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Entrevista con el escritor Santiago Alba Rico

«Al contrario que el modelo Auschwitz, el modelo Hiroshima no produce ningún escándalo»

Fuentes: Les Noticies

Una mirada crítica a la realidad señalando grados de responsabilidad y «colaboracionismo», junto con las coartadas que posibilitan la barbarie humana es lo que apunta el filósofo y escritor Santiago Alba Rico, que acaba de publicar «Vendrá la realidad y nos encontrará dormidos» (Editorial Hiru). El pensador participó en Xixón en la XI Semana de conferencias del Aula Popular José Luis García Rúa, donde habló de «Política y teología: El discurso del mal».


Usted distingue entre el «modelo Aushwitz» y el «modelo Hiroshima» de la barbarie humana. ¿Qué diferencia a uno de otro? ¿Podemos establecer una relación entre tecnología y moral?

 De entrada hay que protestar por el hecho de que, cada vez que se denuncia otro crimen, nos sentimos obligados a insistir en la «excepcionalidad» o «monstruosidad» del holocausto judío. Dicho esto, hay que añadir enseguida que el «modelo Auschwitz» no es más -¡como si fuera poco!- que el colofón industrial de un procedimiento de deshumanización horizontal del Otro trágicamente rutinario en la historia de la Humanidad. Más allá de la propaganda sionista, nuestro saludable horror frente a los lager obedece a dos factores simultáneos. Por un lado, Auschwitz representa el fracaso y el éxtasis de la Modernidad: la Razón y la Técnica, potencialmente liberadoras, se ponen al servicio de la destrucción y el exterminio. Pero al mismo tiempo, si Auschwitz todavía nos estremece es precisamente porque nos resulta antropológicamente familiar: su horizontalidad nos permite representarnos, en el marco de nuestra imaginación finita, la brutalidad del verdugo y el dolor de la víctima e incluso ponernos, ateridos de frío, en el lugar de cada uno de ellos. Y nos permite, simultáneamente, establecer conexiones morales y jurídicas entre la acción de unos y la pasión de los otros.

El caso de Hiroshima es diferente y, por sus consecuencias, más grave. La verticalidad tecnológica de la agresión determina para empezar la «irrepresentabilidad» -como nos recuerda Gunther Anders- de la relación entre la acción inocente de apretar un botón y la «aparición» repentina de decenas de miles de cadáveres: los hombres bajo las bombas nunca llegan a ser lo suficientemente humanos como para que haya que deshumanizarlos. Determina también un marco de autolegitimación teológica del agresor. Las fotografías de las torturas de Abu-Gharaib (expresión turística de Auschwitz) demandan una reacción moral; las fotografías del sur de Beirut bombardeado por Israel apenas una reacción estética: hay algo hasta bonito en la ausencia divina del verdugo en ese paisaje de ruinas desmigajadas, indiscernibles de las que produciría un terremoto. Desde el «modelo Hiroshima» casi se siente nostalgia de Auschwitz. En uno de sus libros, Slavoj Zizek cuenta un sueño recurrente, paradójicamente liberador, de los pilotos estadounidenses que bombardean Iraq: sueñan que matan a sus enemigos cuerpo a cuerpo, a cuchilladas. Es una tentativa de restablecer un modelo comprensible, antropológicamente familiar, para la imaginación, el derecho y la moral. Es casi la tentativa liberadora de asumir una responsabilidad mensurable.

Pero se olvida además que el acto inaugural del «modelo Hiroshima» es el acto constitucional de la humanidad como especie amenazada. Sólo a partir de él el humanismo tiene sentido y sólo como humanismo defensivo. La rutina del bombardeo, la proliferación nuclear, la disolución en el aire de las radiaciones derivadas del uso del uranio empobrecido (o fósforo o napalm o glifosfato), hacen que, en un mundo perverso, la posibilidad del genocidio sea un delito menor frente a la posibilidad real, ilusoriamente reprimida, del ontocidio; es decir, de la desaparición de la especie humana. En todo caso, insistir en Hiroshima, como modelo naturalizado de la postguerra mundial, es tanto más necesario cuanto que es objeto de un negacionismo mucho más eficaz que el de Auschwitz, fuente siempre de escándalo social cuando no de persecución legal. Excluido de los procesos de Nuremberg y de Tokio, el «modelo Hiroshima» (pensemos tan sólo en Faluya) no sólo es inimputable jurídicamente sino que es aceptado, aplaudido y justificado como instrumento quirúrgico -¡la posibilidad misma de la destrucción total!- de la Civilización y los DDHH.

Certifica el fracaso del Tribunal de Nuremberg en la condena al nazismo, indicando que en ese fracaso está el germen de lo que sucede hoy en Iraq. ¿Qué hubiera significado que este Tribunal fuera más allá? ¿Hablaríamos de un mundo distinto de tener una trascendencia real esta condena al nazismo?

 El filósofo y jurista italiano Danilo Zolo ha analizado muy bien esta continuidad entre el tribunal de Nuremberg y el de Bagdad en un libro elocuentemente titulado «La justicia de los vencedores». De algún modo, los vicios de origen del orden jurídico internacional de la postguerra mundial fueron paradójicamente reprimidos o disimulados por el enfrentamiento bipolar de la Guerra Fría. Tras la derrota de la Unión Soviética, el fracaso de la ONU como instrumento supranacional encargado de regular las relaciones internacionales ha quedado al desnudo: bajo la hegemonía brutal de los EEUU, la idea propugnada por el gran jurista liberal Kelsen de «la paz a través de la ley» ha sido definitivamente sustituida por la de «la paz a través de la guerra». Lo que estamos descubriendo ahora, particularmente desde el 11-S, es que no se ha solucionado ninguno de los problemas que condujeron a la segunda guerra mundial y que el establecimiento de un verdadero régimen de justicia universal es inseparable de la eliminación de los obstáculos, económicos y políticos, que impiden la soberanía de los pueblos. Debemos rescatar el Derecho de las mismas manos que saquean las riquezas y destruyen el planeta en su nombre.

Hanna Arendt se declaraba incapaz de explicar el «mal radical» desplegado en el genocidio nazi. ¿Sigue siendo necesario buscar explicación a ese «mal radical?

El peligro de señalar un «mal radical» inaprehensible para el análisis es el de situar fuera de la humanidad fuentes de amenaza ontológicamente irreductibles. Esto es precisamente lo que hizo el nazismo y lo hizo a través de principios jurídicos (el de analogía o el de «derecho penal del enemigo») que justificaban la intervención preventiva contra grupos de riesgo o «razas» inasimilables. A eso se llama totalitarismo. Al menos como ficción performativa, debemos aceptar lo que he llamado «rousseaunianismo epistemológico» y «rousseaunianismo jurídico»: nada debe escapar al conocimiento y nadie debe escapar a la protección de la ley. Este es el único camino de seguir reivindicando la política y el derecho allí donde cada vez más se nos impone un discurso teológico que trata de justificar una nueva dictadura planetaria en nombre de la lucha contra el Mal. El imperialismo capitalista -y su réplica «terrorista»- están dispuestos a cometer cualquier crimen, contra los hombres y contra el lenguaje, con tal de impedirnos abordar las causas sociales y económicas de los conflictos que desangran el planeta.

Usted califica el lenguaje políticamente correcto de Rodríguez Zapatero de «magia», ante expresiones como la de «alianza de civilizaciones». Esta terminología es tildada por el filósofo Gustavo Bueno de «pensamiento Alicia», refiriéndose a su simplicidad e incluso inocencia. ¿De qué es signo la fraseología empleada por Zapatero? ¿Por qué magia?

 En relación con lo que acabo de decir, la «alianza de civilizaciones» no es más que el mismo fraude con rostro humano: trata igualmente de evitar por todos los medios, pero con mejor «talante», llamar a las cosas por su nombre e interpelar las verdaderas causas y los verdaderos responsables de la creciente violencia generalizada: los EEUU, las multinacionales, la globalización capitalista. Cuando uno quiere cambiar con palabras hechos introducidos con tanques y privatizaciones, eso es «magia». Como he dicho en otras ocasiones, el lenguaje es muy poderoso para alimentar los hechos, pero no para transformarlos; es «magia» para el bien y gasolina para la destrucción. El lenguaje pacifista no establece la paz, pero el lenguaje belicista atiza la guerra. Frente a la «magia» de Zapatero, Gustavo Bueno prefiere últimamente la gasolina incendiaria. Ambos coinciden, en todo caso, en no contemplar siquiera la única solución que aún no se ha probado: la justicia. Es absurdo ir a la ONU a proponer una alianza entre cosas que no existen y que nadie sabe quién representa en lugar de ir a exigirle que imponga de una vez el cumplimiento de todas sus resoluciones.

– En su último libro «Vendrá la realidad y nos encontrará dormidos» aparecen una serie de artículos en los que Iraq y Palestina son un tema central y en los que tiene mucha importancia la mirada propia, la de alguien que se sabe perteneciente a la «tribu» que ejecuta o consiente las atrocidades que se están cometiendo. ¿Culpabilidad cristiana, reconocimiento de uno mismo, confesión de complicidad…?

 En mi libro hago un doble uso del «nosotros». Por un lado, hay un uso retórico y provocativo, al estilo del periodista inglés Robert Fisk, orientado a recordar el carácter interesadamente «tribal» de vastas empresas de destrucción amparadas en valores universales y a no dejar escapar a los lectores hacia etéreos recintos olímpicos de inocencia impersonal. Pero hay también un «nosotros» objetivo y material (de «clase» si se quiere) que no debemos olvidar. En 1876, el virrey de la India, lord Lytton, organizó en Delhi el banquete más caro y suntuoso de la historia mundial para festejar el entronizamiento de la reina Victoria como Emperatriz colonial. Durante una semana 68.000 invitados -oficiales y colaboracionistas- no dejaron de comer y de beber; durante esa semana, según cálculos de un periodista de la época, murieron de hambre 100.000 súbditos indios en el marco de una hambruna sin precedentes que se cobró al menos 30 millones de vidas y que fue inducida y agravada por el «libre comercio» impuesto desde Inglaterra. Esta monstruosa «anécdota» me parece una buena metáfora. Mike Davis -de quien he recogido la historia- recuerda que en 1789 un sans-culotte francés y un paria de la india tenían más cosas en común de las que ambos podían tener con un aristócrata o un reyezuelo local. Hoy ya no. Incluso nuestros parados europeos están sentados a la mesa del banquete y participan de él. En esta mesa, claro, hay diferencias entre los invitados, como las había -reflejadas en su ubicación espacial- en la de lord Lytton, pero de algún modo, frente a los hambrientos del exterior, formamos un «nosotros» bastante compacto. Es verdad que estamos atrapados en la mesa como los otros están atrapados en el hambre; es verdad que somos prisioneros de nuestras ventajas como los otros lo son de su sufrimiento. Pero estas ventajas nos proporcionan la ventaja también del conocimiento y de una libertad relativa y con ellas la exigencia política y moral de que no aceptemos este reparto. Esto nada tiene que ver con el cristianismo. El cristiano se siente culpable en cuanto que hombre por un pecado de origen; «nosotros» somos desigualmente responsables como colaboracionistas activos o pasivos de una estructura de exterminio que por el momento nos beneficia y de las decisiones políticas que la gestionan y la lubrican.

– Afirma que «cada vez es más difícil saber quién muere de muerte natural». ¿De qué vamos a morir?

Esta estructura porta en su seno, como una necesidad, la erosión de todas las diferencias (medios/fines, inocentes/culpables, guerra/paz). La vida del hombre ha consistido siempre en un conjunto de prótesis o artificios, pero nunca su muerte había quedado tan confusamente disuelta en ellos. ¿Hay muertes naturales? Informes ingleses, por ejemplo, demuestran que el uranio empobrecido usado por EEUU e Israel en Medio Oriente ha hecho aumentar el nivel de radiación en toda Europa. La agresión militar e industrial al ecosistema se ha incorporado, bajo la forma de una amenaza permanente, a la cadena alimenticia y al aire que respiramos. El tsunami de Indonesia, ¿fue un fenómeno natural? El aumento de cánceres en todo el mundo, ¿es culpa de los fumadores? El asma de los nigerianos, ¿es una dolencia natural? Dados al mismo tiempo el nivel de agresión y los recursos médicos y materiales de la humanidad, podemos decir que cualquier muerte por debajo de los 75 años, en cualquier lugar del mundo, resulta ya sospechosa y debería ser investigada. Y aquí conviene dejar a un lado el «nosotros» para señalar con el dedo a los responsables. El record de los 100 metros no es un logro humano como la destrucción de la especie no es un suicidio de la humanidad. Son las multinacionales y los gobiernos que servilmente las apoyan (casi todos los del planeta) los que están matando de muerte natural -desde aviones o desde el mercado- a todo el mundo.

-Una de sus preocupaciones más importantes son los estereotipos y las generalizaciones que occidente atribuye al mundo árabe. ¿A qué responde esta tendencia a hacer de lo diverso un todo homogéneo? ¿Existe también en el mundo árabe esta tendencia? ¿Cómo se ve/interpreta desde el mundo árabe a occidente?

 Esta tendencia hay que inscribirla en este rápido retroceso de la postmodernidad a la premodernidad de la que ya he hablado otras veces. Lo que me preocupa, en todo caso, es que la construcción del musulmán como un Otro susceptible de destrucción (representado como una unidad negativa inasimilable) no es el resultado de algunas voces fanáticas y marginales sino que forma parte del discurso institucional de los gobiernos, los intelectuales y los medios de comunicación: desde Margarita de Dinamarca hasta Marcello Pera, de Gabriel Albiac a Daniel Pipes, de Oriana Falaci a Tom Tancredo, la islamofobia tiene el poder material para construir evidencias espontáneas. No olvidemos que el fascismo es precisamente eso, el gobierno de los incendiarios, y que los incendiarios han tomado ya casi todas las radios, los periódicos y las televisiones. Cuando la esfera pública abandona el lenguaje políticamente correcto (es decir, mágico) hay que aguardar enseguida pogromos, Gestapos y campos de exterminio.

El mundo musulmán refleja y responde, claro, a esta ofensiva. Es bastante banal la comprobación de que las víctimas construyen mitos defensivos a la medida del proyecto del agresor y muy funcionales a sus propósitos. En Túnez, por ejemplo, país donde vivo desde hace años, los amigos más laicos y contrarios al islamismo han vivido como una ofensa las caricaturas de Mahoma, las palabras del Papa o la ejecución de Sadam Hussein: sus sentimientos han sido construidos -y han convergido así en una especie de comunidad inducida- por la clara premeditación de esa provocación. La citada Hannah Arendt explicó a menudo este proceso muy sencillo de conversión identitaria de la violencia ajena: los judíos más asimilacionistas se volvían «judíos» cuando les cosían la estrella amarilla en el traje; transformaban esta imposición racista en un sentimiento de orgullo identitario. Los clichés impuestos al mundo árabe y musulmán -después de siglos de colonialismo y en el marco de una agresión armada permanente en Palestina, Iraq, Líbano, Afganistán- funcionan como la estrella de David cosida en la ropa de los judíos alemanes: sirven sobre todo para construir «musulmanes» -y evitar el riesgo de que se vuelvan naturalmente socialistas. Este proceso describe lo que pedantemente llamaba el antropólogo Bateson «cismogénesis», en virtud de la cual el comportamiento de uno mismo es la causa y el efecto del comportamiento del Otro. En estas relaciones de «cismogénesis» hay sólo dos alternativas posibles: la «complementaria», en la que se responde con sumisión alienada a la hegemonía del contrario, o la «simétrica», en la que se responde tratando de aumentar y sobrepujar indefinidamente la misma apuesta del contrario. El modelo de la «cismogénesis simétrica» es el potlach, la necesidad de contestar al Otro con un record mundial de muertos, con un nuevo y superior registro de cadáveres (un poco lo que está ocurriendo en Iraq). Si no puede imponer la sumisión, el modelo que prefiere el imperialismo es precisamente el potlach: porque  es el que mejor evita la política y el que mejor justifica toda intervención al margen del derecho y la moral. Lo que debe comprender el mundo árabe y musulmán es que toda «cismogénesis» es dependencia y que la soberanía sólo se alcanza rompiendo al mismo tiempo (como en Latinoamérica) con la sumisión occidentalista y con el potlach. La izquierda anti-imperialista occidental es en parte responsable de esta deriva identitaria: nos ha faltado a la vez modestia y solidaridad y la necesidad de establecer un amplio campo anti-imperialista pasa por la aceptación, nos guste o no, del retroceso en el mundo árabe y musulmán de la izquierda en favor del islamismo y por el reforzamiento de contactos con nuestros afines sobre el terreno. En este sentido es Latinoamérica, y no Europa, la que debe jugar un papel decisivo, como alternativa y como ejemplo.

– Respecto a la mirada son recurrentes en sus trabajos las críticas a los medios de comunicación: ¿Por la distancia que nos dan de los hechos, porque nos separan de ellos, manipulan…?

 Más que por la «distancia» es por su proximidad total. Más allá de las manipulaciones y los clichés, cuya eficacia no se puede desdeñar, esta «proximidad total» es un producto industrial -a igual título que nuestras zapatillas Nike y nuestros MP3- destinado a un consumo directo muy tranquilizador. Los medios de comunicación son en gran parte responsables de eso que he llamado el nihilismo espontáneo de la percepción, en cuyo seno se borran las diferencias entre una Guerra y una Olimpiada, entre las torturas de Abu-Gharaib y un Parque Temático, entre la información y la publicidad. Las ediciones digitales de los periódicos ofrecen todos los días, uno al lado del otro, titulares como éstos: «Vea los últimos instantes de Sadam Hussein», «Vea las imágenes de la pasarela Cibeles», contribuyendo de esta manera a la «monumentalización» rutinaria y tranquilizadora del horror más abyecto. De hasta qué punto esta confusión se ha inscrito en nuestra percepción inmediata -sin el menor malestar moral por nuestra parte- da buena prueba una fotografía que recientemente ha ganado un premio internacional y que ha circulado extensamente: en ella se ve a un grupo de pijos cristianos en un coche de lujo -uno de ellos tapándose la nariz para evitar los malos olores- fotografiando con sus teléfonos móviles las ruinas de los barrios populares de Beirut bombardeados por Israel.

-Una última cuestión respecto a su faceta de guionista de La Bola de Cristal: si hoy volviera a emitirse, ¿necesitaría de muchas actualizaciones?

 Me temo que sólo habría que cambiar los nombres de los políticos. El problema es que el abandono del lenguaje políticamente correcto hace ya casi imposible satirizar las intenciones de nuestros gobernantes. Las hipérboles de la bruja Avería son la normalidad explícita de los discursos y las noticias. De algún modo, es ella ya quien gobierna, aunque Bush sin duda es mucho menos divertido. Como he escrito en otras ocasiones, la bruja Avería redactó sin saberlo el programa de la administración neocón estadounidense -y casi me siento culpable por ello.