Después de finalizar sus estudios de posgrado en el Instituto de Lógica Matemática y Fundamentos de la Ciencia de la Universidad de Münster en Westfalia (Alemania, entonces RFA), su decidido y arriesgado compromiso antifranquista en el partido de los comunistas, duramente perseguido y golpeado por el fascismo en aquellos años, llevó al entonces profesor no […]
Después de finalizar sus estudios de posgrado en el Instituto de Lógica Matemática y Fundamentos de la Ciencia de la Universidad de Münster en Westfalia (Alemania, entonces RFA), su decidido y arriesgado compromiso antifranquista en el partido de los comunistas, duramente perseguido y golpeado por el fascismo en aquellos años, llevó al entonces profesor no numerario Manuel Sacristán (1925-1985) a formar parte, a impulsar y organizar el movimiento universitario que empezaba a manifestar por aquel entonces, mediados de los años cincuenta del siglo pasado, su decidida voluntad democrática en Barcelona (y en otras ciudades españolas), en duras y difíciles circunstancias. Amigos suyos, como el lógico, filósofo, matemático y trabajador sindical Miguel Sánchez Mazas, ya entonces exiliado, habían puesto sus importantes granitos de arena en las luchas de los universitarios madrileños.
Algunos años después, principios de los sesenta, el joven estudiante palentino Francisco Fernández Buey (1943-2012) llegaba a la ciudad de Teresa Pàmies y Montserrat Roig para cursar estudios de Filosofía en la Universidad de Barcelona. En muy poco tiempo se convirtió en uno de los estudiantes más activos en las movilizaciones universitarias. Uno y otro, profesor perseguido y alumno comprometido, ambos represaliados, confluyeron en la formación del SDEUB, el Sindicato Democrático de Estudiantes de la Universidad de Barcelona. Varios de los textos que aquí recogemos dan información y reflexionan sobre este importante movimiento social alternativo antifascista.
Del ya entonces profesor expulsado de la universidad por motivos políticos es el «Manifiesto por una Universidad Democrática»[1], uno de sus textos clásicos y penetrantes (no ha perdido fuerza ni incluso vigencia), y Francisco Fernández Buey es autor de uno de los ensayos más interesantes que se han escrito sobre la universidad en estos últimos años en nuestro país: Por una universidad democrática, el último de sus libros publicados en vida. En sentida y sensata opinión del que sería profesor de la Facultad de Humanidades de la UPF, la mayoría de los universitarios de aquel entonces no aspiraban a la comunión de los santos, «sino sólo a unir fuerzas (lo que en aquellas condiciones ya era cosa difícil) en favor de una universidad y una sociedad democráticas en la que se superaran las barreras de todo tipo (autoritarias y clasistas) entonces existentes». Algunas, bastantes de estas barreras, no han sido aún superadas. El movimiento sigue en pie; los motivos para la revuelta continúan. La lucha contra el plan Bolonia también fue un aldabonazo.
Militantes ambos del PSUC, el perseguido partido de los comunistas catalanes, fuertemente vinculado al PCE, el universitario fue el primer movimiento social, democrático y transformador que los aproximó y en el que colaboraron juntos en muchos momentos [2]. Artículos, notas y papeles clandestinos, anónimos en su mayor parte, perdidos muchos de ellos, y también acciones y movilizaciones (y, por supuesto, persecuciones policiales, detenciones y castigos) lo corroboran. A este movimiento transformador, de manera más o menos ininterrumpida y siempre desde una perspectiva crítica (reparemos, por ejemplo, en la conferencia de Sacristán de 1969 aquí incluida), estuvieron vinculados prácticamente hasta el final de sus días, hasta 1985, en el caso del editor, traductor y anotador de la Antología de Gramsci, hasta 2012, en el caso del autor de Leyendo a Gramsci.
Pero no fue éste, siendo muy importante y constante en sus trayectorias políticas y biográficas, el único movimiento social democrático y alternativo en el que ambos participaron. Hubieron otros. El principal, sin ningún atisbo de duda, el movimiento obrero. Ambos construyeron sólidos puentes de unión entre ambos movimientos. También hasta el final de sus ideas y yendo contra corriente (y en minoría de dos o de pocos más) en algunos momentos.
Dos años después de la fundación del SDEUB, un intento de renovación democrática desde las propias instancias del partido comunista, un movimiento de transformación y renovación que contó con el apoyo explícito y entusiasta de sectores amplios de la ciudadanía checoslovaca fue absurda y duramente reprimido. La primavera de Praga y la invasión militar de agosto de 1968, la irresponsable y abyecta aniquilación por parte de las tropas del Pacto de Varsovia (con la oposición de Rumanía) de uno de los intentos de renovación democrática y rectificación más importantes de la historia del comunismo del siglo XX supuso para ellos un momento de no retorno, de decidida ruptura político-ideológica con unas prácticas inadmisibles y unas teorías encubridoras, pero no con las finalidades comunistas renovadas de emancipación de la tradición ni con el cultivo de un marxismo sin ismos ni dogmas.
» Tal vez porque yo, a diferencia de lo que dices de ti,» escribía Sacristán a su compañero de lucha en las filas del PSUC Xavier Folch cuatro días de la invasión, «no esperaba los acontecimientos, la palabra «indignación» me dice poco». El asunto le parecía lo más grave ocurrido en mucho tiempo «tanto por su significación hacia el futuro cuanto por la que tiene respecto de cosas pasadas». Por lo que hacía al futuro, le parecía «síntoma de incapacidad de aprender»; por lo que hacía al pasado, representaba la «confirmación de las peores hipótesis acerca de esa gentuza, confirmación de las hipótesis que siempre me resistí a considerar». La cosa en suma, añadía, le parecía «no final de acto, sino ya final de tragedia».
El autor de «La universidad y la división del trabajo» extrajo las consecuencias de lo sucedido. «Veremos cosas peores» señaló un año después en una entrevista para Cuadernos para el diálogo. También lo hizo su discípulo y compañero que siempre tuvo muy presentes esas palabras y esa entrevista. Era necesaria una urgente y extensa renovación del ideario y las prácticas de una tradición obrera y popular, una fuerte rectificación que no renunciase a las grandes finalidades, a las grandes esperanzas de un movimiento internacionalista de emancipación social y de clase.
Irrumpieron entonces, poco a poco, un conjunto de reflexiones y escritos (también de prácticas), una parte sustantiva de los cuales están incorporados a este volumen, que intentaron acercarse, comprender, construir y alentar en la medida de sus fuerzas, que no fueron pocas, los intentos de renovación del movimiento obrero y los colectivos críticos alternativos que empezaban a irrumpir en nuestro país, conocidos entonces como «los nuevos movimientos sociales»: el ecologismo, el movimiento antinuclear, el pacifismo, el antimilitarismo y el feminismo principalmente. Fueron influyentes (lo siguen siendo incluso actualmente) y, por supuesto, discutidas y comentadas, las aportaciones de ambos a estas nuevas temáticas no muy cultivadas inicialmente (y desconsideradas, mal conocidas e incluso menospreciados en algunos casos) por las izquierdas españolas en aquellos años, los primeros setenta del pasado siglo.
Pero, tanto en un caso como en otro, no fue tan sólo, siendo importante, la reflexión teórica, el pensar con su propia cabeza, lo que marcó de manera singular su intervención en estos nuevos ámbitos. Tanto Sacristán como Fernández Buey fueron activistas (militantes se decía entonces) del movimiento antinuclear, del movimiento antiotánico, pacifista y antimilitarista, del movimiento ecologista, todos ellos movimientos críticos que en su caso trataron de vincular y enlazar con el entonces muy activo movimiento obrero organizado. Los trabajadores y trabajadoras, la clase obrera, también debían ser sujetos activos en las nuevas luchas, en los nuevos horizontes y problemáticas que estaban abriendo estos nuevos movimientos emancipadores. Igualmente, por supuesto, en movimientos que irrumpieron posteriormente: insumisión, altermundismo, lucha por una vivienda digna, etc.
Tras algunas muestras de estas nuevas preocupaciones políticas en la colección «Hipótesis», que ambos codirigieron para Grijalbo (y en la Jove Guàrdia, el órgano de expresión de las Juventudes Comunistas, en el caso de Sacristán), Materiales fue la revista en la que publicaron sus primeros escritos sobre estas temáticas, influenciados en algunos casos por las tesis eco-comunistas (que discutieron abiertamente en lo que respecta a sus nudos autoritarios) del filósofo alemán Wolfgang Harich. Pero fue sobre todo en mientras tanto, la revista que tanto uno como otro más hicieron suya, donde se publicaron sus textos más recordados y valorados, algunos de los cuales también hemos incorporados a este libro.
En noviembre de 1979, en el editorial del primer número de esta revista de nombre hermosamente lorquiano, un texto escrito por Sacristán tras un profunda y fructífera discusión colectiva, una reflexión muy citada y reconocido también por Fernández Buey, podía leerse que e l mal momento de la cultura socialista tenía una consecuencia de particular importancia: «la incapacidad de renovar la perspectiva de revolución social». Precisamente porque la crisis de la civilización capitalista era ya entonces radical, la falta de una perspectiva socialista transformadora facilitaba «la reconstitución de la hegemonía cultural burguesa al final de un siglo que asistió por dos veces a su resquebrajamiento por causa de las guerras mundiales que desencadenó».
Lo que era crisis de la economía y la sociedad capitalistas, proseguía el editorial, se veía, superficialmente, «como desastre de la forma más reciente de ese sistema social, su gestión keynesiana y socialdemócrata». De hecho, la identificación de la gestión socialdemócrata del capitalismo con el socialismo facilitaba un rebrote ideológico capitalista «a veces financiado discretamente por alguna gran compañía transnacional». Sin réplica material ni ideal de un movimiento obrero del que ya entonces se señalaba que sus organizaciones mayoritarias estaban muy identificadas «con muchos valores capitalistas como lo está la parte de las clases trabajadoras a la que representan», las clases dominantes pasaban a «una ofensiva llena de confianza (y no meramente represiva) que nadie habría previsto hace diez años».
La ofensiva, descrita con deslumbrante lucidez leída 40 años después, arrancaba de la esfera de la producción material «con una política económica de sobreexplotación y un programa de fragmentación y atomización de la clase obrera en nuevos dispositivos industriales», se articulaba en el plano político con éxitos perceptibles, «el más importante de los cuales, la despolitización, se está logrando con la colaboración tal vez involuntaria, pero, en todo caso, torpe hasta el suicidio, de las organizaciones obreras», se arropaba con el florecimiento de una «apología directa e indirecta del dominio, la explotación y la desigualdad social por parte de intelectuales que vuelven a hacerse con una orgullosa autoconsciencia de casta», término este ya usado por los colaboradores de mientras tanto en aquellos lejanos años, «y tiende a eternizarse mediante una «solución» final de las luchas sociales, a saber, el incipiente aparato represivo de nuevo tipo justificado por el gigantismo del crecimiento indefinido (cuya manifestación más conocida, pero en absoluto única, son las centrales nucleares) e instrumentado por los ordenadores centrales de los servicios policíacos de información».
Con esas hipótesis, también descriptivas de nuestro hoy, el colectivo de la revista intentaba entender la situación y orientarse en su estudio. El paisaje que dibujaban, lo admitían, era oscuro, muy oscuro. En el editorial del nº 1 de Materiales habían escrito que sentían «cierta perplejidad ante las nuevas contradicciones de la realidad reciente». Aunque convencidos de que las contraposiciones entonces aludidas se habían agudizado, ahora se sentían «un poco menos perplejos (lo que no quiere decir más optimistas)» respecto de la tarea que habría que proponerse, «para que tras esta noche oscura de la crisis de una civilización despuntara una humanidad más justa en una Tierra habitable, en vez de un inmenso rebaño de atontados ruidosos en un estercolero químico, farmacéutico y radiactivo». La tarea, que no se podía cumplir con agitada veleidad irracionalista y mucho menos anticientífica, «sino, por el contrario, teniendo racionalmente sosegada la casa de la izquierda», consistía en renovar la alianza ochocentista del movimiento obrero con la ciencia autocrítica, un principio central, esencial, que tanto Sacristán como Fernández Buey defendieron siempre con denuedo, sin caer a un tiempo en ningún tipo de cientificismo, sabedores ambos de los límites gnoseológicos del hacer científico y de los intentos de la civilización del Capital de ubicar la ciencia a sus pies y al servicios de sus intereses insaciables. Ciencia con consciencia y conciencia.
Los viejos aliados tendrían dificultades para reconocerse, los dos habían cambiado mucho: la ciencia, por una parte, «porque desde la sonada declaración de Emil Du Bois Reymond -ignoramus et ignorabimus, ignoramos e ignoraremos-, lleva ya asimilado un siglo de autocrítica (aunque los científicos y técnicos siervos del estado atómico y los lamentables progresistas de izquierda obnubilados por la pésima tradición de Dietzgen y Materialismo y Empiriocriticismo no parezcan saber nada de ello)»; el movimiento obrero, por otra parte, porque los que vivían por sus manos y sus cerebros eran ya entonces «una humanidad de complicada composición y articulación».
El inmensa trabajo a realizar se podía ver de varios modos, según el lugar desde el que se la emprendiera. Consistía, por ejemplo, en conseguir «que los movimientos ecologistas, que se cuentan entre los portadores de la ciencia autocrítica de este fin de siglo, se doten de capacidad revolucionaria». Consistía también, por otro lado, «en que los movimientos feministas, llegando a la principal consecuencia de la dimensión específicamente, universalmente humana de su contenido, decidan fundir su potencia emancipadora con la de las demás fuerzas de libertad». O consistía en que las organizaciones revolucionarias clásicas, los sindicatos y partidos obreros, comprendieran que «su capacidad de trabajar por una humanidad justa y libre» tenía que depurarse y confirmarse a través de la autocrítica del viejo conocimiento social «que informó su nacimiento, pero no para renunciar a su inspiración revolucionaria, perdiéndose en el triste ejército socialdemócrata» sino para reconocer que ellos mismos, los que vivían por sus manos, habían estado demasiado deslumbrados «por los ricos, por los descreadores de la Tierra».
Todas esas cosas se tenían que decir muy en serio. La risa, señalaban, venía luego, cuando se comparaba la tarea necesaria con las fuerzas disponibles. Las suyas alcanzaban, de entrada, para editar la revista. Quienes de verdad tenían la palabra eran «los movimientos potencialmente transformadores, desde las franjas revolucionarias del movimiento obrero tradicional hasta las nuevas comunidades amigas de la Tierra». Sólo cuando unas y otras coincidieran en una nueva alianza, abierta y dialogante, superadora de dificultades, se abriría una perspectiva esperanzadora [3].
Este fue, sucintamente descrito, el eje político-filosófico central de ambos a partir de finales de los años setenta, principios de los ochenta. No es en absoluto casual que la última intervención pública de Sacristán, recogida en el libro, fuera una conferencia impartida en Gijón, en julio 1985, un mes y medio antes de su fallecimiento, sobre los nuevos movimientos sociales (feminismo, pacifismo y ecologismo en este caso). Tampoco lo es que uno de los últimos escritos de su amigo y compañero fuera sobre el movimiento ecologista decrecentista.
La antorcha, ya transportada con su amigo desde hacía años, fue mantenida, como decíamos, por Francisco Fernández Buey, que habló, teorizó y fue activo en esos movimientos sociales y en otros posteriores. Desde el movimiento de los objetores de conciencia y de los insumisos (él mismo lo fue en temas fiscales), pasando por los movimientos vecinales, el movimiento de movimientos, los movimientos por una vivienda digna, hasta llegar a los compases iniciales de las PAH y del 15M, sin olvidar, por supuesto, su apoyo y participación en las luchas y movilizaciones del movimiento universitario contra el plan Bolonia y en las intervenciones alternativas del movimiento obrero [4]. Varios libros y artículos suyos, escritos desde las entrañas de esos movimientos, están dedicados a estas temáticas. Cabe recordar aquí, entre otros, Redes que dan libertad. Introducción a los nuevos movimientos sociales (escrito al alimón con su amigo y compañero Jorge Riechmann); Ni tribunos. Ideas y materiales para un programa eco-socialista (también con Jorge Riechmann); Poliética y Guía para una globalización alternativa. Otro mundo es posible.
Tampoco es de ningún modo casual que una de las últimas intervenciones públicas del autor de Albert Einstein. Ciencia y consciencia fuera sobre el 15M (también recogida en el libro) y que su última acción política, ya enfermo y después del fallecimiento de su esposa y compañera Neus Porta, fuera en la Plaza Cataluña de Barcelona, en los actos en recuerdo de la II República que se celebraron el 14 de abril de 2012, al lado de su hermana Charo Fernández Buey.
El libro que el lector/a tiene en sus manos es una selección (que deja textos en archivos), un conjunto de artículos y reflexiones, conjeturas e hipótesis sobre movimientos sociales críticos, democráticos y transformadores de los autores de Sobre Marx y marxismo y Marx (sin ismos).
Nuestro criterio principal ha sido incorporar los escritos que consideramos imprescindibles sumados a los probablemente menos conocidos. Hemos especial énfasis en sus últimas aportaciones.
Cada texto incorpora una breve presentación. Nuestras notas están señaladas como NE, «Notas de los Editores». Las más extensas están situadas al final de cada apartado para no dificultar la lectura del cuerpo principal del escrito. Están indicadas del siguiente modo: NC(n), «Nota Complementaria 1» por ejemplo.
Óscar Carpintero, Jorge Riechmann, Iñaki Vázquez Álvarez, Mercedes Iglesias Serrano, Jordi Torrent Bestit, Daniel López Martínez, Guillermo Lusa, Javier Aguilera y Paula Veciana Botet, nos han ayudado y acompañado en nuestro trabajo. De los errores, sólo nosotros somos responsables; los aciertos, si existieran, deben ser compartidos.
Nos gustaría dedicar nuestro trabajo a la memoria de estos dos grandes filósofos , a la memoria de estos dos grandes maestros de ciudadanos y estudiantes universitarios, y a la de amigos activistas en movimientos sociales críticos que nos han dejado estos últimos años (Ramón Fernández Durán, Ladislao Martínez, Toni Domènech,..) conscientes de que no podemos dejar nuestro futuro, ni nuestro presente, en manos de los descreadores de la Tierra, de los acumuladores de una inmensa riqueza y de su contrapartida: ámbitos insoportables, a veces desconocidos y ocultados, de extema pobreza, sufrimiento, explotación salvaje, xenofobia, alta precariedad, marginación social, falta de apoyo mutuo, esclavismo y mucha desesperación. También de muerte.
Notas:
(1) Puede verse ahora en S. López Arnal (ed), Universidad y democracia. La lucha estudiantil contra el franquismo, Vilassar de Dalt (Barcelona), El Viejo Topo, 2017, pp. 157-173.
(2) Ninguno de los dos ignoró, por supuesto, la existencia de movimientos sociales nada alternativos, muy conservadores, fuertemente contrarrevolucionarios en algunos casos. Los ejemplos han abundando estos últimos. Ucrania y Venezuela son dos ejemplos conocidos.
(3) Para una interesante aproximación, desde una óptica, no muy alejada de los autores, Albert Recio Andreu, «Movimientos sociales y representación política: una historia de desamor» http://www.mientrastanto.org/boletin-167/notas/movimientos-sociales-y-representacion-politica-una-historia-de-desamor . Un peligro, señalado por Recio, que seguramente también ellos hubieran denunciado: «Una movilización no es una alternativa. Como recordaba hace unos días Leo Panitch en un sugerente artículo (» El partido de la revolución «, Sin Permiso, 6-3-2018), las revueltas han sido constantes a lo largo de la historia; lo novedoso fue que estas revueltas, casi siempre derrotadas, dieran lugar a organizaciones estables de masas a finales del siglo XIX». Una movilización se produce, recuerda Recio, cuando hay un estado de ánimo favorable; ese estado puede construirse de muchas formas. Cuando se aplicaron los recortes en Catalunya, «hubo movilizaciones en zonas ajenas al Área Metropolitana, especialmente en algunos pueblos que experimentaron el traumático cierre de parte de su centro de asistencia primaria. Pero la indignación y la movilización desaparecieron cuando las propuestas independentistas, bien arraigadas en la base de estas poblaciones, desviaron las energías hacia una cuestión completamente diferente». De la misma forma, prosigue, «no podía pasarse por alto el papel jugado por diversos medios de comunicación en los días previos al 8-M (lo que en nada desmerece su éxito) o el impacto del asesinato masivo de Parkland en la generación del imponente movimiento juvenil norteamericano a favor de la regulación de armas».
(4) Tampoco esta reflexión de Albert Recio, del artículo citado anteriormente, les sería ajena: «Las movilizaciones a menudo son reactivas. Requieren de un escenario adecuado pero difícil de sostener en el tiempo. Lo explicó hace años Albert O. Hirschman en su inestimable Salida, voz y lealtad. Y lo son porque quiebran la vida cotidiana, hecha de rutinas y obligaciones». La transformación de las movilizaciones en un movimiento depende en gran medida, en opinión del autor que compartimos, «de la capacidad de integrar en la vida cotidiana de la gente actividades de participación social. Cualquiera que haya participado activamente en cualquier organización, no solo política, puede reconocer este hecho». Esta transformación, concluye Recio, «solo es posible si se generan canales y mecanismos de organización social que facilitan este tránsito. Mi experiencia vital es que en todas las organizaciones hay un reducido grupo de entusiastas que cargan con el peso del trabajo, pero su capacidad de penetración social depende de que estén rodeados de un continuo social receptivo y capaz de activarse ante retos concretos».
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