El historial político del Ecuador siempre fue anecdótico, por decirlo en términos benignos, o cantinflesco, en términos peyorativos; para muestra basta un botón.
En 1960, el Dr. José María Velasco Ibarra no sólo que ganó la elección presidencial sino que obtuvo más votos que la suma total de sus contrincantes derrotados, Galo Plaza Lasso, Gonzalo Cordero Crespo y Antonio Parra Velasco. Esto sucedió cuando a nivel mundial la Revolución Cubana tenía un enorme peso político, pleno de ideales, y Estados Unidos intentaba contrarrestar su influencia a como dé lugar.
En un momento de esos, Manuel Araujo Hidalgo, presidente del Congreso, declaró ser fanático de esta revolución y de su líder, Fidel Castro. Inmediatamente, el Presidente Velasco Ibarra lo nombró Primer Ministro, o Ministro de Gobierno. El canciller ecuatoriano Ricardo Chiriboga Villagómez era el que debía presidir la reunión de la OEA que debía expulsar a Cuba de ese organismo interamericano.
Entonces, al mismo tiempo que el Canciller Chiriboga defendía esta idea y combatía fervorosamente todo lo que sonora a revolución, el Ministro Araujo Hidalgo en sus discursos despotricaba que si en esa reunión se proponía la expulsión de Cuba de la OEA, él sacaría a las masas velasquistas para que arrastraran por las calles de Quito a toda esa sarta de cancilleres traidores. Finalmente, EEUU evitó que la OEA se reuniera en Quito y el 31 de enero de 1962, luego de nueve días de conciliábulo en Punta del Este, Uruguay, la OEA expulsó a Cuba.
Esta contienda, entre los dos más importantes ministros del gobierno ecuatoriano, fue superada con creces por el episodio rocambolesco -que convierte a Washington en un verdadero reino de lo absurdo- que se dio entre el entonces Presidente Trump y el General Mark Milley, jefe de Estado Mayor Conjunto de Estado Unidos, cuando este militar tomó medidas que limitaban la capacidad de mando del expresidente Trump, quitándole la posibilidad de usar el maletín nuclear, balón atómico cuyo contenido corresponde utilizar exclusivamente al presidente de Estados Unidos, para autorizar un ataque nuclear mientras está fuera de los centros de mando.
Según el libro Peril, o Peligro, de los periodistas Bob Woodward y Robert Costa, del The Washington Post, el General Milley convocó en el Pentágono a altos mandos militares para revisar los protocolos de acción del Ejército de EEUU, incluido el uso de armas nucleares, y les instruyó para que no ejecutaran órdenes sin que él fuera informado previamente, porque temía que el Presidente Trump hubiera enloquecido y lanzara un ataque nuclear contra China, por lo que, por los canales correspondientes del Departamento de Defensa, se comunicó en dos ocasiones con su par chino, el General Li Zuocheng, para asegurarle que EEUU no atacaría a China; tomaba así precauciones para evitar que ambos países se vieran abocados a una guerra.
La primera llamada fue el 30 de octubre de 2020, antes de la elección presidencial. “General Li, le aseguro que el gobierno estadounidense es estable y todo está bien. No atacaremos… Y si vamos a atacar, le avisaré”, le habría comunicado Milley a su homólogo chino; la segunda tuvo lugar el 8 de enero de 2021, dos días después de que los simpatizantes de Trump asaltaran el Capitolio. El General Li no estuvo conforme con las palabras tranquilizadoras de Milley, pese a que el militar de EEUU le explicó que creía que el Presidente Trump sufría de un deterioro mental y temía por las decisiones que pudiera tomar en sus últimas semanas como presidente, para aglutinar a los estadounidenses a su alrededor y quedarse en el poder.
Estas llamadas fueron motivadas por una conversación telefónica con la Sra. Nancy Pelosi, Presidente de la Cámara de Representantes de EEUU, que le había expresado su preocupación por la posibilidad de que un presidente inestable ordenara hostilidades militares o incluso un ataque nuclear. “Sabes que está loco. Ha estado loco durante mucho tiempo”, le había señalado la Sra. Pelosi, y Milley estuvo de acuerdo con esta apreciación, sostienen los periodistas Woodward y Costa.
Pese a todo este batiburrillo, el Presidente Biden tiene plena confianza en la jefatura de Milley, según comunicó la Casa Blanca; por su parte, el Coronel Dave Butler, portavoz del General Milley, informó que su jefe “continúa actuando y asesorando dentro de su autoridad de acuerdo con la tradición legítima de control civil de las Fuerzas Armadas y su juramento ante la Constitución”.
El expresidente Trump calificó de noticia falsa el contenido del libro Peril y atacó al jefe del Estado Mayor Conjunto: “Si la historia del tonto General Mark Milley, el mismo líder fallido que diseñó la peor retirada de un país, Afganistán, en la historia de Estados Unidos, es cierta, entonces supongo que él debería ser juzgado por traición. Esta historia es inventada por un general débil e ineficaz, junto con dos autores a los que no di entrevistas porque escriben ficción y no hechos”. Añadió que “nunca pensó atacar a China, y que China lo sabe. La gente que fabricó la historia está enferma y demente, y la gente que la imprime es igual de nociva”.
Todo este tinglado, de ser cierto, sería malo para el mundo e igualmente sería malo de ser falso. Si se parte de que una guerra entre EEUU y China es la Tercera Guerra Mundial, o sea la guerra del fin del mundo, y fuera cierto el primer caso, significaría que por un pelo de cochino nos salvamos de la extinción, pues de no ser por el bueno del General Milley la guerra contra China hubiera estallado, lo que también hubiera sucedido si a este astuto general no le hubiera dado consejos la Sra. Pelosi; además, evidencia que a un presidente pacifista un general guerrerista podría birlarle el maletín nuclear, sin que él lo notara, e iniciar por su cuenta la guerra atómica.
También es malo el segundo caso, porque implica que hubo un grupo de militares de muy alto rango que actuaron fuera de la ley y dieron un micro golpe de Estado, que podrían repetirlo en cualquier momento y por cualquier pretexto; que en EEUU se ha vuelto intransigente la lucha por el poder y que quienes realmente lo detentan son capaces de inventar cualquier bodrio con tal de destruir a Trump, o sea todavía no lo han logrado derrotar y le temen.
Ambos casos indican que la salida de Estados Unidos de Afganistán ha dejado rastros profundos en el medio político estadounidense, imposibles de calibrar por ahora; que el presidente de EEUU no es el que manda en ese país, sino una élite que algunos llaman Estado profundo; que la tan cacareada democracia es una mascarada que no funciona ni siquiera para ellos; que el destino del mundo depende de nimiedades que se dan en la lucha política entre demócratas y republicanos y que ambos partidos son un real peligro para el amplio sector del mundo, que anhela la paz. Como decían nuestros abuelos: quien no los conoce que los compre.