lugar, se debe aclarar que bajo el mando del capital está toda la sociedad, todas las clases, inclusa la capitalista, la que es tal – si bien de manera muy consciente (a diferencia de los trabajadores) -, únicamente si se empeña en reproducir el capital. Esto es útil entenderlo, porque no siempre los conflictos en el mundo del trabajo se deben a «maldad» de los patrones, categoría moral que hay que excluir taxativamente del imaginario colectivo. Las crisis en las fábricas que ponen en peligro los puestos de trabajo tienen por causas incompetencias humanas en su administración, o falta de fuerzas suficientes para soportar la competitividad y/o intereses de clase cuyo flujo va por otras partes. En otras palabras, si la actividad productiva no encuentra salida comercial apta para la acumulación del capital, incluida la ganancia para el capitalista, la empresa simplemente reduce su «peso» despidiendo o, en el caso extremo, quebrando. Esta es la dinámica al orden del día en el sistema, y la clase obrera lo debe entender para ponerse a sí misma como alternativa, única forma de iniciar su recorrido emancipador.
Comparto la constatación sobre la transformación de buena parte del trabajo asalariado a tiempo indeterminado en formas de flexibilidad témporo-espacial con diverso grado de intensidad. Sin embargo, se debe aclarar que ello es la consecuencia de una fase precisa del desarrollo del sistema capitalista; se debe enseñar a los posesores de la fuerza de trabajo que el fenómeno tiene su origen en la concurrencia mercantil entre los capitalistas, por lo que será muy difícil que la situación vuelva atrás. Por consecuencia, si se percibe esta concurrencia como debilidad de la clase dominante, se podrán abatir trabas mentales que constriñen a adoptar posiciones defensivas, y pasar en cambio a la ofensiva tratando de encontrar el modo para contrastar la condición de precariedad de la actual flexibilidad y movilidad, creando de manera efectiva, la red del trabajo flexible y móvil que asegure los recorridos laborales, por ejemplo, por categorías, contratando fondos de trabajo solidarios, por comunas, provincias, regiones y, ¿por qué no?, nacionales, de manera que la fuerza de trabajo flexible y móvil se convierta en una verdadera clase, por ende, ya no más en condiciones de precariedad. Es obvio que se necesita que la administración de esta red sea controlada por los trabajadores mismos mediante representaciones sindicales de nuevo tipo y con la ayuda de los partidos de izquierda «alternativa» y que no sea en conflicto con la clase trabajadora regularmente asumida de manera permanente. Todo esto me parece un objetivo político irrenunciable.
Algunas páginas después, encuentro una breve afirmación insertada en el tema del trabajo del campesino: «… los agricultores siempre han hecho uso del saber, de la inteligencia y de la innovación, esto es, de los factores específicos del trabajo inmaterial», que, junto a tantas otras repartidas por todo el libro, me da la neta impresión de una búsqueda compulsiva de cualquiera motivación para imponer «la inmaterialidad» y la «bío, ecc., ecc.», como algo nuevo, de original contribución al pensamiento «postmoderno». Esta breve cita concentra una obviedad en un sector de la actividad humana, mientras en cambio se manifiesta en todas las actividades desarrolladas por el hombre, dado que tales características el hombre las posee, las ha puesto en juego a lo largo de toda su evolución, y con repercusiones propulsoras.
Respecto a la inmaterialidad propuesta por los autores, se afirma: «En líneas generales, la hegemonía del trabajo inmaterial tiende a transformar la organización de la producción, haciéndola pasar desde las relaciones lineales de la cadena de montaje, a un número indeterminado e in línea de principio indefinible de relaciones moleculares distribuidas por la red». Y sin embargo, en cada corporación biotecnológica se aplica el principio de la producción capitalista a la cadena constituida, en este caso, por los laboratorios distribuidos en diferentes lugares geográficos. El flujo de la información está contenido en los diferentes proyectos de trabajo, y lo que aparece a los autores como número «indeterminado» e «indefinible» de «relaciones moleculares» en la red, tienen en cambio límites bien concretos, estructuras igualmente delimitadas y modelos organizativos basados en la eficiencia y el rendimiento impuestos desde el alto o desde el centro de dirección. ¡Por favor: no edulcorar una realidad productora que es despiadada con sus propios dependientes cuando los objetivos encuentran dificultad para ser alcanzados! Un solo ejemplo: cuando Monsanto, transnacional estadounidense productora de la hormona bovina del crecimiento quiso introducirla en el mercado europeo, embarcó en la empresa a miles de personas, que se quedaron sucesivamente en la calle cuando la casa norteamericana cerró batientes al verse rechazada su petición por la Comisión científico-técnica para emplear su producto en la estimulación de la producción de leche de las vacas del viejo continente. Ejemplos de este tipo, abundan en el mundo.
En el sub-título «Riqueza de los pobres (¡o nosotros somos los pobres!)» leo con serena y bien dispuesta atención que «En términos económicos, los pobres a menudo han sido considerados por los marxistas y otros como un
¿Cómo no voy a estar de acuerdo con este pasaje? Es una lúcida descripción de lo que ha sucedido y está sucediendo ahora en el mundo. Hoy, el ejército industrial de reserva se ha internacionalizado y de manera progresiva se está estandardizando mediante las migraciones de masa provocadas por la centralización del capital.
Y.., sin embargo, los autores llegan a esta sorprendente conclusión: «Prescindiendo de la validez de esta lógica en el pasado, hoy es seguramente equivocado considerar que los pobres o el Sur global constituyan un ejército industrial de reserva. En primer lugar, no hay algún
¿Cómo no me va a provocar perplejidad este pasaje? Contiene afirmaciones que no guardan relación lógica con la descripción misma que hace.
Por lo que se puede recabar de las noticias proporcionadas por la prensa nacional e internacional, así como también de los noticieros televisivos y otros episódicos programas monotemáticos, las industrias no han desaparecido y la producción de mercaderías por el tejido industrial nacional y sobre todo internacional, ha crecido considerablemente. Por lo tanto, se puede razonablemente afirmar que los proletarios de fábrica existen, trabajan probablemente menos en la cadena, pero sí en circuitos sectoriales que, de todas maneras, «los compactan». Si se les «mira» en su conjunto, nuestro idioma nos consiente – siempre razonablemente – definirlos como un «ejército». Las nuevas formas relacionales entre el capital y las fuerzas de trabajo asalariado móviles e flexibles, no cambian su esencia. Los ocupados, aunque precarios, serán siempre ocupados durante el período contractual, mientras que los desocupados continuarán siendo la mano de obra de reserva hasta cuando no lograrán vender, aunque temporáneamente (arrendar), su fuerza de trabajo.
Ahora, si dirijo mi atención a los procesos migratorios de masa, que tienen habitualmente una dinámica ondulante, capto que sus flujos han sido y siguen siendo en un único sentido: desde las zonas deprimidas por el colonialismo, que denomino «ecosistema simple», hacia las áreas industrializadas de nuestro mundo desarrollado, que llamo «ecosistema complejo». Si me concentro en nuestro país, veo que desde hace algunos años se ha convertido en el lugar predilecto de arribo de la red de negocios encargada del tráfico internacional de la fuerza de trabajo.
Siempre por medio de los mas media cojo las noticias que me dicen alguna cosa en relación a la cantidad de sujetos que han llegado y distribuidos, así como el tipo de inserción experimentada por ellos. Obviamente, nada se nos dice acerca de la masa qua ha sido rápidamente incorporada en el sector «sumergido», pero algo aprendemos sobre la inserción prioritaria en el tejido artesanal e industrial (donde, naturalmente, serán «compactados»). Algunos son colocados en el sector de los servicios y, excepcionalmente, otros se convierten en pequeños empresarios.
Con todo, no me parece correcto reducir el concepto «ejército industrial de reserva» simplemente a la condición de «compactación», y me sorprende que los autores identifiquen la clase obrera únicamente como el «conglomerado humano unitario y compacto» al interior de una fábrica fordista (como la que nos muestra Chaplin en «Tiempos modernos»), y no la conciban como la parte indisoluble de la relación de trabajo que le ha dado origen, por lo que la «compactación» es relativa sólo a la condición en la cual dicha fuerza es comprada y utilizada como fuerza de trabajo por la clase capitalista, independientemente de la forma material (temporal o permanente, dentro o fuera de la fábrica) en la cual dicha relación se ejecute.
Pero, mi perplejidad persiste cuando leo «… non hay más alguna
Me pregunto si estarán bromeando. La desocupación, al menos en nuestras sociedades de la abundancia, no significa que los individuos mencionados deben por fuerza quedar inactivos permanentes, en espera de la muerte por sed o por hambre. Se dice que la necesidad agudiza la inteligencia; en realidad, lo hace desencadenando el instinto de conservación. Muchos pasan a engrosar las filas del mercado sumergido, del ilegal e, incluso, de la mala vida. Recuerdo bien cuando algunos lustros atrás la televisión nos mostró una aguerrida manifestación de «multitud» en el Sur del país en defensa de la mafia, porque ofrecía puestos de trabajo, asumía fuerza de trabajo como cualquier otro capitalista (¡sic!). Desgraciadamente, los hay otros obligados a efectuar trabajos de todo tipo recibiendo en cambio un salario en natura (un pedazo de pan o un plato de lentejas) y, por ende, según los autores «participan activamente en la producción social».
En seguida los autores derivan su discurso hacia los pobres del Sur del mundo y los aborígenes de las junglas naturales en las cuales predomina la biodiversidad, permitiéndose por este motivo de clasificarlos «extraordinariamente ricos y productivos», alabando sus existencias en equilibrio con dicha biodiversidad y la sabiduría para tratarla. Incluso, se permiten afirmar que la «poseen» los pobres, dicha biodiversidad (¡!), callando la depredación sistemática que de tal biodiversidad están haciendo desde hace años las corporaciones multinacionales, poniendo en serio peligro equilibrios esenciales de la Biosfera pero, sobre todo, empujando etnias locales completas hacia la extinción. Más «dulcemente», ha actuado nuestro Benetton en la Patagonia argentina, al transformar enteras poblaciones campesinas en asalariados agrícolas adventicios, de manera similar a lo acaecido durante el período de la «acumulación originaria» del capital que se verificó en Inglaterra para proporcionar mano de obra a la naciente burguesía manufacturera.