Presto a encarar una vez más el ritual de la columna, un rimero de opiniones se abalanza sobre el escriba, bien para auxiliarlo en el reto, bien para, agolpadas, coartarle el impulso. Pero el hombre peca de optimista y, tensando la capacidad de selección, blande como espaldarazo la afirmación de que el capitalismo es un […]
Presto a encarar una vez más el ritual de la columna, un rimero de opiniones se abalanza sobre el escriba, bien para auxiliarlo en el reto, bien para, agolpadas, coartarle el impulso. Pero el hombre peca de optimista y, tensando la capacidad de selección, blande como espaldarazo la afirmación de que el capitalismo es un sistema opaco, porque suele escamotear al sentido común su naturaleza explotadora Punto a la cuenta de Marx.
Luego rememora que, mientras el régimen llamado «realmente existente» con complejo de culpa -el calificativo implicaba la posibilidad de otro, incumplido- se dio a socializar los bienes y privatizar los sueños, el archirrival se entregó a todo lo contrario: privatizar los bienes y socializar los sueños. Punto a nombre de Frei Betto.
Aciertan quienes sostienen que la memoria discrimina. Las frases convocadas vienen a servir de oportunas premisas a un aserto: «No somos lógicos, sino psicológicos». Así contesta Juan Pastor (Nodo50.org) a la pertinente, incluso si hiperbólica, interrogación con que él mismo intenta desempercudir de letargos a la humanidad toda: ¿Por qué somos tan pocos los anticapitalistas?
Por qué, si resulta este «un sistema injusto (dominación de una mayoría por una minoría, sumisión de los intereses comunes a ciertos intereses privados), que nos lleva a una sociedad injusta, y en ningún momento lo esconde; es más, justifica su injusticia aludiendo a que es reflejo de la naturaleza (ley de la selva, lucha por la supervivencia…). El capitalismo busca el beneficio de unos pocos a costa de la mayoría…»
De acuerdo con nuestro comentarista, la formación socioeconómica universalizada «es casi insuperable psicológicamente pues es muy difícil luchar contra una ilusión (estar arriba, consumir como los ricos). El éxito del low cost pone de manifiesto que tenemos que gastar menos pero no queremos consumir menos. Es más fácil derrotar una idea que un deseo (triunfar, hacerse rico, ser élite) o un sueño (el sueño americano).»
Aunque el lector pueda considerar un tanto rotundas esas conclusiones -siempre bienvenida la duda metódica-, quizás coincida en la sugerencia de que «todo movimiento social contra el capitalismo deba atacar no tanto su ´lógica´ (acumulación, crecimiento…), como su ´psicológica` (mostrar la falacia del ´sueño americano´). Algún día habrá que hablar de la importancia del cine de Hollywood en la interiorización del sueño americano (en la construcción de subjetividades capitalistas). A fin de cuentas, casi nadie se ha leído a Milton Friedman; pero todos hemos visto Pretty Woman.»
Entroncado con las ideas de Antonio Gramsci acerca de la hegemonía, de la búsqueda de consenso que se gastan los poderosos junto con la coerción, la violencia, cuando devienen «necesarias», Pastor endereza sus dardos contra la conciencia prefilosófica, esa que no alcanza a aprehender las esencias: «Mientras haya hombres que sueñen ser como Richard Gere (un tipo rico que ha triunfado especulando y despidiendo trabajadores), mujeres que sueñen que se les aparezca un Richard Gere que les salve, o mujeres y hombre dispuestos a hacerle la pelota a quien sea que tenga dinero (espeluznante la escena de los dependientes de una tienda de moda haciéndole la pelota a Julia Roberts), el capitalismo seguirá siendo, para la mayoría de la población, el menos malo de los sistemas políticos.»
Por ello, como nos advierte Manuel Navarrete en Rebelión.org., a manera de antídoto se precisa generar una memoria histórica de los oprimidos y reivindicar las experiencias sociales más avanzadas de la historia. Que no nos tiemble la voz al reconocer que, a pesar de los pesares, en la URSS el número de estudiantes a tiempo completo se multiplicó por seis; las camas de hospital casi por diez; los niños atendidos en guarderías, por mil 385; que el número de médicos por cada cien mil habitantes ascendía a 205, en tanto eran 170 en Italia y Austria, 150 en EE.UU., 144 en Alemania Occidental; 110 en Gran Bretaña, Francia y Holanda; 101 en Suecia… Ello, sin mengua de condenar entre los errores -o mala fe- la insuficiencia de los canales de participación popular habilitados, lo cual contribuyó a que gran número de ciudadanos dejarán de creerse protagonistas de la construcción socialista y asistieran con alucinante quietismo, con indiferencia impar, al derrumbe de un mundo.
¿Ser, sentirse protagonista no representa acaso anhelo ampliamente compartido? Insistamos entonces en su cristalización. No en vano esa misma Cuba que erradicó el analfabetismo con solo dos años de Revolución, ha eliminado la desnutrición infantil y exhibe la esperanza de vida más alta del Tercer Mundo (78 años) y la tasa de mortalidad infantil más baja de América Latina (menos de cinco por cada mil nacidos vivos)… también está procurando (tiene que lograrlo) extender, enraizar más el poder de las masas. Y es que lógica y psicología han de andar unidas. Digo yo.
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