En los últimos días, el mundo ha estado alborotado por la guerra arancelaria desatada por el presidente ultraderechista de Estados Unidos, Donald Trump, contra todas las demás naciones del planeta, pero que, al final, terminó siendo una agresión abierta y directa contra China.
Si en un primer momento parecía que el extremista de derecha que está al frente de la Casa Blanca disparaba al azar, con el objetivo de alcanzar a todos los demás países, independientemente de si formaban parte o no del grupo subordinado a las directrices estadounidenses, ahora, el panorama se muestra algo más cristalino. Ya está más que evidente que el objetivo primordial de la investida trumpista era y es, en concreto, arrinconar y descarrilar el normal funcionamiento de la economía del país que mejor ha demostrado haber aprendido a nadar en las aguas de la globalización, que había sido concebida y gestada por los representantes de Washington con el objetivo primordial de ayudar a los Estados Unidos a mantener incólume su hegemonía internacional absoluta.
Sin embargo, hoy día, es evidente que la agilidad y eficiencia de la economía china han llevado al país asiático a superar ampliamente a los estadounidenses en términos económicos. Así, si nuestro análisis se limitara a la realidad estrictamente económica, no dudaríamos en afirmar que, a pesar de todos los golpes arancelarios asestados por el gobierno de Donald Trump, al final del proceso China saldría aún más fortalecida, y los Estados Unidos en peores condiciones que las que ostentaban antes de desatar su belicismo arancelario.
Las razones para nuestra convicción en este caso se sostienen en el conocimiento de la flagrante superioridad de las estructuras económicas de la República Popular China en comparación con lo que actualmente prevalece en la potencia norteamericana. Frente a la fortaleza de la economía china, los Estados Unidos se asemejan a un país retrasado, incapaces de siquiera soñar con poder competir con alguna posibilidad de salirse ganadores.
No obstante, hay que recordar que no todo depende siempre únicamente de factores económicos. Es en este punto donde los aspectos militares ganan peso. Y sin duda, en lo que toca a fuerzas militares, los Estados Unidos siguen siendo, con mucho, la mayor potencia de todo el planeta. En otras palabras, aunque sus estructuras económicas ya estén obsoletas, el poderío belico estadounidense todavía es muy superior al de todas las demás naciones.
Pero, ¿es posible que un país se imponga a los otros basándose tan solo en su fuerza militar? Para comenzar a meditar sobre esta pregunta, es bueno recordar un hecho que, casi seguramente, la mayoría de nosotros hemos presenciado en nuestros tiempos de escuela primaria. ¿Quién no recuerda a algún compañero de clase que solía dar muestras de ser el menos interesado en comprender los temas de estudio, el que jamás sacaba buenas notas en las evaluaciones y quien, además, era incapaz de esforzarse por ganarse la simpatía de sus colegas, pero hacía uso de la violencia y la truculencia con el propósito de intimidar a los otros niños? Al igual que en este ejemplo infantil, por regla general, es con el recurso de la fuerza bruta que los matones buscan hacer prevalecer sus designios en detrimento de los demás.
Por lo tanto, podemos pensar en el papel actual de los Estados Unidos de una manera algo similar. Para ellos, es conveniente que la cuestión del mantenimiento de su hegemonía global y la solución de sus desacuerdos con China se decidan con base en la fuerza bruta, ya que solo en este terreno pueden aspirar a tener alguna posibilidad real de derrotar a su oponente.
Como es bien sabido, los Estados Unidos cuentan con más de 900 bases estratégicamente ubicadas en puntos clave de nuestro planeta militar, con el fin de facilitarles una rápida intervención con fuerza bruta contra cualquier adversario que demuestre representar alguna amenaza para sus intereses geoestratégicos. Casos efectivos de uso práctico de este dispositivo de intervención militar han sido más que abundantes en las últimas décadas.
Empero, si una vez más nos dejamos llevar por el camino de la ingenuidad, podemos preguntarnos: ¿de dónde provienen los recursos que les permiten a los Estados Unidos mantener este gigantesco aparato militar de intervención rápida? Esta pregunta adquiere aún más sentido si recordamos que, como pudimos dilucidar en las líneas anteriores, estamos hablando de un país que decididamente ya no cuenta con una economía de las más dinámicas.
Entonces, para entender cómo un país que está lejos de tener pilares económicos que le posibiliten soportar los inconmensurables gastos necesarios para instalar y operar tantas bases militares en todo el mundo, tenemos que recurrir a un tema que ya hemos abordado en varias otras ocasiones: la persistencia del dólar estadounidense en su función de moneda de referencia para el intercambio comercial internacional. Sin este don «más que divino», los Estados Unidos no tendrían cómo cubrir los enormes costos para mantener en actividad su inmensa maquinaria de intervención belica, repartida por los cuatro rincones del globo.
Para evitar la repetición de explicaciones sobre este tema ya presentadas en textos anteriores, me gustaría recomendar la relectura de los argumentos expuestos en el artículo de este enlace ( https://rebelion.org/la-reunion-de-los-brics-y-la-trampa-del-dolar/ ) , en el que trata de dar detalles de cómo el dólar ha estado funcionando como instrumento esencial en el sostenimiento del gasto parasitario de los Estados Unidos, especialmente en relación con su poderío militar.
Lo cierto es que, en este momento crucial, cuando estamos a un paso de efectivar un nuevo importante cambio de página en la historia, la comprensión de los factores que aún sostienen la continuidad de los Estados Unidos en su posición de fuerza hegemónica en el escenario mundial se convierte en una condición indispensable para aquellos todos que pretenden liberar al mundo de las maléficas garras del imperialismo.
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