Diez años después de la mayor crisis que ha afectado a Europa, la Unión Europea, a partir de agosto de 2017, la ha dado por zanjada. Los datos que avalan esta aseveración son los siguientes: El sistema bancario muestra solidez actualmente, el crecimiento del PIB parece consolidado después de 5 años consecutivos al alza, lo […]
Diez años después de la mayor crisis que ha afectado a Europa, la Unión Europea, a partir de agosto de 2017, la ha dado por zanjada. Los datos que avalan esta aseveración son los siguientes: El sistema bancario muestra solidez actualmente, el crecimiento del PIB parece consolidado después de 5 años consecutivos al alza, lo hace a un ritmo del 2,2 % en el conjunto de la UE, cada uno de los países que integran la Unión tiene un crecimiento sostenido, excluyendo a Grecia y, salvo tres países, entre ellos España, los demás tienen el déficit controlado, por debajo del 3 %.
Hay, sin embargo, algunos autores que ponen en tela de juicio el excesivo optimismo de la UE. Basan sus análisis no solo en que las cifras de paro y endeudamiento continúan siendo asignaturas pendientes, sino en que no se han corregido los desequilibrios de la economía mundial que la provocaron o, más radicalmente, en que el crecimiento, tanto de la economía como de la población, está chocando con los límites naturales.
Objeciones desde distintas perspectivas económicas
Así, por ejemplo, desde la perspectiva postkeynesiana (1), se arguye que la causa profunda de la crisis no fue la burbuja inmobiliaria, sino el aumento de la desigualdad tras la rotura del Pacto Social que se estableció entre Capital y Trabajo una vez finalizada la Segunda Guerra mundial y que permitió desarrollar el Estado de Bienestar. La liquidación de este Pacto, culminada por Reagan y Thatcher a lo largo de la década de los 80, provocó una disminución de los salarios y del poder adquisitivo de las familias que llevó a un desequilibrio entre la oferta y la demanda, lo que produjo una situación de subconsumo y, como contrapartida, de sobreproducción, con la consiguiente disminución de la inversión productiva, de los salarios y el aumento del paro y la recesión. Para evitar la crisis, los bancos centrales animaron a la banca privada a que abriera el crédito a familias y empresas. De esta manera, el endeudamiento retrasó la crisis maquillando la enorme brecha de desigualdad que se estaba abriendo en todos los países, hasta que estalló la burbuja inmobiliaria y, con ella, la Crisis financiera, en 2007.
Si para los economistas postkeynesianos, la burbuja de la deuda se produjo como consecuencia de los bajos salarios que se implantaron por el egoísmo miope de los empresarios al romper el Pacto Social, desde un enfoque marxista, la causa es más profunda: es la tendencia al descenso de la tasa de beneficio de las empresas. Esta es la razón de la rotura del Pacto social por parte de los empresarios, del auge del neoliberalismo para tratar de restablecerla y del endeudamiento de empresas y trabajadores para mantener la inversión productiva y el poder adquisitivo, respectivamente.
Pero incluso, desde una perspectiva neoliberal, hay autores que dudan que hayan desaparecido las causas que originaron la Crisis financiera. Así, Schwartz y Butler (2), creen que la burbuja de deuda se formó por la irresponsabilidad de las entidades financieras, propiciada por los gobiernos, en la concesión de crédito fácil para la adquisición de viviendas. Rallo (3) apunta a que esta ausencia de control por parte de los estados se asienta en la estructura institucional que liga a bancos privados con bancos centrales. Los bancos privados adquieren deuda de los bancos centrales a corto plazo con un tipo de interés bajo e invierten concediendo hipotecas, préstamos a empresas, etc., a largo plazo, con el tipo de interés más elevado. Este negocio es muy lucrativo para los bancos. Según este enfoque neoliberal, ha sido la «mano visible» de los gobiernos, es decir, el estímulo inducido por ellos sobre las entidades financieras para otorgar crédito, el que ha despistado a la «mano invisible» de los mercados, perturbando su capacidad autorreguladora. Mientras esta estructura institucional que liga a las entidades financieras con los bancos centrales no se modifique persistirán los desequilibrios financieros.
Resumiendo, aunque las medidas adoptadas de estímulo monetario (Quantitative easing), primero en EE.UU. y más tarde en la UE, han salvado a la banca a costa de endeudar a los estados y de aumentar la desigualdad, para los políticos que nos gobiernan la crisis ha concluido dado que el crecimiento, aunque tímido, parece haberse estabilizado en la UE y otros países centrales. Algunos economistas de distintas tendencias no ven el panorama tan optimista; la razón estriba en no se han erradicado las causas que originaron la crisis. Tampoco lo es para la mayoría de los ciudadanos, al menos de los españoles. Una encuesta de Gallup realizada posteriormente al anuncio de la UE (4) revela que los españoles muestran gran pesimismo en la confianza de encontrar un trabajo.
Hay otro enfoque, sin embargo, mucho más realista que sostiene que esta crisis pasada no es sino el preludio de un colapso que ya ha comenzado.
Análisis desde una perspectiva ecosocialista
Ninguna de las anteriores perspectivas económicas reconoce explícitamente el sencillo hecho de la dependencia de las sociedades humanas de los ecosistemas, por lo tanto, ninguna de ellas puede considerarse una teoría sistémica. Salvo la corriente ecológica del marxismo, todas ellas, incluida la economía verde, comparten la idea de que la naturaleza es simplemente un reservorio de recursos y un receptor de residuos y no un sistema necesario para el sostenimiento de la vida y de cualquier forma de economía humana; en otras palabras, en todas ellas prevalece el crecimiento económico sobre la sostenibilidad ecológica.
El paradigma neoclásico nació tras un reduccionismo de la economía clásica que la desvirtuó y alejó del mundo natural (5). Por eso, la economía capitalista no es ni sistémica ni realista. Mientras la escala de la economía se encontraba alejada de los límites naturales, la economía capitalista podía considerarse realista, pero a medida que nos acercamos a ellos, la evidencia científica muestra el error de este presupuesto que la desvincula del mundo físico. Ese alejamiento de la realidad física también produce una especie de «ceguera» intelectual. Por ejemplo, ciertos estudios (6) basados en indicadores como la tasa de desnutrición, el saneamiento, la esperanza de vida, etc. certifican, según Rallo, que «el mundo lleva varias décadas experimentando un progreso nunca visto» gracias al capitalismo global, progreso que ha culminado en «2017 que fue el mejor año de la historia de la humanidad pero 2018 será todavía mejor«. Realizar afirmaciones sin analizar los procesos dinámicos que acarrea esta expansión económica, equivale a seguir con la fiesta mientras el titanic está a punto de chocar con el iceberg. Esta ceguera es contagiosa, como en la novela de Saramago. A pesar de los datos científicos cada vez más abrumadores, la mayoría de la ciudadanía, abducida por el consumismo, es presa de la idea metafísica del progreso entendido como un crecimiento ilimitado y cree que la tecnología y la política sabrán resolver los problemas ecológicos, económicos y sociales.
Una teoría ecosocialista, además de sistémica, es interdisciplinar y por ello compleja y multifactorial. Trabaja con variables que corresponden a diferentes campos de conocimiento: economía, ecología, termodinámica y sociología, principalmente y puede recibir aportaciones desde distintos enfoques económicos.
Nuestro análisis de la situación económica no puede separarse de las transformaciones que está sufriendo la ecosfera. Se fundamenta en tres tendencias que afectan a la economía capitalista, dos de las cuáles, la tendencia a la caída de la tasa de ganancia y la tendencia a la inestabilidad financiera, han sido protagonistas de crisis pasadas, pero a partir de la Crisis Financiera y de la Gran Recesión del 2007-2008, una tercera, la tendencia al declive de los recursos naturales (y, en general, al cambio global), ha entrado en escena y es la que va a tomar el protagonismo en el futuro. Estas tendencias y su interacción afectan negativamente a la economía capitalista y niegan el optimismo reinante acerca de la superación de esta crisis.
La tendencia a la caída de la tasa de ganancia
Se trata de la ley enunciada por Marx. Según este pensador, lo que buscan los empresarios es obtener beneficios. Esto lo consiguen de varias maneras, pero las más importantes son dos: aumentando la tasa de plusvalía jugando con el monto salarial y el tiempo de trabajo, o/y aumentando la productividad de cada trabajador. Normalmente, ambos objetivos se obtienen con una medida, cambiar trabajadores por máquinas; en otras palabras, la introducción de nuevas tecnologías permite reducir la plantilla de trabajadores y el monto salarial y, al mismo tiempo, aumentar la productividad, o sea, la cantidad de producto por unidad de tiempo que obtiene cada trabajador y la empresa en su conjunto.
Pero lo que supone un éxito para una empresa, al poder marcar precios más competitivos en el mercado que las demás, es nocivo para el sistema capitalista. Enseguida, las demás empresas replicarán el nuevo sistema de organización y las tecnologías incorporadas. A medida que se van generalizando estas innovaciones en la red empresarial, el precio del producto tiende a disminuir en el mercado debido a la competencia entablada y, por lo tanto, la tasa de ganancia tiende a menguar en el conjunto empresarial, lo que acaba desencadenando una crisis económica por sobreproducción.
La ley de Marx no es una ley física. Se puede contrarrestar la tendencia al declive de la tasa de beneficio de varias maneras, aunque ninguna de estas medidas puede impedir que siga declinando y produzca tarde o temprano una crisis. Por ejemplo, la fractura del Pacto social, a la que hemos hecho referencia anteriormente, fue producto de un cambio de legislación que degradó el salario de los trabajadores para aumentar la tasa de beneficio empresarial. Ello tuvo como efectos la contracción del consumo y la reducción de la producción, lo que hubiera desatado una crisis de no ser por el acceso al crédito que se facilitó a empresas y familias. Otra forma de mejorar la tasa de ganancia del empresariado es sufrir la propia crisis económica, aunque siempre se prefiere retrasarla por la conflictividad social que genera. La crisis crea condiciones de supervivencia para mucha gente por el aumento del paro y la reducción de los salarios, pero para otras personas es una oportunidad de enriquecerse. En el contexto de una crisis económica, muchas empresas quiebran; así se eliminan competidores dejando un espacio en el mercado para oxigenar las empresas resistentes y elevar su tasa de ganancia. Todavía es mucho más evidente la creación de condiciones de supervivencia en las guerras.
Según Roberts, la ley de Marx tiene dificultades para ser contrastada empíricamente a escala mundial (7). A pesar de ello, se han realizado estudios empíricos y, si los datos son correctos, se puede establecer que hay una relación entre la caída de la tasa de ganancia y las crisis económicas. En este sentido, cabe diferenciar cuatro grandes etapas desde mediados del siglo XX hasta el inicio de la crisis actual (8): la edad de oro del capitalismo keynesiano con tasas de beneficios de más del 30%, un período posterior de casi 20 años afectado por crisis sucesivas donde se reduce esta tasa al 19%, la recuperación de la tasa de ganancia en el periodo neoliberal hasta el 21% y, a partir de 1996, la entrada en otra época de crisis con la Gran Recesión como colofón, en 2008, donde la tasa de ganancia descendió hasta el 17%.
La tendencia a la inestabilidad financiera
Minsky formula, en 1976, una teoría para explicar el endeudamiento y el comportamiento de las entidades financieras: la hipótesis de la inestabilidad financiera (9). En la etapa inicial, después de una crisis, las entidades financieras se muestran cautelosas a la hora de conceder préstamos; estos son de pequeña o mediana cuantía y el prestatario no tiene problemas en devolver tanto los intereses como el préstamo. En la etapa siguiente, en la medida en que regresa la bonanza económica, los bancos relajan las condiciones de crédito, asumen más riesgo y ofrecen préstamos de mayor cuantía de los que sólo el prestatario puede atender al pago de los intereses pero no del principal de la deuda. En la última etapa, los bancos se animan a prestar abundantes cantidades de dinero y el prestatario no puede hacer frente ni siquiera a los intereses. En la medida que las entidades financieras se alejan de la primera etapa, abandonan el equilibrio y se adentran en la inestabilidad debido a la competencia hasta que sobreviene la crisis. Esta teoría explicaría el carácter cíclico de las crisis financieras, dado que es la propia estabilidad la que acaba generando la inestabilidad. No olvidemos que mientras funciona esta política, los bancos reciben gran cantidad de dinero puesto que el prestatario ha de devolver el principal más los intereses de la deuda. Además, los bancos confían en que los estados saldrán en su ayuda porque son «demasiado grandes para dejarlos caer«.
La interacción entre ambas tendencias
Comparemos la tendencia al declive de la tasa de ganancia y la tendencia hacia la inestabilidad financiera. Ambas tienen un carácter cíclico y se producen a causa del intento de maximizar beneficios en situación de competencia. Mientras el declive de la tasa de ganancia se explica por el aumento de la productividad y/o de la plusvalía, lo cual, al generalizarse, lleva a la caída de precios, a un descenso de la ganancia y a crisis de sobreproducción, la inestabilidad financiera lo hace porque las condiciones para facilitar crédito después de una crisis se van relajando a medida que la recuperación y el crecimiento se restablecen, dado que, en competencia, los bancos se animan a obtener más ganancia, produciéndose una sobreacumulación de capital hasta la formación de burbujas insostenibles. Dependiendo de qué tipo de capital, el financiero o el productivo, domine en cada momento histórico, tendrá mayor o menor protagonismo en el desencadenamiento de las crisis. No obstante, gracias a la realimentación entre ambos sectores, ninguno de ellos podrá evitar el contagio mutuo y ambos quedarán afectados.
Desde el fin de la Gran Depresión del 29 hasta la década de los años 80 del siglo pasado, el capitalismo industrial ha dominado sobre el financiero. El capitalismo financiero ha cumplido un papel fundamental apoyando al industrial. Pero en la actualidad esta visión de la relación entre ambos resulta ingenua. La tasa de ganancia sufrió una caída en esa década y al término de la misma comenzó la revolución neoliberal que acabó quebrando el Pacto social y socavando el Estado de Bienestar.
A medida que el modelo neoliberal y el sector financiero se asentaban, los estados pusieron como objetivo rebajar la inflación con la excusa de que la economía se recalentaba y desequilibraba. Así, a través de un aumento de las tasas de interés, en lugar de la inflación se instauró la deflación. Las consecuencias de esta situación ya se han especificado anteriormente. La disminución del poder adquisitivo de la clase trabajadora llevó a un declive del consumo y a una sobreproducción en las empresas que tuvo consecuencias negativas en la inversión productiva. Con el fin de evitar la crisis se estimuló el endeudamiento de empresas y familias hasta que estalló la burbuja inmobiliaria y luego la Crisis financiera. Según Hudson, el fuerte endeudamiento ha implantado una situación de deflación por deuda, proporcionando al sistema financiero una ventaja sobre el productivo al vampirizar parte de los beneficios de las empresas mediante los intereses de la deuda (10).
La debilidad del sector productivo ha provocado que el capital financiero busque otros filones de beneficios desviando inversiones hacia actividades improductivas como los negocios de seguros y la adquisición de bienes raíces que, junto a los intereses de la deuda del sector productivo, le aseguran unas rentas anuales sin riesgo alguno (11). También obtiene grandes ganancias especulando en los mercados de activos y de derivados financieros.
Consecuentemente, este dominio sobre el sistema productivo se traduce además en que el principal actor de las crisis en esta época ya no es el sistema productivo con sus crisis de sobreproducción, sino el sistema financiero con los desequilibrios provocados por la formación y explosión de burbujas, como la ocurrida en la crisis de 2007-2008.
La tendencia al declive de los recursos naturales, la crisis y el estancamiento
En este contexto de deflación por deuda tiene lugar la Crisis financiera cuyo inicio puede ser explicado de manera diferente a la versión más aceptada. La versión más extendida de la explosión de la burbuja inmobiliaria que desató la Crisis financiera sostiene que la Reserva Federal de EEUU (Fed), alarmada por el aumento de la inflación provocada por el negocio inmobiliario, intentó controlarla subiendo el tipo de interés a partir de 2005 (12). Entonces el riesgo «se hizo carne» provocando millones de impagos de los particulares que habían adquirido las hipotecas subprime, lo que consumó la explosión de la burbuja financiera en 2007, que se extendió a las economías de los países centrales. El grifo del crédito se cerró afectando tanto a la economía productiva como al consumo familiar, lo que se tradujo en la Gran Recesión (2008-2009). Una vez atenuada la crisis, se ha extendido a lo largo de un periodo con bajas tasas de crecimiento, denominado Estancamiento secular (2010 -2017).
La versión alternativa está fundamentada en el estancamiento de la producción de petróleo convencional. En 2002, se produce un hecho importante. Por primera vez, la producción máxima de crudo fue inferior a la demanda. Gracias a que se disponía de una capacidad excedente de reserva, se pudo evitar una crisis económica en aquel momento, aunque ello no impidió que el precio del petróleo comenzara a subir por el empuje de la demanda y del agotamiento en dos años de esta capacidad excedente.
En 2005 tiene lugar el Pico del petróleo (Peak Oil), es decir, se alcanza la máxima extracción de petróleo convencional en unas condiciones muy inferiores de capacidad excedentaria. El petróleo es una mercancía muy especial porque es la que permite fabricar y transportar la gran mayoría de las mercancías. El precio del petróleo se disparó y provocó inflación. Para controlar dicha inflación, la Fed aumentó los intereses de la deuda a partir de 2005. Tres años después, el golpe no se pudo evitar. Comenzaron los impagos de las hipotecas subprime que se extendieron por las entidades financieras. Lo demás es sabido, la desconfianza entre los bancos provocó el cierre del flujo de crédito que afectó a muchas empresas y particulares desatando la Gran Recesión.
La teoría del Peak Oil puede explicar mejor que la anterior que la inflación alcanzara a todo el tejido económico y que la crisis afectara más a los países consumidores que a los productores.
De hecho, inicialmente, a los países productores les favoreció este acontecimiento, pues un precio elevado significa más entrada de divisas. Pero en una economía global es imposible evitar el contagio. La recesión produjo una disminución de la demanda de petróleo en los países importadores (en España ha sido aproximadamente de un 20%) que arrastró el precio a la baja a niveles del siglo pasado, hasta algo más de 30 dólares el barril. Con estos precios, los países importadores dispusieron de unas circunstancias favorables para salir de la crisis. Sin embargo, la situación deflacionaria que atravesaban imposibilitó que estos países se recuperaran con rapidez y entraron en una etapa de estancamiento.
En estas condiciones, las empresas son reticentes a invertir porque están apalancadas y lo primero que atienden es a hacer frente a las deudas, mientras que los consumidores son también remisos a pedir crédito para consumir. El capital financiero prefiere jugar con el dinero y «vivir y crecer de rentas» antes que destinarlo a la inversión productiva. Por el contrario, para los países productores el contexto ha sido contrario a sus intereses. Los precios bajos del petróleo destruyen la oferta, reducen sus arcas anualmente y muchos de ellos han entrado en recesión o han tenido problemas económicos (Brasil, Venezuela, Rusia, Arabia Saudita, etc.).
Esta secuencia de crisis en países importadores y exportadores de petróleo a causa de la destrucción alternante de la demanda y de la oferta es lo que Turiel ha denominado la espiral (13). Pero esta espiral es cada vez más compleja porque las interacciones entre países también lo son: los países exportadores van cayendo uno a uno en el grupo de los importadores, hay un aumento de las tendencias proteccionistas, se producen conflictos bélicos por los recursos, los mecanismos mundiales de control de conflictos son muchas veces ignorados por algunas de las grandes potencias, etc. Todo ello se manifiesta en una volatilidad del precio del petróleo cada vez más extrema.
Por otra parte, los precios bajos del petróleo no sólo afectan a la economía de los países productores. Las empresas petrolíferas también se resienten, llevando a muchas de ellas a la quiebra y a otras a disminuir o retirarse del negocio petrolero y a desinvertir en exploración y desarrollo de nuevos yacimientos. Es el caso del banco central noruego que desaconseja al gobierno la inversión del fondo soberano en la industria del petróleo y de gas (14). Estas dificultades son especialmente visibles en los yacimientos no convencionales, como los de esquistos y pizarras, en los que se emplea el fracking, de arenas asfálticas o de petróleos de aguas profundas.
El fin del crecimiento
No será por no haber sido anunciado con anticipación que el fin del crecimiento nos sorprenda desarmados; el estudio de los Límites del crecimiento de 1972 por los autores del Club de Roma y sus posteriores actualizaciones en 1992 y 2004 ya predecían las dificultades a las que se tendría que enfrentar la civilización industrial, a partir del primer tercio del siglo XXI.
En un contexto de recursos menguantes, los procesos productivos comenzarán a declinar y el endeudamiento se cortocircuitará. El endeudamiento es un sistema que proporciona recursos al presente sustrayéndolos del futuro. De esta manera, retrasa la llegada de la crisis proporcionando liquidez a las empresas que quieren invertir y producir, así como capacidad adquisitiva a las familias para el consumo. Sin embargo, en la situación de choque con los límites de los recursos naturales en la que nos encontramos, el futuro del crecimiento es inviable. El mecanismo de la deuda se vuelve inoperante, es un mal negocio tanto para el acreedor como para el deudor. Fueron los Odum (15) quienes se percataron de que la circulación del dinero que se emplea en actividades productivas tiene un sentido inverso a la de los recursos naturales. Por eso, estos constituyen el primer eslabón de todas las cadenas productivas y el último aval del proceso productivo financiado. ¿Qué banco se aprestaría a financiar la explotación de un yacimiento mineral de baja ley y situado a gran profundidad? ¿Qué empresa correría el riesgo de endeudarse para explotar tal yacimiento? No es de extrañar que el sector financiero prefiera invertir el capital en la economía de casino antes de embarcarse en negocios ruinosos.
Junto a la extrema volatilidad de los precios, éste es el mecanismo económico por el que empiezan a hacerse evidentes los límites físicos, tanto de energía como de materiales. La razón es que el declive geológico aumenta los costes e impide que la capacidad de crédito pueda crecer indefinidamente (16). Con los recursos naturales en declive entramos de lleno en la era del decrecimiento impuesto por la naturaleza.
La mutación del capitalismo financiero hacia operaciones especulativas y rentistas que le permite obtener más beneficios que apoyando a la economía productiva puede ser considerada una preadaptación (17) a un mundo con recursos naturales menguantes. Para el capital financiero esta transformación constituye toda una innovación: se enriquece con ganancias ficticias, fruto de la especulación y las rentas y, en cualquier momento, las puede transformar en bienes reales. No obstante, esta operación tiene un recorrido limitado porque el mundo físico está en declive y, por lo tanto, como señala Prieto (18), también la posibilidad de convertir el capital ficticio en capital real.
La otra fuente de problemas que tiene el capitalismo y nuestra civilización y que también amenaza con impedir el crecimiento es la derivada de la contaminación y la expansión destructiva de la humanidad. Aunque el problema más grave es el deterioro de la red de la vida del planeta debido a la extinción de especies, nos referiremos al de mayor actualidad, el cambio climático.
Algunos autores se han preguntado por qué los medios de comunicación hacen una diferencia tan ostentosa a favor de la difusión del cambio climático frente a la del problema del pico petrolero. La razón estriba en que, siendo el problema del cambio climático mucho más grave que el del pico del petróleo para el futuro de la humanidad, e incluso de la propia especie, no lo es, sin embargo, para el capitalismo. Mientras el Peak Oil y, en general, el declive de la Tasa de Retorno Energético (19) son hechos que, a corto plazo, apuntan de lleno al corazón mismo del capitalismo, el cambio climático es a corto y medio plazo compatible con el capitalismo, aunque cada vez en menor medida. El cambio climático produce riesgos que, como los huracanes y ciclones, destruyen infraestructuras y causan pérdidas de vidas humanas. La reparación de las infraestructuras se traduce en un incremento del PIB, al menos en los países ricos. No obstante, otros riesgos, como la sequía que padecemos y la erosión de suelos, tienen consecuencias tanto sociales como económicas que reducen el PIB.
Desde hace años, los científicos están advirtiendo de los enormes riesgos de llegar a un punto de no retorno (20), pero la máquina económica continúa creciendo. El público registra el cambio climático como un conjunto de anécdotas locales o nacionales que las mujeres y hombres del tiempo se encargan de difundir. Los medios de comunicación transmiten la idea de que la responsabilidad queda repartida alícuotamente y que cada persona puede poner su granito de arena para luchar contra el cambio climático. Nada de esto impedirá que la catástrofe climática tenga lugar. Sólo lo puede hacer un acuerdo internacional decrecentista y vinculante que descarte en breve plazo el uso de combustibles fósiles; el único que tenemos, el de París, no lo es y EE.UU., el estado históricamente más contaminante, se acaba de descolgar del mismo sin que nación alguna proponga sanciones económicas a este país.
En vía de colapso
Desde la visión ecosocial, ni las medidas neoliberales ni postkeynesianas contribuirían a solucionar el principal problema al que nos enfrentamos, la crisis ecológica. Tampoco las revoluciones marxistas lo harían si se mantuviera el crecimiento. Un mayor crecimiento aunque fuera con un reparto más justo de la riqueza conseguido mediante medidas reformistas o revolucionarias, significaría un paso más hacia el abismo.
Estamos entrando en colapso por un sobrepasamiento de las capacidades del planeta y ya es demasiado tarde para tomar medidas que puedan enderezar el rumbo de colisión de la civilización industrial contra los límites planetarios, aunque no para sortear sus efectos más preocupantes. El cambio que nos espera es de un calibre semejante al de las grandes transiciones del pasado que dieron paso de la etapa cazadora recolectora a la de la civilización neolítica y de ésta a la era industrial. La diferencia es que en estas transiciones la disponibilidad de energía aumentó significativamente en cada una ellas, mientras que en la actual sucederá lo contrario; la disponibilidad de energía se reducirá en varias veces la que se consume actualmente en los países desarrollados (21). Tal reducción vendrá acompañada de una pérdida de complejidad de las sociedades futuras y de un descenso demográfico importante, hasta llegar a sociedades de un tamaño demográfico y económico compatible con las capacidades de los ecosistemas.
Si el destino del capitalismo es la especulación, la obtención de rentas y la adquisición de infraestructuras, servicios y funciones del estado, el discurso ideológico y la legitimidad vía democrática del neoliberalismo no se pueden mantener. La máxima del capitalismo, según la cual la suma de las acciones individuales egoístas en busca del máximo beneficio tiene como colofón el incremento de riqueza y bienestar de la sociedad, se revelará falsa, en la medida en que el PIB, reflejo de la riqueza de la sociedad, comience a declinar y la desigualdad llegue a extremos todavía más astronómicos. Es de una importancia decisiva para el destino de la humanidad proponer una alternativa ecológica, igualitaria y democrática al neoliberalismo, con el fin de desmontar el disfraz del nuevo capitalismo rentista y especulador, parásito de empresas y estados, y evitar que pueda imponer una política de sálvese quien pueda favorable al 1%.
Referencias y notas
(1) Navarro, V., Torres, J., y Garzón, A. Hay alternativas. Ed. Sequitur. Madrid. 2011
(2) Citados en Tapia, J.A. y Astarita, R. La gran Recesión y el capitalismo del siglo XXI. Ed. Los libros La Catarata. Madrid. 2011
(3) Rallo, J. R. La gran lección no aprendida de la crisis económica. El Confidencial. 14-8-2017. https://blogs.elconfidencial.
(4) Equipo Intención de Voto. ¿Hemos salido de la crisis? La mayoría no lo percibe así. El Confidencial. 25-8-2017. https://blogs.elconfidencial.
(5) Naredo, J.M. La economía en evolución. Ed. Siglo XXI. Madrid. 1987
(6) Rallo, J.R. Diez gráficos que muestran que el mundo progresa imparablemente. El Confidencial, 29-12-2017. https://blogs.elconfidencial.
(7) Roberts, M. Hacia una tasa de ganancia mundial, una vez más. Sin Permiso. 16-9-2017 http://www.sinpermiso.info/
(8) Roberts, M. La teoría marxista de las crisis económicas en el capitalismo. Sin Permiso. 7-1-2016 http://www.sinpermiso.info/
(9) Minsky. H.P. La hipótesis de la inestabilidad financiera. Revista de Economía Crítica nº 9. 2010 http://revistaeconomiacritica.
(10) Hudson, M. Las previsiones de Marx y la paradoja de la industrialización financiarizada. Sin Permiso. 29-11-2015 http://www.sinpermiso.info/
(11) Hudson, M. Cómo los banqueros se convirtieron en los mayores explotadores. Entrevista. Sin Permiso 29-3-2017 http://www.sinpermiso.info/
(12) Skidelsky, R. Citado por Vallejo, L. E. Crisis financiera: génesis y repercusiones. Apuntes del CENES. Volumen XXIX, nº 49
(13) Turiel, A. La espiral. 2-10-2014 http://crashoil.blogspot.com.
(14) Mora, V. El superfondo del petróleo de Noruega se recomienda a sí mismo no invertir más en petroleras y gasistas. 16-11-2017 http://www.bolsamania.com/
(15) Odum, H.T. y Odum, E.C. Hombre y naturaleza. Bases energéticas. Ed. Omega. Barcelona. 1981
(16) Blog Knownuthing. Deuda y petróleo: los límites al crecimiento. 5-2-2015 https://www.rankia.com/blog/
(17) Preadaptación: estructura que aparece en una población que es más funcional en otro medio que en el actual. Por ejemplo, el bipedismo ya está presente en los chimpancés y se supone que en nuestros antepasados primates de la selva, pero fue mucho más versátil en los homínidos que se aventuraron a vivir en la sabana: disponían de más visibilidad y de las manos libres para utilizarlas de otras maneras diferentes a caminar o trepar.
(18) Prieto, P. Colapso energético y financiero: algo más que una crisis «NINJA». http://www.tlaxcala.es/upload/
(19) La Tasa de Retorno Energético o TRE es la relación entre la energía obtenida y la utilizada para obtenerla.
(20) Ripple, W.J. et al. Advertencia de la Comunidad Científica Mundial a la Humanidad: Segundo aviso. Viento Sur. 20-11-2017. http://vientosur.info/spip.
(21) Carpintero, O. y Riechmann, J. Pensar la transición: enseñanzas y estrategias económico-ecológicas. Revista de Economía Crítica nº 16. Segundo semestre de 2013. http://www.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.