Waldemar Hermina Gerena (Puerto Rico, 1973-) se ha dado a conocer como escritor tras obtener recientemente el Premio Nacional de Novela que otorga anualmente el Pen de Puerto Rico Internacional (2018). Oriundo de Camuy, realizó estudios universitarios en la Universidad de Puerto Rico. En la actualidad reside en Glendale, California, desde donde nos ha legado […]
Waldemar Hermina Gerena (Puerto Rico, 1973-) se ha dado a conocer como escritor tras obtener recientemente el Premio Nacional de Novela que otorga anualmente el Pen de Puerto Rico Internacional (2018). Oriundo de Camuy, realizó estudios universitarios en la Universidad de Puerto Rico. En la actualidad reside en Glendale, California, desde donde nos ha legado dos novelas ambientadas en lo «mamá, Borinquen, me llama». Waldemar, a través de su trabajo creativo, afirma y se afirma en su ser, y a la vez mata el tiempo libre, el tiempo muerto, y lo rehace haciendo el arte que ahora sabe y sabemos hace bien, narrar. Lleva dos, una primera, Al garete (2013), y una segunda, la premiada en su país natal, Muchos años de espera (2017). Hermina Gerena, ha respondido a mis preguntas, y todas sus respuestas son para compartirles con vosotros.
– Wilkins Román Samot (WRS, en adelante) – Recientemente, has recibido el premio Nacional del PEN de Puerto Rico (2018) en la categoría novela por vuestro segunda novela intitulada Muchos años de espera. ¿De qué trata o tratas en esta novela premiada por el PEN 2018 y cómo recorres entre la literatura y la realidad o no ficción?
– Waldemar Hermina (WH, en adelante) – Hola y gracias por entrevistarme. Son muchas preguntas y algunas carecen de respuesta, pero aquí voy. Muchos años de espera relata la vida de una mujer que tuvo que conformarse con la desdicha de vivir más que nadie. Estrella del Mar vive como una extraña en el mismo pueblo que fundó su abuela y en su mismo cuerpo, y aunque ha alcanzado a verlo todo, desde la emancipación de la esclavitud, el telégrafo, guerras mundiales y hasta el televisor, vive en una época a la que no pertenece, y se siente abandonada por el tiempo y por la justicia divina. El rumor de su longevidad recorre los cuatro puntos cardinales hasta denominarla como una leyenda en vida, y aparte de las atenciones de Antonia de la Concordia, su nieta por elección, vive sola, y empeñada en descubrir la razón de su infortunio y del fantasma que la asecha, el cual según ella, es el responsable del misterio de su longevidad. Vive en un pueblito de pescadores y de trabajadores de la caña en la costa atlántica de la menor de las Antillas Mayores, donde siempre han vivido bajo el dominio de otros imperios, y donde desde mediados de siglo veinte, comienzan a llegar versiones muy diferentes del mismo mundo que los ha mantenido enajenados por siglos, lo cual reta las creencias que habían latido en el corazón de aquel pueblo desde el principio de los tiempos. La crónica revela episodios fantásticos, divertidos, cotidianos, y severos, que representan la vida de aquel entorno invariable, y van reconstruyendo el pasado, desde su fundación, hasta el día que el gobierno obtiene la dicha de establecer una Constitución propia de ellos y para ellos. Pienso que mi estilo intenta mostrar lo irreal y lo extraño como algo muy cotidiano. A veces mi narrativa suele ser sencilla, en ocasiones pintoresca, a veces irreverente, jocosa, y hasta cierto punto existencialista. Mientras narro, enlazo las circunstancias de los personajes con eventos de la historia relativamente reciente de nuestra Isla: la política colonialista, los vaivenes del estatus político, las tradiciones y supersticiones, y la influencia del fanatismo político y religioso en el diario vivir de sus residentes. Por último, a mi parecer, ese estilo del realismo mágico surge de forma natural. En palabras de mi hijo: «exagero mucho».
– WRS – ¿Cómo surgió la oportunidad de trabajarle? ¿Qué relación tiene Muchos años de espera con vuestro trabajo creativo-narrativo anterior y hoy?
– WH – La idea de escribir Muchos años de espera surgió cuando me embarqué en la última revisión de mi primera novela, Al garete. Mientras daba por terminado la última revisión, pasé algún tiempo reflexionando sobre los personajes que había desarrollado, en especial sobre aquellos personajes que se hicieron viejos en Al garete, como el tío Arnaldo, o los que murieron de vejez, como Antonia de la Concordia, y visualicé sus vidas en aquellos años prósperos de su juventud. Poco a poco fui desarrollando el tema y entrelazando sus vidas con las leyendas del pueblo y con los hechos históricos que precedieron la creación del Estado Libre Asociado de Puerto Rico. Así es como surge Muchos años de espera. Al igual que Al garete, se basa en el mismo pueblo, pero unos cincuenta años antes. En Al garete menciono brevemente al personaje de Estrella del Mar, quien es ficticio, pero queda vinculado con la historia real de la fundadora del pueblo y, representa la tradición supersticiosa y pueblerina que escuché de mi abuela cuando era niño. Siento la necesidad de declarar que Antonia, personaje de ambas novelas, es un personaje construido con mi abuela materna en mente, quien murió en el 1985, y aunque trae buenos recuerdos, también produce una nostalgia inmensa. En Al garete, el día que terminé de redactar la historia de su muerte, pasé la noche en vela.
– WRS – Si compara su crecimiento y madurez como persona y escritor, ¿qué diferencias observa en su trabajo creativo-narrativo o no de entonces (anterior) con el de hoy?
– WH – La realidad es que llevo poco tiempo escribiendo. Comencé a escribir mi primera novela en el 2010 y por lo general, esto de escribir es algo que he llevado a cabo en solitario; como un secreto que se guarda con anhelo y una vez se comparte queda varado, a la deriva. Siempre a la espera de que surja un milagro y lo rescaten del anonimato. Desde el principio han predominado las dudas. ¿Gustará? ¿Valdrá la pena? ¿Será apropiado? ¿Me habré pasado de la raya? Al principio dichas incógnitas no encontraron respuestas. Consulté con varias personas, sobre todo Natalia Olivero en Hato Rey, quien corrigió varios capítulos, me hizo sugerencias, me orientó y me ayudó con eso de los formatos y las reglas gramaticales, pero el resto he sido yo pelándome las pestañas y, digamos que, de la forma más autodidacta posible, he tenido que aprender todo eso de cual comilla usar, qué tipo de guión, cómo expreso el lenguaje coloquial, los anglicismos, etc. Envíe varios libros de Al garete, a diferentes universidades dentro y fuera de Puerto Rico y, resulta que mi libro cautivó la atención del profesor Víctor Rodríguez, de California State University Long Beach quien publicó una reseña del mismo en su blog. Fue en ese entonces que cogí confianza para escribir como dicte el pulso, que la narrativa fluya y transmita en el papel lo que se proyecta en mi mente a manera de cortometraje. Aprendí a insistir, a evitar redundancias y revisar hasta que quedo convencido que mi mente ya no le puede encontrar errores y que la forma en que lo narré o describí fue la mejor posible dentro mis limitaciones como individuo. Madurez como persona, pues pienso que estoy a punto de podrirme como fruta tropical en un estante, pero como escritor hay mucho camino que recorrer. Mi hermano argumenta que sí, que al comparar ambos libros se puede apreciar que en Muchos años de espera la prosa fluye mejor. Que decida el lector. Confieso, que me di la tarea de traducir Al garete al inglés bajo el título de Scattered. Yo pensé que traducir alcapurrias, piononos, las picas de las fiestas patronales o los refranes como eso de «este tipo es un pelagatos», era fácil y hacía sentido, pero imprimí varias copias y me topé con la cruda crítica de que la traducción a lo mucho recibía una C- de esas que se otorgan por misericordia, un 69.5%. Tiene muchísimos errores. Luego le confié la corrección a una persona muy amable estudiante de maestría en lingüística en la Universidad de Pittsburg, pero: tiró la toalla a mitad de camino.
– WRS – Waldemar, ¿cómo visualiza su trabajo creativo con el de su núcleo generacional de escritores con los que comparte o ha compartido en Puerto Rico y fuera?
– WH – No tengo respuesta. A nivel personal, no conozco ni comparto con escritores dentro ni fuera de Puerto Rico.
– WRS – ¿Cómo concibes la recepción a su trabajo creativo dentro de Puerto Rico, y la de sus pares, bien sean escritores de novela u otro género?
– WH – Sería muy difícil evaluar la recepción de mis libros en Puerto Rico y no podría opinar sobre la de mis pares. Hay que enfatizar que no vivo en Puerto Rico, mis libros no se encuentran en librerías puertorriqueñas y hasta hace unos doce días atrás muy pocos tenían en cuenta que yo existía. ¿Cuántas personas habrán leído mis libros? Cien, doscientas, trecientas… No tengo evidencia concreta, de la misma forma, tampoco tengo evidencia para mi próximo argumento, porque creo que en Puerto Rico nunca ha salido un best-seller y al paso que va nuestra sociedad, lo veo difícil. La música y el entretenimiento reinan supremos por encima de la literatura y la poesía. A mi juicio, la gratificación inmediata, el reality tv, y los videos jocosos entre otras cosas captivan las audiencias y han hecho de la lectura algo muy similar a la meditación; que requiere mucho enfoque y concentración y solo lo llevan a cabo grupitos selectos de la sociedad. En el libro de Stalin’s Barber, el autor muestra como en la era soviética tenían la costumbre de llenar plazas y estadios para hacer lecturas de libros, de poesía -claro, de los que permitía la censura-, pero en nuestras sociedades se llenan para cultos o entretenimiento. Es un asunto que transmito en el personaje del Dr. Galdeano, en Muchos años de espera, quien se muere por revelarle el secreto de su descubrimiento al pueblo y se visualiza parado en la plaza del pueblo explicando su ciencia, y hasta se imagina una gran multitud pidiéndole, más ciencia, tal y como les exigen a los cantantes pidiéndole «otra, otra», pero en su audiencia estaba compuesta por dos o tres personas, quienes para colmo carecían de la dicha de entenderle. A fin de cuentas, a veces me visualizo como él, parado en la tribuna con mis libros en una mano y el micrófono en la otra, mientras observo ese silencio petrificante que solo se deja infringir por los coquíes que lo alegran con su canto.
– WRS – Sé que vos es de Puerto Rico. ¿Se considera un autor puertorriqueño o no? O, más bien, un autor de literatura, sea esta puertorriqueña o no. ¿Por qué?
– WH – Soy gallito de la IUPI, algo que mis años en Oregon State University no pudieron reemplazar. Nunca me sentí «Beaver». Como dice la canción, «Boricua aunque naciera en la Luna». Pienso que soy autor puertorriqueño. Se me haría muy difícil visualizarme de otra forma. Al momento, el puertorriqueñismo influye, guía y nutre lo que escribo. Aunque resido en la diáspora, me siento comprometido con los asuntos de nuestra isla. Trato de entrelazar lo que escribo con los vaivenes políticos y socio-económicos que han ido forjando nuestro diario vivir, y así mostrar la mejor estampa de la vida rural en la última gran colonia del planeta.
– WRS – ¿Cómo integra su identidad étnica y su ideología política con o en su trabajo creativo?
– WH – Mi identidad caribeña siempre sale a la luz sin que se lo pidan. Desde el lenguaje, la música y hasta el paladar siempre domina lo caribeño. La idiosincrasia boricua siempre produce ese cosquilleo que hierve la sangre de manera innata. No hay que estar en suelo boricua para experimentarlo, algo que viví en carne propia cuando fui a ver la semifinal del Clásico Mundial de béisbol frente a Holanda. La fanaticada extranjera entró en trance con la emoción que causaban las trompetas y las plenas mientras entonaban el «Bombón de Elena». Y ni se diga cuando entonaban el «mañana por la mañana llena tu casa de flores…» La emoción me despertaba aquel niñito camuyano que se sentaba en la capota del carro de mi papá ondeando la camiseta del equipo cuando celebrábamos la victoria en las pequeñas ligas, y en la histeria del momento, e ingenuamente, me decía: «mira que cosa, esto se siente igual que antes». Esa identidad se refleja en lo que escribo. Bueno, y me pregunta por la ideología, y pues claro, esa siempre mete la cuchara. Por lo general lo hago de manera indirecta, procurando que sean los personajes quienes revelen (x) o (y) postura, pero en el fondo, sigo siendo yo quien promueve la defensa de los derechos de la mujer, de nuestros hermanos homosexuales, de la justicia social en general, todo con miras a hacer conciencia sobre la debacle social, político y existencial que se vive en Puerto Rico y, hacer el intento por promover el pensamiento crítico que nos ayude a conseguir un mejor Puerto Rico.
– WRS – ¿Cómo se integra su trabajo creativo a su experiencia de vida? ¿Cómo integra esas experiencias de vida en su propio quehacer de escritor hoy?
– WH – La trayectoria de mi vida comienza en Camuy en aquel entorno de la era de los setenta y ochenta, la cual me forjó dentro de una burbuja efímera, moldeada por la religión y la mentalidad insularista que predominaba y aún predomina. Aquel aislamiento geográfico y hasta cierto punto, emocional e intelectualmente cerrado al exterior me hacía pensar que formaba parte del mejor de los mundos posibles y, cuando se vive enajenado, uno forma parte de ese sistema, y repite los guiones establecidos por otros que estuvieron antes, y repite la desinformación y la defiende como la mera verdad. El miedo triunfa dentro de la burbuja: miedo a quemarse en las pailas del infierno, a diferir, a retar, a salir, y también se transmitía aquel sentido de inferioridad que se puede resumir con el: «no me lo merezco». Aunque yo no existía en la era de Muchos años de espera, a veces me visualizo en el balcón de Antonia sentado en la baranda y entreteniéndome con aquel señor que nos ponía a tirar el palo de escoba, mientras en la casa se preparaban para ir con el resto del pueblo a celebrar en la plaza aquel voto de 1952, y veo mis ojos tímidos reflejados en los de aquel nenito que no soltaba la falda de su madre, y me digo: «¡caramba! y pensar que aquel flacucho se iba atrever a darle la cara al mundo, y retar el tiempo y la costumbre». No es fácil romper con dichos patrones. Para trascender por encima de los tabúes y aquellos dogmas hay que aprender a dudar. Pienso que así fue. Me dejé llevar por aquella espinita inquisitiva que llevaba por dentro, y aprendí poco a poco aceptar que no sabía nada de la vida, de nuestro mundo y del universo. De adolescente, me la pasaba soñando despierto y mi mamá me decía; «¿Mijo pero porque tú piensas tanto?». Yo respondía, «en nada mami», pero en realidad me la pasaba pensando cómo se vivía en aquellos paisajes que miraba en los rompecabezas o en aquellas ciudades asiáticas que me intimidaban en aquel programa (Las gotitas del saber), o simplemente cuestionando lo que me inculcaban en la escuela dominical. Pasé gran parte de la juventud montado en bicicleta, compitiendo en ruta por todos los rincones de Borinquen, siempre interesado en conocer nuevos pueblos. Cuando los conocí todos me decidí a conocer otros lares, primero en el este de los Estados Unidos, después en el equipo de la Universidad en Oregón, y más adelante en California y, supongo que tengo que haber sido el primer y último ciclista boricua en ganar una carrera en aquel pueblito friolento de Cheney en el este del estado de Washington. En fin, el ciclismo me expuso a otras culturas, a interactuar con latinoamericanos, europeos y americanos y, fue clave en aquel proceso de abrir los ojos. En la bici se pasaban las horas en silencio, siempre coqueteando con los pensamientos y las ideas. Me consumía las energías y no fue hasta que colgué las ruedas competitivas que comencé a soltar sobre el papel en blanco lo que me daba vueltas en la cabeza. Fue entonces que recordé que en el 7mo grado leí Crónicas de una muerte anunciada, mi primer encuentro con un escritor extranjero, y al final solo me dije: «este tipo es un exagerado». Luego recordé cuando me pusieron a leer a Pedro Páramo y no entendí ni papa. Mi hermana, quien ya cursaba en la universidad, me dijo: «Eso es mucho pa’ ti. Léete algo más simple». Es en ese momento que vuelve a despertar el entusiasmo que producían los cuentos cortos de Abelardo Díaz Alfaro, tal vez porque me podía identificar culturalmente con ellos, y hasta reviví en carne propia aquel tiempo, por allá por el décimo grado, cuando recité varios poemas de Luis Lloréns Torres, El zapatito Azul, El valle de Collores, lo cual despertó mi interés por la poesía. Claro, me aterraba pararme frente al micrófono y no era fácil sobrellevar las bromas de parte del estudiantado. De ahí en adelante escribía historias en mis libretas, pero por nada del mundo los revelaba, hasta que una noche de esas, en Glendale, en las que no se puede pegar el ojo, me dije: «dale que hacer el ridículo también es gratis», y me atreví a escribir Al garete.
– WRS – ¿Qué diferencia observas, al transcurrir del tiempo, con la recepción del público a su trabajo creativo y a la temática del mismo? ¿Cómo ha variado?
– WH – Eso está por verse. El tiempo dirá si en un futuro alcanzo a tener público que admire mi trabajo, pero no me afano por ello. Yo simplemente disfruto escribir.
– WRS – ¿Qué otros proyectos creativos tienes recientes y pendientes?
– WH – Tengo varias ideas organizadas en papel, bueno en Word, las cuales espero desarrollar en algún momento. Algunas apropiadas para cuentos cortos y otras para novela histórica. Me gusta mucho una historia (ficción) de un indio taíno a quien he llamado Yuki. Tengo un trabajo, quizás muy similar al estilo de cuentos cortos de Abelardo Díaz Alfaro, La polémica de Papo Calma y Pepe Rabieta, otro sobre la tragedia del alcoholismo de Margarito y Caridad, también Las cartas del doctor Galdeano, La primera Navidad con octavitas de Merengue (ambos personajes de mis libros), Las erres que se esfumaron, entre otros. Tal vez lleguen a convertirse en algo digno de compartir. En la actualidad, llevo tiempo escribiendo mi tercer libro, el cual espero terminar en el 2019. Lo tenía un poquito estancado, pero el Premio obtenido ha renovado la motivación para continuarlo. Llevo unas 100 páginas, y me gusta mucho, pero admito que el estilo ha sido un reto, pero por ahí va y pienso que vale la pena. ¿De dónde surge la historia de ese tercer libro? En Muchos años de espera hay un personaje llamado Tranquilino, dueño de una pensión donde se alberga un comerciante español que aparece un fin de semana de fiestas a vender pociones y ungüentos, pero también interesado en conocer a la leyenda en vida de Estrella del Mar y usarla como estrategia de mercadeo. Tranquilino es el padre de Gabriel, quien está casado con Carmín, hija de Antonia de la Concordia, y es uno de esos personajes en Al garete que no se mencionan mucho. Llevo tiempo redactando la historia sobre Tranquilino, quien ya de anciano y viudo, decepcionado por el fracaso estadista, abrumado por la debacle que le dejó el monstro de María, y motivado por la historia de su inquilino perene -un norteamericano a quien nunca le ha escuchado decir una palabra y solo conoce como Smith-, decide marcharse de su amada isla en un intento por tachar todas las cuentas de su vida y entregarse al olvido.
Wilkins Román Samot, Doctor de la Universidad de Salamanca, donde realizó estudios avanzados en Antropología Social y Derecho Constitucional.
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